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PRESENTACIÓN
La mediación de la raza: complejidades y matices del binomio esclavización-libertad

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Florencia Guzmán y María de Lourdes Ghidoli

Este libro que presentamos, y que tiene como objetivo principal el de introducir al lector en el desarrollo del proceso de abolición y posabolición de la esclavitud en la amplia región del Cono Sur, es el corolario de dos talleres que se realizaron en la sede del Instituto Ravignani en 2016 y 2018. El primero, “Esclavitud, emancipación y ciudadanía en el Cono Sur durante el siglo XIX” y el segundo, “Abolición, posabolición y ciudadanía durante el siglo XIX en el Cono Sur”.

La idea central que propone El asedio a la libertad es puntualizar los caminos sinuosos de avances y retrocesos que conllevó el proceso de abolición y posabolición de la esclavitud en la región que nos convoca. En ese devenir, si bien la libertad se fue cercando y también configurando como un objetivo a alcanzar, esta no lograría instituirse cabalmente como tal ni siquiera con la abolición formal de la esclavitud. Cada paso hacia la manumisión era contrapuesto por prácticas de esclavización ilegal, por estrategias para preservar la opresión de los grupos dominantes y por la prolongación del comercio atlántico e interno de esclavos. Y aunque no puede soslayarse el potencial emancipador operado en esas décadas de temprano republicanismo, resulta preciso subrayar la condición de precariedad de la libertad durante el siglo XIX y los caminos de desigualdad y sojuzgamiento a los que fueron sometidos los descendientes de africanos antes, durante y después de la abolición de la esclavitud.

En torno a esta última cuestión, enfatizamos una impronta presente en este libro vinculada a su inserción en el campo de los estudios afrolatinoamericanos, campo académico interdisciplinario en pleno crecimiento, caracterizado por centrarse en temas y problemas que afectaron y afectan a las poblaciones de ascendencia africana en América Latina. Esto implica focalizar en las sociedades en las que vivió y vive dicha población, evitando limitar las problemáticas a su relación con fundamentos económicos y con el mundo laboral, aspectos por supuesto centrales pero no únicos.1 Este campo de estudios enfatiza la raza como categoría de la diferencia, de estratificación y desigualdad, y como una variable principal en los procesos de formación nacional.2

Cuando nos referimos a la raza traemos a consideración la definición conceptual del reconocido sociólogo peruano Aníbal Quijano, para quien constituye “el eje gravitacional de toda la arquitectura de su teoría de la colonialidad del poder”.3 Quijano sostiene que no hay una historia conocida antes de América pues solo a partir de las nuevas relaciones sociales establecidas con la conquista y configuradas a su vez como relaciones de dominación surgieron identidades sociales históricamente nuevas (indio, negro, mestizo, entre otras) que fueron asociadas a jerarquías y roles laborales y sociales determinados.4 De modo que la conquista inaugura una nueva grilla categorial en la que la raza y el racismo no son otra cosa que la jerarquización y atribución de valores desiguales tanto a las personas, sus trabajos y sus productos, como también a los saberes, las normativas y pautas de existencia propias de las sociedades que se encuentran a un lado y al otro de la frontera entre Norte y Sur en el proceso colonial.5

La centralidad de la raza como categoría de análisis constituye una de las novedades más importantes que exhibe este libro en tanto proporciona claves, hasta ahora poco exploradas, para indagar acerca de cómo esta ha influido en el desarrollo de los procesos históricos vinculados con la abolición de la esclavitud. Además, bajo qué formas las relaciones formadas en y por la esclavitud persistieron después de su declinación y abolición formal. Cabe destacar que la categoría de raza, tal como lo explica Paulina Alberto en el capítulo de este libro, no ha sido considerada en los contextos cotidianos ni académicos (con excepción de quienes focalizan en la cuestión racial) cuanto ha sido subsumida por la clase como marcador principal de conflicto y estratificación social.6 En el caso particular de la Argentina, la percepción generalizada de que este país constituye una excepción regional, donde la ausencia de raza y el dinamismo de clase funcionan como emblemas de una modernidad precoz, hace que sea especialmente importante interrogarse sobre la forma en que las relaciones raciales y coercitivas de la esclavitud configuraron el desenvolvimiento social y laboral de los sujetos descendientes de africanos. Resulta importante también reconocer de qué manera los estigmas y los efectos del racismo vinculados con la esclavitud continuaron condicionando la vida cotidiana, las posibilidades de movilidad social y los mercados de trabajo en la posabolición.7¿Hasta qué punto las ideologías de “inclusión racial” y la “retórica de la igualdad” presentes durante el desarrollo de la abolición trascendieron sus historias coloniales de esclavitud y desigualdad racial?

El conjunto de trabajos que integran el libro, los cuales conforman una nueva dinámica en la construcción de una cartografía social de la abolición de la esclavitud en el Atlántico Sur, cuestiona la premisa de que el proceso de abolición de la esclavitud solamente debe analizarse desde la perspectiva de la libertad y la emancipación. Aunque todavía incompleta, esta nueva dinámica cartográfica de la esclavitud ofrece distintos planos interpretativos, además del diálogo de un corpus de fuentes poco conocido, compuesto por documentos escritos –relatos históricos, memorias, reglamentaciones, artículos en la prensa, juicios civiles, protocolos notariales, papeles administrativos (cartas, informes y reglamentaciones), censos de población, registros parroquiales, documentos de escribanías, manuales religiosos– que se encuentran en los archivos nacionales y locales de la Argentina, Chile y Uruguay; así como también el análisis de artefactos visuales como fotografías, óleos y grabados.

