Читать книгу Manual para el entrenamiento de porteros de fútbol base - Francisco Tomás Chicharro - Страница 8

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El portero de fútbol

Hasta hace poco tiempo, y en algunos casos incluso actual-mente, el portero no ha sido considerado en esencia un jugador de fútbol, o al menos no como los demás2. El fútbol tiene un objetivo alrededor del cual gira todo: el gol. Unos se esfuerzan por marcarlo y otros por defenderlo, pero todos (delanteros, centrocampis-tas, defensas) utilizan idénticos elementos: los pies, y más excepcio-nalmente la cabeza y el pecho. Durante el juego, únicamente el portero está autorizado a utilizar las manos3. Así pues, mientras todos los jugadores, en mayor o menor medida, tienen como objetivo marcar gol, el del portero es frustrarlo.

No obstante, en los últimos años se ha producido un acercamiento entre las misiones de portero y jugadores. La modificación del reglamento, que sanciona las cesiones, la utilización de la táctica del fuera de juego, el «achique de espacios», ha hecho que sea necesario que el portero mejore el control del balón con el pie, de modo que participa más activamente en el juego.

CARACTERÍSTICAS DEL PORTERO DE FÚTBOL

Cada posición en el campo exige de los jugadores cualidades específicas. Los porteros, idealmente, deben contar con características físicas tales como talla, potencia, agilidad, reacción, coordinación, etc. Además, periódicamente, se van modificando las reglas del juego, lo cual dificulta su misión y le obliga a adquirir nuevas habilidades y a afrontar otras misiones: castigo con golpe franco si se recoge con las manos el balón cedido por un compañero, expulsión si se toca con la mano el balón fuera del área, penalti si se derriba al delantero al arro-jarse a sus pies, etc. A su vez, los delanteros aprovechan las modifica-ciones del reglamento para utilizar nuevas estrategias que les permitan batir al portero (por ejemplo, simulación de caídas ante el portero –aunque no les haya tocado– para forzar penalti y su expulsión). Hasta hace pocos años bastaba con ser ágil y valiente, pero día a día las exigencias van aumentando. Ahora, el portero puede ser el último defensa y el que inicie las jugadas de ataque.

Por lo tanto, debemos tener en cuenta la singularidad del puesto: el portero es único –tiene funciones distintas, viste de forma diferente–, precisa de una gran concentración mental –puede estar inactivo gran parte del tiempo, pero ser decisivo su concurso en un momento determinado–, no puede ganar los partidos por sí mismo –salvo excepciones no marca goles– pero puede perderlos, y en caso de fallar difícilmente podrá redimirse. Al delantero que falla un gol se le perdona si en la jugada siguiente consigue marcar, pero si a un portero le marcan un gol por debajo de las piernas se le recordará por eso, aunque a continuación pare un penalti. Estas circunstancias diferenciales aconsejan que, al margen de otras características, el portero tenga una fortaleza mental especial, que no se hunda ante el fallo, y sea capaz de sobreponerse.

Arconada, portero mítico de la Real Sociedad, dos veces campeón de Liga, e internacional, sigue siendo recordado por un gol que se le encajó al fallar un blocaje y en el que el balón pasó por debajo de su cuerpo, el cual fue decisivo en la derrota de la Selección de España ante la de Francia en la final de la Eurocopa de Na-ciones en París.

Oliver Khan, portero del Bayern de Munich y de la selección alemana, nominado mejor portero mundial en 2002, tuvo un fallo similar ante el Real Madrid en un partido de la Liga de Campeones en febrero de 2004, y la prensa deportiva le acusó de estar en declive y haber encajado «un gol como el de Arconada».

El jugador de campo aprende de sus aciertos, el portero lo hace de sus errores y en ocasiones de sus «excesos», al detener balones a los que creía que no iba a llegar.

LA PERSONALIDAD DEL PORTERO DE FÚTBOL

Con frecuencia se habla de la «personalidad» o del «carácter» de un determinado portero, y es muy frecuente aludir generalidades: «todos los porteros están un poco locos», o a vaguedades: «tal o cual portero tiene mucha personalidad». En cuanto a lo primero, es evidente que no todos los porteros son iguales. A nadie se le ocurriría comparar a Iribar, modelo de sobriedad y sencillez a la hora de resolver una jugada, con René Higuita, portero de la selección de Colombia, a quien no impor-taba poner en riesgo el partido en su afán de salir del área y driblar a cuantos adversarios le salían al paso. Modelos opuestos, en la actua-lidad y en nuestro medio, podrían ser Cañizares y Aranzubía, ambos efectivos pero de características diferentes: el primero más extrava-gante, incluso en su forma de vestir y gesticular, y el segundo respon-de a un modelo de portero más «clásico».


