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ОглавлениеCapítulo II: Los inicios de la masonería
histórica. La logia del otoño medieval
y el Renacimiento
Se admite que la palabra masonería deriva, bien del sánscrito “ver”, bien del latín lux (luz). Ambas etimologías hacen referencia a la visión y a la imagen, señalando que solo se ve con claridad lo que se halla en plena luz. También se emparenta el vocablo con el antiguo logos como “razón” y con loggia en italiano, “estancia”, “sala”.
La logia era un obrador, un refugio y con frecuencia un edificio permanente. Generalmente, se trataba de una casa de madera o piedra donde los obreros trabajaban resguardados de la intemperie, pudiendo albergar hasta veinte canteros. Desde el punto de vista laboral, se trataba de una oficina de trabajo en la que había mesas o tableros de dibujo y un suelo de yeso para trazar un esquema de la obra. Servía también como tribunal presidido por el maestro albañil que mantenía la disciplina y aplicaba la reglamentación de la construcción.
La construcción de grandes edificios públicos establecía vínculos de estrecha unión entre los artistas y los operarios durante el largo espacio de tiempo en que tenían que convivir, y esto daba lugar a una comunidad de aspiraciones estable y un orden necesario e imprescindible que comportaba una subordinación completa e indiscutible.
La cofradía de los canteros estaba constituida por aquellos operarios hábiles que abarcaban tanto los obreros encargados de pulimentar los bloques públicos, como los artistas que los tallaban y los maestros autores de los planos. En los lugares en que se emprendía una obra de envergadura se construyeron logias y en su entorno habitaciones que constituían colonias y conventos, pues los trabajos de edificación duraban, por lo general, muchos años (y a veces se interrumpían por circunstancias diversas y se volvían a reanudar más pronto o más tarde). Las ordenanzas (Old Charges) reglamentaban la vida de los trabajadores con uno de los objetivos principales para lograr una total concordia fraternal, necesaria para la realización de una gran obra.
Durante el final de los tiempos medievales y el Renacimiento, los gremios albañiles no fueron más allá de agrupaciones artesanales que debían cumplir las normas. Todos pertenecían a este oficio, no como más tarde cuando los masones tenían alguna conexión real (si es que la tenían) con él.
Santos patrones
También el gremio de albañiles, como los demás, tuvo sus santos patrones protectores: san Juan Bautista o de verano y san Juan Evangelista o de invierno, así como los cuatro cantos coronados, tal como refieren los estatutos de los picapedreros medievales, vigentes todavía en el siglo XVI.
En los Estatutos de Ratisbona de 1559 leemos su comienzo: “En el nombre del Padre, del hijo, del Espíritu Santo, de la bienaventurada Virgen María, así como de sus bienaventurados siervos, los cuatro santos coronados, a su memoria eterna”.
Y después de citar a la jerarquía corporativa de maestros, compañeros y aprendices, señala que para entrar en la corporación es necesario haber nacido libre y ser de buenas costumbres, no debiendo vivir en concubinato, ni entregarse al fuego. Es obligatoria la confesión y la comunión, al menos una vez al año, siendo excluidos los bastardos y los masones itinerantes, sin objeto de previsiones especiales.
Más que una profesión artesanal, los miembros del gremio de albañiles medievales fueron considerados como trabajadores de un arte liberal en una situación social relativamente elevada. Su encumbrada posición se revela en la iconografía medieval de Dios Padre como Creador, dibujando el universo con un compás, símbolo que pasará después a la moderna masonería especulativa.
Existen muchas Biblias ilustradas conservadoras en las que puede verse como nota dominante (así como en muchas posteriores) un gran compás con el cual Dios traza el límite del Universo. Compás típicamente medieval, no demasiado grande. Con él el maestro albañil podía trasladar el diseño de un croquis previo más pequeño al tamaño real, en un suelo cubierto de yeso.
Ya a finales de la Edad Media, existen documentos con aspectos que volvemos a encontrar en las logias masónicas modernas. En el Museo Británico se conserva The Cooke Manuscript con referencia a una masonería especulativa y no gremial. Escrito en 1450 casi tres siglos después, las Constituciones de Anderson reproducen elementos de este texto, como las referencias a las artes y al Templo de Salomón.
