Читать книгу Más allá del amor - Francisco Javier Crespillo Pinto - Страница 11

Capítulo IV: Una nueva vida

Оглавление

Habían pasado seis meses del trágico accidente que segó la vida de cuatro personas y dejó a muchas otras destrozadas. Los cursos lectivos estaban finalizando pero Celia se había tomado esos seis meses de relax total, estaba malviviendo de la pensión de orfandad que le había quedado, muy alta para una sola persona tan joven, pero sabía que tenía que hacer algo con su vida, no podía quedarse estancada. Sara no se había separado ni un solo día de su lado, estaba muy preocupada, siempre encima de su novia, aunque las últimas muestras de cariño fueron los primeros días de la soledad que empezaban a invadir su vida. También tenía todo el apoyo del pueblo, la mayoría de las señoras le llevaban la comida a casa para que ella tuviera que preocuparse lo menos posible, caldo de pollo, bizcochos, tartas de manzana y demás comida que las familias hacían agregando un plato más para ella, pero Celia era reacia a todo aquello, no quería ser la niña que diera lástima a la gente.

Poco a poco fue cambiando la rutina, salía a pasear por el campo, a disfrutar del aire puro y limpio de los bosques del lugar. Los paseos prefería darlos sola, necesitaba tiempo para ella, para pensar en su nueva vida, en su futuro. Dando paseos sin rumbo alguno llegó al punto donde fue violada por el enigmático Alberto, el único recuerdo que tenía de aquella noche. Como si fuera un árbol seco se desplomó sobre el suelo, acariciando la tierra donde fue fecundada como si fuera un anhelo aquel lugar. Sus pensamientos llegaban tan lejos que la trasladaron en el tiempo, recordaba lo feliz que era, sin otra preocupación que no fueran sus estudios, salir con las amigas… pero ahora ya no, ahora sus preocupaciones eran otras. Se planteó muchas cosas en ese momento, como irse a Málaga, aunque esto implicara un cambio de vida muy radical, pero no importaba, tenía que cambiar de aires porque era lo que necesitaba. Pensó en irse con Sara, pero no sabía si era o no lo mejor para las dos, no quería perder la relación que las unía, era su media naranja. No le apetecía otra cosa que pasar algunas horas muertas del día pensando en Sara, aunque no le gustaba estar físicamente a su lado, eso implicaba pensamientos eróticos y no era lo apropiado después de la tragedia, aunque en un segundo sus pensamientos se trasladaron a la actualidad.

—Tengo que cambiar ya mi vida, ahora mismo no puedo hacer nada por mis padres, ni por mi hermano, ni tampoco por Susana, solo puedo continuar mi vida. Ellos, allá donde estén, estarán orgullosos de mí, comprenderán que mi nueva vida la elijo yo y solo yo, soy dueña de mis pensamientos, sentimientos y de todo aquello que me incumbe y no voy a permitir que mi vida se desmorone y la cambien los vecinos del pueblo.

Tras esa reflexión tan dura se levantó del suelo, volvió sobre sus pasos intentando olvidar el pasado y, dispuesta a ser una mujer, tocaba madurar, y la decisión de irse fuera del pueblo era irrevocable. Cuando entró en la primeras calles del pueblo se fue directamente a casa de Sara, pasó cabizbaja por las puertas de las vecinas, sin ganas de saludar, entró en la panadería de la señora Paca, compró una napolitana de chocolate doble, pagó y con un adiós suave se despidió.

—Celia, ¿cómo te encuentras? —preguntó Paca amablemente.

—Algo mejor Paca, pero no termino de remontar. Esta mañana mientras paseaba por el campo he tomado la decisión de abandonar el pueblo, dejar atrás mis raíces, aunque no olvidarlas. Así que me iré a la ciudad a buscar trabajo, aunque nunca dejaré de venir a veros.

—Si es lo que deseas y eso es lo que te va a hacer sentir bien, hazlo. Te vendrá bien desconectar y cambiar de aires, todo mi apoyo y mi ánimo lo tienes, el mío y el de mi familia. Muchos besos, ve con Dios —acabó la frase con un sincero adiós.

