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Introducción: la Sociedad de lo Social
Оглавление«Existen 87.146 líderes intelectuales en LinkedIn». – «Los pintores de verdad no pintan las cosas como son… las pintan como ellos mismos creen que son». Vincent van Gogh, sobre el arte falso – ¡Descargue ese camión de disgustos! Eslogan de la alt-left – «La web: Hemos notado que estás usando un Ad Blocker. Yo: He notado que ustedes están usando 32 servicios de rastreo». Matt Weagle – «Una nueva seguridad conlleva una nueva vulnerabilidad». Lulzsec – «La verdad es para perdedores, Johnny Boy». (Being John Malkovich) – Nuestro centro de atención es el desafío cosmotécnico que nos pone en contacto directo con nuestros esclavos (tributo a Yuk Hui) – «Siempre supe que era un buen escritor pero pensé que haría poesía, o ficción, no los emails que terminé haciendo». (OH) – «Das Handy un die Zuhandenheit des Virtuellen» (ensayo alemán) – «Una de mis técnicas favoritas de autolesión es googlear pasajes aéreos a Bali». Addie Wagenknecht – «No es el tamaño, sino la escala la que cuenta». Barnett Newman – «Alerta: Podrías no gustarle a la gente después de esto». – «Smart is the new smoking». Johanna Sierpstra – «Por favor dele “me gusta” a nuestro ataque de envenenamiento de DNS aquí». – «¡TENGO LA CASA PARA MÍ SOLO ESTA NOCHE! *se pone a mirar su teléfono». «Internet es como el Viejo Oeste. Creíamos ser los vaqueros, pero resulta que somos los búfalos». AnthroPunk.
Bienvenido al nuevo estado de lo normal. Las redes sociales están reformateando nuestras vidas interiores. En tanto la plataforma y el individuo se vuelven inseparables, las redes sociales se vuelven idénticas a lo «social» en sí mismo. Sin mayor curiosidad sobre lo que traerá «la próxima web», hablamos de cualquier suerte de información que se nos permita digerir durante los días aburridos. La antigua confianza en la estacionalidad de los periodos de expectativa que vienen y van ha sido destruida. En cambio, un nuevo realismo se ha impuesto, como publicaba en un tuit Evgeny Morozov: «El utopismo tecnológico de los 90 postulaba que las redes debilitan o reemplazan las jerarquías. En realidad, las redes amplifican las jerarquías y las hacen menos visibles»1. Una posición amoral respecto al intenso uso de las redes sociales hoy en día sería el no emitir un juicio superior y ahondar en cambio en el tiempo superficial de las almas perdidas como nosotros. ¿Cómo se puede escribir una fenomenología de las conexiones asincrónicas y los efectos culturales, formular una crítica despiadada de todo lo mentalmente programado en el cuerpo social de las redes, sin mirar lo que pasa dentro? Embarquémonos, por tanto, en un viaje al interior de este tercer espacio denominado lo tecno-social.
Nuestro querido Internet podría ser descrito como una «hidra inversa con cien culos»2, pero de todas formas lo adoramos: es el basurero de nuestro cerebro. Apenas somos conscientes del frenesí online que nos rodea, no podemos ni pretender siquiera que nos importa la cínica lógica de la publicidad3. Los escándalos de las redes sociales se nos presentan, como escribió Franz Kafka una vez, «como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas». De la manipulación comportamental a las fake news, lo que leemos siempre gira en torno a la bancarrota de credibilidad de Silicon Valley. No obstante, muy pocos han sufrido consecuencias serias de algún tipo. La evidencia, aparentemente, no es suficiente: el estiércol se rastrilla, los datos se filtran y los delatores delatan; y sin embargo nada cambia. Ninguno de los temas verdaderamente relevantes logra resolución. No hay un Internexit en camino. No importa cuántas intrusiones y violaciones de privacidad ocurran, no importa cuántas campañas de concienciación y debates públicos se organicen, la abrumadora indiferencia permanece.
