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Capítulo I: Un intento de definición.

En busca de las raíces

¿Qué es la masonería?

¿Un partido político?, ¿un sindicato?, ¿una religión?, ¿una secta?, ¿una sociedad secreta? ¿Por qué es tan difícil encasillarla? ¿Cuáles fueron sus orígenes?

A todas estas preguntas intentaremos dar cumplida respuesta procurando “deshacer entuertos”, muchos de ellos envueltos por leyendas populares en España, fomentadas y enriquecidas generación tras generación por intereses político-religiosos y determinadas coyunturas históricas que necesitaban (o no) defenderse contra ella para salvaguardar su doctrina tradicional.

Los contubernios judeo-masónicos delatados no son propios del nacionalcatolicismo de1939 a 1975, sino de mucho antes, cuando la mentalidad fundamentalista identificó el nombre de masón con misas negras, profanación de hostias, asesinatos rituales de infantes y culto al demonio.

El Diccionario Enciclopédico de la Masonería1 define esta como una asociación universal, filantrópica, filosófica y progresiva que procura inculcar a sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y las artes, desarrollar en el corazón humano los sentimientos de abnegación y de caridad, la tolerancia religiosa, los deberes de la familia. Asimismo, tiende a extinguir los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de opiniones de creencias y de intereses, uniendo a todos los seres humanos por los lazos de la solidaridad y confundiéndolos en un tierno afecto de mutua correspondencia. Procura, en fin, mejorar la condición racial del ser humano por todos los medios lícitos y especialmente por la institución, el trabajo y la beneficencia. Tiene por premisa libertad, igualdad y fraternidad.

Los orígenes de la masonería

Algunas teorías son tan disparatadas como para llevar los orígenes de la masonería hasta el Génesis bíblico, ya que la humanidad había sido creada hacia el año 3761 a.C., considerando los días bíblicos como períodos de tiempo relativamente largos (aunque no tan largos como serían después las eras geológicas).

Adán y sus contemporáneos serían los primeros masones, como Noé, Enoch o Moisés, y con mayor verosimilitud Hiram, el supuesto constructor del templo de Salomón en Jerusalén, cuyos sacerdotes judíos habrían conservado la sabiduría hermética que legarían a los Templarios en el siglo XII a. C.

Aunque parezca un disparate el hacer que coincidan el origen de la masonería con la Creación, tenemos que pensar que esta ha estado rodeada de misterio y que prestigiosos masones de los siglos XVIII y XIX, tales como H. Olivier, Anderson o Ramsay, así lo admitieron y defendieron en sus escritos.

Desde un punto de vista más científico, aunque sin abandonar las especulaciones fantasiosas, algunos autores como C. Knight y R. Lomas, hablan de remontar los orígenes de la masonería a la prehistoria, concretamente a la construcción de los monumentos megalíticos en los que se mezclan la técnica constructiva y unos supuestos conocimientos astronómicos, como el famoso crómlech de Stonehenge en Gran Bretaña. Si eso fuera así, la masonería podría haber existido ya entre el séptimo y tercer milenio a. C. Mucho antes de que el diluvio bíblico asolara el planeta, que según los descubrimientos del arqueólogo sir Leonard Woolley, habrían tenido lugar hacia el año 315 a. C.

Sin embargo, esta teoría está plagada de objeciones porque cómo podemos saber si los hombres que construyeron Stonehenge tuvieron un acervo de ciencia esotérica y hermética. Todo esto son conjeturas sin pruebas fehacientes.

Christian Jacq

En la segunda mitad del siglo XX se hizo famoso Christian Jacq con sus libros de esoterismo y novelas que tenían por escenario el Egipto faraónico. Conspicuo masón, situó a lo largo del Nilo el origen de la sociedad secreta, conectándola con religiones mistéricas de la Antigüedad, tal como desarrolló en su obra La masonería: historia e iniciación a la que relacionó con El misterio de las catedrales2.

Para Christian Jacq, Adán no sería el culpable del pecado original, sino el primer iniciado en los misterios. Según esta concepción, la masonería dejaría de ser una sociedad filantrópica o humanitaria para convertirse en la guardadora de los ideales iniciáticos presentes en las religiones mistéricas de la Antigüedad y en los movimientos posteriores gnósticos y ocultistas3.

