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El afán y la sutileza, yo diría incluso la astucia, con que hoy se afronta por todas partes en Europa el pro- blema «del mundo real y del mundo aparente», es algo que da que pensar y que incita a escuchar; y quien aquí no oiga en el trasfondo más que una «voluntad de verdad», y ninguna otra cosa, ése no goza cierta- mente de oídos muy agudos. Tal vez en casos singulares y raros intervengan realmente aquí esa voluntad de verdad, cierto valor desenfrenado y aventurero, una ambición metafísica de conservar el puesto perdido, ambición que en definitiva continúa prefiriendo siempre un puñado de «certeza» a toda una carreta de her- mosas posibilidades; acaso existan incluso fanáticos puritanos de la conciencia que prefieren echarse a mo- rir sobre una nada segura antes que sobre un algo incierto. Pero esto es nihilismo e indicio de un alma des- esperada, mortalmente cansada: y ello aunque los gestos de tal virtud puedan parecer muy valientes. En los pensadores más fuertes, más llenos de vida, todavía sedientos de vida, las cosas parecen ocurrir, sin embar- go, de otro modo: al tomar partido contra la apariencia y pronunciar ya con soberbia la palabra «perspecti- vista», al conceder ala credibilidad de su propio cuerpo tan poco aprecio como a la credibilidad de la apa- riencia visible, la cual dice que «la tierra está quieta», y al dejar escaparse así de las manos, con buen humor al parecer, la posesión más segura (pues ¿en qué se cree ahora con más seguridad que en el cuerpo propio?), ¿quién sabe si en el fondo no quieren reconquistar algo que en otro tiempo fue poseído con una seguridad mayor, algo perteneciente al viejo patrimonio de la fe de otro tiempo, acaso «el alma inmortal», acaso «el viejo dios», en suma, ideas sobre las cuales se podía vivir mejor, es decir, de un modo más vigo- roso y jovial que sobre las «ideas modernas»? Hay en esto desconfianza frente a estas ideas modernas, hay falta de fe en todo lo que ha sido construido ayer y hoy; hay quizá, mezclado con lo anterior, un ligero dis- gusto y sarcasmo, que ya no soporta el bric-a-bric [baratillo] de conceptos de la más diversa procedencia, que es la figura con que hoy se presenta a sí mismo en el mercado el denominado positivismo, hay una náu- sea propia del gusto más exigente frente a la policromía de feria y el aspecto harapiento de todos estos filo- sofastros de la realidad, en los cuales no hay nada nuevo y auténtico, excepto esa policromía. En esto se debe dar razón, a mi parecer, a esos actuales escépticos anti-realistas y microscopistas del conocimiento: su instinto, que los lleva a alejarse de la realidad moderna, no está refutado, - ¡qué nos importan a nosotros sus retrógrados caminos tortuosos! Lo esencial en ellos no es que quieran volver «atrás»: sino que quieran - alejarse. Un poco más de fuerza, de vuelo, de valor, de sentido artístico: y querrían ir más allá, - ¡y no hacia atrás! -

Más allá del bien y del mal

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