Contémplese el rápido retorno a la normalidad que siguió el escándalo de Cambridge Analytica de marzo de 2018. La centralización de la infraestructura y servicios que nos proveyeron de tanto confort se veía como inevitable, incluso ineluctable4. ¿Por qué no hay todavía alternativas viables a las plataformas principales? Algún día comprenderemos el Thermidor digital; pero ese «algún día» parece no llegar nunca.
¿Cuál es el destino de la crítica sin consecuencias? Como Franco Berardi me explicó cuando lo visité en Bolonia para discutir este proyecto editorial, es la verdad la que nos pone tristes. Nos faltan modelos de rol y héroes. En cambio, lo que tenemos son paranoicos buscadores de la verdad. En tanto nuestras respuestas a la alt-right y a la violencia sistémica resultan tan predecibles e impotentes, Franco me sugirió dejar de hablar. No responder. Rechazar volvernos noticias. No alimentar a los trolls. La tecno-tristeza, como se explica en este libro, no tiene fin, no toca fondo. ¿Cómo hacemos para revertir la aceleración de la alienación, un movimiento que inevitablemente termina en un trauma? En vez de gestos vacíos y patéticos, deberíamos ejercitar una nueva táctica de silencio, dirigiendo la energía y recursos liberados hacia la creación de espacios temporales de reflexión.
En su libro de 2018 Anti-Social Media: How Facebook Disconnects Us and Undermines Democracy, Siva Vaidhyanatham lucha contra la creciente brecha entre buenas intenciones y cruda realidad: «La dolorosa paradoja de Facebook es que la devoción sincera de la compañía a hacer un mundo mejor invitó a nefastos partidos a secuestrarla para difundir el odio y la confusión: la firme creencia de Zuckerberg en su propia experiencia, autoridad y núcleo ético, lo cegaron a él y a su compañía del daño que estaba facilitando y causando. Si Facebook hubiese estado menos obsesionado con hacer un mundo mejor, podría haber evitado contribuir a las fuerzas que han hecho al mundo peor»5. Véase aquí el estancamiento realmente existente ahora que el mundo está digitalizado. Como dijo Gramsci, «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos».
En el papel, nuestros desafíos globales se ven enormes; en pantalla, fracasan en ser traducidos a la vida diaria. En vez de mirar justo a los ojos a estas fuerzas titánicas, nos encontramos adormecidos, con un humor agridulce, distraídos, raros y algunas veces directamente deprimidos. ¿Deberíamos interpretar el intenso uso de las redes sociales como un mecanismo de supervivencia? La nuestra es una era profundamente no heroica, no mitológica, simplemente chata. Después de todo, los mitos son historias que necesitan tiempo para desarrollar una audiencia amplia, para construir sus tensiones, para representar su drama. No: nuestro tiempo está marcado por las micropreocupaciones del frágil yo. Cada uno tiene sus razones para apagarse y para cubrirse en su coraza. Mientras que las corporaciones pueden crecer por las noches hasta convertirse en estructuras gigantescas, estrafalarias en su infraestructura, nuestro entendimiento del mundo se queda atrasado, o se reduce incluso.
El limitado entendimiento restringe nuestra habilidad para encuadrar el problema. No estamos enfermos6. El alarmismo se ha desgastado a sí mismo. Si queremos golpear al capitalismo de plataformas, un análisis desde la economía política no será suficiente. ¿Cómo podríamos construir una identidad colectiva, una auto-hermenéutica con la que podamos vivir? En efecto, ¿qué autoimagen sería la que fuera más allá de interpretaciones legibles por la máquina? ¿El selfie como máscara? «Me encanta ese en el que llevas gafas de sol, en el que sonríes con orgullo». Incapaces de precisar un problema o articular una respuesta, el irresistible atractivo de hacer swipe, actualizar y dar like parece más fuerte que nunca. Con Slavoj Žižek, podemos decir que sabemos que las redes sociales son malvadas, pero que continuamos usándolas.
