Читать книгу El juego de la vida y cómo jugarlo - Florence Scovel Shinn - Страница 9
Оглавление2/ La Ley de la Prosperidad
“Sí, El Todopoderoso será tu defensa y a ti no te faltará el oro”.
Uno de los mensajes más significativo que las Escrituras han dirigido a la humanidad es que Dios es la fuente y que, por su palabra, la humanidad puede hacer surgir todo lo que le pertenece por derecho divino. Sin embargo, se debe tener una fe integral en la palabra que se pronuncia.
Isaías dijo:
“Mi palabra no retorna a mí sin efecto, sin haber ejecutado antes mi voluntad y haber cumplido con mis designios”.
Nosotros sabemos ahora que las palabras y los pensamientos poseen una fuerza vibratoria tremenda, y que dan forma constantemente al cuerpo y a todos los acontecimientos mundanos.
Una consultante acudió a verme un día; se sentía extremadamente inquieta y me dijo que, a mediados de ese mismo mes, le iban a reclamar una importante suma de dinero. No veía ninguna manera de obtenerla y estaba desesperada. Yo le expliqué que Dios es su fuente y que esta fuente existe para todas las demandas.
¡Y pronuncié la palabra! Di gracias para que ella recibiera ese dinero en el momento oportuno y de una manera conveniente. Luego le dije que era necesario que tuviera una fe perfecta y que actuara de acuerdo con esa misma fe. El día del vencimiento llegó y el dinero no se había materializado. Me llamó por teléfono para preguntarme qué tenía que hacer.
Yo le contesté: “Hoy es sábado y, por lo tanto, nadie le exigirá que entregue ese dinero. Su papel debe consistir en actuar como si ya fuera rica y, de ese modo, dará la prueba de una fe perfecta, la fe de quien cuenta con ese dinero para el lunes”. Me rogó que almorzara con ella para fortificar su valor. La encontré en el restaurante, y le afirmé: “Este no es el momento para economizar. Pida un almuerzo exquisito, actúe como si ya hubiera recibido el dinero que está esperando. Todo aquello que solicite en oración, puede estar convencida de que ya lo ha recibido”.
Al día siguiente, me llamó nuevamente para pedirme que pasara el día con ella.
“No —le dije—, usted está divinamente protegida, y Dios jamás se retrasa”.
Por la noche, me volvió a llamar, esta vez muy emocionada. “¡Querida, se ha producido un verdadero milagro! Esta mañana me encontraba en el salón cuando llamaron a mi puerta. Yo advertí a la asistenta: ‘No deje entrar a nadie’. La muchacha miró por la ventana y me avisó que se trataba de mi sobrino. Es aquel que tiene una gran barba blanca”, me dijo. “Bien, déjalo pasar. Deseo verlo”, le dije. Mi sobrino, al no obtener respuesta, ya se marchaba y había doblado la esquina cuando escuché la voz de la asistenta que lo llamaba y él regresó sobre sus pasos.
Estuvimos hablando durante una hora y en el momento de partir, me dijo: “Ah, a propósito, ¿cómo están tus asuntos financieros?”. Le contesté que necesitaba dinero y él me respondió: “Pues bien, cariño, yo te daré tres mil dólares los primeros días de mes”. No me atreví a confesarle que me iban a reclamar mi deuda. ¿Qué debo hacer ahora? Sólo recibiré ese dinero el primero de mes, pero lo necesito para mañana mismo”.
Le expliqué que continuaría el “tratamiento”. (Nosotros llamamos tratamiento, en metafísica, cuando decimos que sometemos a una persona o situación a la acción de la oración). Y añadí: “El Espíritu jamás llega tarde. Doy gracias porque usted ha recibido el dinero en el plano invisible y por aquello que se manifestará en el momento apropiado”.
Al día siguiente, por la mañana, su sobrino la llamó y le dijo: “Pasa por mi despacho esta misma mañana, y te daré el dinero”. Ese mismo día, poco después de las doce, el dinero ya estaba disponible en su cuenta del banco y ella firmó los cheques tan rápidamente como le permitió su emoción.
