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ESTUDIO PRELIMINAR
De síntomas e interpelaciones

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Raúl O. Fradkin

Escribir un prólogo a un libro colectivo siempre es una tarea dilemática aunque a veces, como en esta ocasión, es también una oportunidad para compartir reflexiones. Se afrontan en esta tarea varios peligros como, por ejemplo, dar mayor unidad de la que realmente tiene a un conjunto de textos diversos. Y también deben eludirse algunas tentaciones, como privilegiar más unos que otros capítulos con los cuales el autor del prólogo sienta mayor afinidad. Por supuesto, las dificultades se acrecientan cuando el que debe afrontar la tarea no es un especialista en el campo de estudios en que el libro se inscribe y solo puede ostentar la mera condición de lector atento a las novedades que desde él se producen y lo inquietan. Desde ese precario lugar de lectura intentaré en estas breves notas responder a la generosa e inmerecida invitación de las editoras para reflexionar sobre los síntomas que de alguna manera la publicación de este libro expresa y sobre todo algunas transformaciones que están ocurriendo en nuestros estudios históricos, y que interpelan no solo a este improvisado prologuista sino también al conjunto del campo historiográfico del que forma parte. Por suerte, en esta ocasión –a pesar de que la obra reúne trabajos que abordan diferentes objetos de estudio y apelan a muy distintas fuentes y estrategias de investigación– ella resulta coherente y manifiesta perspectivas interpretativas que, si bien no son idénticas, sin embargo pueden leerse como convergentes.

El libro reúne once estudios que examinan muy diferentes aspectos y situaciones de los procesos de abolición de la esclavitud producidos en el Cono Sur durante el siglo XIX. No se trata, por cierto, de una historia que pretenda presentarse como completa, quizá porque las editoras, las autoras y los autores crean que no ha llegado aún el momento para poder ofrecerla.1 Con todo, apenas se acaba la lectura se advierte que estos estudios cuentan con una firme base de sustentación, la que suministra la creciente producción de los últimos años que atestigua la renovación y la solidez que han adquirido los estudios sobre esclavizados y afrodescendientes. En rigor, el libro y sus aportes pueden comprenderse mejor si se los inscribe en la saga aparecida en la última década.2 Pero, además, este libro se suma a la vasta producción internacional que en los últimos años ha prestado especial atención a los procesos y las experiencias de abolición, a las posturas y orientaciones de los movimientos abolicionistas y al activismo que esclavizados y libertos tuvieron en ellos.3 Visto como síntoma, lo que el libro permite registrar son las posibilidades que brinda a la renovación de un campo de los estudios históricos inscribirse en una agenda internacional, una constatación que no por ser obvia deja de ser subrayable. De este modo, si algo queda claro al terminar la lectura, es la maduración y consolidación de un campo de estudios históricos en el que intervienen investigadores consagrados y de fecunda trayectoria junto con nuevas camadas, y que tanto unos como otros lo hacen examinando diversos temas, algunos de ellos muy escasamente transitados, así como muy diversas fuentes, algunas sencillamente inexploradas. De por sí, estas evidencias tornan la lectura del libro muy recomendable.

