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EN BUSCA DE UN MUNDO SOCIAL

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Nuestro análisis combina tres tipos diferentes de atención a la realidad. El primero requiere que el investigador o investigadora busque los elementos de la realidad que le ayuden a caracterizar los rasgos reproductivos de la economía política actual entendida de manera estricta. Si tuviéramos que separar el concepto en sus partes constituyentes, dentro de este modelo consideraríamos lo «político» en términos del poder «estructural» de Wolf y la «economía» en términos de lo que David Harvey (2001), siguiendo a Marx en el Grundrisse, llama abstracciones concretas que condicionan las posibilidades de reproducción social. Eso significaría prestar atención a la «organización del trabajo social» históricamente específica y a «cómo se insertan las personas en el conjunto de la sociedad» (Wolf, 1999: 289-290), así como a las condiciones de producción material (máquinas, tecnologías, etc.) y a la huella histórica de estos procesos sobre el paisaje en forma de carreteras, canales de irrigación y prisiones. En consecuencia, dedicaremos todo el capítulo 1 a la geografía histórica de la zona y, a lo largo de todo el libro, intentaremos situar las prácticas sociales y las expresiones culturales en el marco de estas abstracciones concretas de la reproducción capitalista, pero no por ello menos silenciosas y ocultas.

Nuestro segundo enfoque es más familiar para quien realiza trabajo de campo en la tradición de la antropología social. Lo llamamos enfoque de las «prácticas sociales instituidas». Añadimos el término instituidas al concepto habitual prácticas sociales para aludir al modo en el que las prácticas pasan a formar parte del marco que, aun siendo maleable, organiza la toma de decisiones. Este concepto se aproxima al de habitus de Bourdieu (1977). No obstante, mientras que el concepto de Bourdieu opera especialmente sobre la constitución dialéctica de las prácticas y las afinidades electivas emergentes que las estructuran después, nosotros remarcamos el efecto estructurador adicional de las abstracciones concretas, tal como han sido descritas.1 Sería difícil seleccionar una sola parte de nuestro libro para ilustrar este enfoque concreto, pero nuestra atención a la gente real, dirigida a las circunstancias presentes de sus vidas, es probablemente el mejor reflejo de nuestro compromiso con este elemento de la realidad social.

Finalmente, nuestro tercer tipo de atención al mundo social nos alerta sobre las maneras como la gente interpreta su mundo social en el momento práctico inmediato de vivirlo. En este caso, la «factitividad» del mundo tal como se presenta queda en suspenso en beneficio de un tipo particular de sensibilidad interpretativa. Invocamos la expresión de Raymond Williams estructuras de sentimiento, un concepto que él usaba en un sentido completamente historicista, para describir la sensibilidad esencialmente colectiva de una época. Al escribir sobre las novelas ambientadas en la mansión rural de la Inglaterra del siglo XIX, por ejemplo, Williams exploró cómo esos trabajos invocaban silenciosamente y, a la vez, constituían activamente una estructura de sentimiento que dio origen a un significado específico de «el campo» y «la ciudad» como comunidades «cognoscibles».2

De igual manera, usamos las historias (en plural) para mostrar que las abstracciones concretas, las prácticas instituidas y las estructuras de sentimiento se condicionan y refuerzan recíprocamente (Roseberry, 1989). En última instancia, el propósito, el proyecto de tal ejercicio sociológico es descubrir la praxis de la gente escondida bajo la maleza y desenterrada potencialmente por nuestra contribución intelectual. Es difícil seleccionar porciones de todo el pastel que pongan de relieve los momentos cuando nuestra atención se ve absorbida de este modo en la etnografía, aunque quizá el capítulo 7, sobre culturas políticas, ofrece el ejemplo más coherente. Pero el aspecto más importante es que, vistas en un periodo histórico, las abstracciones concretas cambiantes se combinan con la agencia implicada en las prácticas de la gente para modificar las condiciones a las que se enfrentan. El lenguaje, los gestos y los suspiros, modelados por las estructuras de sentimiento de un lugar y un tiempo concretos, permiten entonces conocer todos estos elementos. Y todos ellos –las abstracciones concretas, la puesta en práctica de la agencia y el sentimiento estructurado–, considerados conjuntamente, nos moldean a cada uno de nosotros como un tipo particular de persona: un sujeto/agente social historicizado.