«Lo que hace nuestra situación tan ominosa es el generalizado sentido de bloqueo. No hay una forma clara de salir de este, y la elite dominante está claramente perdiendo su habilidad de dominar»7. Nuestro ambiente y sus condiciones operativas han sido dramáticamente transformados y aun así nuestro entendimiento de tales dinámicas se ha quedado rezagado. «El alambre de púas de la red permanece invisible», como señaló una vez Evgeny Morozov.
El problema tiene todavía que ser identificado: ya no hay más «social» fuera de las redes sociales. En la jerga italiana, el término «red social» ha sido acortado: «¿Estás en lo social?». Esta es nuestra Sociedad de lo Social8. Nos quedamos mirando a la caja negra, preguntándonos sobre la pobreza de la vida interior de hoy en día. Para superar ese punto muerto, este libro propone integrar una crítica radical. Busca alternativas a través de la organización de un encuentro subjetivo con la multitud y sus dependencias íntimas de sus aparatos móviles.
La cultura de Internet exhibe signos de una crisis existencial de mediana edad. Como alguna vez escribió Julia Kristeva, «no hay nada más triste que un Dios muerto». La novedad se ha ido, la innovación se ha ralentizado, la base de usuarios se ha estabilizado. En contraste con la nostalgia de los años noventa, no podemos decir realmente que hubo una vez un periodo feliz de adultez temprana. Como en la mayoría de culturas no occidentales, fue directamente hacia el matrimonio a una edad joven –con todas las restricciones que conlleva–. ¿Quién se atreve a referirse a los «nuevos» medios ya? Solo los outsiders inocentes ocasionalmente harán mención a este término alguna vez promisorio. Si algo ocurre, parece más bien ser una rápida diseminación de lo retrógrado, un anhelo por días más simples y primitivos. ¿Qué vamos a hacer con esta nostalgia romántica por el nacimiento de la realidad virtual, las torpes interfaces web tempranas y los pioneros de net.art? A Claude Lévi-Strauss se le ocurrió una explicación posible: «El hombre solo crea verdaderamente al comienzo; en cualquier campo de que se trate, solo el primer paso es íntegramente válido. Los que siguen titubean y se arrepienten, se esmeran en recuperar palmo a palmo el territorio superado»9.
Este volumen, el sexto en mis crónicas de Internet10, lidia con un reino digital que no solo se mezcla con lo cotidiano, sino que cada vez más lo afecta, al contraer nuestras capacidades y limitar nuestras realidades. Este libro gira en torno a temas de medios sociales como el culto a los selfies, la política de los memes, la adicción a Internet y el nuevo comportamiento narcisista por defecto. Dos décadas después de la «manía del puntocom» deberíamos poder responder a la pregunta de cómo funcionan las redes sociales de «segundo orden», pero no podemos. Entonces, si bien la «pregunta sobre las redes sociales» puede ser omnipresente, si queremos enfrentarnos a «[inserte su patología aquí] por diseño» primero tenemos que entender su funcionamiento interno: las operaciones se explican aquí a través de los vectores de la distracción y la tristeza. Los mecanismos de la tristeza son seguidos por una segunda sección centrada más en la teoría y la estrategia, desde el concepto de «plataforma» hasta la invisibilidad de la «violencia tecnológica». La tercera sección trata sobre la locura selfie, su contraparte anónima (el «diseño de la máscara») y si el desarrollo de memes progresistas es posible en primer lugar. La sección final examina las industrias de extracción de datos corporativos y los sistemas de vigilancia que orientan el comportamiento masivo hacia una nueva forma de alienación social. El concepto de los «comunes» va en contra de estas lógicas, y termino preguntando si este ofrece una posible salida.