Entre los constructores del Templo de Salomón existió un grupo de individuos reunidos bajo el título de Caballeros del Templo que constituyeron una auténtica Orden con la finalidad de construir sus pórticos y se la relacionó con la secta de los esenios4.

Aspectos masónicos también se han querido rastrear en el propio Código de Hammurabi (hacia el 2000 a.C.) y entre los escritos sumerios que hablan de la fundación de ciudades y la construcción de sus templos en elementos tan significativos como las escuadras, cinceles y reglas de las que algunas imágenes son portadoras. Nadie pone en duda que la construcción de las pirámides exigió un grado de especialización técnica para las que la dirigían solo reservada a los iniciados. La arquitectura egipcia tuvo que ser enseñada en secreto, y los que aspiraban a su conocimiento, obligados a parar por una serie de pruebas reglamentadas por los sacerdotes.

Grecia

Desde las orillas del Nilo, la influencia en la cultura griega se hizo patente culminando en la época ptolemaica (siglos IV al I a. C.). El historiador Plutarco nos habla de ello (siglo I a. C.) y de su ascendiente en la Roma de los primeros reyes hasta el punto de que las organizaciones de construcciones sagradas, pudieran ser parecidas.

Los arquitectos constructores de los teatros dionisíacos fueron muy pronto iniciados en el culto a Dionisio (Baco para los romanos), extendiéndose por Asia Menor, Siria, Persia e India. En Pérgamo (s. III a. C.) sus constructores sacerdotes poseyeron una organización semejante a la de los francmasones europeos de finales del siglo XVII. Para acceder al grado de constructor debían superar una serie de pruebas en las que existían palabras y signos de reconocimiento herméticos relacionados con el dios helénico Hermes, inventor de todas las ciencias y artes, al que se le unió el nombre de Trismegisto (tres veces grande), asociado al dios egipcio Tot. Se le conectó con la figura de un supuesto rey muy antiguo, autor de numerosos escritos de influencia platónica y bíblica, que tuvieron gran influencia desde el siglo IV hasta el Renacimiento.

En Pérgamo existieron comunidades semejantes a las logias con el nombre de colegios, sínodos o sociedades, sobresaliendo las corporaciones de Attalus (Atalo I y II fueron reyes de Pérgamo) y de Eschina, dirigidas por un maestro y sus colaboradores inmediatos (inspectores) que se renovaban cada año. Celebraban reuniones secretas en las que se utilizaban símbolos que atañían a los instrumentos de su profesión, y los más ricos y capacitados debían ayudar a los menores, a los pobres y enfermos.

A los que así lo hacían se les erigían monumentos funerarios. También podían pertenecer a ella nobles, aunque no tuvieran dicha profesión e incluso, parece ser, que el propio rey Atalo II lo fue.

Thomas Paine (1737-1809)

De origen británico, emigró a Norteamérica. Iniciado en el cuaquerismo, abrazó los postulados de la Ilustración. Su obra Common Sense reforzó al partido de la independencia. Cuando regresó a Gran Bretaña se entusiasmó con las ideas de la Revolución Francesa. Perseguido por el gobierno inglés, se refugió en Francia (1792) y recibió la ciudadanía francesa, obteniendo un escaño en la convención. Mal visto por los jacobinos, en 1802 volvió a los EE.UU. Iniciando en la masonería, publicó Orígenes de la Francmasonería en la que recogió las tesis de los correligionarios de la época. Al final de su vida volvió al cuaquerismo.

En su libro sobre la masonería, Paine afirma que esta era una religión solar transmitida por los sacerdotes egipcios de Heliópolis, los mongos de la antigua Persia y los druidas celtas. Según él, la religión cristiana sería una parodia de la adoración del Sol en la que lo sustituían por un hombre llamado Cristo. Sin embargo, defendían la masonería por preservar sus ceremonias en estado original, tal como los druidas las leyeron, aunque su origen se perdía en el laberinto del tiempo y del espacio, siendo los egipcios, los babilonios, los caldeos, Zoroastro y Pitágoras los que habrían llegado algo más de mil años antes de Cristo. Paine aseguraba que se habrían refugiado en su carácter ocultista y mistérico.

Comparaba la simbología de las diversas logias, sus ceremonias e incluso su calendario, que tenían como centro el origen del solsticio de verano, el 24 de junio. Aceptaba que la masonería habría intervenido en la construcción del Templo de Jerusalén, pero no que esta fuera su origen, construcción que catalogaba como manifestación oculta del culto solar.

