Читать книгу Educar para ser - Francisco Riquelme Mellado - Страница 5

Capítulo uno Un reto para el docente

Оглавление

Francisco Riquelme Mellado es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, máster en Arteterapia por la Universidad de Murcia, tiene formación Gestalt en el Programa SAT, y es coach certificado por la ICF y la ASESCO. Jefe de Estudios en el CEA Mar Menor de Torre Pacheco. Formador en Bienestar Docente, Gestión Emocional, Coaching Educativo, Creatividad, Aprendizaje Cooperativo, Aprendizaje Basado en Proyectos y Aprendizaje-Servicio. Divulgador en educación a través del blog “Una Educación para Ser”3 Publica para el portal especializado INED21.

La interioridad del docente como “corazón” que acciona y sostiene el aprendizaje

Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos,

sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba hecha el alma.

Mario Benedetti


El aula es un espacio en el que confluyen muchas voluntades e intereses. A veces sentimos cómo el acto de la comunicación y el contacto entre las personas convocadas en ella se da en un nivel más profundo, en ese en el que las voluntades se unifican como una sola. A veces apreciamos cómo nuestras palabras pueden estar cambiando vidas.

Damos en el aula lo que somos, ni más ni menos. Solemos diferenciar entre vida personal y vida profesional; pero solo tenemos una vida. Y si un día o más estamos mal por algo que nos pasó en casa, no queremos que se note en el centro educativo, tratamos de meterlo debajo de la bata de profe o maestro haciendo de tripas corazón. Y sí, es necesario gestionar esos estados para ser “profesionales”, “eficientes” y mantener el adecuado “pulso” del aprendizaje. Pero también lo es revisarlos en algún momento cercano para que sean sanados, comprendiendo de dónde proceden, cómo surgen y se expresan en nuestra vida. El contenido y los estados de nuestra vida no pueden ocultarse tras el rol de profesor o maestro, pues se muestran de un modo u otro.


El currículo, la metodología y la gestión de aula son aplicados y concretados por el docente, que los maneja y desarrolla desde los impulsos de su mente y su “corazón”, entendido como esa manera especial de ser, acoger, desplegar y accionar el aprendizaje de los alumnos. Cada docente tiene un pulso particular y único de hacerlo. Por tanto, la aplicación de esos tres ámbitos es resultado de quién soy como persona, cuáles son mis creencias y perspectivas, cómo gestiono mis emociones, en qué pongo más el foco, a qué le doy más importancia, cuáles son mis puntos ciegos. Por eso el docente es el corazón del sistema educativo, porque es el que acciona y modula los impulsos en la concreción del proceso de aprendizaje.

Solemos atrincherarnos detrás de muchas circunstancias que no manejamos como excusas para no actuar: el diseño del currículo, la normativa y legislación que se debe cumplir, los medios disponibles, los alumnos que nos llegan, etc. Hay docentes que van fundidos y docentes que irradian con luz propia reflejando dos actitudes antagónicas: la del docente victimizado y en zona de inercia y la del docente con actitud proactiva, creativo, comprometido. El docente es siempre la clave.

El papel del docente es cada vez menos el de enseñar y más el de sostener un adecuado proceso y marco dentro del que el alumno tenga las mejores condiciones para su aprendizaje.

Una persona que está en un permanente estado de negatividad, quejosa por todo y reactiva llega a un aula como docente. ¿Cuál es la actitud que va a desplegar en ella? ¿Cómo va a afectar ese estado interno a su motivación y a la de sus alumnos, a la relación con ellos, a los procesos de aprendizaje?

Otra persona se siente agradecida por ser docente, positiva, alegre y disfruta en el aula. ¿Cuál será su presencia en ella? ¿Cómo va a afectar ese estado interno a su motivación y a la de sus alumnos, a la relación con ellos, a los procesos de aprendizaje? De manera completamente distinta. Hay muchas formas de ser docente; una por cada persona que se dedica a este noble arte de acompañar en el aprendizaje. Ser docente está directamente relacionado con el ser de la persona que encarna ese rol.

Dentro de nosotros hay toda una orquesta. La presencia docente es la nota tonal irradiada de todo mi universo interno: emociones, estados, energías, deseos, anhelos, creencias, valores, actitudes, talentos e identidad.

Considerar la presencia docente como clave en la educación es asumir la importancia que tiene el docente como creador de espacios, tiempos y sinergias para modular estados de conciencia. Así que quién soy en el aula, qué creo que es el aula, qué hago y cómo lo hago se irradia en ella. Todo cuanto soy forma parte de mi presencia, que en su cara visible es básicamente un acto comunicacional a varios niveles:

• Corporal: comprende el lenguaje no verbal, los gestos y la energía.

• Lingüístico: engloba el tono, el discurso y los pensamientos.