Este estudio se centra en un área de la Comunidad Valenciana, al sur de Alicante, donde ha existido una larga historia de próspera agricultura de regadío, combinada con pequeña manufactura. Los focos de manufacturas de productos específicos se remontan muy atrás: una ciudad y sus alrededores que fabrican alfombras, otra ciudad, cuerdas y otra, zapatos. El cultivo de productos agrícolas para ser comercializados en mercados internacionales tiene aquí también una larga historia. Más que una separación entre ciudad industrial y campo agrícola, existe una historia significativa de estrecha interrelación entre producción industrial y agrícola. Además, tanto los hombres como las mujeres han experimentado de diferentes maneras la movilidad geográfica, la manufactura en la pequeña industria, el empleo en grandes empresas y el trabajo en el sector de servicios.

En los años setenta, las exigencias de la nueva división internacional del trabajo llegaron a estos modos de producción preexistentes; afectaron, en primer lugar y con mayor fuerza, a la producción local de zapatos, pero también alcanzaron otras manufacturas y actividades de servicios del sector no agrícola. Con los cambios que se produjeron durante los treinta años siguientes, el modelo general acabó siendo el de una pequeña empresa local, y en algunos casos ramificaciones de empresas más grandes, que organizaban la producción por medio de una fuerza de trabajo localizada en su fábrica legalmente registrada, más una fuerza de trabajo mucho mayor diseminada en un sistema de «putting-out» o subcontratación. El sistema de subcontratas implica tanto niveles de trabajo realizado en talleres semilegales como niveles realizados mediante el trabajo a domicilio. En el hogar, desde la contribución inicial de la esposa, nos movemos –a través de su red ya establecida– hacia una red extensa de trabajo a domicilio subcontratado y después subsubcontratado.

Durante los años setenta y ochenta, las mujeres que realizaban trabajo a domicilio formaban parte probablemente de un grupo doméstico agrícola y, como resultado, estaban sometidas a una presión extrema. Sobre aquel periodo, Smith (1990) escribió (véase también Sanchis, 1984; para Cataluña, véase Narotzky, 1989, 1990, 2000, 2001):

La necesidad de trabajo en la propia explotación familiar es irregular; por ejemplo, el marido/padre puede conseguir trabajo para un día y, si considera que una tarea de la huerta no está acabada, presionará a su mujer o a su hija para que dejen de lado el trabajo a domicilio y vayan a la huerta (...) [Mientras tanto] los distribuidores de trabajo, deseosos de minimizar la cantidad de viajes y de contactos que tienen que hacer (...) animan a las mujeres a aceptar grandes lotes mediante el pago de tarifas que aumentan en progresión geométrica hasta que se completa la última unidad. Con la intención de llegar a esas tarifas, las trabajadoras, que ya están bajo la presión de sus maridos agricultores, pueden pedir lotes de un volumen excesivo con la idea de pasarle una parte a alguna vecina.

Esta compleja serie de relaciones sociales se construye sobre una amplia historia de extensas redes interpersonales. A lo largo del tiempo, los derechos personales, que se extendían hacia fuera desde la familia inmediata a la familia ampliada, los vecinos, los miembros de la comunidad, etc., se convirtieron en un componente institucionalizado de la vida diaria. Además, estos complejos conjuntos de vínculos también sirvieron para compensar la inestabilidad regional producida en parte por el clima impredecible y en parte por los ciclos comerciales, pero sobre todo por el carácter cambiante de las propias empresas. Cuando a finales de los ochenta se dieron las condiciones políticas y económicas para el cambio, que permitieron al gobierno avalar prácticas laborales y empresariales «flexibles» y desregularizadas, a la vez que minaron gravemente la agricultura local, esta economía ya plenamente «informalizada» se hizo todavía más informal.

La invención de situaciones de crisis y la estimulación de la inseguridad general se convirtieron en medios elementales de regulación social. Por ejemplo, con frecuencia las empresas se transformaban de un nivel de productor a un nivel de intermediario, pero únicamente con un propósito de evasión. Empresas registradas se declaraban en bancarrota y cerraban un día para abrir al día siguiente con el caparazón de la empresa original ahora operando únicamente con capacidad comercial, arrendando la maquinaria vieja a una «cooperativa» o a un taller subcontratado ahora totalmente ilícito, compuesto por trabajadores que acceden a reducir sus salarios, la seguridad y los beneficios para conseguir el contrato de su antiguo patrón. El modelo es conocido: mientras las empresas oficialmente registradas y los datos de empleo en la industria decrecían, la producción global de calzado se incrementaba. Superficialmente, parece una respuesta a la recesión, pero, de hecho, la atmósfera de crisis y desorganización estaba construida ideológicamente para justificar formas de regulación del trabajo que generaran inseguridad personal y respuestas colectivas fragmentadas. Y todo esto tiene una larga historia.