Cuando llegó a casa de Sara respiró hondo y pulsó el timbre, salió la madre de Sara.

—Hola Celia, ¿qué tal estas?

—Aún sigo triste, es una gran pérdida, pero sé que tengo que hacer mi vida, tengo que continuar y mirar hacia delante, nunca mirar hacia atrás porque si no seguiré en el pozo en que caí.

—Muy buena respuesta Celia, me gusta mucho que pienses así. Aquí está tu amiga Sara en pijama todavía, que está ayudando a Rubén a hacer las tareas de la escuela, el inglés lo lleva fatal.

—Cierto, pero este niño parece que no escucha a nadie, pasa al salón que te voy a traer un refresco, ¿qué quieres?

—Si tienes un zumo de piña mejor, voy a comer este dulce para matar un poco el hambre.

Mientras Luisa vertía el zumo en un vaso de tubo largo, Celia dio el primer bocado a la napolitana comprada en la panadería de la señora Paca. De pronto sintió un escalofrío que le recordó a la mañana en la que se acostó con Sara, se estaba imaginando una escena erótica, hacer el amor en la habitación mientras los padres de Sara estaban en el salón viendo la televisión, era una situación que la había puesto muy caliente, sintió como su tanga se mojó un poco cuando dio el segundo bocado y saboreaba la napolitana. Su mente daba vueltas sin parar hasta que la voz de la madre la hizo volver al presente.

—Aquí tienes Celia, toma el zumo de piña y una servilleta para que no te manches, ¿te encuentras bien? Te noto un poco extraña.

—Sí Luisa, perdona pero se me ha ido el santo al cielo y estaba en otro mundo. Ahora solo necesito comer la napolitana y beber un poco de zumo. A ver si Sara baja ya y nos vamos a dar un paseo.

—¡Hola! —decía Sara mientras bajaba los peldaños de dos en dos—. ¿Cómo está mi mejor amiga?

—Ya era hora de que bajaras, estaba empezando a pensar que no querías verme.

—Cómo que no, si está todo el día hablando de ti —interrumpió Luisa la agradable conversación.

—Es verdad Celia, tengo muchas ganas de ver cómo progresas, que cada vez te veo más animada.

—Algo más, pero no creas que es fácil esto, pero sabes que he decidido no volver a hablar más del tema, he decidido que voy a vivir el presente y a pensar que mis padres me van a cuidar desde el cielo.

—Así se habla, esa es mi amiga —con una ligera sonrisa y mirada pícara respondió Sara. Estaban las dos chicas sentadas en el salón viendo el telediario, desgraciadamente todas las noticias eran negativas: muertes por el Daesh, accidentes de helicóptero… Ninguna de las dos decía nada, tan solo se miraban y una acariciaba a la otra con el morbo incluido de que la madre no las pillara, eso las ponía más calientes.

—Mamá nos vamos a dar un paseo, ya se ha comido la napolitana y se ha bebido el zumo —dijo Sara en la cocina.

—Sí Luisa, estaba muy buena y sabrosa, otro día cuando pase por la panadería de la señora Paca la compraré. Nos vamos a dar un paseo por el pueblo, por la noche le dejaré a su hija en la puerta.

—Tened cuidado chicas, que ya no sois unas niñas pero me da mucho miedo que andéis solas por el campo.

—No digas eso mamá, nadie se podrá meter con nosotras. —Con una ligera sonrisa y un pequeño brinco bajó los tres escalones que daban acceso al zaguán de la casa.

Cuando salieron por la puerta las ganas de darse la mano eran inmensas, pero estaban dentro del pueblo y no era ético ni moral, a ojos de los habitantes, que las vieran agarradas. Tomaron el camino más corto para salir al campo, aunque esto implicara que fuera el peor y más lejano para llegar al río. Luego giraron a la derecha y fueron dirección a la casa de Celia campo a través. Una vez llegaron al río, se sentaron en la orilla, se quitaron los zapatos y se metieron hasta los tobillos.

En aquel río los habitantes del pueblo habían aprendido a nadar, aunque cada vez venía más gente que terminó contaminándolo. A pesar de que contaba con una buena depuradora, el río no volvió a ser lo que era, pero sí que estaba más limpio y al menos se podían meter los pies en él y así refrescarse un poco.

