Читать книгу La masonería - Francesc Cardona - Страница 6

Оглавление

Capítulo III: El siglo XVIII.

Oposición y puesta de largo

Las Constituciones de Anderson provocaron una fuerte oposición en algunas de las logias existentes cuyos miembros plantearon objeciones a las normas y ceremonias revisadas según una nueva edición salida a la luz en 1751, sin grandes modificaciones esenciales a las tradiciones de la masonería antigua.

Ese mismo año, algunos miembros disidentes (Los Antiguos) crearon una gran logia de oposición y eligieron un gran maestro “según los antiguos estatutos”, la gran logia inglesa no la reconoció pero sí lo hicieron las de Escocia e Irlanda. Esta disidencia acaudillada por la logia de York se prolongará hasta el año 1813 gracias a un acuerdo entre los grandes maestros rivales, el duque de Sussex y el duque de Kent, hermanos del rey Jorge IV.

Superando estas controversias en el siglo XVIII, siglo de la Ilustración y del despotismo ilustrado, la nueva masonería se desarrolló extraordinariamente en países tan dispares como Austria, Italia, Portugal, Suiza, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Suecia, México, Inglaterra, Perú, etc., como gran asociación admiradora de la armonía de la naturaleza que llenaba los espíritus prerrománticos, y que permitía a cada individuo encontrar en las logias su bienestar, gracias a la tolerancia con el prójimo.

Según la autobiografía del duque de Montagu, escogido el gran maestro en 1721, la masonería “se convirtió en moda pública”. El duque de Montagu inauguró la costumbre de que el gran maestro recayera en un miembro de la nobleza o incluso de la familia real, costumbre que se extenderá a lo largo de los tres siglos siguientes.


Duque de Montagu

Los desfiles armados por las calles londinenses luciendo sus complots mandiles, poco tenían que ver con el secretismo de la asociación. La mayoría de sus miembros pertenecía a la clase media acomodada, y su respetabilidad estuvo fuera de toda duda, tal como lo continúa siendo en la mayoría de países protestantes.

La expansión recibió un impulso extraordinario, sus causas fueron varias: la clase media y la naciente burguesía vieron un medio a través de ella para codearse con la aristocracia. No excluía ni a católicos, ni a judíos, incluso los miembros de procedencia más humilde, como los aristócratas, podían recibir (aunque fuera teórico) un conocimiento presuntamente oculto, reservado a los iniciados, y tenían como aliciente poder sentarse al lado del duque. Por último, el conocimiento establecido en el seno de la logia espoleaba la creación de relaciones de primer orden en campos tan sugestivos como los negocios, la política o la influencia social.

Los tres primeros grandes maestros de Inglaterra fueron de ciencia; pero el cuarto, fue un duque. Desde entonces los grandes maestros han sido con frecuencia miembros de la familia real y entre ellos los más encumbrados fueron el príncipe de Gales (luego Eduardo VII) y el duque de York (después Jorge VI).

Siguiendo los postulados masónicos, las logias inglesas fueron ajenas a las disputas religiosas, manteniéndose totalmente al margen, así como de las luchas políticas, y se pusieron del lado de la dinastía Hannover a la sazón en el trono, la constitución parlamentaria (no escrita) y la tolerancia religiosa bajo la tutela de la Iglesia anglicana.

En 1725 un grupo de terratenientes ingleses que se habían establecido en París fundaron una logia en 1725. Sin embargo, fueron los protestantes holandeses, enemigos de los británicos en el siglo XVI, por el dominio del mar, los primeros que alzaron la voz en contra de la presencia de logias especulativas en su suelo debido a la absorción en parte del contenido espiritual de sus enseñanzas protestantes incompatibles con el cristianismo y también por el peligro de conspiraciones a través de las logias.

En 1737, Luis XV de Francia promulgó un decreto que prohibía tener cualquier trato con la francmasonería por parte de sus súbditos porque su entramado doctrinal no era compatible con el catolicismo y también porque el potencial subversivo de que disponían, era evidente. Las logias celebraban sus (temidas) reuniones unas veces en plena libertad y otras llegaba la policía y sus miembros eran apresados.