Uno de los planos en los cuales se hacen evidentes las novedades que trajo esta nueva dinámica tiene que ver con la diversificación y riqueza temática y con la intersección de campos de análisis hasta ahora inexplorados. Aquí destacamos cuatro líneas de trabajo (incluso podrían ser otras varias más) representadas por preocupaciones que ensayan concurrencias de naturaleza diversa. Una primera línea, que reexamina los diferentes vínculos trazables entre justicia, política, prensa, ciudadanía, resulta especialmente fructífera a la hora de deconstruir la dinámica racial de la autoridad pública, como asimismo de reconocer la preocupación por los usos que los distintos agentes –autoridades, intelectuales, propietarios, esclavizados, libertos y descendientes libres– hacían de los recursos judiciales.8 En este sentido, como lo ha demostrado una rica historiografía para Latinoamérica, el archivo de justicia –tanto penal como civil– ofrece una visión muy rica y profunda de las políticas raciales, así como del funcionamiento de las relaciones raciales en las distintas esferas públicas y privadas.9

El ensayo de Lucas Rebagliati, en este volumen, cuando examina algunas instituciones judiciales y las funciones específicas del campo que producía la documentación judicial, se refiere al rol que llevaron adelante los defensores de pobres del Cabildo y también del síndico procurador –denominado síndico procurador de los esclavos– en la asistencia del colectivo de esclavos ante la Justicia de Buenos Aires desde el período colonial. El autor demuestra las cada vez mayores dificultades de parte de aquellos para llevar adelante esta tarea debido al impacto que el nuevo clima político “revolucionario” tendría en las demandas judiciales. Sucedía que la retórica antiesclavista había calado hondo entre los esclavos, sobre todo a partir de 1812, pues en febrero de ese año el gobierno revolucionario había decidido la prohibición del tráfico de esclavos. Rebagliati observa que cuando estos acudieron a la Justicia por sus propios medios, sin la intermediación de ningún regidor, hicieron uso frecuente de esta nueva retórica antiesclavista en boga y buscaron aprovechar las oportunidades y los resquicios brindados por una elite revolucionaria ávida de soldados, apoyo político y lealtad al nuevo régimen. Varones y mujeres esclavizados les recordaban a los jueces que sus amos eran europeos, denunciaban conspiraciones, describían sus sacrificios por la patria, acudían a nuevos ámbitos institucionales como la Junta o la Asamblea General Constituyente de 1813 y solicitaban servir en los cuerpos militares, etc.10 Incluso también citaban la legislación concreta que había iniciado el proceso de abolición gradual de la esclavitud haciendo referencia a los decretos que prohibían el tráfico esclavo y a la ley de libertad de vientres.

Por su parte, Alex Borucki, en su capítulo “Del juzgado a los periódicos: los soldados libertos y el diarista y defensor José María Márquez en Montevideo, 1828-1831”, establece una relación entre las peticiones ante la Justicia realizadas por los soldados libertos para lograr la libertad y el papel de la prensa como una pieza esencial de la vida política rioplatense del siglo XIX y una de las fuentes del abolicionismo en las recientes repúblicas hispanoamericanas. El autor reconstruye para ello la trayectoria de José María Márquez, un escritor español abolicionista que publicó periódicos en Buenos Aires y Montevideo durante la segunda mitad de la década de 1820. Márquez, en carácter de defensor de menores y esclavos elegido en Montevideo bajo el gobierno patriótico provisional de 1829, publica en la prensa de Montevideo algunos casos judiciales con el objetivo de defender la libertad de los soldados libertos. Como lo explica Borucki, Márquez hizo algo que ningún otro defensor había hecho antes: publicar en la prensa los casos para no solo obtener un resultado particular positivo, sino con la intención de encender el debate político conducente hacia la abolición. Si bien la discusión de los casos judiciales para debatir la abolición en las publicaciones periódicas no era una práctica novedosa en el caso de Brasil, sí lo era para Montevideo, y en esta produce un pasaje desde el ámbito de la Justicia –los casos judiciales de emancipación– hacia la política pública de la abolición. Los argumentos patrióticos esgrimidos en ella contribuyeron a la opinión general de que los soldados libertos no debían ser reesclavizados (lo cual fue generalmente convalidado por las autoridades). Desde esta perspectiva, el servicio militar habría tenido un rol fundamental en el socavamiento de la esclavitud, en cuanto este pasó a ser visto como antipatriótico para una audiencia cada vez más amplia y políticamente activa. Otro tanto ocurre con las acciones de los antiguos esclavos que proporcionaron argumentos y bases nacionalistas para concebir la abolición de la esclavitud en el Uruguay independiente.

Una segunda línea de investigación es la que introducen los ensayos de Paulina Alberto y Florencia Guzmán que proveen una perspectiva mayormente inexplorada de las continuidades y racializaciones de género durante el proceso de abolición de la esclavitud. El análisis de ciertas categorías como “liberta”, “criada”, “doméstica” resulta fundamental para lograr una mayor comprensión acerca de cómo las relaciones formadas en y por la esclavitud persistieron después de la declinación de ese régimen.

