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En la puerta del mal camino

Lectora, lector: he aquí el Distrito Quinto; he aquí toda la fiereza y toda la brutalidad de Barcelona. Es el Distrito Quinto la llaga de la ciudad; es el barrio bajo; es el refugio de la mala gente. Cierto es que viven en él familias honradas. Esta es la tragedia. En el montón deforme de basura y de dolor, de inconsciencia y de pecado, que forma el Distrito Quinto se mezclan el obrero y el chorizo; la lavandera y la peripatética que en el cabaret elegante parece hija de nobles y que duerme en su propia casa sobre un catre... Ni los barrios bajos de Génova, ni el barrio del puerto de Marsella, ni la Villette parisina, ni el Whitechapel londinense, tienen nada que ver con nuestro Distrito Quinto, con el ambiente equívoco de nuestra zona prohibida. Es más, el Distrito Quinto les supera. Se juntan aquí, de una manera absurda y única, la casa de lenocinio y la lechería para los obreros que madrugan; la tienda que alquila mantones y en donde se presta dinero a las artistas de los music-halls y el palacio del conde de Güell; cal Manco y la Casa del Pueblo Radical; el hospital de la Santa Cruz y la taberna de La Mina; el cuartel de Drassanes y la pequeña feria de libros viejos; los hoteles meublés y la Atracción de Forasteros... Lo bueno y lo malo; la civilización y el hurdismo, que es toda una política nacional. Pasea esa desdichada de La Moños sus harapos, y unos cuantos imbéciles vestidos de hortera y unas cuantas rameras que huelen a Heno de Pravia le hacen cantar unas canciones grotescas para reírse de su locura. Cruza la calle el sereno Juan, y se cubren la cara para que no les reconozca los pequeños ladrones. Venden cocaína algunos limpiabotas, y aparecen los invertidos en plena calle mostrando sus vergüenzas, su impudor y su pecado; las gitanas de Villa Rosa cantan roncamente, y al acecho una procesión de pedigüeños os asalta casi con violencia; duermen en los quicios de las puertas los pobres, y apoyado en un farol, un borracho expone una teoría filosófica con la música del Porque era negro... Hay todavía becs de gaz, románticos y calles silenciosas.

Vamos a entrar en el Distrito Quinto. En la puerta del Arco del Teatro nos despedimos del amigo que nos acompaña y que no quiere seguir porque teme la atracción del mal. En el bar adosado a la pared, un pelotari paga unas cañas. La calle es estrecha, es larga, es sucia, es tortuosa. Vista, desde las Ramblas, parece que las casas de una acera y de otra se juntan y que queda un trozo vacío por donde asoma el cielo de color de violeta.

Sangre en Atarazanas

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