• Emocional: abarca la vivencia y la gestión de emociones y estados emocionales.

Estos tres aspectos son complementarios y se afectan mutuamente. Por ejemplo, las emociones pueden gestionarse desde el cuerpo, modificando su energía; o desde el lenguaje (usando la lógica y la razón). Todo acto comunicacional es un acto creativo, reflejo de esos niveles de conciencia en los que habitamos internamente. Dicho así puede resultar difuso hablar de niveles de conciencia, pero Robert Dilts4 distingue siete niveles: entorno, comportamiento, capacidades, creencias, valores, identidad y sistémico. Y cuanto más arriba suceden los aprendizajes, mayor transformación producen a nivel personal y colectivo. Un cambio en el entorno o en el comportamiento no dejan de ser meros cambios adaptativos. Un cambio en el nivel de creencias o valores es un cambio más profundo. Una educación integral, holística o cuya vocación sea enriquecer al ser humano en su totalidad. Se desarrollará en todos los niveles y generará cambios transformacionales en los niveles más profundos de profesores y alumnos.

Los conocimientos para impartir el currículo no suelen ser una dificultad para el docente, forman parte de sus capacidades (bien adquiridas en la universidad). Normalmente los retos y dificultades están más en otros aspectos, como los relacionales, la gestión de aula y los conflictos que suelen emerger en ella. Por eso hay un aspecto clave del trabajo docente que es interno: el que corresponde a la propia alineación de nuestros niveles, a nuestro desarrollo personal y a la búsqueda de una vida plena y con sentido (lo que corresponde a todo ser humano).

El verdadero reto para el docente es el de asumir ese trabajo interior. Hoy día se habla de ello con el término de habilidades soft, “blandas” (frente a las habilidades hard, “duras”, que son más el resultado de la adquisición directa de conocimientos o competencias curriculares). Estas habilidades blandas siempre han estado ahí, junto a las hard, solo que ahora se nombran y se valora su importancia en el aprendizaje y en el éxito académico, profesional y personal, por lo que tiene mucho sentido desarrollarlas tanto específica como transversalmente.

El aula como lugar de construcción identitaria

Ante una dificultad, problema, reto o conflicto solemos cuestionar a los alumnos, a los profesores, a la directiva, a las condiciones o a la normativa; echando balones fuera antes que revisar cuáles son nuestras creencias, qué estamos haciendo y qué otra cosa podríamos hacer, cuál es nuestra actitud y si ayuda o dificulta. Más infrecuente es aún que nos cuestionemos sobre quiénes somos en el aula y para qué estamos en ella, cuáles son los valores que nos sustentan y cuál es nuestra visión, misión o motivación.

Nuestros alumnos no nos recuerdan por los contenidos que impartimos, sino por cómo los tratamos, qué relación significativa establecimos, la vinculación emocional que les permitió desplegar sus fortalezas, capacidades, talentos y valores desde la mejor actitud.

“Los alumnos nos aprenden”, nos recuerda Antoni Zabala, y son sensibles a lo que irradiamos más allá de las explicaciones sobre nuestras materias.

Así, podemos distinguir dos dimensiones fundamentales en el acto educativo:

1. La dimensión relacional

2. La dimensión del aprendizaje

Ambas son dependientes y se dan simultáneamente. Cuando entramos en el aula, lo primero que sucede es un acto relacional. El objetivo es el aprendizaje, que puede darse a varios niveles: desde un nivel meramente instruccional a un nivel que resuena en la identidad y por tanto es transformacional.

Hace poco tuve una experiencia de formación con jóvenes médicos residentes en el Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, trabajando la importancia de la empatía y el acompañamiento con pacientes y cómo eso influye en la mejora asistencial, e incluso en sus dolencias y enfermedades. El factor humano es el factor definitivo. Y en educación, el vínculo emocional que cultivamos con esmero constituye una potente sinergia para superar las dificultades que entraña todo aprendizaje. ¿O es que olvidamos que el ser humano es un ser social y se construye a través del espejo de los demás y de sus relaciones? Somos referentes para el modelaje de nuestros alumnos.

Una de las funciones que se sobrentiende como propia de la educación es la de facilitar la integración en la sociedad. Pero ello no es un fin, o al menos no el fin último de la educación. Más bien la adaptación social, el empleo o el emprendimiento, estar informado y tener una actitud crítica constituyen un medio para el desarrollo de la persona. Y para que aporte valor a la colectividad desarrollándose a la vez la sociedad en su conjunto.

Germinar, florecer y dar frutos es inherente a una vida plena, con sentido y que se desarrolla. Solo desde una profunda revisión y actualización personal constante, a través de la que curemos nuestras heridas y sanemos los aspectos disfuncionales de nuestra personalidad, estaremos en condiciones de ser presencia en el aula para dar alas a nuestros alumnos e invitarlos, a su vez, reflejando nuestra actitud, a que germinen, florezcan y den frutos. Este es el gran reto para el docente.

