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Capítulo 1
El comienzo
ОглавлениеNací un once de abril de 1968, en la ciudad de Rosario, Argentina. Pesé más de cuatro kilos y fui descrita como rubia, blanca y de ojos celestes. Según me contó mi mamá, las enfermeras se turnaban para cargarme.
Mi papá se llamaba Fernando y falleció en el año 1997. Él venía de una familia como decían antes: «de apellido tradicional» y era de Rosario. Tenía dos hermanos, Jorge (Rip) y Susana (88 años). Su papá (mi abuelo paterno) había fallecido cuando ellos eran muy pequeños, dejando a mi abuela materna, Zulema (Rip), viuda a los 35 años. Ella fue una persona digna de admiración, con una sabiduría que pocas tenían en esa época, ya que fue la primera farmacéutica mujer en graduarse en el año 1921. Venía de una familia de más de diez hermanos y de un nivel económico acomodado. Al quedar viuda tan joven y con tres hijos, la vida se le complicó, pero con los años y su inteligencia, los supo sacar adelante dignamente. En el año 1965, emigró con su hija hacia Estados Unidos en busca de un mejor futuro económico.
Mi mamá creció junto a su mamá Rosa (Rip), hija de madre soltera. Sus abuelos vivían en la ciudad de Reconquista, una ciudad distante a 500 km de Rosario, de una posición económica, también, acomodada. Luego de su nacimiento, ella y su mamá emigraron hacia la provincia de Catamarca, en donde fue dejada en un internado de monjas para que su mamá (mi abuela), pudiera trabajar allí, ya que, al abandonar su hogar junto a una pequeña hija, debía buscar algún tipo de sustento para que, en un futuro pudieran reunirse y emprender juntas una nueva vida.
Luego de varios años, finalmente, se encontraron y juntas se fueron hacia la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. Mi mamá estudió y finalizó sus estudios primarios y secundarios con muchos sacrificios y comenzó a trabajar en una concesionaria de autos muy conocida en el centro como asistente administrativa. Le fue muy bien, llegó a cumplir las funciones propias de un contador público. Había comenzado a estudiar la carrera de Escribanía, pero se le hacía muy difícil, ya que debía viajar a la ciudad de Santa Fe a presentar sus exámenes, y por su trabajo, no le daban los tiempos. Fue una gran pena, porque le habían prometido ser la titular de una escribanía el día en que ella se graduara.
Unos años más tarde, mi mamá conoció a un hombre, quien era divorciado (tengo entendido unos de los primeros divorcios de la época) y tenía dos hijas llamadas Mariana y Carolina de dos y cuatro años respectivamente. En ese momento aceptar a un hombre divorciado y con hijas no era bien visto por la sociedad, pero a pesar de ello, se enamoraron y mi mamá quedó encantada con las nenas. Así que a los seis meses se casaron por poder, vía México.
Mis hermanas Mariana y Carolina junto a mi papá, Rosario, Argentina, 1963.
La pena que siempre llevó mi mamá dentro de sí fue que una de sus futuras cuñada, nunca la aceptó completamente en el círculo familiar, ya que cuando se conocieron, ella le aclaró que la única cuñada que iba a tener sería la exesposa de mi papá. Muy triste, y por eso hago hincapié en este tema, porque en mi opinión esa clase de actitudes ejercidas por personas en esa época las considero una especie de lo que hoy se llama: «bullyng», o tal vez alguna forma de discriminación. ¿Sería porque mi papá era divorciado y mi mamá no era de «apellido tradicional»? Desgraciadamente, hoy siguen sucediendo estas actitudes en distintas clases sociales en todas partes del mundo.
Mi mamá y mi papá junto a mí en Fisherton, Rosario, Argentina, 1968.
Al año y medio de mi nacimiento, mi familia decidió emigrar hacia los Estados Unidos, en donde residían mi abuela y mi tía paterna. Fue una decisión dura según contaba mi mamá, ya que mi abuela Rosa, su mamá, no quería irse. Era mayor y tenía sus amistades y su vida en Rosario, y para mi mamá dejar el trabajo que tenía, con un buen sueldo y puesto, fue muy dura la decisión. Fueron años de lucha, mucho trabajo, pero todo sacrificio en algún momento da sus frutos. En 1972, nació mi hermana Jorgelina, y de repente nos convertimos en una familia de cinco, y como dice el dicho: «vino con un pan debajo del brazo».