Por lo que respecta a las valoraciones de «mucha o poca personalidad», habría que decir que la personalidad no puede valorarse cuan-titativamente. Se poseen unas u otras características de personalidad, pero no «mucha» ni «poca». Cuestión diferente sería dilucidar si existen unas características idóneas para el puesto. Como en otros ámbi-tos de la vida, lo importante es conocer las ventajas y las limitaciones y tratar de potenciar las primeras minimizando las segundas… y esto también se puede entrenar. ¿Es preferible un portero extrovertido, lanzado, que se atreva a salir hasta la línea media para cortar el juego del rival (aun a riesgo de conceder un gol por su posición adelantada)? ¿O será preferible un portero serio, introvertido, que espere la llegada del contrario en un mano a mano o permanezca bajo los palos fiado a sus reflejos? A poco que usemos la imaginación podremos recordar ejemplos reales de uno y otro modelo.

VARIABLES EN LA FORMACIÓN DEL PORTERO DE FÚTBOL

La edad

Aun al profano no se le escapará que la edad, el momento evoluti-vo en que se encuentra el niño, va a marcar indefectiblemente lo que se le puede exigir y lo que se puede esperar. Además, la evolución psi-comotriz no se produce de una forma lineal, sino a «saltos» (a «estiro-nes», como se diría en lenguaje coloquial). Si a esto sumamos que el puesto de portero ha ido siempre ligado a «la madurez»4, entendida como característica de la vida adulta, será fácil comprender que, a estas edades, el entrenamiento y la exigencia competitiva deben valorarse individualmente.

Para el niño que se inicia, el fútbol no es un deporte sino un juego. Juega porque le gusta, obtiene placer de ello, le ayuda a socializarse y a integrarse en un grupo (sea en el colegio, en la calle, en un club or-ganizado).

Al comienzo todo se desarrolla alrededor del balón, único objetivo de su foco de atención. El balón, y «el otro/os» que le disputan su po-sesión. En esta fase no existe el desmarque, el pase a un compañero es una rareza, y pensar en una jugada colectiva, una entelequia.

Por su parte, el portero –aspirante a portero de momento–, clavado bajo los palos, sólo tiene ojos para el balón que es conducido hacia él por una turba de niños vociferantes. Tampoco se espere de él previ-sión alguna que no sea la de hacerse con el balón. En el mejor de los casos, y si ha practicado suficientemente por su cuenta, tendrá una cierta habilidad en lo que llamaremos «fase de ejecución» (el gesto técnico), pero la percepción de las jugadas, la toma de decisiones según el desarrollo del juego, etc., es aún inexistente. ¡Bueno, qué más da! Para eso están los entrenadores, ¿no?

En los párrafos anteriores hemos avanzado unos conceptos que, aunque sencillos, conviene definir y en los que se profundizará más adelante:

Percepción: El desarrollo de un partido de fútbol ofrece circunstancias cambiantes e imprevisibles de forma permanente. Un equipo ataca y otro defiende, pero esta defensa tiene como objetivo hacerse con el balón para atacar a su vez. El portero, aunque permanezca inactivo, tiene que seguir el juego atentamente para no verse sorprendido en un contraataque. El portero experto va más allá, y puede «percibir» las diferentes jugadas que pueden desarrollarse a partir de esa situación.

Toma de decisiones: Es un segundo paso. Tras percibir la situación, el portero debe encontrar una solución (entre varias posibles) para resolver la jugada. Tampoco debe esperarse esta habilidad en las primeras fases de aprendizaje, porque la decisión depende fun-damentalmente de las experiencias anteriores, y éstas son escasas en los primeros años.

Fase de ejecución: Se trata de la ejecución de un movimiento (gesto técnico) encaminado a poner en práctica la solución decidida tras la situación percibida.

7-12 años (Benjamín y Alevín)

Es el momento de comenzar el aprendizaje de gestos técnicos que, poco a poco, irán incorporándose de forma natural. En el caso de los porteros, la colocación es el aspecto principal a trabajar. Es importante hacer que tome consciencia de las distancias haciendo que las viva físicamente (por ejemplo, paseando por su área, «palpando» los metros que puede abarcar). El blocaje al principio le resulta complicado –aunque se puede trabajar–, por lo que deben ensayarse técnicas de despeje hacia los lados que, al menos, no faciliten un segundo remate. En esta edad el niño debe aprender disfrutando y divirtiéndose. Es conveniente minimizar la importancia de los errores y que no crezca con miedo a cometerlos. El entrenador deberá mostrarle y ensayar con él algunos gestos técnicos y valorar positivamente los realizados correctamente al margen del resultado que se obtenga.