Escucho con frecuencia que los docentes hemos de ser inquietos y estar conectados con la cultura. Y es importante; pero con tener conocimientos y adquirir cultura no es suficiente. Esa inquietud es más profunda: es la inquietud por construir una vida significativa, que desde esos vacíos y malestares incómodos se proyecte todo un impulso de crecimiento que luego podamos “servir en bandeja de plata” en nuestras aulas, a nuestros alumnos que tienen vacíos y malestares como nosotros y ven en nosotros inspiración para construirse y construir sus vidas.

Llegó un momento en mi vida en que toqué fondo y perdí mi rumbo. Fue cuando mis anheladas metas no tenían sentido y descubrí que eran fruto de profundos autoengaños. Me sentía tan mal conmigo mismo y con la vida, sufría tanto que me aferré a un potente impulso de cambio. Eso me llevó a recomenzar, a hacer un reset. Lo primero que hice fue sanar mis afectos primarios: mi relación de pareja y la relación con mis hijos. Dejé de demandar mis necesidades y comencé a dar. Ese cambio de perspectiva y las acciones en consecuencia que sostuve en el tiempo, produjeron en mí una fuerte transformación e hice realidad una frase de Gandhi que resonó fuerte durante un tiempo dentro de mí: “Cuando yo cambio, cambia mi realidad”.

Empecé a ser el compañero que mi compañera necesitaba que fuera, el padre que mis hijos necesitaban que fuera. Esos cambios personales comenzaron inevitablemente a reflejarse inmediata y progresivamente en el aula. Y empecé a ser el docente que mis alumnos necesitaban que fuera. Sin pretenderlo, los cambios internos implicaron cambios externos. Porque los cambios son adaptativos cuando vienen desde fuera, pero son generativos cuando surgen desde dentro.

La presencia del docente es el resultado de una alineación

La presencia del docente encarna todas las cualidades del ser, desde las más superficiales a las más profundas, para irradiarlas desde la coherencia y la congruencia en la corporalidad, el lenguaje y la emocionalidad. Y ello implica la alineación de todos los niveles de conciencia.

Nosotros somos como el director de orquesta que debe poner a todos los músicos de esa orquesta interna de acuerdo para interpretar la partitura. En este estado, se actúa en resonancia con el ser. Las disonancias son estados en los que falta conexión, alineamiento y congruencia entre personalidad (capas adaptativas, más superficiales) y ser (capas profundas, más identitarias).

Esta presencia alineada tiene dos cualidades fundamentales:

• Es impersonal, porque va más allá de sí misma (sistémica), entrando en contacto con una conciencia compartida generada por el grupo. Más allá de la diversidad de cada individuo, en el nivel del ser la trascendencia y los valores son comunes (en lo esencial, todos somos iguales).

• Es atemporal, porque se sitúa en el único momento que de verdad existe: el ahora. No se escapa al pasado o al futuro, sino que es en el presente continuo, de instante a instante, en el ejercicio de una observación profunda. Pasado y futuro se integran como experiencia de la que aprender y como proyección con la que impulsar el proceso; siempre sostenidos desde el ahora.

Los aspectos o cualidades que se han de desarrollar e incorporar (encarnar las competencias) son las herramientas para modelar la presencia docente y convertirla en un poderoso factor de transformación personal y colectivo.

El fundamento para su desarrollo consiste en adoptar una determinada actitud, más relacionada con la aceptación incondicional de lo que hay y lo que es frente a una acostumbrada actitud reactiva de falta de aceptación que “patalea” para cambiar la realidad, pero que está desempoderada.

Los conocimientos que posee un docente en su formación están sobradamente constatados. Los talentos, seguramente cultivados. El factor diferencial es la actitud, que nace de la voluntad y de la motivación propias hacia un sentido y un propósito.

Lo que somos y obtenemos en la vida no es el resultado de nuestros talentos, sino de nuestras expectativas, creencias y actitudes. Por ello, en la formación docente se hace necesario el atravesar procesos personales de revisión y transformación de nuestra personalidad (aspectos adaptativos) para que se afine con el ser (aspectos identitarios). Hemos de reeducarnos en un proceso que tiene más que ver con desaprender que con adquirir nuevos conocimientos.

Cuentan que las águilas pueden vivir cientos de años, pero a mitad de su vida, llega un momento en que el pico y las garras les han crecido tanto que no pueden cazar ni comer. Así que buscan retirarse un tiempo a los picos más altos de las montañas. Y allí, en solitario, rompen sus garras y sus picos. Entonces esperan pacientemente hasta que les crezcan otros nuevos. Y entonces, renovada, el águila puede vivir otros tantos años.