Hice toda la primaria (K-5) en una escuela pública cerca de casa y sexto grado en una escuelacatólica. En esa escuela, me hice de muchas amistades, especialmente de dos: Patrik y Lisa. Quienes han estado siempre presentes en mi vida hasta el día de hoy. Aprendí a tocar flauta traversa y piano, de hecho, mi papá me compró uno, que al día de hoy sigo conservando. Recuerdo el sacrificio que hizo para comprarlo. También mi mamá nos mandó a mi hermana y a mí a una academia de danzas para aprender ballet, zapateo americano y jazz, además de ir varios veranos a la piscina municipal de la ciudad en la que vivíamos para aprender a nadar y acudir al curso de resucitación impartido por la Cruz Roja. Mi mamá nos mantenía activas a pesar de que trabajaba bastante.
En la casa de West Covina, California, con mi hermana menor Jorgelina, mamá y papá, 1977.
Junto a mi papá con el piano que me regaló, 1978.
Hubo un par de eventos desafortunados mientras fui creciendo. Uno de ellos, fue cuando tuve que quedar internada una noche en el hospital porque comencé con lo que parecía una especie de picadura en el dedo anular de una de mis manos. Solo me picaba, entonces, no le presté atención. Lo peor de todo fue que mis padres habían viajado a Las Vegas, porque estaban emprendiendo su segundo negocio allí, y quedamos al cuidado de mi abuela materna, quien vivía con nosotros. Al día siguiente, noté que estaba todo hinchado y se visualizaba una raya roja que cada vez ascendía más y sentía mucho dolor. Así que procedí a llamar a mis padres para informarles lo que estaba sucediendo, y regresaron. Me llevaron a emergencias y quedé internada de inmediato. Tendría unos once años. Fue horrible, ya que me colocaron suero y, a cada rato me colocaban el dedo en una solución de Betadine o una especie de Merthiolate. Mis padres no pudieron quedarse conmigo. No sé bien hasta el día de hoy la razón ya que era menor de edad, pero recuerdo que comprendí que, si esa raya que tenía hubiera llegado más arriba, quizás, la infección se hubiera disparado por el cuerpo provocando hasta la muerte.
Otro de esos eventos, fue cuando fuimos al aeropuerto de Los Ángeles a buscar a mi papá, íbamos mi abuela materna, mi hermana y yo cruzando una de las calles internas del mismo. En un momento dado, mi abuela quedó atrás y un auto la atropelló. Fue espantoso verla tendida en el piso sin saber si estaba viva o muerta. Gracias a Dios vino una ambulancia, la revisaron, pero no quiso ir al hospital, así que volvimos a casa en donde hizo reposo. Quedó dolorida por bastante tiempo, pero era una mujer muy fuerte.
Mi papá había logrado emprender su negocio de decoración de interiores (Interiors by Fernando), con productos de primera calidad. Le iba muy bien, logró tener casa y autos propios. En 1980, participé en un concurso en donde había que escribir un ensayo. Participaban todas las escuelas de la ciudad en la que vivíamos, West Covina. Y por esas cosas de la vida, ¡lo gané! Me dieron una placa con mi nombre y tuve que leer mi ensayo enfrente del Consejo de Mujeres de la ciudad de West Covina. ¡Qué emoción! Todo muy lindo, pero como todo, esas cosas lindas no duran para siempre. Surgen planteos y decisiones que hacen que, a veces, lo bonito se transforme en algo desagradable.
Yo junto al segundo local de Interiors by Fernando, 1978
En 1979, mi papá se replanteó la posibilidad de volver a vivir a la Argentina, ya que su «íntimo amigo» de la infancia le había prometido un trabajo que, según él, iba a ser el trabajo maravilla. Como mi papá tenía a sus dos hijas viviendo allí y por mi edad, doce años y medio, y a un paso de la adolescencia, lo visualizó como una oportunidad para vivir todos como una gran familia, utilizó el pretexto de drogas que había en las escuelas, y que no quería que nos expusiéramos a las mismas, así que comenzaron con todos los trámites lógicos que toda mudanza internacional implicaba. Este proyecto sería para junio de 1980, pues para esa época culminaba el curso escolar. Yo comencé a sentir una mezcla de felicidad y tristeza, ya que nunca había estado en Argentina y para mí iba a ser una experiencia totalmente desconocida.