Si pedimos el éxito preparándonos para el fracaso; sólo obtendremos aquello para lo cual nos preparamos. Un señor acudió a verme para que le pronunciara la palabra para que le fuera anulada cierta deuda. Me di cuenta de que se pasaba la mayor parte del tiempo pensando en qué le diría a la persona a la que debía ese dinero en el momento en que le comunicara su imposibilidad de cumplir con el pago de la deuda. De ese modo, no haría sino neutralizar mi palabra. Le pedí que se viera a sí mismo en el momento de pagar su deuda.
En la Biblia tenemos una maravillosa ilustración de lo que acabo de decir, con los tres reyes que, dentro del desierto, sin agua para sus hombres y para sus caballos, consultaron al profeta Eliseo, quien les comunicó este mensaje asombroso:
“Así habla el Señor: excavad dentro de este valle una fosa. No veréis ni viento, ni lluvia y, sin embargo, este valle se llenará de agua y podréis beberla, tanto vosotros, como vuestros acompañantes y vuestro ganado”.
El ser humano debe estar preparado para recibir aquello que ha pedido, aunque no tenga a la vista la menor señal de que así será.
Una señora deseaba encontrar un piso en un período en el que había una gran escasez de apartamentos en la ciudad. Esto parecía una tarea imposible y sus amigos todavía contribuían a aumentar más su inquietud al decirle: “Que lástima, te verás obligada a dejar tus muebles en un garaje y a vivir en un hotel”. Pero ella contestaba: “No se inquieten por mí. Soy súper humana y ya verán como encontraré un piso”.
A continuación, pronunció la palabra: “Espíritu infinito abre la puerta para que se encuentre el piso conveniente”. Esta mujer sabía que existe una respuesta para cada demanda, que ella era espiritualmente libre, que trabajando en el plano espiritual todo se logra y que “uno con Dios constituye una mayoría”.
Ella tenía la intención de comprar unas nuevas mantas, pero “la tentación”, el pensamiento negativo, a través de la razón, le sugirió: “No las compres; quizás, después de todo, no encontrarás el piso que buscas, y luego no sabrás qué hacer con esas mantas”. Entonces, ante estos pensamientos, se dijo a sí misma: “¡Al comprar esas mantas voy a ‘cavar mi pozo’!”. Así pues, se preparó para encontrar su piso, actuó como si ya lo tuviera, y terminó por encontrarlo de una manera milagrosa, algo que sólo pudo atribuir a su fe, ya que había por lo menos otras doscientas personas que querían ese mismo piso. La compra de aquellas mantas representó un verdadero acto de fe.
Es inútil recordar que las fosas excavadas por los tres reyes dentro del desierto se vieron inundadas de agua hasta el borde (véase II Reyes, 3).
Para la mayoría de las personas, sintonizar con las cosas espirituales no resulta nada cómodo. Los pensamientos adversos de duda, de temor, surgirán del subconsciente. Estas son las “armas extranjeras” a las que se debe hacer huir. Eso es lo que explica por qué a menudo “hay más sombra antes de la aurora”.
Una gran demostración suele verse precedida por pensamientos dolorosos.
Una vez descubiertas las altas verdades espirituales, lanzamos un desafío a las antiguas ideas escondidas dentro del subconsciente y es entonces cuando se manifiesta el error que debe ser eliminado.
Este es el momento de hacer frecuentes afirmaciones, de alegrarse y de dar gracias por todo aquello que ya se ha recibido.
“Antes de que ellos llamen, yo les contestaré”. Eso significa que “cada bien está perfectamente hecho” siempre que el ser humano lo reconozca así, pues es a él a quien pertenece.
El ser humano no puede obtener nada más que aquello que se ve a sí mismo recibiendo.
Los hijos de Israel recibieron la certeza de que podrían poseer todas las tierras que vieran. Lo mismo sucede con toda la humanidad. No se posee aquello que no existe dentro de la propia proyección mental, dentro del deseo profundo. Toda obra grande ha sido manifestada antes por la visión, o a menudo se obtiene justo en el momento de una brillante demostración, surgida de un fracaso aparente y del desaliento.
Los hijos de Israel esperaban la “Tierra Prometida”, pero no se atrevían a entrar en ella, pues decían que estaba poblada por gigantes que les daban la impresión de ser langostas. Esta es una experiencia común a todo ser humano.
Sin embargo, aquel que conoce la ley espiritual no se deja engañar por las apariencias y se regocija mientras está “todavía en cautividad”. Esto quiere decir que persiste en ver la verdad y que da gracias por todo aquello que se ha cumplido, por todo lo que ya ha recibido.