Una breve –y seguramente injusta– presentación de los capítulos me permitirá ser más claro. Intentaré al hacerlo no solo subrayar lo que me parece más sugestivo de cada contribución sino también señalar lo que pueden aportar al enriquecimiento de nuestras historiografías. La colaboración de Hugo Contreras Cruces sobre Chile afronta el desafío de superar los límites documentales que ofrece la dilución del registro de esa población buscando aproximarse a las representaciones de los afrodescendientes después de la temprana abolición en 1823.4 En esa tarea una decisión resultó particularmente fructífera: poner el foco en uno de los batallones de infantería de la Guardia Nacional, el Batallón de Infantes de la Patria; de esta manera, y avanzando sobre decisivos trabajos previos,5 pudo no solo advertir las tensiones que suponían la perduración de los marcadores raciales y las memorias de la esclavitud, sino también poner en evidencia lo que podían estar ocultando las normativas oficiales y las retóricas de legitimación que acompañaron la constitución de las formaciones milicianas republicanas. El tema es particularmente significativo y excede con creces la experiencia histórica chilena, dada la centralidad que tuvieron las Guardias Nacionales que proliferaron en España e Hispanoamérica en el siglo XIX. En parte, y a su manera, a ello apunta también el capítulo de Guido Cassano y su examen de los soldados libertos en Carmen de Patagones, una guarnición en la cual esa tropa tuvo particular importancia; pero, al margen de las peculiaridades de la trayectoria de ese emplazamiento militar, su trabajo también puede ser leído como un llamado de atención sobre un problema más general que todavía amerita ser examinado de modo mucho más sistemático en otras zonas del espacio rioplatense: la perduración en los nuevos ejércitos de unidades en las cuales antiguos esclavos o libertos pudieron seguir teniendo una integración segmentada a pesar de la imagen que ofrecen la nomenclatura y la retórica oficiales. Y, a su manera, también el esfuerzo de Fátima Valenzuela por reconstruir los recorridos del abolicionismo en la provincia de Corrientes permite registrar que los efectos erosionadores de los procesos de militarización sobre la esclavitud no pueden circunscribirse a la época revolucionaria sino que conviene prestarle también especial atención a lo sucedido en las críticas décadas de 1830 y 1840. Se trata, así, de tres miradas situadas que abordan distintos aspectos de un gran capítulo de los procesos de abolición latinoamericanos, un capítulo que ha cobrado notable y creciente entidad en la historiografía internacional y que permite verificar las posibilidades que ofrecen tanto la historia social de la guerra como el estudio de las formaciones armadas para abordar las contradicciones y los avatares de los procesos de abolición, y sobre los cuales todavía falta mucho por conocer en las historias de las sociedades del Cono Sur.6

Los demás capítulos analizan diferentes aspectos de lo sucedido en dos ciudades –Buenos Aires y Montevideo– cuyas historias han estado estrechamente entrelazadas y en las cuales el estudio de la esclavitud y de las poblaciones afrodescendientes han merecido mucho mayor atención historiográfica. Lucas Rebagliatti examina otro dispositivo institucional sin el cual no es comprensible esta historia: el patrocinio jurídico de los esclavos en el Buenos Aires revolucionario; y lo que corrobora fue que acudieron frecuentemente ante la Justicia pero también que los defensores de pobres no monopolizaron su representación sino que en muchas ocasiones presentaron sus quejas directamente ante el virrey, una estrategia que atestiguó de alguna manera que la retórica antiesclavista parece haber calado entre los mismos esclavos, sobre todo a partir de 1812.

Por su parte, Paulina Alberto y Florencia Guzmán se internaron en otras dimensiones del proceso de abolición y lo hicieron desde una perspectiva de género. Alberto reconstruyó la fascinante historia de Cayetana, sumida en los imprecisos límites entre la esclavitud y la libertad; a través de ella logra iluminar los espacios para la perduración y reproducción de prácticas laborales coercitivas así como las marcaciones raciales y la impronta esclavista que signaron las relaciones sociales y el trabajo “libre” y, en especial, las diferentes formas de trabajo femenino y doméstico. El lector encontrará también en este texto un claro ejemplo de las desafiantes y sugestivas posibilidades que puede ofrecer la reconstrucción de trayectorias personales de sujetos subalternos. Guzmán, a su vez, también indaga las relaciones entre esclavitud, libertad y mundo del trabajo urbano y apunta a demostrar cómo se enhebraron las nociones de raza, de clase y de género configurando una domesticidad republicana que asignaba un campo de trabajo de larga duración casi exclusivo a las mujeres negras. Ambas, cada una a su manera, no solo suministran firmes evidencias sobre el mundo del trabajo de las negras y mulatas sino que al hacerlo echan luz sobre facetas menos indagadas y poco conocidas de ese mundo y las formas de transición al trabajo libre asalariado en la ciudad de Buenos Aires. De esta manera, ambas realizan contribuciones al desarrollo de un campo específico de estudios que se está delineando en los años recientes y que promete significativas novedades para que podamos conocer mejor la historia de sus clases trabajadoras: me refiero a los estudios recientes del mundo del trabajo urbano y en particular del trabajo de las mujeres a lo largo del siglo XIX.7