Los intentos de los grupos dirigentes para controlar a la gente corriente por medio de la inseguridad inducida y los ataques contra las respuestas colectivas están bien establecidos en la zona. Así, junto a esta organización de la economía y la sociedad, encontramos una clase de alienación de las políticas públicas entre la gente con la que trabajamos, y eso se convirtió también en un elemento fundamental de la problemática que empezamos a conformar mientras configurábamos nuestro estudio.

Aunque es obvio que hay mucho de todo ello que es específico de esta región y de esta gente –en efecto, gran parte de nuestro razonamiento enfatiza la importancia de reconocer la especificidad–, las inseguridades, las tensiones sobre las familias y los individuos, el sentimiento de alienación respecto de la dirección que la economía está tomando y de la formulación de proyectos políticos desde «instancias más elevadas» son ampliamente sentidos entre la gente que intenta conseguir un modo de subsistencia en muchas partes de la Europa contemporánea. Se podría dar cuenta de esto mediante una «etnografía del presente», focalizando en la manera como la gente de esta zona experimenta su vida cotidiana hoy en día e intentando evocar el carácter particular de esa experiencia. Ciertamente, esta es una manera mediante la que nosotros, como antropólogos, nos hemos aproximado a la situación, pero, de nuevo, se trata solo de una dimensión en nuestra investigación. En efecto, consideramos que la antropología actual ha reducido demasiado su foco de atención a un programa que parece referirse solamente a asuntos de «cultura» o «experiencia» de «lo local» y «lo cotidiano». Nuestra incomodidad con esta tendencia actual de la antropología puede explicarse parcialmente por nuestros respectivos orígenes.

Ambos somos europeos inquietos. Susana, tras su formación inicial en España y Francia, se trasladó a Estados Unidos para hacer su doctorado y después volvió a España. Gavin, nacido en Inglaterra, donde recibió su primera formación, se fue a Norteamérica a los diecisiete, pero volvió a Inglaterra para su doctorado. Después de un trabajo de campo previo en Perú, Gavin inició un largo periodo como etnógrafo en la Valencia meridional. A medida que el material de aquel trabajo de campo –los datos, las interacciones personales, los vacíos y los hitos– empezaba a tomar cierta forma narrativa y teórica, sintió una urgencia creciente de aunar sus percepciones y su trabajo en curso con los académicos españoles que trabajaban en y sobre España. Y así nos encontramos en un taller, que formaba parte de una serie de talleres dirigidos por antropólogos franceses y españoles con la ayuda de Maurice Godelier, sobre la cuestión de las transiciones sociales.

Comprometidos con la importancia de la etnografía histórica, ambos sentimos con fuerza que la comparación también enriquece la etnografía. Aunque este libro no es formalmente de etnografía comparativa, está fundamentalmente inspirado por el trabajo de campo anterior de Susana en Cataluña y por el trabajo que hicimos juntos (con la ayuda de Clare Belanger y Simone Ghezzi) en La Brianza, una economía regional de la Italia septentrional. De esta manera, mientras hablábamos sobre nuestros intereses intelectuales y políticos, nos convencimos de que la suma de nuestras empresas individuales sería mucho más grande si trabajábamos juntos: Gavin, como europeo, hasta cierto punto autóctono, pero, como antropólogo canadiense, también alguien ajeno; Susana, tanto europea como española aunque muy familiarizada con la antropología anglófona; y ambos compartiendo preocupaciones políticas y teóricas, unos puntos en común que han aumentado durante los años que hemos trabajado juntos.

Para nosotros la investigación social siempre debería situarse claramente dentro de un proyecto político explícito, y ambos habíamos estado implicados en un debate en el que el concepto de clase era esencial para el proyecto político de comprensión de la diferencia cultural y social, así como un instrumento crucial en la transformación de las relaciones sociales desiguales para conseguir oportunidades de vida indiferenciadas. Así, trabajando contra corriente de lo que creíamos que era la tendencia tanto en la antropología como en las otras ciencias sociales, sentimos que necesitábamos una forma de hacer etnografía que retuviera un modo de entender la complejidad del mundo social usando la clase como guía conceptual. Sin embargo, no estábamos tan interesados en las propiedades estructurales varias de la clase, ya fueran estratos sociales weberianos o relaciones marxianas con los medios de producción (Ossowski, 1969), como en los principios que condujeron a los teóricos a enfatizar en primer lugar la clase. Pensábamos, por ejemplo, en la imagen de sociedad de Marx, en la que el proceso de reproducción social genera contradicciones estructurales que, a su vez, son resueltas tecnológicamente mediante una productividad general mayor, geográficamente por medio de desplazamientos de capital en el espacio o, aún más importante, por medio del resultado de conflictos sociales, conflictos que aglutinan a la gente en torno al control de la propiedad y la necesidad de ofrecer trabajo. Por mucho que hayamos avanzado hacia una condición posmoderna, o hacia una sociedad postindustrial, de ninguna manera nos hemos separado de un tipo de sociedad en la que «la reproducción de la vida cotidiana depende de la producción de mercancías mediante un sistema de circulación de capital que tiene la búsqueda de beneficios como su objetivo directo y socialmente aceptado» (Harvey, 1985: 128) y, por tanto, nos parece que los antropólogos tienen la responsabilidad de explicar esta característica fundamental de la reproducción social bajo el capitalismo. En consecuencia, esta es la razón principal por la que, para nosotros, la clase continúa siendo central para la investigación etnográfica.