Aquí se vuelve indispensable el concepto de interseccionalidad desarrollado por el feminismo negro ya que permite vislumbrar los modos interpenetrados de dominación que se imponen particularmente sobre las mujeres racializadas.11 ¿Cómo se dio esta relación del género con la raza en el devenir de las mujeres negras que labraron márgenes de libertad, resistencia y opresión distintos de aquellos surgidos en otros contextos? ¿Qué posibilidades tuvieron las mujeres esclavizadas, libertas y libres de negociar o contrarrestar las derivaciones de la condición de esclavitud?

A través de una fuente testamentaria Alberto examina las relaciones de dependencia y subalternización establecidas entre una patrona esclavista, Josefa Warnes, y la “liberta” Cayetana Braga Warnes, quien en 1834 cuando tenía tres años recibió la donación de una vivienda de parte de Josefa. A través de la promesa de herencia Josefa se aseguraba el cuidado de su vejez, imponiendo (o creando) obligaciones tradicionales vinculadas con la esclavitud. La escritura notarial se refería a Cayetana repetidamente como liberta, término que resurgió a comienzos del siglo XIX en el Río de la Plata para designar a un nuevo sujeto legal: los individuos manumitidos por el Estado y no por sus amos. Para Alberto, el análisis del término liberta resulta fundamental en cuanto habría jugado un rol significativo de mediación, moviéndose entre un sistema jurídico de distinción, ya en decadencia, basado en la raza o ascendencia, a un sistema emergente basado en la clase y la ocupación. Otro tanto ocurre con la expresión “criada”, con la que son designadas las mujeres que figuraban en documentos anteriores como “esclavas”. El uso por parte de Josefa Warnes del término “criada”, más suave y ambiguo, le sugiere a Alberto un sutil cambio conceptual en la condición de estas mujeres en los años transcurridos desde su manumisión, tal vez en reconocimiento a su lealtad y a la promesa de libertad. La autora concluye que el trabajo de “criada”, íntimamente asociado con la esclavitud, junto con unas relaciones paternalistas y un estatus degradado y escaso en derechos, continuaba en existencia más allá de la erosión del sistema formal de aquella. Contribuía a ello la mediación de categorías supuestamente naturales, como la raza, el género y la ascendencia.

El trabajo de Florencia Guzmán, en una línea de análisis similar, indaga acerca del modo en que el espíritu y la aplicación de la normativa de 1813 en la ciudad de Buenos Aires interactuaron con las estructuras de género y la raza. Ese ensayo analiza las condiciones de género de la ley de libertad de vientres promulgada por la Asamblea General Constituyente de 1813 en las Provincias Unidas del Rio de la Plata. En este caso, al igual de lo que sucedió con las leyes de libertad de vientres aprobadas en otras naciones latinoamericanas, quienes estaban sujetos a la ley no eran esclavos pero tampoco gozaban de libertad inmediata. Antes de ser totalmente libres, las libertas y los libertos debían a los amos de sus madres (“patronos”) un tiempo de servicio (“patronato”), los varones hasta que cumplieran veinte años y las mujeres, dieciséis (más temprano si se casaban). Aquí Guzmán examina cómo la lógica del vientre materno no solamente operó en el plano de la legislación y en todo lo que concernía a ello, sino también en lo cotidiano de las personas esclavizadas y de las libres. Los datos demográficos le proporcionan claves interesantes para pensar sobre la manera en que las mujeres afro, y la situación de sus hijos libertos o libres, van a ir conformando diversas estructuras u opciones familiares junto a diferentes experiencias de libertad. Una de esas vías tiene que ver con el mundo del trabajo y con la noción de domesticidad inscripta en la población afrodescendiente y construida en estas décadas de abolición. La producción de domesticidad se encuentra imbricada en esta investigación tanto con la esclavitud y las representaciones de género y de raza como con las leyes e instituciones que regulaban el camino hacia la libertad después de la ruptura del orden colonial.

En la transición de la abolición de la esclavitud, enmarcada por la renuencia y el lenguaje autocongratulatorio de la libertad, una tercera línea de investigaciones examina las diferentes formas en que las relaciones formadas en y por la esclavitud persistieron después de la declinación y abolición formal de esta. En América Latina, la historiografía referida a la posabolición, es decir al período posterior de la declaración de extinción de la esclavitud, hace hincapié en las continuidades y en la construcción de un orden liberal sumamente desigual, aunque sin la mediación de una discriminación jurídica al respecto. Una serie de estrategias para continuar con la trata esclavista de manera clandestina, tanto durante el proceso de “gradual abolición” como durante los años posteriores a ella; la aplicación de nuevas categorías legales y laborales, la “domesticación” y el “blanqueamiento” y la invisibilización de los descendientes de africanos junto al “silencio” y a la “despolitización racial” serían solo algunas de las manifestaciones de esas continuidades.12