¿Qué sucede cuando la teoría ya no se presenta como un gran diseño y más bien se consume como una idea surgida en el último momento? Internet no es un campo en el que los intelectuales públicos desempeñan algún papel del que hablar. A diferencia de épocas anteriores, las ambiciones intelectuales tienen que ser modestas. Antes de diseñar alternativas y formular principios regulatorios, es vital comprender la psicología de las plataformas de redes sociales. Tristes por diseño combina una crítica radical de Internet con una confrontación de los (demasiado reales) altibajos mentales de los usuarios de las redes sociales. Como observó Clifford Geertz, «entender la cultura de un pueblo expone su normalidad sin reducir su particularidad». Para Geertz, «en el estudio de la cultura, el análisis penetra en el cuerpo mismo del objeto, es decir, comenzamos con nuestras propias interpretaciones de lo que nuestros informantes son o piensan que son y luego las sistematizamos»11. Este libro acepta el desafío de Geertz, analizando aspectos de las culturas en línea de hoy en día que muchos usuarios experimentan, desde sentimientos de vacío, adormecimiento e indiferencia hasta las contradictorias posturas en torno al selfie y a los memes y su política regresiva.
Parecemos desencantados con nuestras culturas en línea de facto. El think tank británico Nesta resumió perfectamente nuestra condición actual: «A medida que el lado oscuro de Internet se está volviendo cada vez más claro, la demanda pública de alternativas más responsables, democráticas y más humanas está creciendo». Y, sin embargo, los investigadores también son lo suficientemente honestos como para ver que desafiar las dinámicas existentes no será fácil. Estamos en un callejón sin salida. «Internet se encuentra dominado por dos narrativas reinantes: la estadounidense, donde el poder se concentra en manos de unos pocos grandes jugadores, y el modelo chino, donde la vigilancia del gobierno parece ser el leitmotiv. Entre la Big Tech y el control gubernamental, ¿dónde se ubican los ciudadanos?». Etiquetar a los usuarios de las redes sociales como «ciudadanos» es obviamente un encuadre político, una jerga común dentro de los círculos de ONG de la «sociedad civil global». ¿Es esta nuestra única opción para escapar de la identidad del consumidor? Nesta puso dos preguntas estratégicas sobre la mesa: «¿Podría Europa construir el tipo de alternativas que pondrían a los ciudadanos de nuevo en el asiento del conductor?». Y, en lugar de tratar de construir el próximo Google, ¿debería concentrase Europa en construir las infraestructuras descentralizadas que impidan en primer lugar la emergencia del próximo Google?
El estado actual de lo social no debería sorprender. Los medios técnicos han sido socialmente antagónicos, socavando y aislando en lugar de conectar. En Futurability, Franco Berardi caracteriza el final de la década de 1970 como la línea divisoria, el momento en que la conciencia social y la tecno-revolución se separaron. Esto es cuando «entramos en la era del tecnobarbarismo: la innovación provocó la precariedad, la riqueza creó una miseria masiva, la solidaridad se convirtió en competencia, el cerebro conectado se desconectó del cuerpo social y la potencia del conocimiento se desconectó del bienestar social»12. Como señaló Bernard Stiegler, la velocidad del desarrollo técnico ha seguido acelerándose, «ampliando dramáticamente la distancia entre los sistemas técnicos y la organización social, como si, en tanto la negociación entre ellos pareciera imposible, su divorcio final resulte inevitable»13. Para The Invisible Committee, las redes sociales «trabajan para lograr el aislamiento real de todo el mundo. Inmovilizando los cuerpos. Manteniendo a todos enclaustrados en su burbuja significante. El juego de poder del poder cibernético es dar a todos la impresión de que tienen acceso a todo el mundo cuando en realidad están cada vez más separados, dar la impresión de que tienen más y más “amigos” cuando son cada vez más y más autistas»14.
