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1. Algunos ejemplos de matrimonios en el Antiguo Testamento

Abraham y Sara: la confianza en el Señor (Gn 15,1-5; 18,10; 21,1-7)

“Después de estos sucesos, Abrán recibió en una visión la Palabra del Señor:

–No temas, Abrán; yo soy tu escudo y tu paga será abundante.

Abrán contestó:

–Señor mío, ¿de qué me sirven tus dones si soy estéril y Eliezer de Damasco será el amo de mi casa?

Y añadió:

–No me has dado hijos, y un criado de casa me heredará.

Pero el Señor le dijo lo siguiente:

–Él no te heredará; uno salido de tus entrañas te heredará.

Y el Señor lo sacó afuera y le dijo:

–Mira al cielo; cuenta las estrellas si puedes.

Y añadió:

–Así será tu descendencia” (Gn 15,1-5).

Abraham y Sara forman uno de los matrimonios más conocidos de la Biblia, por haber vivido las promesas de Dios, pero una en particular: tener un hijo a edad muy avanzada.

En Génesis 18,10-14, Dios, por medio de su mensajero, le dice a Abran que Sara será madre. Ella, escuchando en la puerta de la tienda, dudó del Señor porque sabía que ya era vieja para tener un hijo. Por eso Dios respondió: ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Ciertamente volveré de aquí a un año y Sara tendrá un hijo.

Aun dudando, Dios la hizo madre, así como prometió, y Sara dio a luz a Isaac (Gn 21,1-7).

Dios cuenta con Abraham y Sara para generar una descendencia, de la que nacería el Mesías. Dios hace una alianza con Abraham que supone, por parte de Dios cumplir una promesa y que requiere la respuesta libre de aquel. Esta historia muestra lo fiel que es Dios, independientemente de la fidelidad de cada uno. Abraham fue un hombre que siempre obedeció a Dios, hizo todo lo que Él le indicaba.

Sara y Abraham nunca dejaron de estar en la presencia de Dios, incluso con todos sus fallos humanos, con pensamientos de duda y actitudes que demostraron falta de fe. Ellos son ejemplo de determinación al servir al Señor, independientemente de las circunstancias a su alrededor.

Que la fe en las promesas del Señor sean para nuestros matrimonios un estímulo fuerte y una certeza de que para Dios nada hay imposible y de que con Él se puede hacer realidad un hermoso proyecto de matrimonio y familia.

Isaac y Rebeca: un matrimonio según el plan de Dios (Gn 24)

“En todo esto está la mano de Yahvé, y no tenemos nada que añadir. Ahí tienes a Rebeca: tómala y llévala contigo. Que sea esposa del hijo de tu patrón, como el Señor lo ha dispuesto. Al oír esto el servidor de Abraham, se echó por tierra adorando a Yahvé” (Gn 24,50-52).

En Génesis 24 leemos que Abraham era viejo y muy avanzado en años. Estaba preocupado de que su hijo no tuviera aún una esposa. Para él lo más importante era que su hijo no se casara con una mujer cananea. Eliezer, su siervo, no debía permitir esto en ningún caso. Hasta tenía que jurar no hacerlo.

Es llamativo que para que se cumpliera el deseo de su señor, Eliezer orara a Yahvé: “Yahvé, Dios de mi patrón Abraham, haz que me vaya bien hoy y muestra tu benevolencia para con mi patrón Abraham” (Gn 24,12).

“No había terminado de orar, cuando salió Rebeca con su cántaro al hombro. Era la hija de Batuel, el hijo de Milcá, esposa de Najor, hermano de Abrahán. La joven era muy bella y aún virgen… Entonces el hombre cayó de rodillas y adoró a Yahvé, diciendo: Bendito sea Yahvé, Dios de mi señor Abraham, pues ha mostrado una vez más su bondad y fidelidad para con mi patrón y me ha conducido a la casa del hermano de mi amo” (Cf Gn 24, 15-27).

Llamaron a Rebeca y le preguntaron: “¿Quieres irte con este hombre? Contestó: Sí, me voy.” (Gn 24,58-59). En el versículo 63 leemos: “Había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde”. La oración tiene también un lugar importante en Isaac. Esto significa que él también pedía la ayuda del Señor y estaba a la espera del cumplimiento de su voluntad. Así pues, tanto en el caso de Eliazer, como en el de Isaac, la oración es la llave que abre la puerta de un matrimonio según el designio de Dios. La actitud de Rebeca, de aceptación y prontitud a este designio hizo eficaz el cumplimiento de la promesa del Señor.

Cuando llegaron al Negueb, el mayordomo contó a Isaac todo lo que había pasado. Isaac llevó a Rebeca a la tienda que había sido de su madre Sara. La hizo suya y fue su esposa. La amó y así se consoló por la muerte de su madre. (Cf Gn 24,62-67).

Esta historia nos muestra que Dios tiene la persona perfecta para cada uno. Pero ¿cómo saberlo? Basta orar, discernir y esperar. El resto lo hace el Señor. Nos concede a cada uno el mejor/la mejor del mundo, para nosotros, claro. La persona que necesitamos, la persona según el corazón de Dios.


Caminando juntos hacia la plenitud del amor

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