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OIRÉ SIN JUZGAR


Rangil no juzgó, no lo hizo porque no había ningún herido entre los invasores y porque no hubo histeria entre la gente ante la muerte de uno de los suyos. No juzgó porque esos seres capaces de luchar con tanto ahínco se resignaban tan fácilmente. En lugar de juzgar, actuó. Desde la consola de su nave programó un rayo de energía relajante sobre la casa del difunto para las próximas cinco horas. Para Sikandro tenía otra idea, un foco de inducción para cuando estuviera dormido: soñaría con algo útil que le haría sentirse mejor mañana.

La sala de ejercicios de la nave medía 2x4. «Es un desperdicio», le dijeron cuando solicitó ese espacio a cambio de renunciar a un salón y un dormitorio más amplios, pero para Rangil era muy importante ese momento de conexión mente-cuerpo. Como hacía habitualmente, comenzó por los cinco katas de Heian despacio, sintiendo cada movimiento, concentrándose en la respiración. Siendo consciente, reconocía cada parte de su cuerpo y le agradecía su capacidad de movimiento de ser y de estar. Era el momento en que su mente, que todo controlaba y decidía, dejaba a su cuerpo expresarse. Era una mezcla de placer y dominio. Se sentía fuerte, dinámico. Su energía fluía libremente, depurando cada músculo, con Bassai Dai acrecentó su ritmo, pero completando cada movimiento; con Kankudai se hizo una fiera salvaje a la caza de su presa. Sudaba por cada poro de su cuerpo, pero se sentía limpio, su mente solo albergaba paz, nada le preocupaba. El éxtasis dio paso a la relajación y después de una ducha de aire cien veces filtrado se dispuso a degustar su cena. Todos los productos tenían la forma y el sabor de los originales que él recordaba, pero no quería pensar como conseguía hacerlos el dispensador de alimentos. Se limitó a elegir del amplio menú algo ligero y sabroso que le permitiera irse pronto a dormir.

Cuando comía acompañado y embargado en una conversación, prefería disfrutar de ello, pero ahora, en soledad, se concentró en cada bocado sintiendo su sabor y, como alimentaba su cuerpo, sabía que así su estómago se preparaba para hacer su función y la digestión sería rápida. Aunque tenía películas y libros en su nave, no necesitaba ninguna distracción, era espectador directo del más maravilloso espectáculo, la vida. Programó, por tanto, tres horas de sueño en su mente, la limpió de todo pensamiento, hizo una respiración profunda y se quedó dormido al instante. Rangil era en parte un rebelde, aceptaba y disfrutaba de la tecnología de su mundo, pero desde niño no quiso ser dependiente de ella. Así que el inductor de sueño permaneció desconectado, del resto ya se encargaría Esperanza, su OC personal.

Despertó desperezándose lentamente, estiró sus extremidades, mientras permanecía en la cama, sin incorporarse echó un vistazo fuera, aún no había amanecido, así que aprovechó para incorporar a su nuevo día a todos sus seres queridos: uno a uno los iba saludando. Uno a uno los visualizó felices, recordándolos en algunos momentos vividos con él. Y luego, la imagen de su padre prevaleció: un hombre inquieto, un inventor que había encontrado, en el trabajo, el sentido a su vida. «No podemos controlarlo todo —le decía—, las posibilidades de este mundo son como el cauce de un río y la vida como las aguas que lo colman. Podemos jugar a hacer presas para tener nuestras necesidades cubiertas durante un tiempo, podemos retener el agua en nuestras manos para contemplarla y saciar nuestra sed, pero al igual que el río, siempre buscará fluir hacia el mar. Nosotros debemos dejarnos llevar por la vida hacia nuestro destino, podemos parar a deleitarnos un tiempo en lo que nos agrada y luego, más tarde, a sufrir su pérdida, pero no en exceso, pues la vida nos aguarda con nuevos retos, nuevas vivencias que experimentar. No gastes tu energía tratando de tenerlo todo colocado, pues cada día es toda una vida y a la mañana siguiente te darás cuenta de que nada está en su sitio. Sé útil para ti y para los demás, pero no detengas en su camino a los otros para tu deleite. Disfruta de los que están en tu mismo camino, deja que el río siga su cauce, pues todo aquello que pretendas se volverá contra ti».

Abrió los ojos al presente para darse cuenta de que el sol del planeta preparaba ya su tarea diaria de alumbrar las vidas de animales y hombres. Las plantas giraban sus hojas en pos de él, ávidas de la luz que las enverdeciera y la tierra vibraba ligeramente, desperezándose al paso de sus rayos.

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