¿Qué hacer con las redes sociales? Los últimos años han estado dominados por una profunda confusión. Para algunos, el no uso parece ser en vano. Evgeny Morozov, por ejemplo, tuitea: «No quiero que #Zuckerberg renuncie. Y no necesitamos que #borren-Facebook: es tan realista como pedir que #borrenlascarreteras. Lo que necesitamos es un New Deal para los #datos. #Europa tiene que despertar!». Y, mientras que Siva Vaidhyanathan critica duramente a Facebook, él mismo se niega a dejarlo y borrar su cuenta. Para otros, el no uso es precisamente la respuesta. Una de las primeras propuestas podría ser el libro de 2013 Off the Network, Disrupting the Digital World de Ulises Mejías, que afirmaba «no pensar en la lógica de las redes»15. De manera más reciente, pero también en esas líneas, el movimiento por el «derecho a desconectarse» ha empezado a tomar forma16. Tómese la revista Disconnect, solo disponible fuera de línea, una antología de comentarios, ficción y poesía que solamente se puede leer si apagas tu conexión WiFi17. Junto con el uso (a regañadientes) o el no uso, existe un tercer enfoque que podría ser catalogado como «mal uso». En un artículo para el The Guardian titulado «Cómo desaparecer de Internet», Simon Parkin proporcionó a los lectores (en línea) un manual sobre cómo convertirse en un fantasma digital. «Eliminar cosas es simplemente inútil», afirmó. ¿Su consejo en vez de eso? Crear cuentas falsas y búsquedas mal dirigidas. Su conclusión, que hace que su titular sea engañoso en el mejor de los casos, es que es casi imposible desaparecer. Las opciones se limitan a la gestión de la reputación, ya sea conducida fastidiosamente por nosotros o –para aquellos con el dinero para pagarlo– llevada a cabo por compañías especializadas.
¿Qué pasa si es demasiado tarde para dejar Google, Twitter, Instagram o WhatsApp, sin importar cómo de desintoxicados digitalmente estemos en otras esferas de la vida? Afrontémoslo: a los ojos de Silicon Valley, la experiencia a lo Burning Man de estar fuera de la red una vez al año y las innumerables visitas diarias en línea a Facebook no son opuestas, sino acuerdos complementarios. Ergo, estamos a la vez en línea y fuera de línea18. La crítica se encuentra en una posición similar y contradictoria. El mundo se ha entrampado con sus argumentos, admite Andrew Keen en su libro de 2018 How to Fix the Future, Staying Human in the Digital Age. Keen pregunta cómo podemos reafirmar nuestra agencia sobre la tecnología. No somos los conductores de asiento trasero después de todo. A diferencia de la protección de la privacidad, una demanda que muchos consideran eurocéntrica y burguesa, Keen exige la integridad de los datos. El manoseo de datos tiene que parar. «La vigilancia en última instancia no es un buen modelo de negocio. Y si hay algo que la historia nos enseña, es que los malos modelos de negocio eventualmente mueren».19 Y enumera las «cinco balas» de John Borthwick para «arreglar el futuro: plataformas de tecnología abierta, regulación antimonopolio, diseño centrado en el ser humano responsable, la preservación del espacio público y un nuevo sistema de seguridad social»20.
No obstante, la agencia necesaria para implementar estos arreglos parece maniatada. Los críticos de Internet tienen un poder limitado. Incapaces de establecer contactos o escapar de los «medios antiguos», han sido encasillados en el papel del experto o el comentarista individual, excluidos de cualquier diálogo público más amplio sobre lo que se debe hacer. Los académicos también parecen algo impotentes: impulsados por una lógica de revisión por pares y clasificación, publican dentro del cerrado universo de la revista, con su acceso limitado e impacto aún más limitado. Así, si bien los investigadores ciertamente recopilan evidencia valiosa sobre el poder económico de las plataformas de redes sociales, la crítica tecnológica en general sigue siendo dispersa, incapaz de institucionalizar su propia práctica y crear escuelas de pensamiento más cohesionadas.