Del mismo modo, a veces las personas necesitamos actualizar nuestros conocimientos, adquirir nuevas competencias, o hacer un ejercicio de honestidad y desechar lo que ya no sirve para desaprender y dejar espacio a nuevos enfoques más maduros y actualizados. Nadie dice que sea fácil salir de la zona de confort y de nuestras certidumbres (aunque no sean funcionales y nos hagan repetir errores) para adentrarse en un terreno de aprendizaje poco seguro atravesando nuestros miedos. Sin embargo, aquellos que traspasan su zona de pánico ganan nuevas oportunidades de crecer y estar más satisfechos de su desempeño docente.

Por sí mismas, estas cualidades de la presencia crean el necesario e imprescindible vínculo de naturaleza emocional que va a permitir al docente acompañar al alumno en la germinación de las cualidades de su propio ser.

Competencias de la presencia docente

• La mirada

La mirada se refiere a la competencia de mirar activamente: de observar profundamente. ¿Cómo es nuestra mirada?, ¿qué filtros le ponemos?, ¿de qué color son los cristales con que miramos? Mirar de verdad es hacerlo sin filtros, sin condicionantes. ¡Qué difícil es eso!, pues renunciar a ellos es un fuerte acto de desapego que no siempre se está dispuesto a asumir. Nuestra memoria es de gran ayuda, pero en ocasiones nos impide ver algo nuevo en lo que miramos, entorpece observar lo que se da, lo que es, con actitud abierta. Esa nueva mirada implica asumir con naturalidad lo que ocurre por encima de “lo que debe ser”, dando el necesario espacio a los procesos corporales, emocionales y del lenguaje que aparecen.

Está claro que el docente ha de sostener el proceso de aprendizaje y que, para ello, debe establecer un marco y un contexto. Pero ambos han de ser respetuosos para permitir la individualidad en busca de crecimiento. Hay que sostener la tensión creativa de una mirada limpia y nueva sobre la tendencia automática de la memoria y sus hábitos, que crean preconceptos y filtros (generalizaciones, distorsiones, omisiones). Por eso esta mirada es impersonal y atemporal. Y con ella podemos reconocer “lo que es". La mirada apreciativa es un mirar que enviste de valor a lo que mira y le permite ser desde lo esencial.

• Escuchar

Esta observación no es solo una mirada respetuosa, también, y, sobre todo, es escucha. Lo más importante en la escucha es el otro, el alumno. Cuando escucho, le estoy diciendo: “Tú eres lo más importante en este momento. Estoy disponible para ti”. Cuando la escucha es así se considera que es activa, pues esa escucha tiene un sentido. Hay que crear un espacio en clase para la mirada y la escucha, dar espacio al ser del otro, que se sienta tenido en cuenta y se construya desde nuestra mirada.

• Aceptar

Aceptar la realidad implica estar con lo que es y se da sin pretender cambiarlo, en ese espacio que no juzga, sino que quiere conocer. Hay que sostener creativamente la aceptación sobre la tensión que ejercen en nosotros las creencias de lo que debe ser. Aceptar es la base del respeto al otro tal cual es, sin querer cambiarlo (el cambio o el crecimiento no puede venir “impuesto”, sino que procede de la germinación interior). Aceptar es también respetar las necesidades en los diversos niveles (físicas, emocionales, mentales y trascendentes) y darles espacio en el aula.

• La curiosidad

Deja de juzgar y sé curioso. Observa tus autodiálogos y pasa del “esto debería ser...” al “¿cómo es que...?”. Sé curioso como un niño que explora el mundo por primera vez y al que todo le maravilla. Cuando acepto al alumno, le digo: “Te respeto tal cual eres y, a partir de ahí, acepto tus problemas y necesidades. Veamos qué podemos hacer juntos”.

El juzgar se convierte así en curiosidad y en querer conocer, saber y comprender. Los alumnos disruptivos usan maneras molestas de llamar nuestra atención y demandan así fuertes necesidades insatisfechas, sobre todo de cariño y reconocimiento, algo que posiblemente les falte en su familia. “Entre el dolor y la nada prefiero el dolor”, decía William Faulkner. Si respondemos desde lo que debe ser, si lo hacemos desde nuestra propia neurosis, no podemos atender esas necesidades, que van más allá de lo académico, pero que, siendo profundamente humanas, afectan mucho al aprendizaje de los alumnos. La excelencia no es tanto hija de la exigencia como fruto del amor.