Por último, el 28 de abril de 1738, el papa Clemente XII dio un documento papal que prohibía a los católicos pertenecer a la masonería so pena de excomunión y basaba tal interdicto en consideraciones doctrinales y, sobre todo, el rechazo pleno a la cosmovisión masónica por parte de la confesión católica. La Santa Sede se daba perfecta cuenta de las consecuencias políticas derivadas de la acción de las logias. El interdicto fue renovado por Benedicto XIV en 1751.

Todo ello impidió su desarrollo en algunos países católicos como España, Nápoles y otros. La masonería contestó a esta persecución, argumentando la existencia de la Inquisición, para construirse una imagen de tolerancia, libertad y martirio. El juicio en Portugal en 1744 de un tal John Coustos, conspicuo masón inglés acusado de la fundación de algunas logias, movió a la Inquisición al ser extranjero a castigarle solo con la expulsión. Sin embargo, el hecho trajo una corriente de simpatía de los europeos, en especial, británicos hacia los masones y de animadversión hacia la Iglesia católica en países como Prusia e incluso Austria por la tolerancia de sus monarcas.


John Coustos

Federico el Grande de Prusia (1740-1786) dos años antes de subir al trono fue iniciado en la logia de Brunswick. Llegó a ostentar el título de gran maestro, pero su política interior y exterior, como el auténtico padre del militarismo prusiano, no es que pueda considerarse como un modelo defensor de la libertad.

Federico II fue un genio de la guerra que le agradaba reunirse con intelectuales, y a pesar de las continuas guerras y el descuartizamiento de Polonia, fue un referente para los masones que en su país encontraron su protección y una vía sin trabas para el acceso al poder.

Ante ejemplos como el de Federico II y los ingleses, y a pesar del interdicto papal, Luis XV se decidió entonces por una política de tolerancia en suelo francés. Pronto el abad de Saint Germain des Prés fue gran maestro del país (Luis de Borbón, conde de Clermont). La gran logia inglesa se transformó en el país en Grande Loge de France y en 1733 adoptó el título definitivo de Grande Loge National o Grand Orient.

Como había recurrido entre los ingleses, los franceses deseaban tener un gran maestro de sangre real y propagaron el infundio de que Luis XV había sido iniciado. Luis XVI se negó tajantemente a ello. Fue su hermano menor Carlos de Artois, el que sí lo hizo y cuarenta años después Carlos de Artois llegó a conseguir el trono con un sistema de gobierno de lo más absolutista y retrógrado que provocó la revolución de 1830. Sin embargo, no quiso ser gran maestro, título que después de varias rogativas aceptó Luis Felipe de Orleans, hijo del duque de Orleans (primo de Luis XVI y que después de votar su muerte siguió su misma suerte).

Luis Felipe llegó a ser también rey de Francia, pero fue derrocado por la Revolución de 1848.

Los príncipes de otros estados alemanes y Francisco I de Austria fueron también iniciados. Mozart por su admiración que profesaba a Haydn entró en la masonería en 1784 y aludió a ella en La Flauta Mágica (1791), aunque de las logias el emperador José II, hombre liberal, les dispensó su protección, no así su madre la emperatriz María Teresa15.

En La flauta mágica se identifica la tradición masónica con la egipcia y las almas caminan a la salvación ayudadas por los misterios de Isis y Osiris.

Desviaciones y nuevos ritos

Uno de los mayores atractivos de la masonería es su contenido esotérico, misterioso, secreto, cuyas raíces se hundía supuestamente en épocas remotas. Sin embargo, también es una cualidad muy delicada porque siempre ha existido la posibilidad de que maestros masones inventaran nuevos rituales cuyo objetivo fuera la revelación de esos conocimientos herméticos. Su sincretismo intenta conciliar o armonizar teorías diferentes en opuestos como por ejemplo retrotraerse al antiguo Egipto, Noé, Pitágoras o los druidas.