El trabajo de Guido Cassano aporta una perspectiva mayormente inexplorada de esas continuidades. El conflicto bélico iniciado a fines de 1825 que envolvió a las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio de Brasil tuvo un impacto muy fuerte sobre la por entonces pequeña población de Carmen de Patagones, ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires. Esta situación se debió al arribo de 382 africanos esclavizados capturados al navío negrero brasileño San José Diligente por el buque corsario nacional Lavalleja. Como consecuencia de la normativa vigente en las Provincias Unidas del Río de la Plata –prohibición del tráfico de esclavos de 1812 y la ley de libertad de vientres de 1813–, los africanos ingresados a Patagones pasaron a tener el estatus jurídico de libertos. Las autoridades nacionales y locales –en el contexto de la guerra con Brasil primero y de las tensiones con algunos grupos indígenas más tarde– tomaron una serie de medidas tendientes a reclutar masivamente a estos jóvenes incorporándolos a la guarnición militar del fuerte local. De modo que el uso del término “liberto” se generalizó para acompañar a un rango cada vez más amplio de condicionamientos a la libertad. Pasando por encima de la ley de “suelo libre” de 1813, que debería haber liberado completamente a aquellos africanos recapturados, el Estado aprobó legislación para reclutar a los hombres físicamente aptos para el servicio militar –en general no pago– y para vender a las mujeres y niños –en general para el servicio doméstico– bajo los términos del patronato. A diferencia del Reglamento de 1813, el estatus legal de estos libertos estaba definido de forma mucho menos precisa, según reglas cambiantes y bajo ningún control, lo que abría grandes márgenes para la existencia de prácticas abusivas.

En esta línea de investigación Florencia Thul Charbonnier estudia las prácticas consecutivas de continuación del tráfico de esclavos en Montevideo protagonizadas por los comerciantes brasileños desde la década de 1830, o sea, luego de la formación del Estado Oriental del Uruguay. A los fines de la investigación, esa década resulta muy importante en tanto marcó el inicio del proceso que culminó con la abolición final de la esclavitud en 1842. El ensayo de Thul, en línea con la historiografía uruguaya más reciente que examina el desarrollo de la abolición de la esclavitud, subraya y analiza la complejidad de este proceso en el país vecino: sus marchas y contramarchas y las diversas estrategias utilizadas por los propietarios brasileños y orientales para sortear las prohibiciones del tráfico y darle continuidad al ingreso de africanos esclavizados al territorio de Uruguay. Según la autora, si bien el rol de los comerciantes y propietarios de esclavos brasileños y de los propietarios orientales en estas prácticas no ha sido estudiado de forma específica, en todos ellos aparece explicitado el protagonismo de aquellos. Mientras algunos esclavistas sacaban a escondidas a mujeres esclavizadas embarazadas fuera del país para retornarlas más tarde con sus hijos en calidad de esclavos y no como libertos, otros introdujeron “sirvientes personales” para que fueran vendidos luego como esclavos. Incluso se echó mano al recurso de introducir “colonos” africanos,13 cuya práctica revelaba y enmascaraba una situación muy cercana a la de la esclavitud.

En tercer lugar Fátima Valenzuela analiza en clave local/regional el proceso de abolición y posabolición en la jurisdicción de Corrientes, Argentina. En 1854, un año después de la sanción de la Constitución Nacional, el gobierno de Juan Gregorio Pujol aplica el artículo 15 que pone fin a la esclavitud en Corrientes. A los efectos de darle aplicación a esta normativa, los jueces de paz llevaron a cabo un empadronamiento para dar cuenta del número de esclavizados existentes en el territorio provincial. Los documentos obrantes exhibieron un total de 95 esclavos en el amplio territorio jurisdiccional y una edad promedio de cuarenta y un años. Este total representaba solo el 20% de los registrados en el censo de 1841, cuando sumaban 466 esclavos. Valenzuela examina esta rica documentación producida por los jueces de paz que, bajo el título de “Registros de asiento de esclavatura y otorgamiento de libertad”, despliega una prolija historia de cada individuo esclavizado: su lugar de nacimiento, edad, fecha de compra, precio, nombre del amo, desempeño, estado de dominio. A esta invalorable información local, que hasta el momento no se conoce para otras jurisdicciones provinciales y que ofrece un registro notable de los sujetos esclavizados en un período clave de abolición de la esclavitud, Valenzuela suma el examen de otra categoría de servilización y/o esclavización presente en la documentación como era la de “sirviente”. De acuerdo con la definición aportada por un juez de paz, la condición del sirviente establecía que el exesclavo tenía dos caminos: o “quedarse al servicio de sus amos como sirviente o separarse a buscar subsistencia libremente con gusto”.14

De modo que el ensayo de Valenzuela, así como los anteriores de Thul Charbonnier, Cassano, Guzmán y Alberto, revela las dificultades que tenía la sociedad de mediados del siglo XIX para deshacerse de la lógica que dictaba que los propietarios y patrones, varones y mujeres, tenían el derecho de disponer del trabajo y destino de las personas de ascendencia africana, aunque estos fueran libres, libertos o libertas. Esto era particularmente notable en la esfera del servicio doméstico, donde formas de esclavitud “más o menos disfrazadas” podían persistir sin ningún control más allá de la abolición formal de esta.

