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Capítulo 2
Otra Etapa
ОглавлениеComencé la escuela secundaria en una escuela religiosa en la ciudad de Rosario, Argentina. Éramos veintitantas señoritas que iniciamos juntas esa aventura en marzo de 1982, en primer año comercial, con muchos sueños y ambiciones.
Cada una al entrar escogía un lugar en donde sentarse. Yo me senté al lado de Verónica, una chica muy dulce y con carita bonita. Eran bancos de a dos, con más o menos tres a cuatro filas. Teníamos siete materias diarias, lo cual significaban siete profesoras, todas del sexo femenino, con una duración aproximada de cuarenta minutos cada clase.
Comenzaré con la profesora de Castellano, una señora muy prolija y estricta. Era descendiente de familia de alemanes, así que obviamente sabía hablar alemán a la perfección, y en la clase justamente teníamos una compañera cuyo apellido lo era, entonces, cada vez que tomaba asistencia o la llamaba a dar lección, se lo pronunciaba con todas las de la ley. Se preocupaba mucho por el aspecto de nuestros uniformes, si la falda era muy corta o si había o no utilizado desodorante, o incluso yo, que usaba el cabello recogido con una colita o a veces en dos. En una ocasión se enojó porque la bolita de la colita era azul y su elástico marrón, el cual, según ella, no cumplía con los estándares requeridos por la escuela para el uniforme. Que ¡todo debía ser azul! Imagínense a la hora de tomar un examen o dar una lección delante de ella lo qué era.
Otra de las maestras era la de Música, una señora, quizás en ese momento tendría unos cincuenta a la que todas la veíamos mayor. Era de pocas palabras, no explicaba demasiado y había que estudiar.
Luego teníamos a la de Biología, ella sí era como la «mujer perfecta», siempre maquillada y su piel tan blanca como la nieve y esos labiales que utilizaba de colores fuertes. Delgada como un palo, tenía una hermana melliza. Muy buena profesora y muy dada con sus alumnas. Sus exámenes eran fáciles.
¡Seguimos con la de Matemáticas! Dios mío, acá comenzó uno de mis calvarios. Era una señora alta, delgada, rubia, pero muy nerviosa. Le daba alergia, según ella, tocar la tiza cuando tenía que escribir en el pizarrón. Y cuando lo hacía, nos daba por reírnos o hablar, y como consecuencia, levantaba uno de sus pies y lo pegaba contra el piso en forma irritable. A mí me ponía nerviosa y de mal humor, ya que nunca logré entender su clase. Es más, la tuvimos cuatro años, y durante esos años, me la llevé varias veces. Después supe que, además, daba clases a nivel universitario y que allí se comportaba con un poco más de paciencia que con nosotras.
La de Historia, bueno, esta mujer era bastante entrada en edad. Alta, robusta, gruesa, soltera y por lo que supe, dedicada toda su vida a su mamá y a leer historia. Sabía mucho y recuerdo el libro de historia que era grueso, con más de doscientas páginas, y cada vez que la teníamos había que estudiar como diez páginas para después sufrir con su método particular que poseía de llamar a las alumnas al frente y dar la lección. Tenía un cuaderno con los nombres y apellidos de cada una de las mismas, ordenado alfabéticamente. Con el correr de las semanas, ya sabíamos en qué página cada una se encontraba. Así que, cuando uno sabía que estaba en su primera página, y su dedo la recorría y la daba vuelta, visualizabas las caras de alivio de unas cuantas. Pero a veces retrocedía en su «cuaderno», y a las mismas con caras de alivio se les transformaba en terror. Daban ganas de salir corriendo al baño de los nervios. Llamaba tu nombre, por ejemplo, si tu apellido era Pérez decía: «Sita Pérez, pase», en vez de: «Señorita Pérez, pase», se tragaba la «eñor». Lo mejor que podía sucederte era que te llamara al pizarrón a desarrollar un tema mientras tu otra compañera daba la lección oral. Al menos la alumna del pizarrón volteaba a ver a las demás y así poder captar a alguna dictándole la lección. Encima yo no sabía cómo estudiar e intentaba memorizar. Venía de los Estados Unidos en donde jamás había dado una lección frente a una profesora. Allí todo es opción múltiple. Cómo sería mi frustración con eso, que mi abuela que vivía en Estados Unidos, ese año había viajado en abril para mi cumpleaños y me resumió de su puño y letra todo el libro de historia, el cual lamentablemente como lo llevaba a la escuela los días de dicha materia, misteriosamente desapareció y nunca lo volví a ver. Lo lamenté y lloré mucho, ya que mi abuela puso mucho esfuerzo y empeño a sus setenta y ocho años para hacerlo.
La Profesora de Contabilidad, una señora bajita y que recuerdo que vivía a dos cuadras de mi casa, explicaba los temas de una manera que en algunas ocasiones no se entendían. Pero bueno, gracias a Dios tenía una hermana y un tío contador, que cuando eso sucedía, me lo explicaban y hasta llegamos a ir en una ocasión con mi tío a su casa a consultarle dudas que teníamos, ya que, según él, había temas que enseñaba que a veces ni él los entendía. Tampoco esa materia fue mi fuerte.
Para Geografía, teníamos una señora muy habladora que explicaba muy bien, y su materia era bastante interesante.
La de inglés era todo un personaje. Una señora alta, delgada, muy elegante siempre con sus pantalones de vestir negros, grises, blancos y sus blusas o pulóveres finos. Cuando escuchó por primera vez mi pronunciación y manera de hablar, se dio cuenta de que el idioma no lo había aprendido en Argentina. Así que le conté todo y bueno, a veces, me usaba de modelo de pronunciación, aunque el inglés que enseñaba era británico y yo hablaba el americano.