El capítulo que ofrece María Agustina Barrachina apunta también en esta dirección, pero lo hace desde una perspectiva extremadamente original que no puede dejar de ser subrayada: su análisis de una dimensión muy poco atendida hasta ahora, las relaciones entre educación, género y “raza” en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XIX. Lo hace examinando la educación segregada de las niñas afrodescendientes en las escuelas de la Sociedad de Beneficencia, demostrando que esa segregación se mantuvo hasta 1872. Pero su capítulo pone de relieve algo más: que algunos afrodescendientes muy tempranamente concibieron la educación como un derecho, bregaron por él y desplegaron distintas estrategias para lograr la educación de sus hijas recurriendo a intervenir en la esfera pública, presentar solicitudes al gobierno o impulsar en la década de 1850 la organización de una escuela propia. De esta manera, Barrachina también invita a retomar la historia de la educación como parte central de nuestra historia social y no pensarla como un campo de estudios separado de ella.

Como puede advertirse, estas perspectivas apuntan a darle una mayor complejidad y densidad a la historia de los trabajadores rioplatenses. Es, en tal sentido, particularmente destacable el análisis que presenta Florencia Thul Charbonnier: las prácticas de traficantes y saladeristas en Montevideo, prácticas que dieron continuidad al tráfico esclavista. Su rico y lúcido análisis permite identificar los mecanismos a través de los cuales se eludió la prohibición del tráfico de esclavos, el papel decisivo que siguieron teniendo los brasileños y el que tuvieron las necesidades militares en la sanción de la ley de abolición de 1842, así como la resistencia que presentaron los propietarios. La historia de los trabajadores, por lo tanto –y este y otros estudios previos de Thul Charbonnier lo demuestran con contundencia–, no puede prescindir del análisis de los procesos de producción y de las formas de organización y dirección de las empresas en la primera mitad del siglo XIX.

El libro contiene también otro tipo de aproximaciones y ellas atestiguan la variedad de perspectivas que se están desplegando. Alex Borucki, un ineludible protagonista de esta renovación de la historiografía rioplatense, recupera aquí algunas de las repercusiones que tuvieron en la prensa montevideana las experiencias de los soldados libertos y su examen permite reconocer cómo la difusión de esos casos favoreció la configuración de una corriente en la opinión pública opuesta a que fueran reesclavizados, pero también abrió un espacio para la discusión de la abolición. Este reconocimiento es particularmente significativo, no solo porque evidencia un rico ejemplo de lectura “a contrapelo” de fuentes que a priori podría esperarse que solo testimoniaran perspectivas elitistas, sino porque también evidencia que la discusión sobre la abolición no puede explicarse solo por la circulación y el impacto de ideas y nociones llegadas desde Europa o Norteamérica, y que se hace necesario examinar también las acciones de los esclavos convertidos en soldados. Con ello, además, no solo ilumina un impacto escasamente indagado de sus acciones en instancias judiciales sino que también invita a pensar otras posibilidades a los estudios de la historia social de la justicia y suma consistentes evidencias a la historia de la prensa rioplatense, un campo de creciente riqueza al que ya ha hecho una decisiva contribución.8