El paso a la masonería especulativa o simplemente masonería, tal como en la actualidad la entendemos, tendría lugar los últimos años del siglo XVI, ya en plena edad moderna y sobre todo, a lo largo del siglo XVII. El monarca Jacobo VI, concedió a un tal William Schaw el título de Máster of the Work and Warden General (Maestro de la obra y guarda o Vigilante General).
En 1598 fueron decretados por él mismo unos estatutos en los que se consignaban todos los deberes que los masones debían seguir. Un año después se menciona casi sin tapujos el conocimiento esotérico que los miembros de su logia debían alcanzar y hacían una referencia a la logia madre de Escocia: Lodge Kilwinning, prueba fehaciente de su existencia ya entonces. Todo ello, según algunos, ha hecho considerar a Schaw como el padre fundador de la masonería, tal como en la actualidad la entendemos, sin embargo, sus estatutos son en su mayor parte un reflejo de las denominadas Constituciones de los Masones de Estrasburgo fechadas en 1459 y de los Estatutos de Ratisbona de 1498.
Los Estatutos de Schaw
¿Quienes eran los cuatro
mártires coronados?
Según la leyenda del siglo XIII recogida por un tal Jacobo Vorágine (que Umberto Eco menciona en su famosa obra El nombre de la Rosa) que titularía la Leyenda Dorada, al parecer cuatro mártires fueron azotados por orden del emperador Diocleciano hasta morir. En un principio sus nombres se ignoraron, pero al paso de los años, se descubrió que eran escultores y habían sido martirizados por negarse a tallar la imagen de un ídolo. Fueron encerrados en sarcófagos de plomo y arrojados al mar en el año 287. No existe constancia de los talladores de piedra. Se llamaban Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino6.
Los Cuatro Santos Coronados
Es posible que durante el siglo XVI tuvieran lugar en los antiguos gremios una mutación como consecuencia de su ocasional contaminación esotérica de los siglos anteriores en sociedades secretas de carácter ocultista a la que contribuyó la llegada de otros miembros no precisamente albañiles. La iniciación masónica de John Boswell en la logia de Edimburgo conservada del 8 de junio de 1600, parece referirse a dicho sentido, aunque por el momento fuera originalmente solo operativa o gremial.
Iniciación masónica
Ferrer Benimeli recoge los ritos de iniciación masónica7 referentes a los usos de los masones canteros y carpinteros de Alemania. Recepción e ingreso en la entidad, el derecho de la logia, los exámenes y el ejercicio de hospitalidad, usos y costumbres que se han perpetuado con gran fidelidad hasta nuestros días.
Finalizando el tiempo de su aprendizaje, el aspirante solicitaba su ingreso. Para ello presentaba una prueba de honradez y de su nacimiento legítimo.
El aspirante recibía un signo (como se conservan en las piedras de los edificios románicos y góticos, lo que servía de sello o logotipo en la época actual) que debía de reproducir en todas sus obras y constituía su marca de humor.
El hermano (frater, compagnon) que le había propuesto se encargaba en especial de su dirección. En un día determinado, se presentaba el aspirante en el lugar en el que se reunía el cuerpo del oficio, una vez preparado por parte del maestro de la logia el salón destinado para ello. Al estar consagrada a la paz y la concordia la sala, los hermanos entraban sin ninguna clase de arma. Una vez todo dispuesto, así como los asistentes, el maestro declaraba abierta la sesión.
El compañero encargado de la preparación del aspirante, siguiendo una costumbre ancestral pagana, le obligaba a adoptar el aspecto de un mendigo. Tras despojarlo de las armas y objetos metálicos, le desnudaba el pecho y el pie izquierdo y con una venda en los ojos le conducía a la puerta de la sala ceremonial. Esta se abría tras haber llamado dando tres fuertes golpes.
Un segundo compañero le guiaba hasta el maestro y este le hacía arrodillarse, mientras se elevaba una plegaria al Altísimo. Después el aspirante daba tres vueltas a la sala y se situaba ante la puerta, ponía los pies en ángulo recto y efectuaba tres pasos hasta llegar al sitio que ocupaba el maestro, quien tenía una mesa delante y encima de ella se encontraba el libro de los evangelios, así como la escuadra y el compás, instrumentos muy importantes que ya no serían abandonados en épocas posteriores hasta nuestros días.