Si se está en una fase de práctica de las salidas de puerta, aun en el caso de que la jugada termine en gol, el entrenador deberá felicitar al portero que se ha atrevido a salir. A esta estrategia se la denomina «refuerzo positivo». Es importante transmitirle confianza en lo que hace y evitar así que se refugie bajo la portería para evitar los fallos.

En estas categorías el entrenador debe comprender que unos niños mejorarán antes que otros, sin que eso sea definitivo en su evolución futura. «A cada cual según sus necesidades y de cada cual según sus posibilidades», podría ser un eslogan válido para esta edad.

Otro aspecto a tener en cuenta es la dificultad que supone para el joven portero adaptarse a la portería de fútbol 11 (pasando de una portería de 6 x 2 metros –fútbol 7– a otra de 7,32 x 2,44 metros –fútbol 11–). Si ya resultaba complicado atajar un tiro por alto en la portería «pequeña», qué decir de las dificultades que se va a encontrar al pasar de una a otra etapa.

12-14 años (Infantil)

En esta fase habrá chicos que parezcan mayores por su físico, pero debe tenerse en cuenta que siguen siendo niños/adolescentes jóvenes. Es una fase de especial vulnerabilidad en lo que se refiere a la seguridad en uno mismo y la autoestima. Las exigencias van aumentando y el chico puede dudar de si será capaz de hacer frente a nuevos retos. Por eso, es importante que el entrenador combine la práctica de jugadas y movimientos que domine bien («experiencias de control») con la de adquisición de fundamentos técnicos nuevos.

Algunos entrenadores terminan la sesión de entrenamiento con el portero practicando ejercicios que se le dan especialmente bien con el fin de aumentar el grado de autoconfianza. Esto es especialmente útil en la fase de calentamiento antes de un partido.

14-19 (Cadete y Juvenil)

En la categoría de cadetes se evalúan en detalle los puntos fuertes y débiles, para consolidar los primeros y preparar ejercicios específicos de mejora de los segundos.

La maduración psicofísica del muchacho permite combinar un trabajo específico individualizado, que tratará de corregir los déficit, al mismo tiempo que se desarrollan decisiones tácticas más complejas. El nivel de exigencia es lo suficientemente alto como para tener bastante similitud con el de un deportista «sénior». Técnica, táctica y estrategia son conceptos que deben ser aprendidos e interiorizados. Si en las anteriores etapas lo fundamental era la formación como persona, la obtención de placer, el aprendizaje de fundamentos, aquí, además, hay que aprender a competir y hacerlo bajo la presión que supone la obligación de ganar (o al menos intentarlo).

Los estudios

Puede parecer irrelevante o extemporánea la inclusión de este apartado en un manual sobre entrenamiento deportivo, pero recordemos una vez más que está dirigido al entrenamiento de niños en edad escolar. El porcentaje de niños que se inician en el fútbol y que llegan a jugar en Primera División es ínfimo (menos de un 0,1%). Por lo tanto, el objetivo de la práctica deportiva a estas edades debe ser fomentar hábitos saludables y valores morales y convivenciales que ayuden a la formación integral de los futuros adultos.

El entrenador, como figura significativa y de gran importancia para los niños, puede colaborar preguntando e interesándose por su rendimiento escolar, lo que reforzará positivamente este empeño y, además, puede obtener pistas sobre cuestiones que puedan incidir en el rendimiento deportivo. Si se produce simultáneamente una disminución en el rendimiento deportivo y académico, será indicativo de que algo le está pasando al muchacho. En este caso podría ser recomendable hablar con él y/o con los padres para tratar de ayudarle.

Por ejemplo: El Ajax de Amsterdam tiene una de las escuelas de fútbol más exitosas del mundo y la práctica totalidad de los jugadores del primer equipo salen de la cantera (Johan Cruyff, Van Basten, Seedorf, Güllit, Kluivert, entre otros). Como muchos niños proceden de otras localidades, dispone de una residencia para su alojamiento situada junto a las instalaciones deportivas, donde viven, entrenan… y reciben clases. El niño que suspende una evaluación no juega, al margen de la calidad futbolística que atesore. Con buen criterio, se pretende que la práctica deportiva no interfiera en el rendimiento académico y que no olviden que lo más probable es que terminen ganándose la vida con el fruto de sus estudios y no con el fútbol.