Pero lo dicho me obliga a ser más preciso. No quisiera que se entienda que propongo eludir el análisis de las ideas y nociones que podían circular hacia el Río de la Plata desde Europa o Norteamérica. Por el contrario, su examen cuidadoso todavía tiene mucho para decirnos y prueba contundente de que merecen ser examinadas con sutileza y precisión es el original capítulo de Magdalena Candioti. En él la autora entabla un diálogo muy poco explorado hasta ahora no solo con la historia política sino y, sobre todo, con la historia de la Iglesia y la religión, dos campos historiográficos también muy enriquecidos en los últimos años. Su análisis de un manual para formar negros piadosos publicado en Buenos Aires en el agitado año de 1839 se torna especialmente sugestivo en la medida en que muestra que buscaba interpelar a los pardos y los morenos ofreciéndoles una vía de integración a través del cristianismo. Estamos, así, frente a un entramado complejo de ideas en circulación sobre la abolición en el que la autora ya había comenzado a incursionar en trabajos previos9 y que promete develar una riqueza todavía insospechada para comprender más cabalmente la historia intelectual del mundo rioplatense decimonónico en la medida en que, como es sabido, los argumentos morales y religiosos integraron parte fundamental de la base intelectual del abolicionismo. Pero, además, Candioti le presta especial atención no solo al texto sino también a las imágenes que contenía ese manual y a su contexto de publicación. De este modo, su capítulo permite entablar un diálogo con la sugestiva contribución de María de Lourdes Ghidoli: su cuidadoso examen del proceso de abolición a través de la cultura visual de Buenos Aires y, en particular del famoso óleo que contemporáneamente a la publicación del manual se conoció en 1841, titulado Las esclavas de Buenos Ayres demuestran ser libres y gratas a su noble libertador de D. de Plot es, sencillamente, atrapante.

Si se comparte mi apretada y seguramente sesgada lectura, creo que podrá compartirse también lo antes enunciado: el libro testimonia la maduración de un campo de nuestros estudios históricos y su creciente sofisticación. Leído como síntoma de un proceso más amplio, permite registrar la creciente diversidad de objetos, de métodos y de perspectivas que lo atraviesan. Por eso creo que asimismo podrá compartirse que esos mismos desarrollos interpelan al conjunto de la historiografía así como a varios componentes del sentido común del imaginario nacional compartidos muchas veces por la historiografía más de lo que suele admitirse. No se trata aquí de repetir lo que ya se ha indicado y subrayado en consistentes balances historiográficos.10 Lo que parece quedar claro –y que se torna perentorio– es que el conjunto del campo historiográfico puede dar debida cuenta de las implicancias que estos estudios suscitan. Pero, para ello, será necesario superar la tentación de caer tanto en la condescendencia como en una recepción limitada, y que estos estudios sean leídos como si tan solo vinieran a sumar una adición a los relatos más generales de las historias nacionales que ya estarían definidos.

La recepción, por tanto, debiera estar signada por una interpelación que obligue a interrogar y replantear esos mismos relatos. No es, por cierto, la interpelación que emerge desde este campo de estudios la única que reciben esos relatos y formas predominantes de pensar nuestra historia. Y de alguna manera, una interpelación en cierto modo análoga es la que ha suscitado el potente desarrollo de la historia indígena, que tanto se ha multiplicado y enriquecido desde la década de 1980 y al cual tanto contribuyeron maestros pioneros como Raúl Mandrini, Marta Bechis, Ana María Lorandi, Daniel Santamaría y Daniel Villar, para nombrar solo algunos de los imprescindibles e inolvidables.

Sin embargo, también me parece necesario subrayar que es el propio desarrollo, maduración y diversificación del campo de los estudios sobre los esclavizados y los afrodescendientes los que pueden estar interpelando a sus propios protagonistas, máxime si lo que se pretende no es solo reclamar sino también ofrecer nuevas narrativas de nuestra historia. A lo largo de esta apretada presentación traté de indicar algunas de las posibilidades que esta lectura me sugirió y debo confesar ahora que tengo la convicción de que las mejores posibilidades de futuros desarrollos no estarán solo ni principalmente en la necesaria especialización sino también –y quizá más– en las intersecciones y cruces que puedan proponerse con otras líneas y campos de investigación.