Otra de las líneas de trabajo presentes en este libro es aquella que entrelaza los conceptos de raza, representación e igualdad (este último íntimamente vinculado al de libertad). En los inicios de esta presentación nos hemos referido al primero de ellos. Por tanto, nos abocaremos ahora a circunscribir la noción de representación, situada temporal y geográficamente. Stuart Hall señala que se trata de una práctica cultural, primordial en los procesos de producción y circulación de sentidos dentro de una sociedad: por tanto, las representaciones son prácticas significantes “que producen sentido, que hacen que las cosas signifiquen”.15 También Roger Chartier se ha ocupado largamente de este concepto enfatizando que las representaciones sociales “se sustentan siempre en los intereses del grupo que las forja”.16 Ello da lugar a una lucha simbólica entre grupos dominantes y subalternizados, que se sirven de los sistemas de representación como armas. Al igual que Hall, el historiador francés se interesa en el “trabajo de la representación”, en comprender cómo funciona efectivamente la representación suscitando estrategias y prácticas de cara a las clasificaciones, esquemas intelectuales codificados, que articulan el mundo social. Y, estrictamente vinculado con nuestro interés, la existencia de un régimen representacional racializado funcionando al interior de nuestras sociedades que se centra en la naturalización de la diferencia racial.17 Los modos y las prácticas de (auto)representación como mediación simbólica permitieron y aun permiten construir un imaginario dentro del cual se asignan roles específicos, sea sociales, laborales, raciales, de género, en nuestro caso, a los miembros de la población de ancestros africanos.

La igualdad, la tercera de las nociones que hemos mencionado, es primordial para el proceso de abolición de la esclavitud y el posterior contexto posabolición. Sobre ella debería sustentarse el “beneficio otorgado” de la libertad. Sin embargo, y a pesar de la frecuencia con que es invocada desde los estamentos privilegiados de la sociedad, es también un reclamo reiterado por parte de los afrodescendientes. Ello da cuenta de la divergencia entre los discursos y lo que efectivamente sucedía en la práctica. Esta distancia entre lo escrito y su aplicación no es una novedad, pues es recurrente en cualquier ámbito. No obstante, si bien desde lo enunciado la igualdad (fuera normativa, bíblica, de derechos) comprendería a todos los habitantes de los territorios a los que refiere cada ensayo, es interesante advertir que, en la práctica, no es un punto de partida, sino que se instaura como un punto de llegada; una meta a lograr.18 Entonces, poniendo en suspenso la palabra escrita y atendiendo a la vida cotidiana de las personas involucradas, ¿de qué manera podría la igualdad ser alcanzada por la población de ascendencia africana que partía de situaciones decididamente desventajosas como la esclavización? La paradoja de la igualdad solo confirmaría la desigualdad “como un acto de injusticia y no un déficit de quien no lo alcanza”.19

En este sentido, por medio de estudios de casos y de una metodología indiciaria, el ensayo de Hugo Contreras Cruces analiza cómo operaban, en un contexto de igualdad normativa, las representaciones y los prejuicios desde la sociedad blanca y desde los propios afros en Chile entre las postrimerías del régimen esclavista y la temprana abolición (1823) y mediados del siglo. Los casos seleccionados corresponden a las milicias y a la Iglesia, dos ámbitos de poder fundamentales en el siglo XIX y de potencial ascenso y reconocimiento social. En los dos primeros ejemplos, ligados a las representaciones, la ascendencia africana de los protagonistas fue un obstáculo para quienes buscaron ocupar puestos en el ejército y en el clero: las voces opositoras imbricaron orígenes raciales y características morales no deseadas como la holgazanería, los vicios, la deshonestidad que explícitamente eran opuestos a la templanza, la racionalidad, la laboriosidad o el decoro necesarios para esos cargos.20 Durante la década de 1830, ya abolida la esclavitud y finalizada la guerra civil, se reorganizaron las tropas independentistas en lo que sería la Guardia Nacional. Para Santiago se estableció que uno de los cuatro batallones urbanos estuviera integrado por oficiales y soldados pertenecientes al antiguo Batallón de Infantes de la Patria, otrora compuesto por milicias de castas. Esta resolución derivó en dificultades a la hora del reclutamiento pues, aun desde el fin de las guerras de independencia, los descendientes de africanos buscaron autorrepresentarse bajo el rótulo de artesanos, eludiendo categorías racializadas como las de pardos y morenos, atravesadas por representaciones estereotípicas construidas desde las elites. Ser artesano denotaba laboriosidad y honradez, virtudes contrapuestas a los vicios enumerados con anterioridad. A partir de estos estudios de casos, Contreras Cruces plantea que la desaparición de los afros en los registros documentales se debió tanto a las representaciones sociales que los grupos dominantes asignaron a los afros como de los propios afros que buscaron asimilarse al conjunto social.

