Читать книгу ¿Qué es la verdad? - Fuller Andrew Samuel - Страница 8
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Al intentar responder esta pregunta, no quiero dar nada por sentado sino sólo esto: que el cristianismo es de Dios, y que las Escrituras son una revelación de Su voluntad. Si el cristianismo es de Dios, y Él ha revelado Su voluntad en las Sagradas Escrituras, entonces, la luz ha venido al mundo, sin embargo, las mentes entenebrecidas de las criaturas pecadoras no lo comprenden. Pero el hecho de que muchas personas se encuentren deambulando en los laberintos de la especulación infructífera no quiere decir que no existe un camino tan sencillo que un caminante o un hombre que «anda en la verdad»,7 aunque sea muy torpe, no se equivoque. Las numerosas sectas de los griegos, los romanos, y aun las de los judíos, que existían en el tiempo de la aparición de nuestro Salvador, no son una prueba de que no existía una manera de obtener un conocimiento seguro de lo que era la verdad. Nuestro Señor mismo consideraba que Él hablaba de manera sencilla, porque de lo contrario no les hubiera preguntado a los judíos lo que les preguntó: «¿Por qué no entendéis mi lenguaje?»8 Por su parte, los apóstoles y los primeros creyentes veían sus caminos de manera sencilla y, aunque nosotros no podemos apelar a la extraordinaria inspiración que muchos de ellos poseían, si nosotros seguimos humildemente la luz que ellos tenían, al mismo tiempo que dependemos de las enseñanzas ordinarias del Santo Espíritu de Dios, nosotros también podremos ver nuestros caminos con sencillez.
Nosotros podemos estar seguros de que la verdad es exactamente lo mismo que las Escrituras denominan como «el evangelio», la «común salvación», la «común fe», «la fe que ha sido una vez dada a los santos», «la verdad tal como es en Jesús», etc. y lo que esta verdad es, puede ser entendido claramente a través de los breves resúmenes del evangelio y de la fe de los primeros cristianos, los cuales abundan en el Nuevo Testamento. Y para ilustrar eso existen muchos ejemplos, pero aquí tenemos sólo algunos de ellos:
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).
Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11).
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6).
De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre (Hechos 10:43).
Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios (1 Corintios 1:23–24).
Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Corintios 2:2).
Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1 Corintios 15:1–4).
Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1:15).
Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo (1 Juan 5:11).
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).
Si el lenguaje tiene un significado determinado, aquí podemos ver que se enseña de manera sencilla que, los seres humanos no sólo son pecadores, sino que también están perdidos y muertos, sin ayuda ni esperanza, pero que de la libre gracia de Dios surge la expiación a través de Su Hijo. Que Él murió como nuestro sustituto. Que somos perdonados y aceptados sólo en virtud de lo que Él hizo y lo que el sufrió. Que toda la verdad evangélica se concentra en Su persona y en Su obra. Que la doctrina de la salvación para el mayor de los pecadores a través de Su muerte era tan conocida en los tiempos primitivos que se convirtió en una especie de proverbio cristiano, y que nuestra salvación presente y futura depende de que recibamos y retengamos esta doctrina. Si se recibe esa doctrina, se recibe el cristianismo. Si no se recibe, entonces el testimonio que Dios ha dado de Su Hijo es rechazado, y, por lo tanto, Dios es tratado como si fuera un mentiroso.
Cuando esta doctrina es recibida en el correcto espíritu, es decir, con el entendimiento de que somos pecadores listos para perecer, todas esas especulaciones infructíferas, las cuales tienden a confundir la mente, serán desechadas; de la misma manera en la que la malicia, el engaño, la envidia, y las detracciones son desechadas por aquellos que son nacidos de Dios.9 Todas esas cosas terminan por caerse de sus mentes, así como el capullo se cae cuando sale la mariposa. Constantemente ocurren muchos ejemplos de esto. Algunas personas que, después de haber leído y estudiado las controversias, y que primero se inclinaban por una opinión y después por otra, hasta que sus mentes se perdieron completamente en la incertidumbre, finalmente han sido llevadas a pensar en el evangelio, no como un mero asunto que estimula sus especulaciones, sino como un asunto serio que inmediatamente los preocupa. Y después de abrazar la doctrina como una buena noticia para todos aquellos que están listos para perecer, ellos no sólo encuentran descanso para sus almas, sino que también todas sus ideas pasadas se apartan de ellos, de la manera en la que un sueño se esfuma cuando uno se despierta.
Los breves resúmenes del evangelio tienen una relación directa con los testimonios concisos acerca de la fe que daban los primeros cristianos:
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios (1 Juan 5:1).
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Juan 5:5).
Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Romanos 10:9).
El lenguaje que usan estos escritores sacros no tenía la intención de magnificar la creencia de una o dos verdades divinas por encima de las otras, sino que su intención era exhibir la inseparable conexión que había entre ellas. De manera que, si estas verdades eran abrazadas verdaderamente, las demás verdades también serían abrazadas de manera implícita. Ellos consideraban a la doctrina de la persona y la obra de Cristo como el eslabón de oro que lleva consigo toda la verdad evangélica. Y eso lo podemos percibir propiamente de un lenguaje como el siguiente:
El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida —Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre...» (1 Juan 5:12; 2:23).
La doctrina y la fe de los primeros cristianos era declarada de manera resumida cada vez que ellos celebraban la Cena del Señor. La verdad principal que era exhibida a través de esa ordenanza es la misma a la que Juan le llama «el testimonio,» es decir, «que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo».10 Bajo la forma de un banquete, al cual estamos invitados a participar, comer, y beber, podemos ver: (1) las bendiciones del Nuevo Testamento; (2) el medio a través del cual fueron obtenidas, es decir, por la sangre de Jesús, «que por muchos es derramada para remisión de los pecados»;11 y (3) la manera en la que éstas bendiciones deben ser recibidas, es decir, como un regalo gratuito que fue otorgado como un bien para los indignos. Si esta sencilla doctrina fuera creída con el espíritu de un niño pequeño, y si fuera como nuestra comida y bebida, podríamos desechar eternamente las especulaciones acerca de las cosas que están más allá de nuestro alcance, y desechando todo eso, no perderíamos nada importante, sino sólo aquello que no vale la pena retener.