Que la base histórica de la hipótesis de Paine se tambalee es lo de menos, lo importante es que una personalidad dentro de su mundo, definía la masonería como sociedad secreta y ocultista, y que esto debía ser así, sobre todo, en el ámbito cristiano y singularmente católico. En la actualidad, estas premisas han variado un tanto, pero los masones más recalcitrantes continúan apoyándose.

Robert Longfield, a mediados del siglo XIX, repetiría casi lo mismo: “La sabiduría masónica ya estaba presente en las pirámides de Egipto, las construcciones helénicas de Micenas y Tirinto, de los fenicios de Tiro, de los etruscos de Volterra en Italia y en las ciudades de Mohenjo-Daro y Harappa. Las logias habrían crecido pues, hacia el siglo XIV y XIII a. C., mucho antes de la construcción del Templo de Jerusalén, y los grandes iniciados fueron los sacerdotes de Eleusis, los etruscos, egipcios y los discípulos de Zaratita y de Pitágoras, sin olvidar a los de Kung-Tsé.

Sin embargo, para Longfield, los primeros misterios fueron guardados por los sacerdotes del templo griego de Eleusis, dedicado a la diosa Deméter, no de Atenas, diosa de carácter agrario (en latín Ceres, de donde deriva la palabra cereal). Tras Eleusis vinieron todos los demás en una cadena que terminaba en los constructores medievales de las catedrales.

Roma

A finales del siglo VIII a. C., a su segundo rey legendario Numa Pompilio, se le atribuye la organización religiosa y el reglamento de los colegios de oficios o artesanos en cuya cúspide colocó a los arquitectos (fabrorum), sociedades profesionales con una fuerza social comparable a nuestros sindicatos. Numa ordenó traer griegos como maestros para organizarlos, y con ellos el culto a Dionisos se transformó en el de Baco. Fue durante el Imperio cuando estas sociedades alcanzaron su mayor influencia, teniendo el privilegio para establecer sus propias leyes, poseer una jurisdicción propia, así como jueces y magistrados. El colegio de arquitectos consiguió la inmunidad constructiva, privilegio que continuó durante los tiempos medievales y que heredaron los denominados masones libres.

Ya entonces, las logias constituían los lugares de reunión con asambleas cerradas exclusivas de los miembros de su oficio. Al igual que en Grecia, en ellas se acordaban la distribución y ejecución de los trabajos, y se iniciaba a los neófitos en los secretos imprescindibles para el oficio constructor, revelando los signos especiales identificativos que se inspiraban en los útiles profesionales.

Los miembros de las logias tenían tres grados o niveles: aprendices, compañeros y maestros. Todos los miembros tenían la obligación de prestarse ayuda mutua, que ratificaban por juramento y se reconocían entre sí por signos herméticos. Tras el proceso de iniciación, eran admitidos como miembros de pleno derecho y se les daba un diploma en el que se consignaba su cualidad y grado para distinguirse de los de su collegium y del resto.

Ya durante la República destacaron tanto las asociaciones de constructores hasta el punto de que Julio César tuvo que reglamentarlos para mermar su poder a través de la Ley Julia. Sin embargo, las grandes obras realizadas durante el Imperio, provocaron su reclusión y durante el Bajo Imperio, los collegia recuperaban toda su importancia al necesitar expertos matemáticos y geómetras, indispensables para el arte de la construcción que desarrollaron los patagónicos y euclidianos. Las sinagogas judías se habían establecido en tiempos de César en Roma y expandido por el resto del Imperio. Con Octavio Augusto, algunos romanos se convirtieron al judaísmo, su influencia fue pues indudable en los collegia de los constructores. Este alcanzó un incontestable poder en el siglo III a. C. extendido por todas las ciudades del Imperio.

Existieron también otras corporaciones menores relacionadas con las de arquitectos, como las que agrupaban a los realizadores de planos para las operaciones militares, diseñadores de puentes, arcos, caminos. Tanto las unas como las otras, extendieron la vida, las costumbres romanas, los símbolos y el conocimiento desarrollado en las logias por todo el ámbito del Imperio. Tras su caída, los collegia sobrevivieron y aunque las invasiones bárbaras redujeron su impulso, con el establecimiento del cristianismo, resurgieron espoleados por las construcciones de iglesias y monasterios, así como su organización y tradiciones ancestrales.

