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ОглавлениеPRÓLOGO
LA MATERIA REQUERÍA (antes que tratásemos de la consideración de la vida de nuestro Salvador) que declarásemos el fruto grande que de este santo ejercicio se suele seguir. Mas porque en esto hay mucho que decir, y la brevedad que en esta escritura seguimos, no nos da lugar a tanto, solamente diré al presente que ella es la que más alumbra y esclarece nuestro entendimiento y mayor conocimiento nos da de Dios: que es el principio de nuestra felicidad.
La razón de esto es, porque a Dios en esta vida mortal no conocemos por sí mismo, sino por sus obras, y tanto más por ellas cuanto son más excelentes y mayores.
Pues como sea cierto que entre todas las obras de Dios la que sin alguna comparación es mayor sea la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres, así ella es la que más nos descubre la grandeza de las perfecciones divinas, conviene saber: la sabiduría, la bondad, la caridad, la misericordia, la justicia, la providencia, la benignidad y las otras perfecciones suyas.
Y así ella es aquella escalera mística que vio el Patriarca Jacob, por la cual los ángeles subían y descendían; porque por aquí suben los varones espirituales al conocimiento de Dios, y por aquí también descienden al conocimiento de sí mismos.
Tiene también otra cosa esta consideración, que es universalmente provechosa para todo género de personas, así principiantes como perfectas.
Porque esta es el árbol de vida que está en medio del Paraíso de la Iglesia, donde hay ramas altas y bajas: las altas para los grandes, que por aquí suben a la contemplación de las perfecciones divinas, de que ya dijimos; y las bajas para los pequeños, que por aquí contemplan la grandeza de los dolores de Cristo, y la fealdad de sus pecados, para moverse a dolor y aborrecimiento de ellos.
Este es uno de los más propios ejercicios del verdadero cristiano, andar siempre en pos de Cristo, y seguir al Cordero por doquiera que va. Y esto es lo que Isaías nos enseñó cuando, según la traslación caldea, dijo que los justos y los fieles serían la cinta de las sienes de Cristo, y que andarían siempre al derredor de Él[1].
Lo cual espiritualmente se hace cuando el verdadero siervo de Cristo nunca se aparta de Él, ni le pierde de vista, acompañándole en todos sus caminos, y meditándole en todos los pasos y misterios de su vida santísima.
Porque verdaderamente no es otra cosa Cristo para quien tiene sentido espiritual, sino, como dice la Esposa, un suavísimo bálsamo derramado[2], el cual en cualquier paso que le miréis está siempre echando de sí olor de santidad, de humildad, de caridad, de devoción, de compasión, de mansedumbre y de todas las virtudes.
De donde nace que así como el que tiene por oficio tratar o traer siempre en las manos cosas olorosas, anda siempre oliendo a aquello que trata, así el cristiano que de esta manera trata con Cristo viene por tiempo a oler al mismo Cristo: que es parecerse con Cristo en la humildad, en la caridad, en la paciencia, en la obediencia y en las otras virtudes suyas.
Pues para este efecto se escribió este presente Tratado, que es de los principales pasos y misterios de la vida de Cristo, poniendo brevemente al principio de cada uno la historia de aquel paso, y después apuntando con la misma brevedad algunas piadosas consideraciones sobre él, para abrir el camino de la meditación al alma devota.
De las cuales unas sirven para despertar la devoción, otras para la compasión, otras para la imitación de Cristo, y otras para movemos a su amor y al agradecimiento de sus beneficios, y otras para otros propósitos semejantes.
Imité en este Tratado, entre otros que san Buenaventura hizo, uno llamado Meditaciones de la vida de Cristo, que él escribió a una hermana suya; y otro llamado Árbol de la vida del Crucificado, que para este mismo efecto por este santo Doctor fue compuesto, y póselo así en breve para que se pudiese traer en el seno lo que debe andar siempre en el corazón, y así pudiese decir el hombre con la Esposa de los Cantares: «Manojito de mirra es mi amado para mí: entre mis pechos morará».
[1] Isai. XI, 5.
[2] Cant. I, 2.