El venerable maestro hacía al aspirante una serie de preguntas rituales que aquel tenía que contestar según fórmulas establecidas y sin equivocarse. Arrodillado ante la mesa o pedestal, con el pie derecho “en ángulo medio” y las puntas del compás tocándole el pecho, el aspirante, juraba no revelar, escribir, dictar, tallar, marcar, grabar o reproducir de cualquier otra forma parte alguna de los secretos de la masonería.
Finalizada la ceremonia del juramento, se quitaba al aspirante la venda, mostrándole la gran luz. Se le hacía entrega de un nuevo mandil, que le reconocía como aprendiz aceptado, designándole el sitio que debía ocupar, y por último, el saludo que posteriormente usaban los aprendices francmasones.
En algunas logias de la actualidad, el juramento es muy semejante al que utilizaban los masones medievales. Se ha conservado en un manuscrito de Edimburgo de 1686 el siguiente:
“Juro por Dios y por San Juan, por la Escuadra y el Compás, someterme al juicio de todos, trabajar al servicio de mi maestro en la honorable logia del lunes por la mañana al sábado y guardar las llaves, bajo pena de que me sea arrancada la lengua a través del mentón y de ser enterrado bajo las olas, allí donde ningún hombre lo sabrá”.
Otras variantes serían:
“Que me rieguen el cuello, me arranquen la lengua de raíz y me sepulten en las arenas del mar durante la marea baja, o a la distancia de cien brazas de la orilla, allí donde las aguas suben y bajan dos veces cada veinticuatro horas, o el castigo más eficaz de quedar estigmatizado para siempre como hombre perjuró voluntariamente, desprovisto de toda valía mental y absolutamente indigno de ser recibido en la venerable logia”.
En 1641 tuvo lugar en Inglaterra la iniciación de Robert Moray y el 16 de octubre de 1646 la de Elías Ashmole como recuerdan en su Diario, en Warrington Cheshire en una logia convocada expresamente para ello. Es importantísimo constatar que en ella “ya no había un solo miembro albañil”. El 10 de marzo de 1682 en una misión, que el propio Ashmole realizó a la logia de Londres escribía:
“Recibo una convocatoria para que me presente a una logia (en este caso “reunión”) que se celebrará mañana en Mason’s Hall”.
Lo más importante es que Ashmole se relacionaba con los principales eruditos compatriotas de la época, como Robert Boyle, Christopher Wren, Isaac Newton, John Wilkins. La relación de esta nueva masonería especulativa con los ilustrados es evidente, pero a la vez hay que resaltar que Ashmole era a la vez un claro aficionado del ocultismo que dedicaba buena parte de su tiempo a la alquimia y a la astrología.
Elias Ashmole
Los rosacruces y la masonería
El gran componente gnóstico de la doctrina de los rosacruces influyó en mayor o menor grado en algunas logias masónicas operativas en la segunda mitad del siglo XVII que se hallaban en camino de transformación. Una extraña doctrina al parecer invención del abad de Adelsberg (Alemania), Juan Valentín Andreas, de confesión luterana, basada en la felicidad y la solidaridad. El citado abad creó una historia de ficción sobre un tal Christian Rosenkreuz, fundador de la Orden en la segunda mitad del siglo XIV, tal como citaba la obra, Fama Fraternitatis de la Meritoria Orden de la Cruz Rosada publicada en Alemania en 1614.
En una Alemania desquiciada por la Reforma, la contraofensiva de la Contrarreforma y la Guerra de los Treinta Años su doctrina hermética prosperó y paró a Inglaterra en donde se fundaron numerosas sociedades extendiéndose por toda Europa, sirviendo como vehículo de transformación masónica.
Fue en Londres donde consiguieron una gran aceptación y contribuyeron a la fundación de la Royal Society (1660) en la capital inglesa con el propósito principal de ampliar el ámbito de las ciencias. Todo lo contrario a la concepción sobrenatural que había invalidado con fuerza en aquella época el campo de la filosofía y de la teología. De aquellos grupos saldrían muchos líderes de la nueva masonería especulativa, hasta el punto de crearse un grado importante con su nombre, el de Caballero Rosacruz dentro de su escalafón.
