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Prólogo

Estimado lector o lectora, ya te pienses masculino, femenina o incluso neutro –Facebook ya te ofrece estas tres opciones–, olvídate de lo que hasta ahora creías saber sobre las mujeres. Este libro te dirá que cualquier saber que hayas acumulado sobre ellas no vale mucho a la hora de definir la feminidad como sustancia, como La mujer que existiría si tú, estimado lector o lectora, no fueras un ser hablante, alguien sometido inevitablemente a ese “imposible de decir inherente al goce sexual” que estas páginas te recuerdan de entrada. Y si insistes en querer saber qué es la feminidad no dejarás de encontrarte una y otra vez con este imposible -lo más real, decía Jacques Lacan-, un imposible sin el que, con todo, tampoco podrías saberte un ser hablante. Entonces, ya te pienses hombre o mujer, o neutro o no, o alguno más de los cincuenta y cuatro géneros enumerados para tu elección en el mismo Facebook, lo real de la feminidad seguirá mostrándose como la alteridad irreductible a lo que puedas representarte de la sexualidad. En esta alteridad irreductible –“la Diferente, la Otra para siempre en su goce”, (1) escribía Jacques Lacan– se funda sin embargo toda elección sexual, lo sepas o no, elección forzada desde entonces ante lo real.

Sólo desde esta perspectiva podrá calibrarse de manera justa la empresa que la autora de este libro, nuestra colega de la Asociación Mundial de Psicoanálisis Gabriela Camaly, se propuso llevar a cabo como proyecto de investigación para “conquistar un pequeño territorio de lo indecible”, como nos avisa con la cita escogida para abrirlo. Es el territorio que Sigmund Freud sólo pudo avizorar después de su descubrimiento del inconsciente –invención más bien– para terminar nombrándolo como terra incognita o también como “el continente negro de la sexualidad femenina”. Fue la enseñanza de Jacques Lacan la que hizo posible adentrarse realmente en este territorio, primero con los instrumentos de la lingüística de su época, después con los de la lógica, finalmente con los de la topología, pero siempre con la experiencia clínica como punto de partida.

Este libro realiza así un preciso recorrido por el mapa trazado por Lacan, después de Freud, sobre el territorio de la feminidad. El concepto del falo será central en la teoría para mostrar precisamente aquello que escapa a él, al falo y al concepto. En el mapa resultante aparecen entonces múltiples zonas sin representación posible que dan cuenta del goce femenino imposible de simbolizar por el concepto del falo. Pero la autora no se conforma con explicarnos el mapa en una clara exposición de los conceptos que han servido para dibujar las fronteras y escribir los nombres de los lugares. Estas páginas son además una suerte de libro de viaje, como aquellos libros que escribían los exploradores sabiéndose siempre extranjeros en un país del que no conocían las fronteras. Es un testimonio directo del tipo “yo estuve allí” y vuelvo ahora para contároslo. Y lo hace partiendo de un lugar necesario para entender la lógica del viaje desde su inicio, lo hace partiendo del diálogo y la confrontación entre lo que se conoce como los “movimientos feministas” y el propio movimiento psicoanalítico, dos movimientos que se han encontrado y desencontrado de distintas formas y en distintos momentos. La autora ha sabido encontrar en los límites e impasses del primero la brújula para seguir la ruta del segundo. Y nos acompaña entonces en esta ruta con dos referencias que se hacen indispensables: la experiencia literaria y la experiencia, crucial para la enseñanza de las Escuelas de la AMP, que llamamos “el pase”. Se trata de dos escritoras de primer orden -Lisa See y Marguerite Duras- y de seis analizantes mujeres que han dado un testimonio sobre sus finales de análisis. Las enseñanzas que sacamos de estas experiencias resultan esclarecedoras de los conceptos expuestos en el libro. Cada caso es tomado así en su singularidad para explorar las diversas vertientes femeninas en la geografía del goce.