Así sucedió con el nuevo rito alrededor de 1750 llamado Royal Arch, atribuido sin pruebas fehacientes a un tal Andre Michel Ramsay (1686-1743), nacido de padre luterano y madre anglicana, y convertido al catolicismo por Fénelon, aunque otra hipótesis quizás más plausible se refiere a una logia irlandesa de Youghal. Este rito pretende dar cumplida respuesta a cualquier pregunta sobre la masonería.


Símbolo Royal Arch

El caballero (chevalier) Ramsay como él mismo se llamaba, fue preceptor en su juventud, después secretario particular y un gran viajero. En Holanda se tiene la curiosa idea de que fue iniciado en el criticismo.

De los países Bajos pasó a Francia donde fue secretario de Fénelon. Marchó después a Escocia a la corte del rey Jacobo II ya como baronet (pequeña nobleza) en 1730, y acompañó a poetas como Louis Racine y Jean Baptiste Rousseau, su obra principal es su Discurso que pronunció entre 1736 y 1738 en la logia de Lunéville en la que anunció la necesidad de establecer leyes esotéricas precisas “válidas para los siglos venideros”. Estas reglas habrían de tender a promover “la república, de la que cada nación es una familia y cada particular un hijo”. Pero los hombres que conviene reunir “son aquellos que, poseyendo un espíritu ilustrado, costumbres dulces y humor agradable”, estaban igualmente abiertos al amor de las Bellas Artes, así como a los grandes principios de virtud, ciencia y religión.


Andre-Michel Ramsay

Asociados estos principios a los de los antiguos cruzados, “luego a los de los reyes y los príncipes que, de regreso de Palestina, fundaron logias en sus Estados”, Ramsay revela por fin que existe otra masonería distinta de la de Anderson, fundada por los príncipes escoceses ya en el siglo XIII y de la cual el rey Eduardo III se pretendía que fuera su protector.

El Discurso fue condenado desde todos los rincones, pero quedaba sembrado el germen para la creación del rito escocés, y los Estuardo, agradecidos, desde el exilio, exigieron que el cuerpo del fundador reposara en la tumba de su familia, en Saint-Germain en Laye, allí continuó hasta que sus restos, como los de tantos otros fueran dispersados por la Revolución francesa.

Paralelamente a la aparición de nuevos ritos (hacia 1743), siguiendo las enseñanzas de Ramsay, más o menos comprendidas, se fueron sumando grados a los tres originales de aprendiz, compañero y maestro hasta llegar a 33 en algunos casos y a más en otros, en los que, presuntamente, se iban revelando nuevos conocimientos de iniciación. Mientras que algunas logias adoptaron el misticismo de los rosacruces siguiendo a Johann Schrepfer de Núremberg, que pregonaba su predisposición para fabricar oro y exorcizar a los espíritus.

Las divisiones continuarían. En 1751 la gran logia de York se separó de la de Inglaterra alegando que se regiría por una antigua constitución masónica que se remontaba supuestamente al siglo X. Así se arrojó el título de antigua gran logia frente a la moderna londinense a la que motejó con dicho apelativo en desprecio. Los principales núcleos de la masonería francesa se emplazaron en París, Burdeos, Lyon, Marsella y Toulouse.

Hacia 1730 se instituyó por primera vez el embrión de una logia más que femenina mixta. Las reglas de un tipo de asociación femenina no se fijaron hasta 1760 y su reconocimiento no tuvo lugar hasta 1774.

Curiosamente en la Orden de las Felicitarias los grados o cargos eran náuticos: grumete, patrón, jefe de escuadra y vicealmirante, era natural que el grado equivalente al de gran maestro fuera el de almirante.

En 1745 se creó la Orden de los Caballeros y Damas del Áncora y poco después Orden de los Partidores de Leña con referencias simbólicas al bosque. Las Órdenes del Hacha o de la Cuerda tuvieron un aire más popular y festivo.