En Inglaterra el defensor más destacado de los rosacruces, el médico Robert Fludd (Rosacruces o Hermandad de la Cruz Rosada) afirmaba que su sabiduría significaba, en primer término, un nuevo sistema de filosofía natural procedente en parte de la observación de la naturaleza y las estrellas. Sostenía que el universo visible estaba lleno de signos místicos; los iniciados en la verdadera sabiduría podían reconocerlos y alcanzar un conocimiento perfecto de todas las cosas del cielo y de la tierra. La facultad de comprensión, tal como Fludd la veía, la otorgaba al espíritu divino a personas elegidas, puras de corazón, a las que los hombres vulgares no reconocían, pues eran dueñas de riquezas celestiales, pero pobres para el mundo. Los dones del espíritu, terminaba, eran profetizar, realizar milagros, conocer lenguas y sanar a los enfermos. La vida de Fludd se extendería entre 1574 y 16378. Tras cierto oscurecimiento, el Rosacrucismo volvió a resurgir espléndidamente en el siglo XIX y se transmitió boyante a los EE. UU.
Robert Fludd
La leyenda de Christian Rosenkreuz se refiere a este como “filósofo, matemático y constructor de instrumentos, que sintió deseos ardientes de realizar una reforma y buscó quien le ayudara”. Se le ha comparado a Hiram Abiff, figura principal y alegórica del ritual masónico, el descubrimiento supuesto de su tumba (1614) sería el principio de todo el ancho mundo”, tal como llamaba la Fama Fraternitatis que mezclaba doctrina calvinista en la cábala (tradición esotérica del judaísmo emparentada según algunos, otros lo niegan, con el gnosticismo y hermetismo).
Este elemento gnóstico está presente en los orígenes de la masonería moderna del siglo XVIII:
“Cuando Dios dio la ley a Moisés, también hizo una segunda revelación del significado secreto de tal ley”. La cábala pretende desvelar el misterio de la creación sin un Dios que existe, pero no es creador: el mundo procedería de un ser primordial por vía de progresivas emanaciones a través de los Sefirot (o cones) emanaciones intermedias. Todo lo que existe está ordenado de acuerdo con el alfabeto hebreo, “lengua sagrada usada por Dios para dirigirse a los hombres”. Los cabalistas crearon un complicado método de valoración numérica de cada palabra de alfabeto sagrado, una numerología. Y los rosacruces lo tomaron junto a otras ciencias ocultas. Según ellos el mundo debería quedar en el “mismo estado que lo encontró Adán”. Pretendían traer su sabiduría del Antiguo Egipto ya en el siglo XIV a. C., los primeros rosacrucianos se reunieron en la Gran Pirámide donde fueron iniciados en los grandes misterios. La influencia en la masonería es evidente. Si el mundo debería quedar en “el mismo estado que lo encontró Adán” podrían ser considerados como los primeros ecologistas.
Símbolo de los Rosacruces
La transición a la masonería moderna
El paso de la masonería medieval de los constructores de catedrales, cualidad que se ha venido a llamar masonería operativa (opera = construir) que poseía la característica principal de observación estricta de la ley cristiana entre sus miembros, la frecuencia a la iglesia, a la masonería moderna (masonería especulativa (especular = meditar, reflexionar, teorizar) puede rastrearse a través de una serie de documentos que permiten apreciar la transición que abarca fundamentalmente de 1660 a 1716, tal como se guardan en la St. Mary’s Chapel Lodge de Edimburgo(en donde se reunía la Gran Logia).
En sus archivos (completos desde 1599) se revelaba cómo paulatinamente durante el siglo XVII, aparecieron junto a auténticos trabajadores de la piedra otros personajes que poseían una profesión absolutamente distinta: abogados, comerciantes, mercaderes y cirujanos.
Sabemos que por aquel tiempo, asistían a las reuniones de las logias aficionados a la arquitectura como accepted masons (masones aceptados) o miembros honorarios. Eran patrocinadores de los gremios y les prestaban ayuda económica financiando catedrales y monasterios, pero en el siglo XVI su construcción había llegado a su fin y entonces se dedicaron a hacerlo, en su mayoría, a edificios laicos.