Si estoy en lo cierto, podría pensarse que este campo de estudios puede estar completando un ciclo y que se hayan generado posibilidades de abrir uno nuevo. Ha sido una acumulación de trabajo paciente, tenaz y persistente la que ha permitido la configuración de este campo de estudios en nuestro ambiente historiográfico y no siempre con el viento a favor. Desde mi mirada retrospectiva, creo que podrá coincidirse que este campo también tuvo sus maestros y pioneros y que fue sobre todo a partir del libro de George Reid Andrews que cobró su notable impulso.11 Pero al recordarlo no puedo resistir la tentación de rememorar que la publicación de ese libro en Buenos Aires se la debemos a la iniciativa de Juan Carlos Garavaglia, quien para nada casualmente lo eligió como el primero de la colección que impulsó desde Ediciones de la Flor. No casualmente porque si Garavaglia no fue un especialista en la historia de la esclavitud, sus contribuciones para que pudieran desarrollarse sus estudios en la historiografía rioplatense no pueden ser soslayadas pues de ella se ocupó en sus más conocidos libros y artículos que cambiaron por completo la historia social y agraria rioplatense, así como en algunos de sus últimos artículos.12 Consideré necesario este justo recuerdo porque creo que ayuda a comprender mejor algunas claves de la configuración del campo de los estudios afrorrioplatenses, el cual, al menos desde mi sesgada mirada, no habría cobrado la entidad que adquirió sin la base de sustentación y las incitaciones que provinieron desde la historia demográfica, económica y agraria que tanto se multiplicaron desde la década de 1980. Sin los estudios de Ricardo Rodríguez Molas y Elena Studer, primero, y luego de Garavaglia, Carlos Mayo, Jorge Gelman, Miguel Ángel Rosal, Marta Goldberg, Silvia Mallo o Lymann Johnson esta historia sería incomprensible.

Permítame el lector, a modo de ejemplo, recuperar unos recuerdos que son parte de mi propia experiencia personal. La rica discusión sobre la mano de obra en las campañas rioplatenses de los siglos XVIII y XIX que tuvo un lugar central en el desarrollo de la historiografía a partir de la década de 1980 incluyó un “descubrimiento” que en ese momento cuestionaba mucho de lo aceptado y que hoy puede resultar inverosímil que haya tenido esa entidad: la importancia de los esclavos en la sociedad rural y de la esclavitud en las grandes unidades de producción agraria tardocoloniales.13 Desde entonces, la cuestión ya no pudo ser eludida y vuelta a examinar y a discutir, porque entender la esclavitud, sus alcances y sus límites se tornó imprescindible para comprender el conjunto de las relaciones sociales agrarias y sus transformaciones.14 Con ello, los “descubrimientos” se multiplicaron y el análisis de su relevancia en la configuración de los entramados sociales rurales fue develando tanto las modalidades y las trayectorias antes inimaginables de los sujetos como la intensidad de las tensiones sociales y raciales antes no examinadas.15 Pero también hubo más, y especial importancia adquirió el registro de la coexistencia en las mismas unidades productivas de muy diversos tipos de trabajadores, tanto libres como esclavos, de diferentes relaciones de producción, de capataces esclavos que debían mandar sobre peones libres asalariados o de esclavos campesinos. Fue así el descubrimiento de una complejidad social antes insospechada el que tuvo que afrontar la tarea de descifrar los rasgos específicos de una esclavitud que se desplegaba en forma articulada con el trabajo libre y de un trabajo libre cuyas formas históricas específicas no podían entenderse cabalmente sin examinar la esclavitud. De este modo, un enorme problema pasó a tener un lugar primordial para la historia rural rioplatense: se tornó ineludible indagar cómo explicar la expansión agraria justamente cuando estaba siendo erosionada la esclavitud. Fue por estas vías de indagación como pudieron sacarse a la luz los intentos de ensayar otras y nuevas formas de trabajo coercitivo en la producción rural rioplatense de la primera mitad del siglo XIX.16 Pero no era solo la historia de la sociedad rural la que tuvo que ser reexaminada sino que también pudo empezar a conocerse mucho mejor el mundo de la plebe urbana donde si el peso de la esclavitud no era ningún “descubrimiento”, sí lo fue el protagonismo social y político de esclavizados y afrodescendientes. Y no solo en Buenos Aires o Montevideo, sino en el conjunto del espacio rioplatense. Es claro que aun la mayor cantidad de estudios se han ocupado de la llamada época de la revolución, pero también puede advertirse una tendencia a examinar con mucho mayor cuidado las formas de acción y experiencias de movilización política de las décadas posrevolucionarias sin las cuales serían incomprensibles los procesos de abolición.

