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V.

DE LA CIRCUNCISIÓN DEL SEÑOR

PASADOS LOS OCHO DÍAS después del nacimiento, dice el evangelista que fue circuncidado el Niño, y le fue puesto nombre Jesús, el cual nombre fue declarado por el ángel antes que en el vientre fuese concebido.

Acerca de este misterio puedes primeramente considerar el dolor que padecería aquella delicadísima y tiernísima carne con este nuevo martirio, el cual era tan grande, especialmente el octavo día, que acaecía morir de él. Por donde verás lo que debes a este Señor, que tan temprano comenzó a padecer tan graves dolores y hacer tan dura penitencia por la torpeza de tus culpas. Y mira cómo el primer día de su nacimiento derramó lágrimas, y el octavo sangre: para que veas cómo no se cansa la caridad de Cristo y cómo le va costando el hombre de cada vez más.

Considera también el dolor y lágrimas del santo José, que tan tiernamente amaría este Niño, y mucho más el de su Sacratísima Madre, que mucho más le amaba; y mira la diligencia que pondría en arrullar y acallar el Niño, que como verdadero Niño, aunque verdadero Dios, lloraba; y con qué reverencia recogería aquellas santa reliquias y aquella preciosa sangre, cuyo valor ella tan bien conocía.

Mira otrosí cuán tarde comenzó el Hijo de Dios a predicar, y cuán temprano a padecer, pues a los treinta años comenzó la predicación, y a los ocho días padeció la circuncisión y comenzó a hacer oficio de Redentor.

Mira cómo aquel Esposo de sangre comienza ya a derramar sangre por su esposa la Iglesia, y cómo el segundo Adán, salido del Paraíso de las entrañas virginales, comienza a saber, como uno de nosotros, de bien y de mal.

Y mira también cómo aquel caudaloso mercader y Redentor del linaje humano comienza ya a dar señal de la paga advenidera, derramando ahora esta poquita de sangre en prendas de la mucha que adelante derramará. Por aquí verás con qué deseos viene al mundo, pues tan temprano comenzó a dar por el hombre este tesoro.

Adora, pues, ¡oh! alma mía, adora y reverencia esta preciosa gota de sangre, en la cual está todo el precio de tu salud, la cual sola bastara para nuestro remedio, si la superabundante misericordia de Dios no quisiera tan copiosamente satisfacer por nuestros pecados.

Mira también aquí cómo hoy le ponen por nombre Jesús, que quiere decir Salvador, para que si te desmayaba la señal de pecador, te esfuerce este santísimo y eficacísimo nombre de Salvador. Alaba, pues, ¡oh! alma mía, abraza y besa ese dulcísimo nombre, más dulce que la miel, más suave que el óleo, más medicinable que el bálsamo y más poderoso que todos los poderes del mundo.

Este es el nombre que deseaban los Patriarcas, por quien suspiraban los profetas, a quien repetían y cantaban los Salmos y todas las generaciones del mundo.

Este es el nombre que adoran los ángeles, que temen los demonios y de quien huyen todos los poderes contrarios y con cuya invocación se salvan los pecadores.

¡Oh! nombre dulce, nombre suave, nombre glorioso. ¡Quién te trajese siempre escrito con letras de oro en medio del corazón! ¡Oh! pues hombre flaco y desconfiado, si no bastó la blandura del Niño recién nacido para hacerte llegar a Él, baste la virtud y eficacia de este nombre para que no huyas de Él. Llégate confiadamente a Él, y dile con el devotísimo Anselmo: «¡Oh! Jesús, por honra de tu santo nombre seas para mí Jesús. Porque ¿qué quiere decir Jesús sino Salvador? Muestra pues Señor en mí la eficacia de este santísimo nombre, y dame por él cumplida y verdadera salud».

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