La creación de las academias de Arquitectura, singularmente en Italia, dio el golpe de gracia al sistema gremial de aprendizaje de la construcción y el sistema ritual de secretismo de su oficio. Al terminar la construcción de las grandes catedrales, las hermandades y logias masónicas pasaron lentamente a manos de los miembros adoptivos y así los especulativos llegaron a imponerse a los operativos. Así fue como la masonería especulativa tomó las riendas sobre todo, a partir de 1717 y singularmente en las denominadas Constituciones de Anderson en 1723. Durante ese periodo se produjo un cambio político con el paso de la dictadura de Oliver Cromwell (fallecido en 1658 y obligado su hijo Ricardo a dimitir en 1660) a la restauración efímera de los estatutos que acabarían con la revolución de 1688 y la llegada de Guillermo III de Orange, que otorgaría grandes privilegios al Parlamento e inaugura un nuevo sistema de gobierno destinado a tener un gran porvenir.
Constituciones De Anderson
Por cierto que a Oliver Cromwell, que había ordenado la ejecución de Carlos I (1649), algunos le colocaron el “sambenito” de haber impulsado la masonería especulativa, cosa improbable para un dictador.
Diversos trastornos civiles asolaron Inglaterra y singularmente Londres por aquellos años. En 1665 una epidemia de peste declarada en la ciudad provoca noventa mil muertos. Al año siguiente el “Gran Incendio” convierte en cenizas alrededor de cuatro quintas partes de la urbe. El arquitecto Sir Christopher Wren intentó inútilmente transformarla de acuerdo con los planos de codificación por él diseñados, conforme a nuevos criterios. Realizaría la catedral de San Pablo, así como la erección de treinta iglesias. Fue el canto del cisne de los masones operativos europeos reunidos para reconstruir la ciudad.
¿Cuáles fueron los motivos que impulsaron a quienes poco tenían que ver con la constitución a ingresar en asociaciones que iban difuminando esa profesión, aunque conservando la estructura de los antiguos canteros?
Todo son conjeturas. Uno de sus principales “ganchos” de seducción fuera quizás el secretismo y sus misterios con un espíritu semejante al que había engendrado el rosacrucianismo convencidos de que mediante ellos pudieran acceder a la oculta sabiduría. El doctor William Stukeley, primer secretario de la Sociedad de Anticuarios de Londres, confesó que “la curiosidad le indujo a iniciarse en los misterios de la masonería, pues sospechaba que pudiera tratarse de vestigios de los misterios de la antigüedad”.
Otro factor fue probablemente el creciente interés de los aficionados a la arquitectura y la antigüedad (que terminaría con el Barroco y alumbraría el Neoclasicismo),9 aspecto que contribuiría a la citada creación de academias de Arquitectura. Esta afición se espoleó entre los jóvenes ricos interesados en realizar el gran viaje por Europa en especial por Italia, Francia y otros países10 y que luego regresaban repletos de una pasión por la arquitectura de Andrea Palladio (1530-1580) que se conoció como palladianismo y cuyas obras se inspiraban en la Roma clásica.
El ya citado Elías Ashmole, que ingresó en la masonería en 1646, fue fundador del Ashmolean Museum de Oxford. También sintió gran interés por la arquitectura medieval y reunió datos para escribir un libro sobre el castillo de Windsor. Por su afición a la cábala y al rosacrucismo se considera que introdujo en la masonería el símbolo rosacruciano y el grado de Caballero Rosacruz. Sin embargo, sabemos que asistió pocas veces a las reuniones de su logia.
El cambio de orientación de la hermandad fue un hecho aunque muchos arquitectos como el propio Wren ingresaran en ella, sin embargo, se conservó escrupulosamente el espíritu de la antigua cofradía con sus principales usos tradicionales, se abandonó el arte de la construcción a los trabajadores de oficio, si bien se mantuvieron los términos técnicos y los signos usuales que simbolizaban la arquitectura de los templos, aunque a las expresiones se les dio un sentido simbólico.
Cierto Manual de bolsillo para francmasones determinaba:
“Ningún hombre debe alcanzar un puesto elevado en la masonería si no posee por lo menos, un buen conocimiento de la geometría y la arquitectura, y si se cultivaron más las ciencias en las logias, aquello que las reemplaza no ocuparía un lugar tan destacado como por desgracia ocupa hoy”.11
Últimas palabras que parecen señalar que muchos de los recién ingresados se hicieron masones porque la logia era un buen lugar de reunión con unos excelentes compañeros12. Paralelamente se fue desarrollando el simbolismo plenamente masónico moderno con el significado exacto moral en torno a las herramientas y procedimientos del oficio de constructor de edificios.