Recientemente estamos siendo testigos del surgimiento del pico de datos. Al igual que el pico del petróleo, se trata del punto teórico en el que se ha alcanzado la tasa máxima de extracción de datos. Desde la perspectiva del usuario, los datos no se producen conscientemente a partir del trabajo intencional. La recopilación de datos se vuelve ubicua, un procedimiento siempre presente desencadenado por cualquier movimiento, cualquier acto, cualquier clic o deslizamiento. Desde una perspectiva corporativa, el almacenamiento de datos parece ilimitado, la capacidad ya no es un recurso escaso. Así, aunque la mayoría de los expertos (en Inteligencia Artificial) le dirán lo contrario, el hype del Big Data ha alcanzado su punto máximo. Gartner, por ejemplo, ya había eliminado grandes volúmenes de datos de su ciclo de sobreexplotación en 2015. El pico de datos es el momento en que los gigantes de Internet ya saben todo sobre usted, el momento en que los detalles adicionales comienzan a inclinar la balanza y hacen que su régimen de datos (lenta pero inexorablemente) implosione. Nos encontramos en el punto de inflexión. Después de este momento, y contra los evangelistas del crecimiento eterno, cada dato tiene el potencial de hacer que toda la colección sea no más valiosa, sino menos. Después de este momento, el valor de los datos adicionales disminuye a un punto cero, corriendo con el riesgo de una «contaminación» de perfiles de tal forma que estos se desintegren.
El fantasma de datos del yo comienza a desmoronarse. El sistema produce tal cantidad de datos que cualquiera se convertirá en sospechoso o bien nadie lo hará. Los detalles vitales ya no serán notados. La producción de información, una vez definida como la producción de diferencias significativas, es tal que vira y se vuelve un cero: sobrecarga del sistema. La «mina de oro» de los datos de repente se convierte en basura digital. Compañías como Google son conscientes de los peligros de tales giros hegelianos y se proponen rescatar sus valiosos activos de datos21. Vale la pena remarcar que tal cambio de política no proviene de ningún levantamiento popular contra el «agotamiento social» debido a la adquisición de máquinas inteligentes. No, esta es una iniciativa estrictamente interna dirigida a la autopreservación. En la nueva versión de Android, ninguna de las funcionalidades de seguimiento ha sido eliminada. Google simplemente recopila menos datos, para su propio bienestar.
Las plataformas luchan para contrarrestar el pico de datos anunciando nuevas medidas. Por primera vez, el sistema operativo Android de Google se basará en la moderación y la reducción: «En lugar de mostrarte todas las formas en que puedes usar tu sistema operativo del teléfono para hacer más, está creando funciones para ayudarte a usarlo menos»22. El tablero propuesto te dirá «con qué frecuencia, cuándo y durante cuánto tiempo estás usando cada aplicación en tu teléfono. También te permitirá establecer límites a ti mismo». Piense aquí en emplear tableros de autocuantificado como Fitbit en las aplicaciones de redes sociales de su teléfono, lo que facilita la desactivación de notificaciones: «Cuando llegue la hora de acostarse, su teléfono pasará automáticamente al modo No molestar».