Mi mamá comenzó el embalaje de muebles varios meses antes, mientras yo disfrutaba de la escuela, mis compañeros y amigos, hasta que llegó el día en el que recuerdo que se realizó el «open house» de mi casa y debimos irnos toda la tarde. Al volver, observé un cartel que decía: «Just Sold». Me dio una tristeza, ya que, a esa edad, lo primero que pensás es: «Uy, alguien más va a vivir en mi casa», pero tenía que tomar esto como una aventura. Así que recuerdo que unas semanas después, nos fuimos a vivir a lo de mi abuela y mi tía hasta que el día más esperado por mi papá llegó, el volver a vivir en ¡Argentina! Era un sueño que anheló durante todos los años vividos en los Estados Unidos. Creo que desde el primer día que pisó tierra estadounidense, ya estaba pensando en cómo sería su regreso, ya que nuevamente su sueño era que todos viviéramos juntos en armonía en el mismo país, sin que nos faltara nada y que las cuatro hermanas viviéramos unidas para siempre. Pero a veces como dice el dicho: «el hombre propone y Dios dispone», no siempre el deseo se cumple tal como lo quisiéramos.
El agente de bienes raíces colocando el cartel de vendido a la casa de West Covina, 1980.
Este «señor» y otros amigos de mi papá nos esperarían en el aeropuerto en Buenos Aires, pasaríamos la noche en un hotel y al día siguiente viajaríamos en tren a Rosario. Mi papá quería que experimentáramos la emoción de viajar en tren.
Llegamos por fin a la Argentina tan anhelada por mi querido padre, y no nos pudo recibir mejor que con un robo. Apenas pasamos aduana, cuando salíamos al encuentro de las amistades, según mi mamá, mi papá se adelantó, y mi abuela que venía más atrás con un carrito lleno de valijas y ese «famoso bolso» que se lo sacaron sin que ella se diera cuenta. Digo desgraciadamente, porque allí adentro iba la máquina de fotos con todos los últimos recuerdos de la casa, de mi fiesta, joyas, papeles importantes, etc. Un comienzo no muy feliz. Luego de hacer la denuncia correspondiente, nos fuimos al hotel en donde pernoctamos y al otro día iríamos a la terminal de trenes para partir de allí a la ciudad de Rosario, en donde nos esperarían mis hermanas y otros amigos de mi papá. Esa noche fue espantosa. Mis padres salieron a cenar, obviamente con sus amigos, y mi hermana y yo nos quedamos al cuidado de mi abuela en el hotel. Recuerdo al día de hoy como lloré durante horas para que mi mamá volviera porque era demasiado lo que extrañaba, en un lugar diferente y con todo lo sucedido en el aeropuerto, comencé a pensar que, si así era el comienzo de esta novela soñada y anhelada por mi papá, no me quería imaginar como seguiría.
Al otro día llegamos a Rosario. Para colmo de malas el tren llegó de noche y de allí teníamos media hora de viaje hacia la casa que «este señor» tenía preparada para que los cinco habitáramos hasta que la casa de mi padre se desalquilara, y se pudieran realizar las renovaciones necesarias. Recuerdo, por sobre todas las cosas, que la misma se encontraba ubicada en una calle paralela a la principal, junto a las vías del tren, oscura y de tierra. Imagínense viniendo del primer mundo en donde nunca había visto una calle de tierra y acá era la calle principal de mi casa y con una luz sostenida por un cable que se movía por el viento en varias direcciones y que parecía que en cualquier momento se iba a caer. Hacía frío y estaba ventoso. Parecía una película de terror. Si ya había llorado en el hotel, imagínense lo que lloré luego de ver estas escenas.
Mi mamá y mi abuela volvían a su barrio después de doce años, ya que esta propiedad estaba situada a solo seis cuadras de donde habían habitado durante años. Para ellas era un déjà vu, poder salir a recorrer sus calles, ver amistades, etc. Para mí fue como un pueblo de fantasmas, ya que la gente pasaba de vez en cuando en bicicleta y otros en auto. Acostumbraban diariamente a dormir la «siesta» de aproximadamente dos horas, horario en el cual cerraban todos los comercios.
