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Lo que nos incita a mirar a todos los filósofos con una mirada a medias desconfiada y a medias sarcástica no es el hecho de darnos cuenta una y otra vez de que son muy inocentes - de que se equivocan y se extra- vían con mucha frecuencia y con gran facilidad, en suma, su infantilismo y su puerilidad, - sino el hecho de que no se comporten con suficiente honestidad: siendo así que todos ellos levantan un ruido grande y vir- tuoso tan pronto como se toca, aunque sólo sea de lejos, el problema de la veracidad. Todos ellos simulan haber descubierto y alcanzado sus opiniones propias mediante el autodesarrollo de una dialéctica fría, pura, divinamente despreocupada (a diferencia de los místicos de todo grado, que son más honestos que ellos y más torpes - los místicos hablan de «inspiración» -): siendo así que, en el fondo, es una tesis adoptada de antemano, una ocurrencia, una «inspiración», casi siempre un deseo íntimo vuelto abstracto y pasado por la criba lo que ellos defienden con razones buscadas posteriormente: - todos ellos son abogados que no quie- ren llamarse así, y en la mayoría de los casos son incluso pícaros abogados de sus prejuicios, a los que bau- tizan con el nombre de «verdades», - y están muy lejos de la valentía de la conciencia que a sí misma se confiesa esto, precisamente esto, muy lejos del buen gusto de la valentía que da también a entender esto, bien para poner en guardia a un enemigo o amigo, bien por petulancia y por burlarse de sí misma. La tan tiesa como morigerada tartufería del viejo Kant, con la cual nos atrae hacia los tortuosos caminos de la dia- léctica, los cuales encaminan o, más exactamente, descaminan hacia su «imperativo categórico» - esa co- media nos hace sonreír a nosotros, hombres malacostumbrados que encontramos no parca diversión en in- dagar las sutiles malicias de los viejos moralistas y predicadores de moral. Y no digamos aquel hocus- pocus [fórmula mágica] de forma matemática con el que Spinoza puso una como coraza de bronce a su fi- losofía y la enmascaró -en definitiva, «el amor a su sabiduría», interpretando esta palabra en su sentido correcto y justo-, a fin de intimidar así de antemano el valor del atacante que osase lanzar una mirada sobre esa invencible virgen y Palas Atenea: - ¡cuánta timidez y vulnerabilidad propias delata esa mascarada de un enfermo eremítico!

Más allá del bien y del mal

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