Los primeros tiempos medievales

Las invasiones bárbaras no fueron tan traumáticas como cabría suponer porque no ocurrieron a la vez, y porque la mayoría de pueblos estaban romanizados en mayor o menor grado. La sociedad romana no fue del todo aniquilada y muchas de sus estructuras pervivieron a la vez que se produjo por la convivencia la lenta fusión en los pueblos invasores, que, por otra parte, su población estuvo en franca minoría, no llegando a superar el 5% de toda la del Imperio.

La caída del Imperio romano de occidente provocó que fuera la Iglesia cristiana la gran salvadora de las tradiciones romanas, mientras el sumo pontífice fue el nuevo rector de la vida política de Roma. Él y los obispos emprendieron la reconquista espiritual del Imperio. Los collegia de constructores sobrevivieron más o menos favorablemente, según los nuevos reinos. Así ocurrió con los de Borgoña y visigodo. Sin embargo, entre los francos y los anglosajones, tuvo que transcurrir el tiempo al compás del afianzamiento de la nueva Iglesia romana, mientras la reconstrucción de los collegia fue más lenta. En el norte de Italia, los lombardos respetaban a los maestros constructores transmisores de la geometría euclidiana, la aritmética y los secretos de la arquitectura de forma oral, de maestro a discípulos.

Los conventos cristianos de los siglos VI y VII fueron refugio seguro para ellos, en especial los benedictinos, que contribuirían al nacimiento del período románico y más tarde del gótico.

En sus viajes de evangelización entraron en contacto con los nueve pueblos y esto produjo unas formas organizativas nuevas, aunque sin abandonar la mayor parte de la tradición anterior. Así ocurrió en el ámbito de lo que luego sería Austria, Dinamarca o Bélgica, por ejemplo. La construcción de nuevos templos necesitó de conocimientos profundos que solo poseían los arquitectos. Arquitectura y geometría se catapultaron en la búsqueda de la verdad, meta final de la ciencia, en un periodo de decadencia política y de expansión del cristianismo por occidente.

El Imperio romano de oriente o Imperio bizantino, al subsistir durante diez siglos (395-1453) salvaguardó la cultura y civilización latina en su versión griega. Uno de los problemas a los que hubo de enfrentarse su cristianismo, fue el de las religiones mistéricas que pulularon entre la masa popular, muchas de ellas de origen oriental, Mitra, pero también Atis o el Sol, hasta el punto de que su cristianismo se contaminó en gran manera de sus misterios.

Con la recuperación de territorios occidentales (algunos efímeramente) por Justiniano, los collegia se salvaron pasando a llamarse escuelas (scholae) ligados a los collegia bizantinos.

Clérigos anglosajones, afianzado ya el cristianismo en sus tierras, viajaron a Roma y al sur de Francia en busca de constructores para sus iglesias. El sistema feudal impidió en muchos lugares el asentamiento definitivo de estos por considerar el trabajo artesano y constructor obra de siervos. Los maestros constructores se refugiaron en los monasterios, ya que su reglamentación les proporcionaba un escape para esta condición, cristianizado el reino lombardo de Italia, permitió la continuidad de las agrupaciones profesionales denominadas Ministerios. En el 643 el rey Rotario los reconoció por un edicto agrupados alrededor del lago de Como y sus proximidades, por lo que adoptaron el patronímico de comacini. Organizados libremente como predecesores, siguiendo las antiguas tradiciones de los colegios romanos, al multiplicarse, decidieron hacerse itinerantes reunidos en una gran sociedad. Los papas aplaudieron su idea, pues mientras se dedicarían a la construcción de iglesias y monasterios en los lugares que los necesitaran, reafirmarían la expansión del cristianismo. Obtuvieron así un monopolio de su trabajo, así como su protección concediendo los diplomas correspondientes y dependiendo directamente de la Sede de San Pedro, exentos de todas las cargas fiscales locales.

En el Imperio romano de oriente, los constructores se impregnaban de orientalismo persa y copto desde Santa Sofía a la veneciana San Marcos, las Galias, Europa Central y Oriental (Rusia). El románico español de algunos lugares (Toro, Zamora) tuvo su sello bizantino. Con ello llegó el sincretismo de tradiciones filosóficas que impregnaron las denominadas herejías como el gnosticismo del que ya hemos hablado y que ha llegado hasta la masonería actual.