Una segunda característica del espíritu que condujo a los autores de izquierdas a centrarse en los rasgos cruciales de la clase, fuertemente asociada con el trabajo de Edward Thompson, podría resumirse en la proposición de que solo a través de la acción colectiva la gente subordinada tiene alguna influencia sobre el poder y que, aunque hay muchas líneas y formas mediante las cuales las colectividades pueden expresarse, existe un nexo orgánico crucial entre las colectividades de clase y la retención o transformación del capitalismo. Este segundo elemento era especialmente importante para nosotros precisamente por su ausencia aparente de la vida cotidiana de nuestro escenario de campo. ¿Por qué ausente? Porque tales colectividades, como estructuras de sentimiento, como modelos de relaciones sociales y como punto de apoyo para la acción y el empoderamiento, han sido objeto de un ataque severo a lo largo de la historia y hasta el momento presente, un ataque que adquirió una fuerza particular en los años que siguieron a la Guerra Civil española.

En efecto, siguiendo la estela de este ataque, el tipo de mundo que hemos descrito antes se ha configurado en el discurso hegemónico reciente como un mundo de economías regionales, una «Europa de las regiones». Se trata de nuevas configuraciones que atenúan las características políticas y estructurales de clase como medio de comprensión de los procesos históricos. En cambio, favorecen una comprensión de las prácticas sociales, las experiencias y las relaciones en términos de valores colectivos corporativistas, conocimiento local y afinidad emocional. En lugar de una historia compleja cargada con las tensiones de la contradicción, el conflicto, la resolución y la transformación, conseguimos una auditoría de sus posibilidades empresariales (y, por tanto, de sus fracasos) «culturales» y «sociales», un balance de los más y los menos: «producción flexible», empresas reducidas y dispersas y «capital social». Así pues, una responsabilidad de nuestra investigación social fue encontrar los indicios a partir de los cuales las fuerzas colectivas podrían ser reconstruidas.

A pesar de todo, mientras nos familiarizábamos con la bibliografía, encontramos historiadores, economistas y sociólogos que trabajaban sobre Europa (Berg et al., 1983; Bagnasco, 1977; Piore y Sabel, 1984) prestando una atención creciente a algo parecido a un pequeño capitalismo organizado. Se hacía cada vez más popular como «tercera vía» un nuevo modelo de desarrollo de la economía de mercado que tenía en cuenta las «externalidades» sociales, un modo más viable e incluso más humano de organizar el capitalismo. A la vez que ello parecía confirmarnos que estos otros modos de organizar las relaciones trabajo/capital eran, en efecto, significativos, también nos hacía conscientes de que debemos entender simultáneamente dos fenómenos bastante diferentes: las prácticas y relaciones que podíamos encontrar en un área económica vagamente predefinida y los modelos económicos para desarrollar las regiones en la línea de redes, mercados sociales, empresas flexibles y similares que los expertos y los responsables políticos de Europa generan hoy en día. Además, pronto reconocimos una relación dialéctica entre los dos niveles porque las políticas de desarrollo (prácticas reguladoras o desreguladoras, subsidios, etc.) proporcionaban condiciones cruciales que encaminaban las prácticas y las relaciones que observábamos en el campo. Proporcionaban recursos materiales específicos que la gente tenía que reivindicar en formas particulares, por supuesto, pero también afectaban a las vidas de las personas de manera más general. El modo como las personas pensaban sobre sus propias vidas y el espacio social que habitaban se entretejía con los discursos hegemónicos que destacaban la región como cohesionada bajo la rúbrica general de una «cultura empresarial» o lo que se denominó «nacionalismo económico».3