La piedra labrada, o sillar acabado, simbolizaba “al hombre ya anciano que hubiera llevado una vida ordenada y bien empleada con actos de piedad y virtud que no pueden medirse y aprobarse sino por la escuadra de la palabra de Dios y el compás de la propia conciencia”.
El templo masónico reproduce al Templo de Salomón como representación del hombre perfeccionado. En 1663, los masones de Wakefield, al abrir su asamblea en el templo, invocaban primero al “Soberano Creador, el Shadaï, Arquitecto del Cielo y la Tierra, dador de todos los dones”, etc.
Representación del Templo De Salomón
Al doble esoterismo se asimila, por una parte, la tradición bíblica de dos columnas erigidas en el templo: Jaquín y Boaz. Una leyenda recoge la historia del maestro Amón, arquitecto del Templo de Jerusalén, asesinado por dos masones celosos, extrañamente convertida, en la Edad Media, en la historia del caballero Aymon que, al retornar de Tierra Santa se hace albañil para ayudar a construir la catedral de Colonia y es asesinado también por unos compañeros. En una y otra leyenda vemos la idea de compañerismo negativo de dualidad, oponiéndose al mito de maestría (y de unidad positiva).
Representación de las Columnas Jaquín y Boaz
El Templo de Salomón se torna como representación del hombre perfeccionado. Sin embargo, los nuevos tiempos estaban en contra del dogmatismo y favorecían la tolerancia de cualquier creencia particular que no excluyera la idea del Ser Supremo, esto era el Deísmo, creencia de un Dios al margen de las doctrinas teológicas, muy en boga entre las clases cultivadas de las que procederán los nuevos miembros de la masonería. A partir de entonces, la masonería se transformó en una institución, cuya característica era la constitución de una finalidad ética, capaz de propagarse por todos los pueblos civilizados.
En el aspecto jurídico, constituyó la victoria de derecho escrito sobre la costumbre provocando el nacimiento de una nueva idea: la de la obediencia o federación de logias en la que residirá la soberanía. Solo la Gran Logia de Inglaterra tendría autoridad para fundar otras nuevas, dando origen así a la masonería especulativa o regular que según sus miembros “conquistará el mundo”.
Las logias se nutrieron a partir de entonces de sabios, poetas, gentilhombres y nobles eclesiásticos. Los señores escoceses del séquito del rey Jacobo Estuardo, cuando se refugió en Francia, fueron los iniciadores en aquel país de la primera masonería de “rito escocés”. Durante la última década del siglo XVII al menos existían siete logias en Londres y una en York que se reunían regularmente. La masonería se había transformado en una sociedad de patrones bien definidos.
El objetivo de otros masones libres consistía en liberar a cada hombre, tomado individualmente, de sus cadenas, más que de crear una república de igualdad, consiguiendo una cierta promoción social. Para ello se utilizaba la labor personal, pero también las celebraciones y el “consejo fraternal”. Hay quien dice que para ello se apelaba a la entonces vigente disciplina jesuítica y a la de los cuáqueros en cuanto al honor.
Muchos eclesiásticos admitidos en las logias aceptadas no estaban de acuerdo con un esoterismo incomprensible para ellos, y manifestaron: “No es la obra la que puede instalar el Paraíso en la Tierra, sino la bondad, la caridad, la virtud modelo, pues todos los hombres son semejantes y una ley es suficiente para todos”.
Las Constituciones de Anderson
Los accepted masons (masones aceptados) habían contribuido a la restauración en el trono inglés del rey Carlos II de la casa Estuardo de procedencia escocesa (1660-1681) y masón. Sin embargo, aunque otorgó su protección a las hermandades, no está claro que recibiera de ellas los auxilios necesarios para recuperar la Corona. Al parecer, sus partidarios terminarían por alejar de las asambleas a los masones más pacíficos13 circunstancia que contribuyó a la drástica disminución de las logias que quedaron casi sin afiliados a comienzos del siglo XVIII. De nada sirvió el celo desplegado por el gran maestro y arquitecto Christopher, que tuvo que dimitir en 1712.