La independencia de la Iglesia permitió la movilidad de las nuevas asociaciones de constructores que dependían de ella, aunque loicas, continuaron conservando su antiguo carácter sagrado. Al finalizar la Alta Edad Media y con el nacimiento de las ciudades, los constructores comenzaron a independizarse de los conventos e instituciones eclesiásticas, dispuestos a protagonizar en un futuro próximo el milagro de las catedrales góticas.

Las cruzadas y los templarios

Las cruzadas fueron empresas que, a partir de fines del siglo XI hasta la segunda mitad del XIII, pretendieron rescatar los Santos Lugares de Palestina a los turcos. Fracasaron, pero prolongaron la agonía del Imperio bizantino; la marcha hacia la unidad en los Estados occidentales y entre el pueblo en torno a la figura del monarca y la decadencia del feudalismo. Consecuencias económicas e intelectuales fueron la creación de nuevas rutas comerciales de las cuales se beneficiaron las Repúblicas ciudadanas de Venecia y Pisa; la entrada de nuevos productos en Europa y el intercambio científico y literario, producto también de la permanencia de los árabes en España. Finalmente, las consecuencias religiosas militares fueron entre otras la creación de las Órdenes Militares, sobresaliendo para la cuestión del origen de la masonería la del Temple.

La Orden o los Caballeros del Templo o Templarios fue fundada por Hugo Payés en 1118 en defensa de los Santos Lugares de Jerusalén y para la protección de los peregrinos que a ellos acudían, tras su rescate en la primera cruzada (la única que consiguió su objetivo). Ellos serían los que descubrirían en el siglo XII la sabiduría oculta implícita en el Templo de Salomón.

Monjes que lucían votos de castidad, pobreza y obediencia, y aguerridos guerreros transmitieron a occidente buena parte de la sabiduría oriental, pero el enorme poder financiero de los gobernantes (a semejanza de lo que sucedió con los judíos) y singularmente el del rey de Francia Enrique IV, que de acuerdo con el papa Clemente disolvió la orden, sometió a proceso a su gran maestre Jacques de Molay y lo condenó a la hoguera el 18 de marzo de 1314. En la pira mortuoria emplazó ante el Tribunal de Dios a que comparecieran ante el pontífice, el monarca y su mayordomo, Guillermo de Nogaret, para responder por el proceso antes de que concluyera el año, como así sucedió, y la dinastía reinante francesa, también se extinguió en poco tiempo.

Un grupo de templarios se refugió en Escocia donde el rey Roberto los acogió favorablemente, y contribuyeron a preservar la independencia de Escocia. Algunos de ellos establecieron contacto con maestros albañiles que se expresaban a través de una simbología ocultista así como en sus logias.

En la capilla de los Saint Clair de Rosslyn, símbolos templarios coexisten con los masónicos posteriores. Quizás los templarios se relacionaran con los maestros albañiles de forma espontánea, dado que algunos de ellos habían sido seducidos en Oriente por cosmovisiones gnósticas, junto con el deseo de que la venganza hacia el papado y a la monarquía francesa, hubiera anidado en su corazón.

Tal supuesta vinculación de algunos templarios a la masonería llenó el vaso de su historia y de su propaganda, y se buscó su enlace en el inicio de los tiempos como receptores de secretos herméticos. Así no es de extrañar que una Orden de los Caballeros Templarios y otros con el apelativo de templarios, lo hicieran en Escocia, Irlanda y EE. UU.

Los templarios enemigos de la Santa Sede por las circunstancias, tuvieron una relación innegable en el siglo XIV con maestros escoceses. Otra cosa es la cadena de atribuciones con un pasado remoto hermético. Además, existen logias que no acaban de ver lo primero, de forma innegable.

Los constructores de catedrales

En la Baja Edad Media, las corporaciones derivadas de los collegia, dieron lugar a los gremios según una antigua teoría, pero esto solo se ha confirmado en las zonas de Italia que se hallaban bajo el dominio bizantino. El gremio medieval es el resultado de la conjunción de dos acciones: la de la libre asociación de los artesanos urbanos, que a partir del siglo XI constituyeron cofradías (fratermitates) con fines religiosos y asistenciales y la de los poderes públicos que intentaban controlar la calidad y el precio del producto. Pocos gremios medievales tuvieron tanto influjo y repercusión en la historia posterior como el de los constructores de la Baja Edad Media. No existe la menor duda de que fue el originario de la denominada masonería operativa que siglos después, en el siglo XVIII, se transformaría en masonería especulativa, no ya con el fin constructivo, pero sí con un ritual semejante de iniciación, nomenclatura y organización.