Nuestra idea era que tales condiciones, notablemente en desacuerdo con el ya clásico modelo Manchester de desarrollo industrial, estaban extendidas y, por tanto, buscamos un escenario donde el modelo tuviera profundidad histórica, a la vez que vigencia en el momento presente. En España, Gavin había hecho trabajo de campo previamente en el área de la Comunidad Valenciana, descrita por algunos historiadores económicos (Nadal, 1990; Lluch, 1976; Aracil y Bonafé, 1978) como una de aquellas regiones donde se había desarrollado durante el siglo XIX un tipo diferente de capitalismo. El área del sur de Alicante presentaba un paisaje de pequeñas empresas familiares y una mezcla de agricultura comercial e industrias manufactureras. Menos conocida era la presencia allí de una mezcla de radicalismo político y conservadurismo extremo, que se remonta muy atrás, en el siglo XIX. Gavin se había interesado por la pluriactividad en su trabajo de campo de 1978-79, y este tema parecía resumir muchos de los principales asuntos que queríamos observar con detalle. La pluriactividad planteaba directamente la cuestión siguiente: ¿qué pasa con la clase cuando el proceso de reproducción social genera una estructura de fluidez e incertidumbre constantes en los destinos de la vida de las gentes, de manera que no prevalece la experiencia clásica de la oposición entre trabajo y capital?

Conscientes de los cambios radicales en el proceso del trabajo de la producción capitalista que tenían lugar entonces en Europa, buscamos a propósito un área que no entrara netamente dentro del marco del modelo de la definición capitalista clásica de una «economía desarrollada» con un sistema de mercado eficiente regulador de las relaciones trabajo/capital. En su lugar, buscamos una región que, aunque enraizada desde hacía tiempo en la producción de mercancías, incluso en el circuito global del comercio capitalista nacional e internacional, manifestara, sin embargo, formas de relaciones de producción que difirieran del modelo clásico.

Pero entonces la cuestión cambió hacia el terreno pragmático: considerando que ya no había una experiencia obrera homogénea entre la gente de la región, como la de la industria fordista clásica, por ejemplo, ¿seguía siendo útil el concepto de clase? Las experiencias de subsistencia de la gente se habían fragmentado tanto que se hacía cada vez más difícil seguir la manera como su inserción en los procesos de reproducción social se relacionaba con su identidad social y su praxis histórica. Trabajar con la complejidad de estos asuntos a lo largo de los años ha dado forma al modo en el que queríamos realizar la investigación: en primer lugar, en relación con la localización o el alcance de nuestra observación; en segundo lugar, respecto a la necesidad de insertar profundamente la historia en nuestras observaciones.

Si queríamos comprender las fuerzas principales de reproducción social, necesitábamos profundidad histórica, y sabíamos que podíamos conseguirlo mediante el trabajo realizado por los historiadores sociales y económicos valencianos de la zona. Pero si pretendíamos llegar a la experiencia vivida de la gente, también necesitábamos las narraciones matizadas de las historias particulares. Así pues, el hecho de que tuviéramos historias de vida para esta zona que se remontaban a principios del siglo XX fue clave para nosotros. Clave también fue el hecho de que el trabajo de campo valenciano había sido efectuado en un momento político especialmente importante, durante los primeros años de la transición del régimen de Franco a la democracia parlamentaria, cuando Gavin había observado y registrado de primera mano los debates que surgían con motivo de las primeras elecciones municipales democráticas después de cuarenta años de dictadura. Susana, en particular, pensaba que los datos de primera mano sobre aquel periodo de la historia de España serían extremadamente útiles para hacerse una idea de la expresión pública de las cuestiones de clase.

No obstante, no queríamos pensar que esto era el «retorno» del antropólogo, veinte años más tarde, para registrar los cambios que habían tenido lugar en el paso de un tipo de sociedad más tradicional a uno más moderno (véase Collier, 1999). Estábamos interesados, en cambio, en seguir un proceso de reproducción social –las continuidades y rupturas históricas– que produce y condiciona las prácticas de la gente. Pero no solo nos interesaban las prácticas; también queríamos prestar atención a cómo las experimentaban las personas en tanto que sujetos históricos y cómo se institucionalizaban después para constituir el entorno cultural. Por tanto, eso no era tan solo etnografía de la vida cotidiana de la gente corriente, ni era una evaluación con el propósito de enmarcar los éxitos y los problemas de una economía regional en Europa. Para nosotros, la historia no es tanto el trasfondo del presente como dos momentos sincrónicos, uno en el pasado, el otro en el presente. La historia es el camino necesario para entender la sociedad como los diferentes medios por los que la reproducción social de un tipo particular de sistema social, el capitalismo, se convierte en una parte vivida del presente.

Luchas inmediatas

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