• El reconocimiento

Implica reconocer la singularidad del ser en el otro, su belleza intrínseca, la especificidad en cada persona. Es decir, dar valor a cada persona por lo que es en sí misma. Hay que sostener esa mirada admirativa frente a las acostumbradas etiquetas de la memoria y los juicios mentales o las interpretaciones. El reconocimiento se manifiesta con los tres aspectos de la presencia (corporalidad, emocionalidad y lenguaje). Reconocer el intrínseco valor de cada alumno tiene efectos impresionantes para alcanzar la excelencia educativa, sobre todo, porque le devolvemos un alto autoconcepto y un refuerzo de la propia autoestima. Lo llevamos a reconocerse como ser valioso y a querer actuar en consecuencia; manifestando gozosamente en su vida sus talentos y capacidades (“Querer hacer lo que se sabe hacer es ser”, Jacques Delors, 1994)5.

Chris Ulmer es un conocido educador estadounidense que trabaja con personas con diversidad funcional. Durante unos minutos, suele hablar a sus alumnos ensalzando sus cualidades, destacando sus progresos. Sus resultados son espectaculares: los estudiantes empiezan a alabarse entre sí y van disminuyendo la competitividad y los agravios, se ayudan y cooperan más entre ellos.

Stephen Covey habla en su libro El líder interior del colegio A. B. Combs, en Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, y del método de su directora, Muriel Summers: “Todos los días les decimos que los queremos. Todos los niños son importantes: ‘Eres una persona importante, tienes muchos dones y mucha capacidad’”.

Hay que tener presente lo importante que es reconocer y admirar a los hijos en las familias, a los alumnos en el colegio y a los empleados en las empresas. Cultivémoslo en nuestras relaciones cada día y apreciémoslo como otro factor de transformación sencillo y efectivo.

• El cuidado

Cuidar es dar importancia, es una consecuencia de reconocer; y es velar por que las condiciones del aprendizaje y el desarrollo del ser sean óptimas. Cuidar es velar por su germinación. Cuidar es respetar los tiempos de cada uno y esperar pacientemente los avances y resultados sin apresurarse, sin forzar el proceso. El aprendizaje (y no hablemos de la maduración personal) siempre “se cuece a fuego lento”.

• La confianza

Confiar en la potencialidad del ser implica confiar en los alumnos, en que habrá situaciones o momentos en los que la persona sienta que está sin posibilidades, y aun así puede encontrar por sí misma sus propios recursos internamente, actuando desde la propia potencialidad de su ser. Solo descubriendo primero esa propia potencialidad en mí y confiando en mí mismo puedo confiar en la capacidad de los demás.

No se trata de ser autosuficientes y aislados. No, todos necesitamos referentes y ser acompañados en el descubrimiento de las propias capacidades; pero sin generar dependencia.

Como docentes, hemos de desprendernos de esos modelos interiorizados de ser autoridades del saber y señalar los caminos para que los alumnos tengan acceso a sus propios recursos. Mejor que dar peces a otro es descubrirle que puede pescar, con los medios que tenga a mano y considere oportunos; lo que necesite en las condiciones que se presenten.

Confiar en que la semilla germinará y crecerá en tiempo y forma, sin forzar, respetar los ritmos de aprendizaje y los propios procesos de toma de conciencia es señal de confiar en la inteligencia del otro, en su valía y en la del propio proceso.

Cuando los alumnos reciben nuestra confianza, haciendo una llamada a lo mejor que tienen, ellos se expresan desde su mejor versión. Con frecuencia uno llega a confiar en los alumnos más de lo que ellos confían en sí mismos.

• Creer en la realización del ser

Implica creer realmente en que cada persona es capaz de realizarse y manifestar en su vida las potencialidades de su ser, a través de actos y proyectos creativos concretos, expresando sus inteligencias y talentos. Nuestras creencias pueden ser potenciadoras o limitantes.

Solo desde el creer en el que soy capaz de realizarme puedo creer en la capacidad de realización del otro.

El proceso de realización y materialización comienza por un imaginar. Luego, lo imaginado se carga emocionalmente para creer en su posibilidad. Y solo a partir de ese creer se puede dar el proceso de crear y construir la propia vida.

Las expectativas que tengo en mi grupo de alumnos tienen una relación directa con los resultados que estos obtienen. Es algo que se sigue constatando desde las conocidas investigaciones de Rosenthal y Jacobson en 1968.

Como docente, yo creo las expectativas que mis alumnos tienen sobre ellos mismos y sobre el proceso de aprendizaje. Cuando creo altas expectativas, estas se producen. Creer es crear. Y se conoce como “efecto Pigmalión”. Si soy capaz de mirar, considerar y tratar a un alumno (o a una persona), no como es, sino como puede llegar a ser, estaré posibilitando que se convierta en aquello que puede ser.

Tenemos una responsabilidad ineludible en cómo hablamos, en cómo tratamos a los demás. Porque nuestras palabras tienen un poder más grande de lo que nunca habíamos imaginado. Cada día tienes la opción de cortar las alas de los demás hablando del miedo y de la incertidumbre. O puedes dejar que tus palabras los empujen hacia sus metas, confiando en la capacidad infinita que hay dentro de todo ser humano.