Afortunadamente, cada vez es más frecuente que jugadores de fútbol de élite compatibilicen la práctica deportiva con estudios universi-tarios, lo que sirve de modelo a nuestros jóvenes aprendices. Emilio Butragueño, jugador internacional y posteriormente adjunto a la dirección deportiva del Real Madrid, estudió económicas mientras jugaba al máximo nivel. Pablo Alfaro, defensa central del Sevilla, ha terminado la carrera de medicina. Gregorio Manzano y Fernando Vázquez, entrenadores de Primera División, son profesores de instituto, y así muchos otros. Lo que antes era excepcional, ahora es relativamente frecuente. En este sentido, en lo referente a la economía y la cultura, se ha producido una evolución sumamente favorable en nuestra sociedad… y en el mundo del fútbol.

La familia

Para cualquier persona, la familia –la estabilidad familiar– es uno de los factores más influyentes en su equilibrio y en su bienestar. A edades tempranas, cuando se está fraguando la formación de la personalidad, esta importancia es aún mayor si cabe. Más adelante, en las etapas de la pubertad y adolescencia, en la medida en que va estable-ciendo y consolidando relaciones sociales, el joven se va haciendo relativamente independiente del núcleo familiar mientras adquieren más peso los amigos.

Por lo tanto, el rendimiento del joven deportista podrá verse afecta-do –positiva o negativamente– según el estado de las relaciones fami-liares y sociales, más aún si cabe en el caso del portero por aquello de la madurez que se le exige.

Podría decirse que estos dos aspectos constituyen, junto con los estudios, un «triángulo de equilibrio», cuyos vértices están íntimamente interconectados.


Aunque ocasionalmente suceda que un niño o adolescente proble-mático, con fracaso escolar, y familia desestructurada, salga adelante en la vida gracias al deporte convirtiéndose en un profesional exitoso, no es lo habitual. Además, y aunque así fuera, es preciso estar sumamente equilibrado para soportar las tensiones del deporte de alta competición, los halagos, las falsas amistades, etc., que pueden echar por tierra el esfuerzo de años y arruinar una vida. Y de esto hay sobrados ejemplos.

Por lo tanto, conviene estar atento a los signos que puedan indicar si ese equilibrio, tan necesario, se tambalea. El niño, el joven, no está aún en condiciones –o aún no tiene costumbre– de expresar sus sen-timientos con palabras. Las emociones, los disgustos, las preocupa-ciones, el sufrimiento, suelen manifestarse a estas edades por medio de actos: apatía y desinterés por el entrenamiento o en los partidos, irritabilidad, muestras durante el juego de una agresividad llamativa-mente distinta a la habitual, etc., pueden ser signos de que algo está pasando. En esos casos, al margen de que se acompañe o no de un descenso en el rendimiento deportivo, el entrenador debiera interesar-se –de forma natural y discreta– por cómo le van las cosas a su joven alumno. Si fuera necesario, también podría ser aconsejable mantener una charla con los padres.

Hay padres que, entusiasmados con la práctica deportiva de su hijo, le colocan en una situación de tensión extrema que le va a ser perjudicial (ver más adelante el capítulo de Comunicación). El niño se siente obligado a no defraudar las expectativas de su padre, lo que le lleva a dejar de disfrutar con el deporte, que se convierte en una obligación penosa. Es algo semejante a lo que se produce en el ámbito escolar en niños con padres sumamente exigentes: convencidos de la valía de su hijo, le obligan a llevar un rendimiento óptimo en todas las asignaturas y, en vez de reforzar las buenas notas, le recriminan por las que no son sobresalientes.

En el deporte, en las aficiones, los padres no deben «suplantar» el deseo del hijo o, en último término, el deseo del padre no debe ir más allá de donde llegue el del hijo. De nada sirve que un padre se empe-ñe si el niño no tiene suficiente afición (incluso en muchos casos es perjudicial y se consigue el efecto contrario). Así pues, tomemos el deporte de iniciación como lo que es, y transmitámoslo así al niño: una actividad beneficiosa para su formación integral, en la que podrá avanzar más o menos dependiendo de las cualidades que posea y del interés que ponga.


2El primer reglamento sobre fútbol (1863) no incluye la figura del portero.

3Con la excepción del saque de banda, en que un jugador de campo coge el balón con las manos para ponerlo en juego.

4Siempre se ha considerado que los porteros “maduraban” más tarde, alcanzando su plenitud a partir de los 25 años. Asimismo, son los futbolistas más longevos: DinoZoff, portero de la Selección Italiana, se proclamó campeón del mundo -España, 1982- con cuarenta años cumplidos.

Manual para el entrenamiento de porteros de fútbol base

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