A mí personalmente no me gustaba dormir siesta, ya que no estaba acostumbrada. Como tenía una radio en forma de perro, me disponía a escuchar de la audición de la estación de radio LT8, llamada, «El Expreso de Pili Ponce y Poli Román», si mal no recuerdo. Tocaban música internacional y nacional, pero especialmente internacional y eso me trasladaba, aunque sea un par de horas por día a mi California querida.
Hacia octubre, llegó la mudanza. Recuerdo que mis padres tuvieron que viajar a Buenos Aires al reconocimiento de los conteiners que luego llegarían a Rosario con toda nuestra casa, así que nos quedamos como dos días solas con mi abuela. Para variar, el día que llegó la mudanza, muchas cosas llegaron dañadas o directamente «no» llegaron. Los amigos de lo ajeno hicieron de las suyas. Y por supuesto no faltaron los chismosos que se la pasaron mirando todo como si fuera un show inédito.
Mi adaptación a esta nueva vida, se tornaba cada día más difícil. Los fines de semana venían mis hermanas con sus novios «a tomar el té» o «merendar» y encima, aparecía este «señor», junto a su familia. Al principio todo era lindo, pero luego conforme iban pasando las semanas, queríamos algo más familiar, íntimo. Nos daba la sensación de que se presentaba junto a su familia a inspeccionar toda la casa y a comprobar que nadie les había roto algo, etc. No era la visita típica. Así que apenas pudimos tener un auto, comenzamos a salir todos los fines de semanas. Al principio, este «señor» nos prestó un automóvil marca Estanciera, que parecía del siglo pasado. Como sería, que la primera vez que salimos con el auto, mi papá tuvo que frenar de golpe y no frenó. Casi atropellamos a una persona. Una porquería. Hacía un ruido a lata tremendo. Gracias a Dios, al poco tiempo mi padre pudo adquirir un automóvil Ford Falcón que nunca olvidaré, ya que era usado y por el que abonó aproximadamente doce mil dólares. La cotización del dólar en Argentina no nos favoreció ese año. El dinero que mi padre había logrado reunir entre la venta de nuestra casa en Estados Unidos y su negocio de decoración de interiores y algunos ahorros le duró menos de un año. Si Dios nos hubiera guiado en retrasar nuestro regreso, volver un año después, otra hubiera sido la historia.
En marzo de 1981, luego de casi seis meses de arduo estudio y gracias al esfuerzo de una profesora particular muy conocida en el barrio por sus habilidades de ayudar a los estudiantes en sus tareas, ya que ninguno de ellos se llevaba materias, pasé el examen de ingreso del colegio con notas entre diez y nueve.
Un año escolar «desafiante», sorteando muchos obstáculos con los que hoy día se conocen como «bullying» de parte de algunos, compañeros y compañeras de la escuela, que usaban esos poderes creyendo que se sentían intocables. Yo hablaba el idioma castellano o español muy atravesado. Era lógico, pues me había criado en los Estados Unidos hablando en inglés, y el tener que aprender a hablar y a escribir en el idioma castellano o español en siete meses fue un desafío enorme que no cualquiera lo logra. Recuerdo cuando iba a particular seis días a la semana, la profesora me hacía recortar de revistas palabras y sus figuras correspondientes para luego pegarlas, para así poder aprender más rápido el idioma, lo pienso y no puedo creer todo lo que he conseguido en la vida gracias a las enseñanzas y paciencia de esa mujer, y encima tener que aguantar a estos compañeros burlarse de la manera en que hablaba, no tiene palabras. Una pena realmente por ellos, pero más por tener padres que les inculcaron esa cultura, y ese estilo de vida. Lo peor de todo, es que varios de los que se burlaban de mí, concurrían a las clases que daba esta profesora y la misma los regañaba porque nunca entendían ni hacían sus tareas. Pero Dios es tan grande y piadoso que siempre me supo guiar y rodearme de gente buena, simple y honesta que no comulgaban con ese otro estilo de vida, y conforme fue transcurriendo el año escolar, finalicé séptimo grado. Y así comenzaba a cerrarse esa etapa, que para mi mamá y abuela habrá sido muy linda, pero para mí, no lo fue. En un momento mis padres me plantearon la posibilidad de regresar a vivir a California debido a que no lograba adaptarme a este cambio tan brusco. En un punto hasta con engaños me llevaron a una sesión con una psicóloga para ver si con terapia podía ayudarme a adaptarme mejor. Desgraciadamente, con terapias no lograron su objetivo, solo con mi fuerza de voluntad y superación lo pude lograr.