El escalón más bajo lo constituían los aprendices que permanecían unos diez años (variables según las circunstancias) bajo el control de un maestro. Después estaban los oficiales, obreros o cumpagnors (en los reinos francos). Debían ejercer su oficio “bien y lealmente” junto al maestro durante varios años por medio de un acuerdo o contrato verbal o escrito. Se accedía a maestro realizando una obra maestra o excepcionalmente mediante el pago de un dinero.

En Inglaterra, los gremios custodiaban celosamente las artes de su oficio, que solo enseñaban a personas muy concretas y que se reunían en cabañas llamadas logias. Su objeto era burlar las ordenanzas que fijaban los emolumentos por sus trabajos de albañilería y como tales, estaban sometidos a una reglamentación moral.

Cuando un candidato deseaba ingresar en el gremio, debía prestar un juramento de lealtad y de honradez. En el acto de iniciación, el candidato juraba mantener en secreto todos aquellos hábitos y costumbres del gremio. Sin embargo, no todos obtenían el aprobado. Alcanzar el puesto de maestro albañil, tanto en Inglaterra, como en el resto de Europa Occidental equivalía a convertirse en una de las figuras más importantes del reino. Según los países existieron variantes de los mismos. El nombre de franc-masón, deriva del francés franc-magon (por mucho tiempo la lengua oculta de Inglaterra) con el significado de albañil libre o free-mason o free-stone-mason5.

Se han conservado hasta ciento treinta versiones de las ordenanzas inglesas de fines del siglo XIV en las que se estipulaba la creencia en Dios de sus miembros así como las enseñanzas dentro de la ortodoxia católica, rechazando cualquier atisbo de herejía, obedecer al monarca, no desear al elemento femenino familiar del maestro, prohibición del juego de cartas durante ciertas fiestas religiosas y de frecuentar los prostíbulos. Aquí estas prohibiciones no diferían de las de los otros gremios, pero es que hasta entonces su finalidad era meramente profesional. Sin embargo, hemos de recalcar cómo los masones posteriores se aprovecharon de la reglamentación para ascender en el escalafón y no se podía transmitir sus conocimientos sin permiso de sus superiores. Sin lugar a dudas, se sentaron las bases para la auténtica masonería especulativa.

Fran, Lorenzo y Arus, Rosendo: Buenos Aires, Kiev 1962. 3 vols.

El misterio de las Catedrales (Barcelona, 1999) y La masonería: historia e iniciación (Barcelona, 2004).

Los gnósticos constituyeron diversas variantes o escuelas de una secta surgida en el siglo II que sintetizaba doctrinas filosóficas griegas y orientales y con complicadas cosmologías, constituyendo diversas asociaciones con grados de iniciación. En 1945 se descubrió una importante biblioteca gnóstica en el Alto Egipto escrita en copto y en periodo de estudio. Una parte se editó en 1977.

Sus comunidades religiosas se establecieron junto al mar Muerto con bienes compartidos y hábitos ascéticos y pacíficos. Los aspirantes tenían que someterse a una serie de pruebas antes de ingresar en la comunidad. Los alumnos vestían un mandil blanco. Poseían grandes conocimientos arquitectónicos y singulares rituales y ceremonias. Jesucristo fue identificado como uno de ellos. Los manuscritos de Qumrán los relacionan con el cristianismo primitivo.

Es decir, el albañil que trabaja la piedra de adorno, para distinguirlo del rough-mason, trabajador tosco comúnmente aplicado a los canteros ingleses. Se encuentra en un acta conservada del Parlamento del año 1350, reinando Eduardo III, que en el tiempo se reduciría a la de freemason (libres de impuestos). Al ser la mayoría extranjeros, se defendían por encima de todo de pagar estos impuestos, cosa que debían hacerlo las corporaciones autóctonas. En la actualidad, es como si hubieran conseguido en nuestra terminología, la autonomía sindical.

La masonería

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