Estuvieron charlando mucho, una le contaba a la otra los planes que tenía, la otra afirmaba en algunos y negaba en otros, pero siempre la discusión era diplomática, no había pegas de ningún tipo entre ellas. Con una mirada cómplice sabían que era la hora de ponerse los zapatos, salir del río, ir a casa de Celia y dejar volar la imaginación desde que cerraban la puerta hasta que las dos terminaban extasiadas en la cama con las sábanas corridas. En la puerta de la casa miraron a ambos lados, como si de ladronas se trataran, aunque no había nada que temer, aunque estuvieran alerta, como las gacelas cuando comen pero tienen un oído pendiente por si aparece el depredador. Abrió la puerta y entristeció un poco Sara cuando vio la casa, se trasladó en el tiempo cuando iba y la casa estaba inundada de felicidad y gente, pero omitió ese pensamiento rápidamente para no amargar el tiempo que estuvieran allí. Se agarraron de la mano y subieron a la segunda planta, allí se quitaron la ropa, como si de una pelea a vida o muerte se tratase. Sara se tumbó en la cama abierta de piernas y Celia sin pensarlo dos veces se puso de rodillas, con la boca iba quitando poco a poco el tanga. Comenzaba con un bocado en un lateral, cuando ya no podía bajar más, antes de ir al otro lateral, daba un ligero beso en el pubis rapado de su novia, en el lado opuesto hacía lo mismo y así hasta que el tanga estaba por las rodillas, que de un manotazo arrancó. Volvió a poner la boca en los pies de su «presa» iba subiendo poco a poco la lengua por el tobillo derecho, cuando subía unos centímetros se pasaba a la pierna izquierda, conforme iba subiendo la mirada se hacía más ardiente. Sara gemía incluso sin tocarse, la lengua de su compañera la excitaba tanto que se retorcía dando pellizcos a las sábanas y bocados al aire, agarrando fuerte del pelo a Celia que en cada tirón se ponía más cachonda y más fuerte chupaba. Sara ya estaba mojando sus nalgas, la ingle ya estaba empapada y necesitaba que la penetrara ya con lo primero que pillara, aunque no tenía otra cosa en la cabeza que fuera el dedo mientras la lengua acariciaba el clítoris. Celia le metió dos dedos y la lengua le acariciaba el clítoris, como a Sara le gustaba, con la diferencia de que ninguna le había dicho nada a la otra, era instinto, cosa que más gustó a esta puesto que significaba que estaban hechas la una para la otra.

Cuando acabó este acto, Celia se tumbó junto a su novia y allí, ladeadas, comenzaron a rozarse las tetas, pezón con pezón, aureola con aureola hasta que una abrió las piernas mientras la otra se restregaba, falta un buen pene de plástico, ya lo comprarían —pensó Sara—. Ahora era el turno de Sara para satisfacer a la que tanto placer le había dado en pocos minutos. Esta obligó a Celia a que fuera una marioneta, con órdenes broncas la obligó a ponerse a horcajadas en su pecho, obligando a meterle la vagina en su boca, a succionar la vagina, a meter la lengua hasta donde el cuerpo dejara, esto provocó tal placer a Celia que no pudo evitar que saliera una gran corrida hacia la boca, y como si de un rayo se tratase, mientras Sara tenía la corrida en la boca, la otra se agachó a besarla e intercambiar la corrida, manchándose la una a la otra toda la cara y parte del cuerpo. Tras ya no quedar nada de corrida en las bocas de las chicas, cayeron extasiadas, el brazo de Sara pasaba por debajo del cuello de su novia y la acercó fuertemente hacia su pecho.

—Ha sido perfecto amor, he gozado tanto que desde que te vi bajar la escalera en tu casa ya estaba mojada —dijo Celia con su boca en el pezón de Sara.

—A mí me pasó lo mismo amor, por eso bajé tan rápido, porque tenía muchas ganas de verte a solas, de pasar un rato como este contigo, ahora eres la Celia que yo conocía y me alegro muchísimo.