Spot audiovisual “Efecto Pigmalión”, Divina Pastora, 2015.

• La motivación

Motivar es “dar motivo” y generar movimiento. Sin acción no hay realización. El aprendizaje transformacional es la acción que detona la potencialidad, los talentos y capacidades de los alumnos desde la construcción de un sentido. Motivar es también “alumbrar”, dar a luz en el mismo sentido que Sócrates concibió su mayéutica.

• El compromiso

El vínculo emocional construido con escucha, respeto y confianza genera en el alumno un compromiso voluntario para madurar y crecer. En el docente ese compromiso le hace mantenerse activo en el proceso. El comprometerse ya no es una obligación forzada, sino que hay en ella una implicación más importante, la propia, en la que puede encontrarse el principio del placer y no tanto el del deber.

Desde la acostumbrada motivación externa y la exigencia se apela al esfuerzo. Pero cuando la motivación es interna, propia, el alumno está en condición de asumir su propia responsabilidad y disfrutar con el aprendizaje y sus tareas; la actitud es más positiva.

El esfuerzo por sí mismo no es un valor más allá de lo instrumental. El esfuerzo se sostiene si tiene un sentido y es inspirado desde el placer y la alegría El ejercicio de la propia libertad y de la propia responsabilidad permite madurar.

• Inspirar

Inspirar es acompañar al alumno para que tome rumbo, fijar su destino, marcarse metas, ideales, objetivos que concreten el camino de vida en esa lenta germinación de la semilla del ser. Inspirar es llevar la mirada al horizonte y generar esa tensión para desear alcanzarlo. Inspirar es llevar al alumno a la vastedad de su ser y desde ahí dar un sentido a lo que sucede en la vida, crear un contexto más amplio desde el aula y que el alumno encuentre su para qué.

Inspirar es dar permiso para contemplar diversas opciones y aplicar la creatividad desde la libertad de poder elegir según criterios propios, sin miedo al error ni sentir culpa por las consecuencias recogidas, asumiéndolas de forma madura.

• Crear

Crear es inherente al ser humano. Creamos nuestra vida a cada paso con nuestras decisiones y actos que nacen de impulsos o reflexiones internas. Cada instante plasmamos en el lienzo de nuestra vida una nueva pincelada. Creamos con un sentido, construimos para una finalidad. Con estar inspirados no basta; solo la acción nos compromete y nos realiza.

Ser creativos es ser activos. La creatividad nos aporta el crear algo nuevo sobre los hábitos y la costumbre. La creatividad nos devuelve la posibilidad de ser nosotros mismos, de reinventarnos una y mil veces desde la pasión por seguir construyéndonos en el gozoso vivir concebido satisfactoriamente como una obra reconocida y a la vez permanentemente inacabada.

Nada se consigue sin acción, sin trabajo o perseverancia. Es sobre todo en los objetivos a largo plazo donde aparecerá la frustración, pero también la necesaria resiliencia y la puesta en práctica de los talentos y recursos internos para seguir avanzando.

• Lograr

A veces se alcanza la meta y otras no. Gestionar el éxito y el fracaso para el aprendizaje es un reto tanto en el aula como en la vida. Es importante celebrar los logros, pero también aprender de los errores como escalones que nos impulsan a nuevos desarrollos. El error suele estar penalizado culturalmente y es imprescindible para el aprendizaje. Con frecuencia hay tanto miedo al fracaso o al error que ni siquiera hay un intento de logro. Y ese miedo, esa tensión emocional, puede gestionarse para que no bloquee la autorrealización. Salir de las zonas de confort implica asumir riesgos y atravesar el miedo que ello implica.

Lo más importante no es alcanzar una meta, sino darme cuenta de la persona en que me he convertido para alcanzarla. Lo que enriquece es el viaje, no llegar al destino. El proceso, el itinerario creativo, es lo más valioso. Y esa revisión o evaluación del aprendizaje no puede ser binaria: lo he logrado o no lo he logrado. Es esencial dar más importancia a la persona como ser completo que está en proceso de manifestar su potencialidad. Y desde ahí podemos reflexionar en torno a lo que se ha conseguido y lo que queda por desarrollar y descubrir para alcanzar una determinada meta o reto.

El docente es un aprendiz en el mirar, el mimar y el motivar. La mirada, el reconocimiento y el alumbramiento son dimensiones cultivadas internamente que conforman la expresión de su presencia en el aula para ser mirada apreciativa (valor), para acompañar desde la confianza y la creencia en el ser del alumno, para acompañar en el alumbramiento de la propia luz interior.

Y ahora, ¿cómo lo hacemos? Propuestas de acción

Al binomio docente-alumno hay que sumarle la familia y la sociedad. Con estos tres aspectos (alumno, docente, familia-sociedad) construimos un triángulo estable que nos va a permitir desarrollar un practicum, que no busca ser un vademecum educativo y sí un generador de propuestas para que cada centro y docente las concrete según su contexto e identidad propios.