Jesucristo nos ofreció sobre esto un maravilloso ejemplo. Él declaró a sus discípulos: “No digan nada, porque todavía faltan cuatro meses para la cosecha”. Su visión clara traspasa el mundo de la materia y Él ve claramente el mundo de la cuarta dimensión, las cosas tal y como son en la realidad, perfectas y completas en el Espíritu Divino. Es así como la humanidad debe mantener constantemente la visión del objetivo de su viaje y solicitar la manifestación de aquello que ya ha recibido, tanto si se trata de la salud perfecta, como si se trata del amor, la prosperidad, la facultad de expresarse perfectamente, un hogar, amigos.
Todas estas cosas son ideas perfectas y acabadas, registradas dentro del Espíritu Divino (el súper consciente del ser humano); ellas deben manifestarse no a la humanidad sino a través de del ser humano. Por ejemplo, un hombre acudió a verme para pedirme un “tratamiento” para lograr un negocio. Para él era indispensable encontrar, dentro de un cierto límite de tiempo, una importante cantidad de dinero. El tiempo estaba próximo, así que, desesperado, acudió a verme. Nadie le quería confiar el capital y la banca le había negado categóricamente su solicitud de crédito.
Yo le dije: “Supongo que usted está enfadado con la banca, perdiendo así sus fuerzas. Usted puede dominar todas las situaciones si sabe dominarse a sí mismo. Regrese al banco mientras yo ‘trato’ el asunto”.
Mi tratamiento fue el siguiente: “Por el amor usted está identificado con el espíritu de todos lo que trabajan dentro de este banco. Que la idea divina parta de esta situación”. El hombre exclamó: “¿Qué piensa usted? Esto es imposible. Mañana es sábado, el banco cierra a las doce y mi tren no llega allí antes de las diez. Además, la fecha límite termina mañana y, de todas maneras, ellos no van a querer oírme. Ya es demasiado tarde”.
Yo le contesté: “Dios no se inquieta por el tiempo, nunca es demasiado tarde para Él. Con Él, todas las cosas son posibles”, y añadí: “No sé nada de negocios, pero conozco muy bien a Dios”.
A lo que él me contestó: “Todo esto es magnífico, cuando la escucho, pero en cuanto me vaya, será una situación angustiosa para mí”.
El hombre vivía en un pueblo lejano y no supe nada de él hasta pasado un tiempo. Después, me llegó una carta. Decía lo siguiente: “Usted tenía razón. Pude hacerme de dinero; el banco cambió de parecer y me lo prestaron; jamás volveré a dudar y de todo lo que usted me ha dicho”.
Me encontré con este señor algunas semanas más tarde y le pregunté: “¿Qué ha pasado? Por lo visto usted ha podido disponer del tiempo necesario”. Él me contestó: “Mi tren llegó con bastante retraso, de modo que sólo pude llegar al banco a las doce menos cuarto. Entré tranquilamente y les dije: ‘Vengo a solicitar un préstamo’, y ellos accedieron en seguida, sin ponerme ninguna clase de objeciones”.
En ese último cuarto de hora del que disponía para solucionarlo todo, el Espíritu Infinito no llegó retrasado. En este caso, este hombre no fue capaz de hacer por sí solo su propia demostración. Tenía que recibir una ayuda de alguien para mantener la visión perfecta. Esto es lo que podemos hacer los unos por los otros.
Jesucristo conocía muy bien esta verdad, y dijo: “Si dos de entre vosotros hicieren en la tierra cualquier petición, serán escuchados por mi Padre que está en los cielos”. Cuando se está muy absorbido por problemas propios de negocios, se siente uno lleno de dudas y de miedos.
El amigo, el “sanador”, ve claramente el éxito, la salud o la prosperidad y no desfallece, puesto que no hay motivo alguno para ello.
Es infinitamente más fácil hacer una “demostración” por los demás que por uno mismo. En consecuencia, no se debe dudar en pedir ayuda si se sintiera alguna debilidad.
Un atento observador de la vida dijo un día:
“Nadie puede fracasar creyendo que obtendrá el éxito”. Este es el verdadero poder de la visión y más de una persona debe su éxito a una esposa, una hermana o un amigo que creía en él y que, sin dudarlo, ¡supo mantener la visión del modelo perfecto!