Por su parte, María Agustina Barrachina se aboca al estudio de la subalternización de las mujeres afrodescendientes en el ámbito de Buenos Aires en el período que abarca el proceso de abolición de la esclavitud, haciendo foco en la educación segregada de las niñas. Para ello pone en juego perspectivas de análisis diversas, como la historia de la educación, los estudios sobre afrodescendencia y la historia de género. Si bien, como señala la autora, mucho se ha investigado sobre la educación en primeras letras durante el siglo XIX en la Argentina, el aporte fundamental de su trabajo es atender a los modos en que se concibió la educación para las niñas de ascendencia africana en el período que nos convoca. Para su análisis, Barrachina entrecruza fuentes de diversa índole, lo cual le permite dar cuenta de las representaciones que la elite porteña construyó sobre las mujeres afrodescendientes contemporáneas y futuras, fuera desde niveles gubernamentales y fuera desde asociaciones más privadas como la Sociedad de Beneficencia: la educación de las niñas incorporaba enseñanza de oficios ligados al rol que indefectiblemente tendrían que cumplir cuando fueran adultas. Esto, por tanto, debía redundar en una educación separada, la Escuela de Castas, denominación propuesta por Bernardino Rivadavia que explicitaba la segregación al hacer uso de criterios de diferenciación coloniales. Ante la demora en su instalación (1838), se esgrimieron justificaciones presupuestarias y no tardó en llegar el reclamo de igualdad de derechos por parte de los descendientes de africanos a través de la prensa y de solicitudes, para lo cual invocaron como demostración legitimadora su participación en las guerras de la independencia. Dos décadas después, en 1857, Mariquita Sánchez formulaba un planteo opuesto indicando la disparidad entre igualdad ante la ley e igualdad de clase.21 En su pesquisa, Barrachina pone en evidencia las dificultades en la construcción de una república basada en el concepto moderno de igualdad en sociedades que se habían fundado a partir de la desigualdad, agravándose en este caso pues a la variable diferenciadora de la raza se sumaba la del género.

La indagación de Magdalena Candioti se centra en un manual de piedad publicado en Buenos Aires en 1839 en el momento más complejo de la era rosista. Su original había sido editado en francés en 1818 y 1822 por Henri Grégoire, religioso que apoyó a la Revolución Francesa y la causa abolicionista, y estaba dirigido a un público específico, los hombres negros y de color de Haití. Aquí nuevamente hace su aparición la idea de igualdad, en este caso bíblica, desde la portada del manual donde se lee un versículo del Eclesiastés: “Todos los hombres son formados del mismo polvo y de la misma tierra de que fue formado Adán”. Sin embargo, como indica Candioti, la igualdad civil solo sería posible “al abandonar los trazos invisibles de su «alteridad» y unirse a la «civilización», a los modos de vida europeos y, muy especialmente, a la devoción cristiana”. A su vez, la autora propone un análisis que pone la lupa en lo escrito y en las imágenes incluidas en el texto editado en Buenos Aires, no solo para relevar qué temas fueron considerados necesarios para representar visualmente, tanto en la publicación en francés como en la local, sino también porque este análisis resulta imprescindible si tenemos en cuenta que los potenciales receptores –los “hombres negros y de color” de Buenos Aires– no contaran con el dinero para adquirir la publicación y/o gran parte de ellos fuera analfabeto o cuasi analfabeto. A diferencia del texto, las imágenes eran accesibles en un golpe de vista. Interesantemente, Candioti nos plantea la doble intencionalidad de esta publicación en la problemática encrucijada de ataques internos y externos que enfrentaba Rosas. El manual se instalaba, por un lado, como estrategia política que buscaba integrar de manera pacífica a la población de origen africano local; y, por otro, como estrategia religiosa y cultural que derivara en formas moderadas de expresión de la religiosidad a partir de la intención manifiesta del manual de ser un objeto que llevara a la meditación y a la reflexión sobre temas piadosos.

En su ensayo, María de Lourdes Ghidoli propone reflexionar sobre la relación entre afrodescendencia y cultura visual durante el proceso abolicionista y en la inmediata posabolición de la esclavitud en la Argentina. Las imágenes se colocan en el centro de atención buscando destacar el rol que desempeñaron en los entramados histórico-políticos en cuestión. La necesaria interrelación entre lo escrito y lo visual tiene un lugar de relevancia en Las esclavas de Buenos Ayres demuestran ser libres y gratas a su noble libertador –imagen vinculada con la abolición del tráfico de esclavos, no con la emancipación–, pues ambos registros se introducen en la propia obra estableciendo una paradoja entre esclavitud y libertad. En este sentido, la autora propone que este contrasentido podría asociarse con la necesidad de reforzar el apoyo de los afroporteños al gobierno de Rosas. Para el período posabolición, son cuatro las obras elegidas: una de Benjamín Franklin Rawson y tres de Prilidiano Pueyrredón. En especial las de este último artista se encuentran atravesadas explícitamente por la noción de raza y de igualdad ante la ley, y las dificultades que traía aparejada la libertad de las personas esclavizadas. Para su examen, y debido al mayor grado de polisemia de las imágenes frente a los discursos,22 resulta crucial el entrecruzamiento con material escrito como las observaciones de cronistas y conocedores de arte, aparecidas en publicaciones periódicas contemporáneas, y aun de historiadores posteriores. Asimismo, Ghidoli plantea un contraste sustancial entre El escobero de Rawson y las obras de Pueyrredón: mientras el primero exhibe un personaje aislado, sin marco geográfico o espacial que lo sitúe en Buenos Aires, Pueyrredón hace interactuar a los afrodescendientes con otros personajes en el ámbito de la ciudad. Para la autora, esta diferencia entre aislamiento y convivencia de personas de ascendencia africana en la trama social y racial bonaerense redundaría de manera diversa en la construcción del imaginario nacional.