Bien mirados, estos avances forman parte de cambios de más amplio alcance que se están produciendo en nuestra historiografía y que adquirieron creciente entidad y consistencia al menos desde la crisis de 2001. Ellos se manifestaron tanto en modificaciones en las sensibilidades historiográficas como en un generalizado cuestionamiento de los modos de mirar la historia de la sociedad y la nación suscitando incluso importantes debates sobre el mismo siglo XX.17 Pero, aun si nos restringimos a los estudios coloniales y del siglo XIX se advierte claramente que desde entonces ha aparecido una densa saga de libros abiertos a hacia dos direcciones principales. Por un lado, aquellos dedicados a develar la magnitud, la intensidad y las formas de la movilización política de los variados universos subalternos.18 Por otro, el desarrollo de nuevas y más precisas maneras de examinar los procesos de mestizaje, etnogénesis y la misma historia de las clasificaciones sociorraciales.19 Si se repasan ambas, se advierte también que los estudios sobre esclavizados y afrodescendientes fueron dejando de examinarlos por separado y, sin perder de vista sus especificidades, son considerados dentro de un contexto social en los que cobran plena significación.

En síntesis, podría decirse que el potente campo de estudios que estamos considerando se fue forjando bajo el influjo y las incitaciones de otras líneas de investigación, adquirió perfiles y consistencias propias y comienza a entablar diálogos prometedores. Podría decirse, en consecuencia, que estamos frente a un campo maduro, sólido y sofisticado al que parece haberle llegado el momento de entremezclarse decididamente con toda la historiografía sin perder identidad y nutriéndola de nuevas perspectivas, temas y problemas. Una densa agenda podría entonces plantearse como imprescindible, posible y necesaria a partir del tipo de diálogos e interacciones que estamos sugiriendo, pero será la imaginación y la creatividad de los lectores las que se encarguen de definirla y desarrollarla.

Octubre de 2019

1. Sin duda existen excelentes síntesis de la historia de la esclavitud y de los procesos de abolición en América Latina, empezando por las sucesivas entregas de la obra de Herbert S. Klein (La esclavitud africana en América latina y el Caribe, Madrid, Alianza, 1986) y que remata en su última versión escrita junto a Ben Vison III: Historia mínima de la esclavitud en América Latina y el Caribe, Ciudad de México, El Colegio de México, 2013. Que el tema desborda la historia latinoamericana se advierte en la desafiante síntesis de José A. Piqueras, La esclavitud en las Españas: un lazo transatlántico, Madrid, Libros de la Catarata, 2017 [2012]. Sin embargo, y por razones comprensibles, el lugar que ocupan las experiencias del Cono Sur sudamericano tienen un lugar claramente marginal.

2. Obviamente me refiero a libros ineludibles como los de Miguel Ángel Rosal, Africanos y afrodescendientes en el Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Buenos Aires, Dunken, 2009; Silvia Mallo e Ignacio Telesca (eds.), “Negros de la patria”: los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, SB, 2010; Lea Geler, Andares negros, caminos blancos: afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX, Rosario, Prohistoria, 2010; Florencia Guzmán y Lea Geler (eds.), Cartografías afrolatinoamericanas: perspectivas situadas para análisis transfronterizos, Buenos Aires, Biblos, 2013; Florencia Guzmán, Lea Geler y Alejandro Frigerio, Cartografías afrolatinoamericanas: perspectivas situadas desde Argentina, Buenos Aires, Biblos, 2016; María de Lourdes Ghidoli, Estereotipos en negro: representaciones y autorrepresentaciones visuales de afroporteños en el siglo XIX, Rosario, Prohistoria, 2016, y Alex Borucki, De compañeros de barco a camaradas de armas: identidades negras en el Río de la Plata, 1760-1860, Buenos Aires, Prometeo, 2017.