Se da aquí un pasaje de lo más instructivo en la medida que sigue un pasaje fundamental en la enseñanza de Lacan. Es el que va de lo simbólico de la palabra, el significante, hacia lo real de la escritura, la letra, en la que cada uno de estos casos encontró su “solución” a la pregunta por la feminidad. Es cierto, tal como lo indica esta investigación, que no hay “solución” sino “soluciones”, respuestas singulares, ninguna de las cuales podrá definirse por una característica particular que se incluya a su vez en un conjunto o en una clasificación universal que valga después para todos, para el “todos los elementos del conjunto”. Este es el verdadero sentido de “lo singular” que se opone tanto a la universal de las clasificaciones como a lo particular de los rasgos a partir de los que se constituyen las clases y los conjuntos. Siguiendo la lógica desarrollada por la autora, se comprende entonces por qué no hay modo de construir una clase de lo femenino que incluya todos los rasgos particulares recogidos durante nuestro viaje por esta terra incognita. Y esto es lo mismo que decir, siguiendo el aforismo lacaniano, “La mujer no existe”.

Que siguiendo este camino hayamos encontrado la referencia a la obra y a la escritura de James Joyce no es un error del mapa, ni mucho menos un error de género –del género llamado masculino o femenino–. Es uno más de los pasajes obligados para entender la dimensión sinthomática del goce pasando por la noción de la letra en la enseñanza de Lacan. Hay un lado femenino en Joyce, el mismo que hizo de su escritura una solución sintomática para responder a un goce que no estaba atemperado ni simbolizado por el significante del falo. Esta formación de anudamiento operada por la letra, una operación que disuelve a la vez la significación fálica de la lengua –la lengua inglesa no existe más después de Joyce, señalaba Lacan citando a Philippe Sollers–, esta formación sustitutiva y singular que viene al lugar de la elisión de la función fálica que se propone “para todos”, esta formación sin forma, incomparable a ninguna otra, sigue la misma lógica y el mismo funcionamiento que la singularidad que llamamos femenina. A falta de “La mujer”, universal, la mujer que lo sería “para todos”, nos queda la singularidad de cada testimonio que se convierte así en excepcional. Esta función de anudamiento, siempre singular y excepcional, es lo que Lacan designó con un neologismo, a falta precisamente de un significante que sirviera “para todos”, es el sinthome que hemos traducido como sínthoma en nuestra lengua.

Gabriela Camaly toma así la noción de sínthoma como punto de apoyo final para elaborar la pregunta por la feminidad en la última parte de la enseñanza de Lacan, la más compleja pero también la más cristalina. Y lo hace acompañándose, como lo ha hecho a lo largo de toda su investigación, del trabajo de elucidación que Jacques-Alain Miller realiza desde hace décadas sobre esta enseñanza. En este punto, la noción de “acontecimiento de cuerpo”, subrayada por él en una única mención hecha por Lacan, resulta especialmente reveladora para vincularla al goce llamado femenino. Tanto el uno, el acontecimiento de cuerpo situado a partir de la clínica, como el otro, el goce no fálico experimentado en el cuerpo, bordean la misma zona de lo indecible para el ser hablante, esa zona que también llamamos “litoral” para retomar otro término de la última enseñanza de Lacan. Estas partes del mapa clínico sin topografía posible –no hay DSM, ni CIE, ni marcadores biológicos que puedan dar cuenta de ellas– se dibujan de forma “literal” allí donde faltan fronteras para ordenarlo. El goce femenino se inscribe, se escribe precisamente allí donde ya no existen aquellas fronteras que delimitarían de forma nítida los fenómenos del cuerpo y del lenguaje de los que da testimonio la experiencia analítica.

Aquí, la autora nos anuncia el objeto de una futura investigación que esperamos con el mayor interés. Hay que subrayar la impecable factura de esta exploración que tiene todas las condiciones exigibles en una investigación de las mejores tesis universitarias, tanto en su aspecto formal como en la argumentación de las hipótesis y en la elucidación de los conceptos que utiliza. Ya la sola bibliografía que el lector encontrará al final del volumen supone por sí misma un trabajo de investigación que servirá de base y de cuaderno de bitácora para todo aquel que quiera proseguirlo. Pero el buen lector no se engañará: este trabajo traspasa las fronteras del discurso universitario para mostrar que el discurso analítico empieza a escribirse precisamente allí donde esas fronteras se muestran absolutamente impropias para hacer una topografía del ser hablante afectado por el goce femenino.

Y allí empieza el verdadero viaje al que nos convocan estas páginas. Lector advertido y audaz, ¡que tengas un buen viaje!

Miquel Bassols

Junio de 2017

1- Lacan, J., “Prefacio a El despertar de la primavera”, Otros escritos, Editorial Paidós, Buenos Aires 2012, p. 589.

Los impasses de la feminidad

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