Actualmente los tres vértices suelen tener intereses distintos y el triángulo no es equilátero, sino que según el contexto tiene sus desequilibrios en lados y ángulos.

Este triángulo tiene sus correspondientes en otros aspectos y niveles como cuerpo-mente-corazón, recursos-currículo-metodología, por ejemplo.

En el interior de ese triángulo estaría el ¿para qué?, la parte más profunda: identidad, propósito y valores, integrando la totalidad de los aspectos educativos en un todo unitario y coherente como un vector que genera dirección y rumbo.

De él se irradia el ¿cómo?: metodologías, plan docente, estrategias y planificación.

Por último, se concretaría el ¿qué hacemos?: tareas, acciones, gestión de aula, experiencias de aprendizaje y recursos. No puedo extenderme adecuadamente en este espacio sobre propuestas de acción, muy necesarias y pertinentes. Pero estas surgen también por sí mismas cuando el docente se transforma, cambia la mirada y pone en marcha su creatividad. Aun así, hay varios aspectos que constituyen unas claras áreas de mejora:

1. Colocar al aprendizaje y al alumno en el centro. Todo lo demás está a su servicio.

2. Aportar a la formación docente el desarrollo de habilidades no cognitivas y la invitación al crecimiento personal constante. Por encima de nuestra erudición intelectual, hemos de ser maestros de vida. Hace falta romper creencias muy arraigadas para generar nuevas perspectivas.

3. Conseguir aulas abiertas a la vida, centros que se abren a la sociedad, espacios abiertos donde la comunidad pueda entrar y ser usuaria de los centros educativos y donde la sociedad se enriquezca de las aportaciones de una comunidad que participa activamente.

4. Generar centros con identidad propia y sentido de pertenencia, ecosistemas inclusivos de trabajo en equipos de docentes y alumnos con tareas asignadas a partir de los valores, objetivos y necesidades del centro donde todos sean partícipes importantes de la identidad y el devenir del mismo.

5. Educar para ser desde las materias y contenidos. Impregnar la docencia de valores y el aprendizaje de habilidades no cognitivas: de manera específica (por ejemplo, en tutorías) y de manera transversal, constantemente, en cada área y en cada clase.

6. Generar experiencias de aprendizaje significativas. Desde la presencia docente, mantener un proceso de aprendizaje que empodere, empleando metodologías activas, creativas, formales e informales (disruptivas incluso), que permitan al alumno hacerse cargo de su aprendizaje. Romper espacios y tiempos.

El reto pendiente en educación

Un espíritu libre no debe aprender como esclavo.

Roberto Rosellini


Desde nuestra presencia, los docentes podemos construir un espacio de potencialidad para la regeneración, sanación y transformación de la educación y de todos los integrantes de la comunidad educativa, empezando por nosotros mismos.

Una educación para ser solo puede ser posible desde la construcción de un necesario vínculo a través de una presencia docente que encarne la resonancia del ser. Y solo desde esa mirada apreciativa, respetuosa y comprometida es posible acompañar a la delicada naturaleza de un niño, de un joven, de una persona, para que resuene con esa misma actitud (los alumnos nos aprenden), para encontrar su propio camino hacia su única y especial singularidad interna.

Detrás del establecimiento de las relaciones entre docente y discente está ese vínculo afectivo entre personas que deja una huella en el alma; esa que queda desde el respeto, la confianza y el cariño. Pues solo desde el amor podemos reconocer al otro y respetar su singularidad, confiando en él e inspirándolo para creer en sí mismo y lograr ser.

Lo que nos enriquece no es la uniformidad, sino la diversidad. Y hemos de incluirla en la educación. En el jardín de la diversidad hay sitio para todas las plantas y árboles, para todas las semillas, pues, en esa interdependencia positiva todos se enriquecen de las valiosas aportaciones de cada especie. En un jardín así hay abundancia de frutos y flores. ¿Podemos ver esa abundancia en nuestra enorme diversidad humana? Hay un largo camino que recorrer como seres que anhelamos llegar a ser realmente humanos. Y ese es nuestro camino, el camino de todos. Los hijos de los hombres van a la escuela en todas las culturas y países. La educación tiene la oportunidad de ser factor de transformación o de perpetuar modelos que la actual crisis está convirtiendo en anacrónicos.

Cuando el corazón del docente late con la semilla de su ser permite que sus alumnos, hijos temporales con los que la vida le provee, encuentren sus propios latidos resonando con el ser. Una humanidad que late desde el ser es una humanidad transformada, trascendida.