Mientras tanto la masonería se había extendido por toda Europa alcanzando a la mismísima Rusia.

La masonería influye en la enciclopedia

Al compás de la creación de logias masónicas se fueron creando sociedades e instituciones culturales vinculadas a aquellas, así por ejemplo, los Societé des Arts surgida en 1726 que reunió inventores, técnicos, científicos, artistas, para los que la ciencia y las artes no eran más que una base sustentadora de sus principios morales y éticos.

El entonces gran maestro conde de Clermont, acogió bajo su protección a la Societé.

Fue precisamente Ramsay el gran impulsor de la idea entre las logias francesas de que cada uno de sus miembros, que por entonces se evaluaba en tres mil, donasen la cantidad de diez luises para sacar a la luz un diccionario universal en lengua francesa a semejanza de la Cyclopedia británica de Chambers (1728) que reuniese por orden alfabético todos los conocimientos humanos.

El editor Le Breton puso manos a la obra en 1747 y tras ser en principio un simple traductor, Diderot se encargó de la dirección de la misma, ayudado principalmente por D’Alembert.

El primer volumen salió a la luz el 1 de julio de 1751. La adaptación se había convertido gracias a Diderot, en una obra completamente original, con una doble función: informativa y de polémica ideológica; en este último aspecto, al rechazar el concepto de autoridad y la tradición en nombre del progreso, causó gran escándalo y los jansenistas16, jesuitas, la alta aristocracia y el estamento parlamentario se pusieron en contra consiguiendo su prohibición en 1752. Papel mojado porque la publicación siguió adelante gracias a la intervención de la marquesa Madame de Pompadour y el director de la librería Malesherbes.

Sin embargo, en 1759, cuando ya se habían publicado siete volúmenes, la obra estuvo a punto de paralizarse, pero entonces se impusieron razones económicas (los editores habían realizado grandes gastos) y más o menos clandestinamente, se prosiguieron los trabajos, de modo que en 1765 ya habían aparecido los 17 volúmenes de texto y en 1772 los 11 volúmenes de grabados. Entre los principales colaboradores además de Diderot y D’Alembert, figuraban Voltaire, Montesquieu, Buffon, Grimm, Rousseau (artículos de música), Marmontel (crítica literaria), Quesnay y Turgot (economía), Dumarsais (gramática), Daubenton y la Condamine (ciencias naturales y geografía), Morellet (teología), Duclos (historia), etc., la mayor parte, miembros de las logias o impregnados de su doctrina, lo que daría origen al denominado movimiento enciclopedista que perduró hasta los albores de la Revolución.

La masonería puso su granito de arena en lo relativo a los aspectos de la igualdad medieval entre los seres humanos, así como con las tesis acerca de la validez de la razón. Su trascendencia sería extraordinaria para el futuro, tanto próximo (1789 no tardaría en llegar) como del siglo XIX en toda Europa y en toda América.

Había sido el duque de Antin, el primer gran maestro de la Gran Logia de Francia, el que en 1738 propuso, como coronación de la moral universal masónica y de la unidad del género humano, la redacción de la enciclopedia.

Así fue su declaración:

“Los grandes maestros de otros países unen a todos los sabios y artistas pertenecientes a la Orden (masonería) para redactar un manual universal que comprenda todas las artes liberales y ciencias, con excepción de la teología y la política (cosa no del todo exacta). Esta obra ya se había comenzado en Inglaterra. Mediante la acción conjunta de nuestros competentes hermanos sería posible realizar algo excelente en pocos años”.

El historiador británico Alfred Cobban escribe:

“El siglo XVIII fue la gran época de la francmasonería en el sentido moderno —es decir, no un gremio profesional, sino una sociedad secreta en la que se mezclaban la filantropía y la riqueza— las logias masónicas, lugares de reunión de masones con tendencia social, contribuyeron a la difusión de las ideas liberales” [Historia de las Civilizaciones, tomo 9. (El siglo XVIII) p. 431.]