Fue entonces cuando la logia de San Pablo de Londres decretó que los privilegios de los masones serían para todas las profesiones, con el fin de aumentar el número de miembros de las logias decadentes. Así nació la masonería moderna.
Sin embargo, los tiempos revueltos acontecidos durante los últimos años del reinado de la reina Ana (1702-1714) y la subida al trono del rey Jorge I de Hannover, que provocó las revueltas del nombre del pretendiente Estuardo, no permitieron que las reformas de la logia londinense dieran sus frutos, sumidas las demás en una inanición que se agravó con la dimisión de Wren.
En febrero de 1717, la logia londinense puso toda su carne en el asador para reavivar la agónica hermandad. El 24 de junio de aquel mismo año reunió cuatro logias constituyendo la Gran Logia de Londres14. Fue el tiempo definitivo de la masonería especulativa. Ocho años después las cuatro logias se convertirían en sesenta y cuatro con mayoría londinense. Paralelamente se duplicarían las denominadas Constituciones de Anderson y se transformarían en el texto de la masonería especulativa.
La reducción de las constituciones para la Orden del Gran Arquitecto del Universo, corrió a cargo de dos pastores protestantes, Jean-Théophile Désaguliers y James Anderson. El nombre de este último es el que figura en el frontispicio de las constituciones, por lo que desde entonces serán conocidas como Constituciones de Anderson. La primera edición apareció en 1723.
James Anderson nació alrededor de 1684 en Aberdeen (Escocia) se hizo pastor presbiteriano y se trasladó a Londres en 1709. Atraído por la masonería en 1721 recibió instrucciones de la gran logia para realizar una reforma de la antigua constitución. El resultado fueron las famosas constituciones ayudado por otro pastor protestante Jean-Théophile Désaguliers, hijo de un pastor y maestro de filosofía experimental en Oxford, gran amigo de Newton y Huygens, aunque en el campo masónico no era más que Cowan, masón no iniciado. Por suerte, su influencia en la evolución de la gran logia inglesa quedó velada, en beneficio de Anderson. Todo lo que se puede decir de ella es que como otras veces, el místico de la fraternidad y el defensor de la observación se aliaban para asegurar el triunfo del hermano.
Jean-Théophile Désaguliers
El texto de las Constituciones es fundamental para el estudio de la filosofía de sociedad secreta, así como la conducta a seguir por sus miembros y las líneas maestras de su organización.
En algunas ediciones no figuran los orígenes y desarrollo histórico de la hermandad y aunque son muy peregrinos y fabulosos, son interesantes por el esoterismo y grado de iniciación que encierran.
Según Anderson, Caín ya había sido masón, y habría sido constructor de la primera ciudad porque su padre Adán, el primer ser humano le había transmitido un conocimiento ya bastante elevado de geometría. La asociación había continuado con Noé y sus hijos hasta el punto de señalar el propio Anderson, más tarde, que el primer nombre de los masones habría sido el de noáquidas. Es rarísimo que un hombre de su formación bíblica pudiera escribir semejantes aciertos.
Anderson se refirió después a Euclides, a Moisés, gran maestro masón, sin olvidar a Salomón y a su famoso templo. Se detiene, especialmente, en la figura de Hiram Abiff que lo menciona como “lujo de la vida” y pone énfasis en su muerte y resurrección por no querer revelar los secretos de la hermandad, los ecos de la figura de Jesús son evidentes.
Sin embargo, el relato de este pasaje se tambalea en cuanto la existencia real del personaje, hasta el punto de rechazarlo muchas veces, relegándolo a un relato meramente simbólico.
De Hiram el conocimiento oculto masónico según Anderson, habría pasado a Grecia, Sicilia y Roma, que había producido el estilo augusteo muy estimado por él, y para mayor disparate, habría sido el franco Carlos Martel quien habría llevado la masonería a Inglaterra tras la invasión sajona. Desde entonces la sociedad secreta había sobrevivido en los gremios de albañiles medievales.
Anderson confesaba basarse para su obra en antiguos textos ingleses, escoceses, irlandeses e italianos, cosa totalmente improbable. Además adulteró fórmulas tan trascendentales como la invocación a la trinidad contenida en los textos de los gremios medievales, que según él había guardado el saber masónico. Anderson pues, prescindió de dicha invocación en el encabezamiento primero, recalcando que había llegado la hora de renunciar a sus religiones cristianas anteriores (cosa que habían profesado hasta entonces) y obligándoles solo a esa religión que todos los hombres están de acuerdo (Deísmo).
