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EL ARTE DE AMAR
Оглавление«El amor y la bondad no solo hacen que los demás se sientan queridos y cuidados, sino que también nos ayudan a afianzar nuestra paz y felicidad».
DALAI LAMA
Paz y bien:
El eco de la amistad nunca es un canto en el vacío, ni es un mero reflejo de nuestra voz lanzada al aire, sino mutualidad de vida y esperanza, mirada de corazón trazada sobre un horizonte en el que se hace posible el encuentro más íntimo; el que se produce a nivel del alma, más allá de lo físico, de lo visible, de lo aparente (aun cuando esta dimensión de la corporeidad sea esencial). La distancia geográfica jamás fue óbice para que la amistad se forje y sustente en un vínculo profundamente espiritual sin buscar nada más que el hecho mismo de comunicar y saber que hay alguien que escucha, que lee, que comprende, que ama.
Hace tiempo una madre contaba que le había emocionado tener a su niña en brazos, y que esta, mirándola fijamente le confirmase que se veía reflejada en sus ojos. ¡Qué bella estampa la de tu niña mirándose en los ojos de su madre! Los niños y las niñas son pequeños sabios. Ya lo decía Jesús: de quienes son como ellos «es el reino de los cielos».
Incidiendo en lo ya afirmado, entiendo que querer es un acto meramente volitivo. Se quiere algo porque gusta, porque se desea, porque es útil o confortable, o incluso se quiere algo por mero capricho, y no ha de ser menos (así somos) referido a las personas. Amar es más, mucho más, es dejar que fluya el amor mismo desde el hondón del alma, como el manantial que brota libre, manso y límpido de las entrañas de la tierra, en la cumbre de la montaña. Amar es una actitud ante la vida, una forma de ser y de estar que nos ayuda a vencer el odio, el resentimiento, o cualquier nefasta sensación o pulsión, que fácilmente nos acometen en esta aventura de existir. Decía también Jesús de Nazaret que «nadie tiene amor más grande que quien está dispuesto a dar la vida por sus amigos».
La amistad es una forma de amar, y quizá la más excelsa, porque la amistad implica dar sin esperar recibir, saber estar e incluso, llegado el caso, renunciar a estar si el bien del amigo o de la amiga así lo hace sentir. Por eso, me atrevo a afirmar que el amor-amistad ha de ser guía para cualquier forma de amor: el de pareja, el filial, el maternal, el fraternal, el paternal e, incluso, el religioso. Amar es más que un mero sentimiento, es pasión por el bien ajeno, es vivir para los demás, es no olvidarse de que somos parte de un todo, y de que existe una alteridad que residenciamos, de inmediato, en las personas concretas con las que nos cruzamos en el camino de la vida.
¿Y qué es lo que mueve a los misioneros y misioneras sino el amor? Sí, es encomiable la vida de tantas mujeres y hombres de bien que lo dejan todo, literalmente, para entregarse a los demás (¿hay acaso vocación más hermosa?). Ellos/as están en el corazón de la miseria antes, durante y después de cualquier catástrofe. Su presencia es aleccionadora. Me admiran las personas que son capaces de renunciar a todo (incluso a sí mismas) por el simple afán de amar al prójimo concreto y sufriente, comprometiendo la propia vida, arriesgándola.
Estoy leyendo un libro escrito por Anna Ferrer, la esposa de Vicente Ferrer (hombre al que admiro enormemente, y a través de cuya fundación tengo apadrinado desde hace años a un niño de la India). Ella cuenta que el estado de salud de su marido siempre fue más bien precario, y que los médicos estaban muy sorprendidos de cómo, estando su corazón tan maltrecho, él era capaz de seguir adelante con la ingente labor de ayudar a los más pobres a salir adelante en medio del erial. Y un médico acertó con el diagnóstico: está claro que «Alguien más» sostenía a este hombre. Supongo que lo mismo se puede decir de los misioneros/as y de la gente de bien, que son instrumento de la Providencia porque son dóciles y, a un tiempo, luchadores pacíficos por la causa del bien.
El mundo de la miseria sigue en el mapa, aunque las noticias que nos llegan suelen obviar esta geografía de la ignominia, puesto que la actualidad manda y los medios de comunicación nos narcotizan la mente con noticias de lo más irrelevante pero que magnificadas se transforman en casi vitales y en motivo de conversación (y así se nos va robando un poco el alma). La política (la última polémica por unas declaraciones lesivas) o el fútbol (el último entrenamiento de la figura mediática del momento) desplazan continuamente a quienes no cuentan para el mundo supuestamente «desarrollado». Por eso no debemos olvidarnos de los que más sufren, comenzando por quienes están a nuestro lado.
Te escribo de noche, en una noche serena y fría, dominada en el espacio estelar por una luminosa y redondeada luna llena que reinará por unas horas. Pero esta noche, una noche más, el Albergue San Francisco, sito en este convento compostelano, es hogar para quien no lo tiene. Casi una treintena de personas «sin techo» reposan ya sobre una cama limpia, bajo techo, con calefacción y quizá, así lo deseo, soñando que otra vida es posible: la que forja el amor solidario. Detrás de cada vida de estas personas hay una historia de desamor. También a ti te deseo unos felices sueños, y que los ángeles velen tu reposo arropado por el calor de hogar del amor que tanto necesitamos para vivir, para vivir abiertos al don de los demás.