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La sabiduría de la humildad

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Existe una sabiduría que no se alcanza con el ejercicio de las facultades intelectuales. Un saber que nace de la vida misma y se aposenta en el corazón de quien, libre de prejuicios, miedos y complejos, se deja llevar por el rumor de la vida palpitando al ritmo de un corazón universal. Un comprender que sólo llegan a poseer personas expertas en sí mismas, sabiendo auscultar y reconocer el corazón de las cosas, de las personas, de la vida misma.

Hubo un tiempo en el que muchos hombres y mujeres se refugiaban en el desierto de Egipto buscando el camino del encuentro con uno mismo, para alcanzar así la integración y el equilibrio psicofísico como cimiento de la espiritualidad y el encuentro con Dios. Algunas de estas personas nos son conocidas merced al legado histórico de sus dichos (apotegmas), recopilados por algunos de sus discípulos. Hoy son conocidos como «padres del desierto», cristianos de convicción que buscaban en la soledad, al principio, y luego en el compartir de vida e ideales, una novedosa forma de vida. Surgió así una forma de comprender la vida cristiana que se convirtió en un verdadero modus vivendi, basado en la ascesis como camino para el crecimiento y la maduración personal. La sabiduría de aquellos hombres, avezados luchadores contra las tentaciones del cuerpo y del alma, sigue teniendo hoy gran vigencia. Pero lo cierto es que los tiempos han cambiado en exceso, sobre todo en las últimas décadas, en las que los cambios y transformaciones sociales promovidos por el desarrollo económico, industrial y tecnológico han creado un nuevo orden de cosas en el que el ser humano vive, más que nunca, la paradoja de la vida, sin llegar a alcanzar una síntesis siempre necesaria, un equilibrio sereno entre las verdaderas necesidades y las imposiciones del nuevo modo de ser capitalista.

En el siglo XIII floreció en Europa un nuevo modo de comprender al ser humano. Se trataba de un auténtico humanismo cuyo máximo exponente es san Francisco de Asís, hombre de su tiempo que supo hacer suya la sabiduría de la humildad amoldándola a las situaciones de aquella época. Hoy nos toca a nosotros seguir adaptando esta experiencia de encuentro con lo inefable, de apertura a la trascendencia, aunque para ello haya que ejercitar de nuevo una ascesis y una mística pero, eso sí, acorde con las nuevas sensibilidades.

De este intento surge un lugar y una persona: el convento de San Antonio, y fray Francisco, un joven franciscano de hoy, hijo de su tiempo, que sin embargo ha salido al encuentro de esa vieja sabiduría para adaptarla a las nuevas necesidades de un mundo desbordado por la injusticia y la violencia. Fray Francisco es en cierto modo un humilde representante de la espiritualidad de Occidente, ahora que tienen tanto auge filosofías y concepciones mistéricas provenientes de Oriente. Y es también un hombre de Dios y del mundo, experto en corazones heridos. Fray Francisco es un religioso, es decir, un hombre religado a Dios con el nudo de la humildad, un hermano «hermanado», como el fundador de los franciscanos, con todo lo creado. Su vida es una referencia para otras personas, no por habitar más allá del mundanal ruido, sino sobre todo por ser capaz de sintetizar su ser hombre en sociedad viviendo en un lugar recóndito. Por eso es un experto en vida, porque ejercita constantemente la mansedumbre, la misericordia y la comprensión. Es como un hermano mayor en el que poder depositar penas y angustias, proyectos y esperanzas, sabiendo que él las comparte contigo.

El literato Atanasio escribió una biografía de san Antonio, uno de aquellos eremitas egipcios de antaño de quien hoy hemos llegado a conocer el perfil de su vida. El biógrafo le describe así: «El aspecto de su interior era limpio. No se había vuelto huraño ni melancólico, ni inmoderado en su alegría, ni tampoco tuvo que luchar con la risa o la timidez. Como la visión de las grandes cosas no le desconcertó, no se notaba nada su alegría de que tantos vinieran a saludarlo. Antonio era más bien todo equilibrio, ponderadamente guiado por su meditación y seguro en su estilo particular de vida. A muchos que tenían dolencias corporales les curó el Señor por medio de él. A otros los libró de los demonios. Dios concedió también a nuestro Antonio gran amabilidad en su conversación. Así, consoló a muchos tristes, a otros que estaban reñidos los reconcilió, de tal manera que se hicieron amigos».

Y fray Francisco, en esencia, responde también a este perfil. Él solía hacer pequeños milagros curando las heridas que más duelen: las del corazón. Su palabra, pero sobre todo su escucha, se convertirán así en un bálsamo «divino» que logra que el alma herida reciba alivio. Y Dios, siempre jugando al escondite, se hará un hueco a través de su mediación. Necesitamos gente así, y la hay, quizá ya no en un convento sino en tu misma casa. Acaso seas tú persona de paz y misericordia que pueda poner cura a tanta frustración y desesperanza como existe en la vida de muchas personas.

No hay otra medicina que la de la humildad, consecuencia misma de un vivir en positivo, contentándose con lo que uno es y compartiendo lo que se tiene, lo que se es. Según el diccionario, humildad es la condición de quien no presume de sus logros y reconoce sus fracasos y debilidades. Lo primero es harto más fácil que lo segundo, porque para reconocer fracasos y debilidades hay antes que reencontrarse con la propia verdad («andar en verdad», que diría Teresa de Jesús). Según Anselm Grün, «sólo el humilde, el que está dispuesto a admitir su humus, su condición de tierra, su condición de hombre, sus sombras, es el que experimentará al verdadero Dios», al Dios de la humildad, tan humilde que parece querer ocultarse para no ser protagonista en el gran teatro del mundo.

Humildemente te invito a que te acerques, a través de estas palabras, a un lugar que quizá esté dentro de ti, en tu corazón, en lo más íntimo. Allí podrás vivir nuevas sensaciones hasta ahora apenas experimentadas, redescubriendo esa sabiduría arcana que nos puede hacer alcanzar la mayor de las felicidades: tú, tu vida, y Dios. Esta es la sabiduría de la humildad.

La sabiduría de la humildad

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