“La masonería se convierte así en el centro de unión y los medios de conciliar la verdadera amistad entre personas que habían permanecido distanciadas”.
Así Anderson priva de su carácter cristiano a los gremios de albañiles medievales, con lo que se afirmaba su vínculo histórico, y situaba la asociación por encima de los vínculos que cada uno tuviera con su propia fe.
Anderson y Désaguliers, al utilizar la logia sus fórmula y tradiciones, buscaron en la masonería un lugar de encuentro de hombres de cierto nivel cultural con inquietudes intelectuales que estuvieran interesados por el humanismo, base de una fraternidad universal por encima de divisiones y doctrinas sectarias.
“Un masón es un sujeto pacífico, sujeto a los poderes civiles, que nunca se va a implicar en conjuros o conspiraciones contra la paz y el bienestar de la nación”, era un intento ante tantos sufrimientos acarreados a Europa por la Reforma y la Contrarreforma.
El capítulo III trata de las logias y de las condiciones para su admisión en ellas: “deberán ser hombres buenos y veraces, nacidos libres y de edad discreta y madura, no siervos, ni mujeres, ni hombres inmorales ni escandalosos, sino de los que se hable bien”.
La masonería sería así como un cuerpo de élite en el que se definen claramente las diferencias por razón de su condición social, sexual y moral, aunque las dos exigencias primeras fueran más estrictas que la tercera. Ningún ataque o disputa serán permitidos en el interior de la logia y mucho menos las polémicas relativas a la religión o a la situación política. Se inculca la práctica de la virtud por el sentimiento del deber, no por la esperanza de premios por el temor de castigos. Los masones por encima de naciones, estirpes y lenguas buscan sobre todo “el bien de la logia”, ya que pertenecen a la religión universal.
Luego se exponen los grados de la hermandad y su relación entre ellos (capítulos IV y V).
Su notable dosis de secretismo se mostraba mediante la cautela de sus miembros al hablar de forma que ningún interlocutor pudiera descubrir lo que no era adecuado. El maestro debería saber manejar las conversaciones. Nadie que no fueran sus miembros ni sus familiares, deberían descubrir nada que perteneciera a la logia. Guardadores de la fraternidad universal, no por ello serían expulsados de la hermandad si participaban en conjuros y revoluciones, y continuarían teniendo la protección de la misma.
La masonería se ofrecía así como una sociedad esotérica, una sociedad por encima de cualquier otro vínculo humano, incluidos los familiares y nacionales, tal como quedaba fijada en las Constituciones de Anderson, sus valores éticos estaban en condiciones de ser propagados a lo largo y ancho del planeta.
Destaquemos que fue en las logias de masones donde se establecieron normas para evitar todo posible roce que rompiera la armonía y fraternidad, y donde la tolerancia religiosa permita la convivencia entre católicos y protestantes, precisamente en una nación (la iglesia) donde los católicos eran duramente perseguidos.
Lledó, Joaquín. La Ilustración. Ed. Acento, Madrid, 1998.
Ferrer Benimeli, José, A. ¿Qué es la Masonería? Historia 16, Madrid, extra IV noviembre de 1977, págs. 5-19.
Otros citan a Samuel Hartlib que llegó huyendo de la Prusia Polaris como introductor del rosacrucismo en Inglaterra.
Knoop, d. y G.P. Jones. The Genesis of Free masonery, Manchester, 1947.
Tal como narraría Laurence Sterne (1713-1768) en su Viaje Sentimental: Así se interpretó la gran piedra sin labrar, propia de todas las logias masónicas se cree que simbolizaba “el hombre en su estado infantil y primitivo, basto y sin pulimento”.
Citado por Mackenzie, Norman: Sociedades secretas. Alianza Editorial, Madrid 1973.
Entiéndase logia como la sala de reunión y como el conjunto de miembros de una misma creencia lo mismo que la palabra iglesia.
Martín-Albó, Miguel. Masonería, Libro, Madrid 2015. Pág. 116 y sigs.
Reunión que se efectuó en una taberna londinense, situada junto a la Catedral de San Pablo todavía no acabada.