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Capítulo I: Descubriendo la fertilidad

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Habían pasado dos meses desde aquel fatídico encuentro con Alberto, y Celia estaba muy asustada. Tenía un par de retrasos en la menstruación pero no le daba mucha importancia. Había pasado mucho estrés por culpa de la noche en que fue desvirgada, por lo que decidió contárselo a Sara, su mejor amiga, con la que no tenía ningún secreto:

—Sara debo contarte algo muy desagradable.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Sara frunciendo el ceño.

—Tengo dos retrasos, yo soy muy puntual pero ya me estoy asustando y mucho, pues no es normal.

—Puede que sean los nervios o el miedo que te causó el desgraciado que nos drogó a todas.

—¿Quieres venir conmigo a hacerme un test de embarazo? Es lo único que me queda por saber, si estoy o no embarazada.

—Vale, cuando acabe de hacer la compra para mi madre vamos a la farmacia de Antonio y compramos el test, le diremos que no cuente nada y ya verás como todo sale bien y es un simple susto.

Eran las 13:00 h cuando Sara y Celia fueron a la farmacia, tan solo tuvieron que cruzar un par de calles, girar a la derecha y justo en la plaza del pueblo estaba la farmacia de Antonio. Allí, con un poco de miedo, decidieron entrar y comprar el tan ansiado test de embarazo.

—Antonio, me gustaría pedirte un favor.

—¿Qué pasa?

—Me gustaría que no dijeses nada de que vamos a comprar un test de embarazo, ya sabes que en el pueblo todo el mundo lo comenta todo, y si se enteran mis padres me matan. Lo último que yo quisiera sería darles un disgusto.

—No te preocupes Celia, estos temas son muy delicados, aunque tan solo espero que sea lo Dios quiera. —Antonio era un católico arraigado y practicante, todo lo dejaba en manos del Señor—. Y puedes contar conmigo para lo que haga falta.

—Muchas gracias Antonio, muchas gracias —acentuó Sara al salir por la puerta.

Todo era nuevo para las chicas. A pesar de lo avanzado que está el mundo, en aquel pueblo todas las chicas eran vírgenes, ninguna había sentido el placer del sexo con o sin amor.

Cogieron las dos amigas el sendero, y cabizbajas, fueron andando para alejarse de la civilización. Allí hicieron uso del test de embarazo, mientras Sara leía el prospecto, Celia se estaba poniendo más nerviosa aún, las manos le temblaban y le costaba mucho aguantar la posición.

Una vez usado el test, el intervalo de tiempo desde que lo usa hasta que da positivo o negativo parecieron años. Celia miró a Sara y se abrazaron, llorando como un recién nacido afirmó lo que ninguna de las amigas querían, Celia estaba embarazada de Alberto.

—Ahora viene lo grande Sara, ahora es cuando mis padres me matan, ¿qué puedo hacer? Necesito ideas sinceras, que yo sea capaz de decidir qué hacer con mi vida sin que nadie se interponga. Ahora voy a tener un bebé, es una responsabilidad muy grande, pero sabes que eso supondrá una vergüenza para mi familia.

—No te preocupes Celia, yo te voy a apoyar en todo lo que te haga falta, te ayudaré en todo lo que necesites y no te abandonaré. —Le acarició la cara mientras le daba un largo beso en la mejilla.

—Muchas gracias, eres una gran amiga y siempre lo supe, te agradezco que estés a mi lado en estos momentos duros, necesito despejarme, vamos al Lumia a tomar algo, aún no se me nota nada de embarazo y pronto no podré beber nada de alcohol ni fumar.

—Esa es mi chica.

Estaban reunidas en el Lumia, un disco-pub en el que solían reunirse los jóvenes del pueblo al caer la noche, aunque durante el día era un salón de juegos frecuentado por personas mayores. Todos los abuelos que ya estaban en la tercera etapa de su vida jugaban a las cartas o a cualquier otro juego para matar las horas que antaño pasaban trabajando. Disfrutaban con su aguardiente, risas y algunas peleas con los amigos para saber quién era el ganador o perdedor. Aquella mañana estaba Mateo, el padre de Sara jugando al subastado con Juan, Pedro y Agustín. La expresión de su cara indicaba que no estaba muy contento con la visita de su hija a esas horas, estaban los hombres diciendo piropos obscenos a las muchachas del pueblo, hombres que iban de paso para trabajar en otros pueblos y paraban allí a tomar un refresco. Aunque a Mateo no le gustase la idea de ver allí a su hija, no podía oponerse. Quedaban pocos días para que empezara la universidad y ya era mayor de edad.

Las dos chicas pidieron un refresco light, no era propio que las chicas bebieran alcohol y fumaran delante de las personas mayores, era una especie de insulto a la familia. La mentalidad antigua seguía arraigada en las personas del pueblo. Si veían a la mujer fumando era una puta y si bebía alcohol más aún, por lo que ellas estaban metalizadas de que jamás fumarían o beberían alcohol delante de los mayores.

—¿Qué tal estáis? —preguntó Mateo con voz fuerte y ronca.

—Hemos venido a disfrutar de nuestros últimos días de vacaciones papá, que este año ya nos vamos a Málaga a estudiar y nos verás poco por el pueblo.

—Tienes razón, pasadlo bien. Si necesitas algo en la mesa del fondo estoy.

Celia y Sara se sentaron en la última mesa, en la zona que convertían en pista de baile por la noche, allí no estaban a la vista de la gente. Cruzaron sus piernas mientras hablaban del futuro que se presentaba, Celia iba a ser madre dentro de siete meses, pero era muy complicado de asimilar, la charla era tan amena que las horas parecían segundos. Mientras conversaban llegó Macarena, la dueña del Lumia, y les dijo:

—Chicas lo siento, no me gusta echar a la gente, pero vamos a cerrar ya, hoy es el día que libramos por la tarde, gracias.

Más allá del amor

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