A pesar de existir, como señala Chartier, una lucha simbólica dentro del sistema representacional, las políticas de representación dominantes prevalecen aun en la actualidad. Estas, aplicadas a grupos de población subalternizados, como la población negra en el Cono Sur, construyeron y construyen primordialmente sujetos unívocos, fijos, marcados por rasgos estereotípicos. Por tanto, en estos ensayos resultó fundamental tomar en consideración quiénes producen, construyen a esos otros, “bajo qué régimen jerárquico se efectúa esta operación y, en definitiva, qué relaciones sociales destilan dichas imágenes”.23

Esta cartografía social de la abolición de la esclavitud que presentamos procura ser un paso más hacia la comprensión de este proceso histórico –que tiene fuertes consecuencias hasta el presente– no solo en el marco de contextos locales (ciudades, Estados, naciones, etc.) sino también en la búsqueda de establecer diálogos más allá de las fronteras territoriales.

Para finalizar, quisiéramos agradecer a los autores de los ensayos que aquí se ofrecen: Paulina L. Alberto, María Agustina Barrachina, Alex Borucki, Magdalena Candioti, Guido Cassano, Hugo Contreras Cruces, Lucas Rebagliati, Florencia Thul y Fátima Valenzuela, por su generosidad y excelente predisposición ante nuestros pedidos y en el cumplimiento de los tiempos de entrega, siempre escasos. Va un agradecimiento especial a Raúl Fradkin, quien nos ha regalado un prólogo exquisito no solo por su bella y amena escritura sino también por la minuciosidad de los análisis de cada artículo. Su mirada desde fuera del campo de los estudios afrolatinoamericanos ha sido un aporte inestimable. Por último, un reconocimiento al Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, en cuya sede se desarrollaron los talleres que dieron forma a este libro y que brinda al Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos (GEALA) un espacio no solo físico sino especialmente de apoyo a nuestro trabajo.

1. De esta interdisciplinariedad dan cabal cuenta las Jornadas de Estudios Afrolatinoamericanos que se vienen realizando de manera bianual desde 2010 en Buenos Aires. Ver las actas de las seis ediciones de las jornadas en el sitio web del Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos (GEALA) (Instituto Ravignani, UBA-Conicet), geala.wordpress.com.

2. Ver Alejandro de la Fuente y George Reid Andrews, “Los estudios afrolatinoamericanos, un nuevo campo”, en Alejandro de la Fuente y George Reid Andrews (eds.), Estudios afrolatinoamericanos: una introducción, Buenos Aires, Clacso, 2018, p. 12.

3. Rita Segato, “Aníbal Quijano y la perspectiva de la colonialidad del poder”, en La crítica de la colonialidad en ocho ensayos, y una antropología por demanda, Buenos Aires, Prometeo, 2018, p. 53.

4. Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en Edgardo Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Flacso, 2000, p. 202.

5. Ver Rita Segato, La crítica de la colonialidad, p. 18.

6. Ver George Reid Andrews, Los afroargentinos de Buenos Aires, 1800-1900, Buenos Aires, De la Flor, 1989; Lea Geler, Andares negros, caminos blancos: afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX, Rosario, Prohistoria, 2010; Alejandro Frigerio, “«Negros» y blancos en Buenos Aires: repensando nuestras categorías raciales”, en Leticia Maronese (ed.), Buenos Aires negra: identidad y cultura, Buenos Aires, CPPHC, 2006, pp. 77-98; Paulina L. Alberto y Eduardo Elena, “The shades of the Nation”, en Paulina L. Alberto y Eduardo Elena (eds.), Rethinking Race in Modern Argentina, Cambridge University Press, 2016.

7. Ver Paulina L. Alberto, “Liberta por oficio: negociando los términos del trabajo no libre en Buenos Aires en el contexto de la abolición gradual, 1820-1830”, en este libro.

8. Ver las compilaciones y libros más recientes que refieren a algunas de estas relaciones: Silvia Mallo e Ignacio Telesca (eds.), “Negros de la patria”: los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, Paradigma Indicial, 2010; Darío Barriera, La Justicia y las formas de autoridad: organización política y justicias locales en territorios de frontera. El Río de la Plata, Córdoba, Cuyo y Tucumán, siglos XVII y XIX, Rosario, Conicet-ISHIR, 2010; Raúl O. Fradkin (comp.), El poder y la vara: estudios sobre justicia y la construcción del Estado en Buenos Aires rural, Buenos Aires, Prometeo, 2007, y La ley es tela de araña: ley, justicia y sociedad rural en Buenos Aires, 1780-1830, Buenos Aires, Prometeo, 2009; Juan Manuel Palacio y Magdalena Candioti (comps.), Justicia, política y derechos en América Latina, Prometeo, Buenos Aires, 2007; Magdalena Candioti, Un maldito derecho: leyes, jueces y revolución en la Buenos Aires republicana, 1810-1830, Buenos Aires, Didot, 2017; Carolina González Undurraga, Esclavos y esclavas demandando justicia: Chile, 1740-1823. Documentación judicial por carta de libertad y papel de venta, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2014.

9. Remitimos a un excelente trabajo de síntesis referido a la historiografía del derecho y la esclavitud en Brasil: Brodwyn Fischer, Keila Grinberg y Hebe Mattos, “Las leyes, el silencio y las desigualdades racializadas en la historia afrobrasileña”, en Alejandro de la Fuente y George Reid Andrews (eds.), Estudios afrolatinoamericanos, pp. 170-175.