—Me ha encantado, esta mañana estaba pensando en irnos juntas del pueblo, irnos a Málaga, Sevilla, Córdoba o Granada, donde quieras pero fuera de aquí y las dos juntas. Poder actuar como una pareja normal y corriente sin ser objeto de críticas ni miradas raras, porque no somos bichos raros, somos personas que nos necesitamos la una a la otra, por eso quiero salir de aquí.

—Claro que no somos bichos raros cariño. Me parece una idea estupenda pero antes vamos a darnos una ducha y hablamos bajo el agua, que nos refresquemos las ideas, me está subiendo la temperatura y puede que no te deje salir de la cama —la invitó a salir de la cama y echar otro polvo en el agua, el charlar allí era una burda excusa.

—Te quiero cariño.

Las dos se incorporaron, sus cuerpos completamente desnudos reflejados en el espejo hacían la conjunción perfecta, una alineación de la una con la otra como la de los planetas con sus satélites, incapaces de andar la una sin la otra. Celia, amante de la ciencia, se dio cuenta de eso, una era el núcleo que atraía a la otra por la fuerza de la gravedad, daba igual cuál de las dos tuviera el rol que atraía a la otra, lo importante era que no se distanciasen jamás, solo lo justo y necesario.

Tras el gran polvo que acaban de echar, la ducha de agua caliente bajando por sus cuerpos y los roces de piel habían hecho que las dos chicas comenzaran a pensar en frío. Aún seguían húmedas, pero esta vez era del agua, estaban limpias de corridas, era el agua lo que las tenía empapadas, el calor del día con las ventanas abiertas se encargaría de secar los cuerpos. Ahora venía la hora de la verdad, tocaba hablar del futuro inmediato, no querían esperar más para comenzar la nueva vida. Andando desnudas por casa cogieron las sábanas, las quitaron de la cama y las echaron a la lavadora, recogieron la casa para que pareciera que nadie la había pisado, dejar todos los objetos cada uno en su lugar, para cuando tuvieran que salir de la casa solo cerrar con llave dejando atrás todos los recuerdos, dejando atrás toda una vida y comenzar otra, pero esta sería distinta. En esta nueva etapa tendrían que buscarse, como vulgarmente se dice, las habichuelas en otro lugar, pero haciendo las cosas bien, empezando la casa por los cimientos, no por el tejado, debían pensar todo perfectamente, al detalle para que nada pudiera salir mal, todo debía de salir perfecto.

—Sara, vamos a dejar la casa perfecta, como si nadie hubiera estado aquí en estos meses, cerraremos la casa y la dejaremos parada en el tiempo, no quiero que nadie entre aquí, quiero que la casa quede tal y como está, para que mis padres y mi hermano, si deambulan por aquí, no se sientan incómodos.

—Vale cariño, pero hazme un favor, no te voy a pedir que olvides el pasado pues eso sería muy egoísta por mi parte, pero sí que lo eches a un lado, vamos a empezar de cero y cuando salgamos por esa puerta esto se quedará en una anécdota, trabajemos el presente para construir el futuro, cultivemos la relación para que no se rompa jamás, ni por nada ni por nadie, así que ese es el único favor.

—Por supuesto que sí cariño, cuando acabemos de arreglar la casa y dejarla matizada saldremos por esa puerta y atrás quedará toda una vida con la esperanza de que la nueva será mejor.

Celia cogió lo primero que pilló de ropa, se fue con lo justo y necesario, un cuadro con la foto de sus padres y su hermano junto a ella el día de la comunión, ese fue el único recuerdo que se quiso llevar. El resto, las joyas y demás recuerdos de valor los dejó en la caja fuerte detrás del cuadro de boda de sus padres, allí encerró los últimos recuerdos materiales que le quedaban.

Salió por la puerta detrás de Sara, con dos lágrimas bajando por los ojos como el agua del deshielo se despidió. Se santiguó y cerró, al escuchar el último clic de la llave se dio la vuelta y sin mirar atrás bajó los escalones, el último vistazo lo echó desde el suelo y entonces susurró un hasta pronto.

Más allá del amor

Подняться наверх