3. Al menos para desarrollar la sensibilidad de quien esto escribe, dos libros sobre Lima fueron decisivos: primero, Alberto Flores Galindo, Aristocracia y plebe: Lima, 1760-1830, Lima, Mosca Azul, 1984, y luego Carlos Aguirre, Agentes de su propia libertad: los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud, 1821-1854, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1995.

4. El lector podrá ponderar mejor los significados de esta contribución recurriendo al sugestivo libro de Julio Pinto Vallejos y Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación, 1810-1840, Santiago de Chile, Lom, 2009.

5. Me refiero, por ejemplo, a Hugo Contreras Cruces, “Las milicias de pardos y morenos libres en Santiago de Chile en el siglo XVIII, 1760-1800”, Cuadernos de Historia, Nº 25, 2006, pp. 93-127, y “Artesanos mulatos y soldados beneméritos: el Batallón de Infantes de la Patria en la guerra de independencia de Chile, 1795-1820”, Historia, vol. I, Nº 44, 2011, pp. 51-89.

6. Ver, por ejemplo, Celso Castro, Vitor Izecksohn y Hendrick Kraay (orgs.), Nova história militar brasileira, Río de Janeiro, FGV, 2004; Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la Nación: independencia y ciudadanía en Hispanoamérica, 1750-1850, Madrid, Iberoamericana, 2007; Juan Ortiz Escamilla (coord.), Fuerzas militares en Iberoamérica, siglos XVIII y XIX, Ciudad de México, El Colegio de México-El Colegio de Michoacán-Universidad Veracruzana, 2005.

7. Imprescindibles en este sentido son las contribuciones de Gabriela Mitidieri, “¿Labores femeninas o trabajo? Mujeres dedicadas a la costura en Buenos Aires, 1852-1862”, Mundos do Trabalho, vol. 10, Nº 20, 2018, pp. 125-144, y Gabriela Mitidieri y Valeria Pita, “Trabajadoras, artesanos y mendigos: una aproximación a las experiencias sociales de trabajo y pobreza en la Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX”, Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 19, Nº 1, 2019, doi.org.

8. Jacinto Molina, Los caminos de la escritura negra en el Río de la Plata, ed. William Acree y Alex Borucki, Madrid, Vervuert, 2010. Ver también William Acree, La lectura cotidiana: cultura impresa e identidad colectiva en el Río de la Plata, 1780-1910, Buenos Aires, Prometeo, 2013; Wilson González Demuro, La prensa de Montevideo, 1814-1825: imprentas, periódicos y debates públicos en tiempos de revolución, Montevideo, CSIC-Universidad de la República, 2018.

9. Magdalena Candioti, “Regulando el fin de la esclavitud: diálogos, innovaciones y disputas jurídicas en las nuevas repúblicas sudamericanas, 1810-1830”, Jarbuch für Geschichte Lateinamerikas, Nº 52, 2015, pp. 149-171.

10. Por ejemplo, Eva Lamborghini, Lea Geler y Florencia Guzmán, “Los estudios afrodescendientes en Argentina: nuevas perspectivas y desafíos en un país «sin razas»”, Tabula Rasa, Nº 27, 2017, pp. 67-101.

11. George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires, De la Flor, 1989.

12. Juan Carlos Garavaglia, “The economic role of slavery in a non-slave society: The River Plata, 1759-1860”, en Josep M. Fradera y Christopher Schmidt-Nowara, Slavery and Antislavery in Spain’s Atlantic Empire, Nueva York, Berghan, 2013, pp. 74-100.