10. AGN, sala IX, Administrativos, 23 de agosto de 1804, exp. 1050, 1813. AGN, sala IX, Administrativos, 23 de agosto de 1806, exp. 1095, 1817.

11. El concepto de interseccionalidad desarrollado por el feminismo negro permite comenzar a vislumbrar los modos interpenetrados de dominación que se imponen sobre las personas negras imposibles de asir desde una perspectiva lineal. Desde esta concepción las mujeres negras se encuentran como colectivo en el fondo de la pirámide ocupacional ya que el estatus social es más bajo que el de cualquier otro grupo. Al ocupar esta posición, soportan lo más duro de la opresión sexista, racista y clasista; a diferencia de los hombres negros, “que pueden ser víctimas del racismo pero a quienes el sexismo les permite actuar como explotadores y opresores de las mujeres. Asimismo, de las mujeres blancas que pueden ser víctimas del sexismo pero el racismo les permite actuar como explotadoras y opresoras de la gente negra” (bell hooks, “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista”, en AA.VV., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Madrid, Traficantes de Sueños, 2004 [1984], pp. 33-50). Ver además Elsa Dorlin, Sexo, género y sexualidad: introducción a la teoría feminista, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009. Para una discusión sobre la genealogía de los enfoques interseccionales y la importancia política del concepto, “enfatizando los aportes del black feminism, el feminismo de color y el feminismo latinoamericano como enfoques epistémicos descolonizadores”, ver Mara Viveros Vigoya, “La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación”, Debate Feminista, Nº 52, 2016, pp. 1-17.

12. Una vez más remitimos a la medulosa síntesis historiográfica que sobre estos procesos realizaron las académicas brasileñas Brodwyn Fisher, Keila Grinberg y Hebe Mattos, “Las leyes, el silencio y las desigualdades racializadas”, pp. 175-177. Ver además Keila Grinberg, “Emancipación y guerra en el Río de la Plata, 1840-1865: hacia una historia social de las relaciones internacionales”, Historia de México, vol. LXIX, Nº 2, 2019, pp. 693-742; Kim Butler, Freedoms Given, Freedoms Won: Afro-brazilians in post-abolition São Paulo and Salvador, New Brunswick, Rutgers University Press, 1998.

13. Ver un análisis en profundidad del caso de los “colonos” africanos en Alex Borucki, Abolicionismo y tráfico de esclavos en Montevideo tras la fundación republicana, 1829-1853, Montevideo, Biblioteca Nacional, 2009, pp. 79-107.

14. AGPC, Correspondencia Oficial, t. 142, f. 69.

15. Stuart Hall, “The work of representation”, en Stuart Hall (ed.), Representation: Cultural representations and signifying practices, Londres, Open University, 2010 [1997], p. 24, subrayado en el original.

16. Roger Chartier, “La historia cultural redefinida: prácticas, representaciones, apropiaciones”, Punto de Vista, Nº 39, 1990, p. 44.

17. Stuart Hall, “The spectacle of the «Other»”, en Stuart Hall (ed.), Representation: Cultural representations and signifying practices.

18. Ver Leonardo Javier Visaguirre, “Dos interpretaciones posibles frente a la categoría de «raza»: Quijano y Foucault”, Algarrobo-MEL, vol. 6, 2017-2018, pp. 1-12.

19. Ibídem. El autor se apoya en la paradoja de la igualdad (de las inteligencias) propuesta por Jacques Rancière en El maestro ignorante: cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, Barcelona, Laertes, 2003.

20. Esta correlación entre rasgos morales (y en ocasiones intelectuales) y procedencia étnico-racial se nutría de disciplinas seudocientíficas como la fisiognómica, sumamente popular en el período analizado y en la base del racismo científico posterior. La fisiognómica proponía que el “hombre interior” podía ser descifrado a través de su aspecto exterior. Tal disciplina había existido desde la antigüedad, pero a fines del siglo XVIII adquirió una popularidad notable, gracias a la obra de Johann Lavater. Para un recorrido histórico sobre esta seudociencia, ver Marta Penhos, “Frente y perfil: una indagación acerca de la fotografía en las prácticas antropológicas y criminológicas en Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX”, en AA. VV., Arte y antropología en la Argentina, Buenos Aires, Fundación Espigas-FIAAR, 2004, pp. 36-37.

21. Es interesante destacar el empleo del término “clase” como extensivo a la población afroporteña. En la época era común el empleo de la expresión “clase de color” aun en los propios periódicos afroporteños, contemporáneos (como La Raza Africana o sea El Demócrata Negro y El Proletario, ambos de 1858) o posteriores (décadas de 1870 y 1880). Para estos últimos, ver Lea Geler, Andares negros, caminos blancos.

22. Ver José Emilio Burucúa y Laura Malosetti Costa, “Una palabra equivale a mil imágenes: polisemia, grandeza y miserias de las representaciones visuales”, Concreta, Nº 0, 2012, pp. 6-13.

23. Eva Lamborghini y Lea Geler, introducción al debate “Imágenes racializadas: políticas de representación y economía visual en torno a lo «negro» en Argentina, siglos XX y XXI”, Corpus, vol. 6, Nº 2, 2016, doi.org.

El asedio a la libertad

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