Otros productos siguen la misma senda. El sistema de búsqueda de Google, por su parte, responde al pico de datos con un nuevo plan para mostrar «anuncios más útiles». En un giro similar, la nueva actualización para YouTube incluye una configuración en la que la aplicación recuerda a los usuarios que deben «tomarse un descanso» de ver vídeos23. Y en paralelo a estos movimientos, Google ha lanzado una campaña de «bienestar». ¿El eslogan? «La buena tecnología debería mejorar la vida, no distraernos de ella».24 ¿Qué valores se enfatizan cuando avanzamos hacia una etapa superior de desarrollo? ¿Un mejor multitasking? Este reciente viraje a la autolimitación es realmente extraño. En última instancia, ¿Google ralentizará los intercambios en tiempo real para poder incorporar la reflexión? ¿Qué pasa si la mejora solo puede lograrse hablando en contra de la cultura (mortal) dominante? ¿Por qué la tecnología del «tiempo bien aprovechado» debería ayudar a que te desconectes de ella?25
Tales respuestas al pico de datos son preventivas, luchan por prevenir el desastre. Con el peligro de la entropía que se avecina en el futuro (cercano), la recopilación de datos ya no es un fin en sí mismo. Para los titanes tecnológicos, el siguiente paso crítico podría ser eliminar el valor de los datos recopilados sin molestar a los usuarios. Este plan de rescate de perfil se vende al usuario como una contribución a su «bienestar digital», un gesto de «responsabilidad corporativa». Podríamos llamar a esto «retroceso por diseño». Google ya ha anticipado cualquier posible descontento. En un gesto a lo pre-crimen de Minority Report, esta respuesta omite la fase de resistencia e instala la síntesis hegeliana de manera preliminar. Hemos superado la cultura de la apropiación. Silicon Valley ya sabe que queremos relajarnos. ¿Cómo responderán los usuarios al moralismo predeterminado de tales cambios? Contra estos gestos benevolentes, deberíamos considerar implementar colectivamente los principios de «prevención de datos» nosotros mismos.
Ante estas condiciones, necesitamos más que nunca estudios sobre Internet. Y, sin embargo, de alguna manera estos han fracasado en ser reconocidos y apoyados como una disciplina seria. Parafraseando a Habermas, podemos hablar del «proyecto inacabado» de la digitalización como la última etapa de la modernización, una que la Bildungselite posterior a 1968 difuminó categóricamente, convencida de que el rumor de la ingeniería que produjo las herramientas de Internet no la afectaría. Si bien podemos estudiar Cine, Teatro y Literatura, este no es el caso de Internet, que no ha logrado establecerse como una disciplina académica distinta con sus propios programas de licenciatura, maestría y doctorado a tiempo completo. Para defender esta brecha, las instituciones sueltan el mismo guion de que «todavía es muy temprano» –como si no hubiera suficientes personas que ya estuviesen usando Internet–. ¿Dónde está nuestro «conflicto de las facultades»? En todo el mundo, nadie parece estar dispuesto a hacerse cargo, a dar ese (tembloroso pero significativo) primer paso Los programas artísticos de los nuevos medios de comunicación se han cerrado silenciosamente, se han fusionado en empresas académicas inofensivas e introspectivas como las «humanidades digitales» o se han incluido en la lógica de «difusión» de los medios y las comunicaciones. Como resultado, los «hombres blancos geeks» de la ingeniería y los potenciales «capitalistas de riesgo» de las escuelas de negocios han logrado un dominio cultural –replicando sin cesar los esquemas de Silicon Valley y dejando al margen a aquellos con antecedentes en ciencias sociales, artes y humanidades o diseño.
La arabista italiana y compañera activista Donatella della Ratta, que enseña cultura digital en la Universidad John Cabot en Roma, agrega otro elemento: «El sujeto en línea está tan profundamente involucrado que ya no puede notar ni el teléfono ni Internet. La generación joven no se preocupa por el dispositivo tecnológico en sí, simplemente lo han borrado, lo han olvidado. Mis alumnos se aburren si hablo de tecnología per se. Quieren hablar sobre sentimientos, sobre sus cuerpos y emociones… simplemente ya no ven la tecnología». ¿Cuáles son las consecuencias de esta «fatiga tecnológica» que se propaga rápidamente, justo en el momento en que las controversias finalmente han llegado a la arena política tradicional?