13. Sería redundante citar la amplísima bibliografía al respecto, pero hay algunos libros que no pueden ser obviados: Samuel Amaral, The Rise of Capitalism on the Pampas: The estancias of Buenos Aires, 1785-1870, Cambridge University Press, 1998; Juan Carlos Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires: una historia agraria de la campaña bonaerense, 1700-1830, Buenos Aires, De la Flor, 1999; Jorge Gelman, Campesinos y estancieros: una región del Río de la Plata a fines de la época colonial, Buenos Aires, Los Libros del Riel, 1998; Carlos Mayo (comp.), La historia agraria del interior: haciendas jesuíticas de Córdoba y el noroeste, Buenos Aires, CEAL, 1994, y Estancia y sociedad en la pampa, 1740-1820, Buenos Aires, Biblos, 2004 [1995]; Raúl O. Fradkin (comp.), La historia agraria del Río de la Plata colonial: los establecimientos productivos, vol. I y II, Buenos Aires, CEAL, 1993.

14. Ver Julio C. Djenderedjian, “Optimizando recursos escasos en un área de frontera: la opción por la mano de obra de esclava en las grandes estancias entrerrianas coloniales”, Quinto Sol, vol. 15, Nº 2, 2011, pp. 1-27.

15. En esa densa saga tengo para mi registro algunos textos breves pero memorables e iluminadores: Carlos Mayo, “Patricio de Belén: nada menos que un capataz”, Hispanic American Historical Review, vol. 77, Nº 4, 1997, pp. 597-617, o Juan Carlos Garavaglia, “«Pobres y ricos»: cuatro historias edificantes sobre el conflicto social en la campaña bonaerense, 1820-1840”, en Poder, conflicto y relaciones sociales: el Río de la Plata, siglos XVIII-XIX, Rosario, Homo Sapiens, 1999, pp. 29-56.

16. Dos textos ocupan un lugar ineludible por su carácter pionero: Alex Borucki, Karla Chagas y Natalia Stalla, Esclavitud y trabajo: un estudio sobre los afrodescendientes en la frontera uruguaya, 1835-1855, Montevideo, Pulmón, 2004, y Jorge Gelman, “El fracaso de los sistemas coactivos de trabajo rural en Buenos Aires bajo el rosismo: algunas explicaciones preliminares”, Revista de Indias, vol. LIX, Nº 215, 1999, pp. 123-141.

17. Paradigmático en este sentido es el debate organizado por Eva Lamborghini y Lea Geler sobre “Imágenes racializadas: políticas de representación y economía visual en torno a lo «negro» en Argentina, siglos XX y XXI”, Corpus, vol. 6, Nº 2, 2016, doi.org, y que reúne intervenciones de Ezequiel Adamovsky, Sergio Caggiano, Nicolás Fernández Bravo, María de Lourdes Ghidoli y María Cecilia Martino.

18. Ver Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo, Buenos Aires, Prometeo, 2006; Lyman L. Johnson, Los talleres de la revolución: la Buenos Aires plebeya y el mundo del Atlántico, 1776-1810, Buenos Aires, Prometeo, 2013. El lector encontrará abundante y firmes evidencias al respecto en varios libros en los que tuve el gusto de intervenir: Raúl O. Fradkin (comp.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo, 2008; Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman (comps.), Desafíos al orden: la política y la sociedad rural durante la revolución de independencia, Rosario, Prohistoria, 2008; Daniel Santilli, Jorge Gelman y Raúl O. Fradkin (comps.), Rebeldes con causa: conflicto y movilización popular en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, Prometeo, 2013, y Raúl O. Fradkin y Gabriel Di Meglio (comps.), Hacer política: la participación popular en el siglo XIX rioplatense, Buenos Aires, Prometeo, 2013.

19. Ver Judith Farberman y Silvia Ratto (coords.), Historias mestizas en el Tucumán colonial y las pampas (siglos XVII-XIX), Buenos Aires, Biblos, 2009; Florencia Guzmán, Los claroscuros del mestizaje: negros, indios y castas en la Catamarca colonial, Córdoba, Encuentro, 2010. Y por supuesto el libro ya citado compilado por Guzmán y Geler, Cartografías afrolatinoamericanas: perspectivas situadas para análisis transfronterizos.

El asedio a la libertad

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