Junto a las indudables consecuencias positivas de la Ilustración, aflojaron pronto las consecuencias negativas, en especial, a partir de 1789. En 1775 Pío VI condenaba sin mencionarla a la masonería por la encíclica. Inscrutabili divinae sapientiae y es que en la propia Iglesia católica, comenzaban a infiltrarse los “hermanos”. Pío VI fallecería en una prisión francesa el 29 de agosto de 1799. Sus restos fueron trasladados a Roma en 1802 siendo sepultado en San Pedro en un mausoleo erigido por Canova.

Dos embaucadores de pro:

Casanova y Cagliostro

Como suele suceder, lo positivo va acompañado de lo negativo, y la sociedad del antiguo Régimen por lo que respecta a la masonería, no pudo librarse de ello. A lo largo del siglo XVIII, una nutrida serie de estafadores, libertinos y vividores, nutrió sus filas, a los que no solo no expulsó, sino que en aras de la libertad les ayudó en ocasiones a zafarse de la justicia, citaremos dos casos: la del apuesto Casanova que algunos han denominado el don Juan italiano y la de José Bálsamo (Cagliostro) que trajo a la sociedad de su época.

Giacomo Girolamo Casanova nació en Venecia en 1725. No es nuestro propósito narrar sus aventuras contadas por él mismo17, solo nos referiremos a su iniciación masónica en Lyon (1759), pasando por alto que para ello fuera “un varón de buenas costumbres” en aras de un conocimiento de lo hermético (más o menos profundo) en parte atractivo y de ser agradable trato. Por otra parte, como ya hemos señalado, una vida irregular incluso al margen de la ley, no era ningún obstáculo para seguir perteneciendo a la logia e incluso sus hermanos podían protegerle. Esta ayuda fraternal estaba por encima de las prácticas filantrópicas.


Giacomo Girolamo Casanova

Por último, nos encontramos con ese afán de la Europa Ilustrada por la búsqueda de lo esotérico, lo hermético que tanto impulsó al desarrollo de la masonería especulativa.

Sin embargo, Casanova aunque fuera iniciado en la misma, y sus hermanos masones siempre la defendieron pretendiendo gozar de poderes ocultos, ni fundó logias, ni transmitió ninguna verdad oculta, fue un simple embaucador que se aprovechó de su encanto, en especial con el género femenino.

Cagliostro ya es harina de otro costal. Nacido en 1743 como José Bálsamo en Palermo, Sicilia. Hijo de un humilde quincallero que murió en la miseria y de una mujer con delirios de grandeza, confiado a sus tíos maternos inició desde muy joven una ininterrumpida cadena de fechorías y de visitas a la cárcel. Intentando llegar a Egipto, símbolo masónico de primer orden, recaló en Malta donde todavía gobernaba la orden de caballeros de San Juan de Jerusalén. Su gran maestro buscaba con ahínco la piedra filosofal, pero un accidente mató al compañero de fatigas de José Bálsamo y este tuvo que abandonar la isla —sus estafas continuaron.

Pasó por Roma en donde contraería matrimonio con una mujer que se dedicaría a la prostitución para poder vivir y codearse con las personalidades del momento.

Tras muchas aventuras por diversos países, el matrimonio recaló en Inglaterra en donde en 1777 se inició en la masonería ya como conde de Cagliostro (título de su invención) en una logia de inmigrantes italianos y franceses que aplaudieron la llegada del supuesto aristócrata.

Ya como iniciado en los tres primeros grados de la masonería, en Holanda tuvo un éxito extraordinario, inventando supercherías de transmutaciones en oro.

En Alemania (Prusia) conoció a un tal don Pernety, expulsado de la abadía benedictina de Saint Germain de Prés y que Federico II, masón convencido, lo había nombrado conservador y miembro de la Academia Real de Berlín, quien había entrado en contacto con los Iluminados a los que nos referiremos después, aunque quizás no perteneciera a ellos. El exbenedicto se inventó un extremo rito especial con ángeles incluidos que si a Cagliostro no entusiasmó, hizo como tal, porque le interesaba tenerle como protector.