Lo cómico de ella era que, a la hora de los exámenes, ella me revisaba la mochila y la cartuchera pensando que me macheteaba o copiaba. Nunca entendí para qué lo necesitaba hacer, si me había criado hablando ese idioma, además de mirarme de manera fija durante todo el examen para que no le dictara a nadie.
Y por último la profesora de Formación Moral y Cívica. Era una señora muy mayor, de apellido tradicional en la ciudad, con la característica particular que tenía un parche en uno de sus ojos. Me hizo acordar a la novela «Cuna de Lobos» en donde la protagonista también lo tenía. Nunca supe que le había sucedido. Era muy buena y me gustaba pasar a dar la lección con ella. Yo creo que ahí iba perfilando mi gusto por las leyes y el gobierno. No en vano seguí la carrera de abogacía.
Ese año quise organizar una fiesta mixta en lo que hoy es la casa de mi mamá en la calle Santiago, una casa antigua, de dos patios, más de cinco habitaciones y techos de aproximadamente cinco metros de altura. A ella no le gustaba la idea de traer varones a la casa. Los mismos serían mis excompañeros de un prestigioso colegio de la ciudad, al cual asistí en séptimo grado. No entiendo hasta el día de hoy el por qué los quise invitar, luego de que algunos me habían hecho bullyng, pero creo que como soy de esas personas que perdonan casi todo en la vida, y a los catorce años uno solo quería divertirse, así que hice borrón y cuenta nueva. Fue tanta la lucha y el poder de convencimiento de mi abuela hacia mi mamá para realizar dicha fiesta con varones, que mi deseo fue concedido. Pero qué sucedió, el dos de abril de 1982 estalló la Guerra de Malvinas y yo los cumplía el once, y muchos pensaban que no quedaba bien andar de festejos. Sin embargo, finalmente, luego de mucho debatir, llegamos a la idea de hacer algo tranquilo y que no durara hasta tan tarde.
Se juntaron más de veinte invitados en el patio de la casa. La D.J. fue una de mis hermanas mayores y eran L.P.S en los antiguos toca discos, cuyo sonido salía de esos parlantes negros que no se ponían muy fuertes para que no saltaran los subwoofers, según mi entender. Se armó tanto escándalo, que los invitados varones en particular comenzaron a arrojar maníes al D.J. (mi hermana). La casa solo tenía un baño en el que mi mamá conservaba un frasco de vidrio con varios jabones de color en diferentes formas. Varios ingresaron allí, y arrojaron dichos jabones al inodoro y dentro de la bañera, además de porciones de torta arrojadas al piso del pasillo en donde había otros departamentos con distintas familias viviendo allí, les ensuciaron sus entradas. Aún recuerdo, un tarro plástico redondo lleno de papas fritas grasosas que terminaron en el piso de madera del comedor, que en esa época ni siquiera estaba barnizado, pues hacía dos meses que nos habíamos mudado, y como consecuencia, la grasa de las mismas, se impregnó en esos pisos vírgenes, tuve que pasarle viruta a toda esa habitación para eliminar las manchas y luego proceder al encerado.
En resumidas cuentas, todos esos «niños bien» que acudieron a mi fiesta resultaron ser unos maleducados, ya que ingresaron a mi hogar, provocaron desmanes y luego se retiraron sin hacerse cargo de lo sucedido a un restaurante a cenar, situado en la esquina de la casa, alegando que en la fiesta no hubo comida suficiente. Por otra parte, mis amigas y compañeras de la escuela nueva, quedaron muy sorprendidas ante tales actitudes. Ese día fue el principio y el fin de lo que pensaba que podía llegar a ser nuevamente una amistad con ellos.
Durante el año hubo un par de «asaltos», fiestas o bailes como le decíamos en la casa de una de las chicas. Recuerdo que su casa era de dos plantas, muy espaciosa, con una escalera de mármol. Sus padres y ella habitaban la planta baja, y la planta alta estaba vacía. Allí mismo realizaba sus fiestas. En una de ellas, un grupo de chicas fueron con sus novios, se posicionaron en un rincón y «chaparon» (abrazarse y besarse) durante todos los lentos. Lo más cómico era que su papá daba vueltas constantemente y dejaba las luces encendidas, pero en cuanto se daba vuelta, las chicas las apagaban. ¡Las demás nos asombrábamos de ver ese espectáculo! Imagínense, hoy es una tontería, en cambio en esa época de los ochenta llamaba la atención o por lo menos a nuestro curso. Pero dentro de tantos acontecimientos que sucedían, éramos felices y nos conformábamos con lo que había. Recuerdo que esa noche terminó violenta, ya que existía la famosa: «Barra del Centro», que llegó hasta allí y querían entrar a la fiesta. Como era un segundo piso y con un balcón enorme, todas nos paramos ahí hasta que uno de ellos lanzó un piedrazo al vidrio de la puerta de entrada y lo rajó de lado a lado. Fue terrible, hasta la policía tuvo que intervenir.
Y, finalmente, llegó diciembre. Fue un año escolar de desafíos, pero lo logré. Solo me llevé a rendir tres materias. Obviamente, matemáticas top of the list, ja, ja. En general fue un año divertido, con muchos aprendizajes y adaptaciones a un sistema distinto al de la escuela primaria.
En el patio de la escuela secundaria, 1982.