Una educación para ser no es un método ni un abordaje pedagógico. Es una mirada transformadora a la educación que aporta un paradigma, más que nuevo, recuperado y actualizado desde lo que de verdad importa, desde lo nuclear como personas. Educar para ser es encontrarse con lo esencial. ¿Y qué es eso?, ¿qué es lo realmente importante para las personas? Vivir gozosamente desde lo que somos en esencia, siendo fieles a nosotros mismos.

Los padres se preocupan por sus hijos, se enfadan con ellos, y les explican que todo es “por su bien”. Sin embargo, los niños sienten que están siendo violentados en su naturaleza esencial. La crianza no debe parecerse tanto al adiestramiento de un animal sino más al amoroso ejercicio de respetar y cuidar la excepcional belleza de valor incalculable que porta en sí cada ser humano. Y eso no está reñido con el establecimiento de los necesarios límites amorosos. No solemos ver esa belleza porque nuestra mirada se ha deformado y porque, no encontrando el cuidado que nuestra singularidad merece, solemos esconderla debajo de muchas capas defensivas.

Para transformar la educación hay que transformar al docente. Y para ello hay que trascender una manera de hacer y, sobre todo de ser, abriendo nuevos espacios de conciencia en los que sea posible encontrar nuevas posibilidades, para crear esa educación que dé alas a nuestros niños y jóvenes para ser lo que están llamados a ser: creadores de futuro, transformadores de nuestro mundo.

El reto de una educación para ser es que todo empieza en la transformación del educador. Ese es el reto; no que el docente se forme, sino que se transforme. En los próximos capítulos se aportan diversos enfoques que pueden formar parte de esa paleta de colores metodológica de educar para ser, cuyo principio es resonar en lo esencial.

El mundo necesita docentes que amen lo que hacen, pues solo ellos pueden convocar la voluntad, que es impulso para querer y acción para transformar.

Si algo de este capítulo te ha conmovido, es que también forma parte de ti, de tu naturaleza. Deja que resuene en tu interior y te inspire.

Todas las cosas que merecen la pena necesitan dedicación.

Riega tu semilla y crece cada día.

Gracias.

Deja que las personas vivan en tu corazón. Caben tantas como tú quieras.

Kanamori, maestro de Educación Primaria en Japón

Decálogo abierto de una educación para ser

1. La educación para ser es ir más allá de la cognición y el conocimiento (la necesaria instrucción) para abordar complementariamente el desarrollo de las habilidades soft, o blandas, (mal llamadas “no cognitivas”), y que se aplican en lo que hoy día se conocen como “capacidades directivas”. Dentro de ellas intervienen factores emocionales y psicológicos, como los conocidos dentro de la inteligencia emocional y los valores o fortalezas humanas (referidas, por ejemplo, en la psicología positiva de Seligman).

2. Educar para ser es educar para la vida, superando el academicismo impráctico y saliendo de las paredes del aula para encontrarse con la sociedad y vivir experiencias de aprendizaje que aporten valor y significado, conectadas con los intereses de los alumnos.

3. Educar para ser es educar de manera integral e integrada todos los aspectos del ser humano en su totalidad (holísticamente): horizontalmente, hemisferio derecho e izquierdo; verticalmente: cerebro reptiliano (instintos e impulsos, cuerpo), cerebro emocional y neocórtex (intelecto, razonamiento, lógica); y transversalmente: la mente con el corazón y el cuerpo (ese gran olvidado de la educación formal).

4. Educar para ser es permitir el habitarse por dentro, escucharse, conocerse, conectarse: pasar del hacer al estar y al ser, pasar de la neurosis a la integración y la felicidad (metacognición, autoconocimiento, autoconciencia).

5. Educar para ser es descubrir, comprender y vivenciar que, además de un aspecto adaptativo, que es la personalidad externa, hay un núcleo más profundo, una esencia, en la que reside una enorme potencialidad, una inteligencia singular y una manera de saber y ser en plenitud. Se trata de educar para integrar ego y ser.

6. Educar para ser es acompañar en el desarrollo de un sentido y en el encuentro de un propósito profundo del ser humano, para una vida plena compartida desde la propia identidad, valores y talentos.

7. En la dimensión personal, educar para ser es integridad. En la dimensión social, educar para ser es inclusión y sentido del bien común.

8. Educar para ser es acompañar respetuosamente en la máxima aspiración de la autorrealización personal en cuanto seres sociales: la de aportar valor a los demás. El ser humano se construye en la relación con los otros. Su propio desarrollo depende de esas relaciones, basadas en la cooperación y el sentido del servicio.

9. Educar para ser es reconocer, valorar y aplicar la capacidad que tiene la educación para transformar el mundo.

10. Educar para ser nos lleva al sentido último de la educación, al ¿para qué? (con mayúsculas) y, por tanto, también al sentido último de quiénes somos como seres humanos.


Educar para ser

Подняться наверх