Cagliostro creó así su propio ritual que vertió en un libro que tituló: Ritual de la masonería egipcia en el que admitían todo el esoterismo vigente hasta entonces reconocida su relación con Isis, Osiris y los arquitectos egipcios.


Cagliostro

Este rito en el que entrarían hombres y mujeres, sería presidido por él, elevado a la categoría de gran copto. Sería ayudado por doce maestros (profetas) y siete muestras (sibilas), con unos mandamientos genuinamente masones; amor a Dios y al prójimo, y el respeto al soberano y a sus leyes. Lo innovador eran sus promesas: visión beatífica, la perfección, el poder de invocar espíritus y la regeneración física y moral, auténtico programa gnóstico que casaba bien con la masonería que pretendía redimir a Adán y reunirlo en una visión beatífica con la divinidad. Enseñarle un camino de bien, virtud y sabiduría (la perfección), de los secretos de la nigromancia greco-egipcia y por último alcanzar la inmortalidad y la eterna juventud.

El cristianismo se puso en guardia a pesar de que Cagliostro insistiera en su compatibilidad. La gota que colmó el vaso, fue el emblema simbólico que adoptó de una serpiente con una manzana en la boca y una flecha que le traspasaba la cola dirigida hacia abajo ¿Pretendía con el culto a la serpiente, significar que se abría el arcano de Satanás? ¿Serían como dioses?

Europa se rindió a sus pies incluso con sus supuestos milagros perpetrados en la corte de Catalina de Rusia y hasta llegaron a invocarle como “Dios mío”, creyendo a pie juntillas lo que explicaba: que había nacido antes del Diluvio Universal, que se había embarcado en el arca de Noé y que había sido amigo de Moisés y Salomón, discípulo de los faraones y de Sócrates, compañero de Hermes Trismegisto y de Jesús al que le había dado consejos para salvarse de la Cruz, aunque a veces contaba otro relato con orígenes arábigos. Sus sesiones de espiritismo parecerían proverbiales.

Un asunto turbio de un collar en el que se mezclaron estafadores profesionales, el cardenal de Rohan y la propia reina María Antonieta, precipitó su caída y su reclusión en prisión. Finalmente resultó absuelto, pero tuvo que abandonar París.

Alcanzó Londres en 1786, pero fue recibido con frialdad. Se dirigió a Italia e intento que el papa Pío VI le escuchara. La inquisición intervino y fue puesto en prisión. Un juicio lo condenó a muerte, pero le fue conmutada la pena por la de cadena perpetua. Falleció en la cárcel en 1794, pero su fascinación por el ocultismo pervivirá durante siglos. La masonería utilizó su proceso para desacreditar a la Santa Sede y convirtió a Cagliostro en un mártir18.

Los Illuminati

Durante el siglo XVIII algunos reformistas y francmasones se esforzaron en los países europeos por reunir y organizar a hombres elegidos que difundieran el saber y sirvieran a la causa de la libertad. Mirabeau que presidiría la Asamblea Constituyente de Versalles de 1789 (y que no está claro que fuera masón) redactó el proyecto de una “sociedad íntima” organizada según el modelo de la Compañía de Jesús a la que combatió:

“Nuestras ideas son en todo opuestas (a las de ella) —escribió— deseamos ilustrar a los hombres, hacerlos libres y felices, pero ¿quién nos impedirá hacer para bien, lo que los jesuitas han hecho para mal?”19

El plan lo puso en marcha Adam Weishaupt (1748-1830) en Baviera en 1776. Catedrático de Derecho Canónico de la Universidad Católica de Ingolstadt en Viena. Su ascendencia judía pudo influir en sus puntos de vista, tanto expresados en clases como privadas, no muy ortodoxos y los plasmó en la sociedad secreta de los illuminati (los iluminados).

La masonería

Подняться наверх