A medida que la sociabilidad se agota, las decisiones sobre el compromiso y la conexión se confunden: «Uno tiene que saber con qué comprometerse y luego comprometerse con él. Incluso si eso significa hacer enemigos. O hacer amigos. Una vez que sabemos lo que queremos, ya no estamos solos, el mundo se repuebla. En todas partes hay aliados, cercanías y una gradación infinita de posibles amistades»26. Contrástese este sueño ambicioso y decisivo de The Invisible Commitee con la observación de Mark Fisher sobre la falta de automotivación entre los estudiantes y la falta de sanciones si están ausentes o no se desempeñan bien: «No reaccionan a esta libertad comprometiéndose con un proyecto propio, sino recayendo en la lasitud hedónica (o anhedónica): la narcosis suave, la dieta probada del olvido: Playstation, tv y marihuana». Frente a la sobrecarga permanente de información, se dice que los millennials están «demasiado confiados», negándose cortésmente a «aprender más» y en cambio sintiéndose atraídos por «cosas que son más importantes». El concepto de un «interior social» ya no es una paradoja.
Así que antes de lanzarnos a los debates sobre alternativas y estrategias, Tristes por diseño siente la necesidad de explorar este terreno más bien vago e indefinido de la fatiga de la decisión y el agotamiento del ego. Esta vez no habrá recuentos de viajes, ni informes pomposos sobre iniciativas del Institut of Network Cultures tales como Unlike US, Video Vortex y MoneyLab. El mercado exige que me centre y presente a la desesperación en línea en su forma más atractiva. En ensayos anteriores, he escrito sobre el blogging nihilista y sobre la psicopatología de la sobrecarga de información. Este libro retoma esos hilos, examinando en particular la interacción entre nuestro estado mental y la condición tecnológica. Aquí investigo la realidad social desde perspectivas mentales como la distracción y la tristeza. El título del libro puede leerse como una triangulación de «adicción por diseño», el famoso estudio sobre máquinas tragamonedas de Las Vegas de Natasha Dow Schüll, la «distracción por diseño» de James Williams y la «privacidad por diseño» de Ann Cavoukian.
Por último, pero no menos importante, detengámonos en la palabra «diseño» del título de este libro. ¿Otro diseño es posible?27 Una cosa es deconstruir la sosa innovación del design thinking gerencial. ¿Qué papel pueden desempeñar todavía el diseño (y la estética en general) para superar el estancamiento actual? Un camino posible aquí es evaluar críticamente las culturas de diseño realmente existentes, antes de apresurarnos en la promoción de un concepto de diseño radical sobre otro.
No podemos tan solo tener una vida, sino que estamos condenados a diseñarla. La colorida fotografía Benetton noventera de la miseria global se ha convertido en una realidad cotidiana. Los barrios pobres están inundados por ropa de diseño y calzado. Los refugiados de Versace ya no son rarezas. La envidia y la competencia nos han convertido en sujetos de una conspiración estética de la que es imposible escapar. El mcluhanesco programa de «ayuda a embellecer los patios de chatarra» ahora es una realidad global. Atrás han quedado los días en que se suponía que el diseño de la Bauhaus potenciaba la realidad cotidiana de la clase trabajadora. Hemos superado el punto de diseño como una capa adicional, una mejora que apunta a ayudar sutilmente a los ojos y las manos. El diseño ya no es una disciplina pedagógica que pretende elevar el gusto de la gente común para darle sentido y propósito a su vida diaria. No: nosotros vamos a por el estilo de vida de los ricos y famosos. Lo ordinario ya no es suficiente, el mantra es hacia delante y hacia arriba. Nosotros, el 99 %, reclamamos el estilo de vida exclusivo del 1 %. Esta es la aspiración del planeta H&M.
Al igual que el denim desgarrado y decolorado, todas nuestras deseadas mercancías han sido ya utilizadas, tocadas, alteradas, mezcladas, likeadas y shareadas antes de que las compremos. Venimos pre-consumidos. Con la distribución radical de los estilos de vida extravagantes viene la pérdida de la semiología. Ya no hay más control del significado. Las marcas pueden significar cualquier cosa para cualquiera. Esta es la precariedad del signo.
Nuestro hermoso desastre ya no es un accidente o un signo trágico de una decadencia interminable, sino una parte integral del diseño general. La cultura del diseño de hoy es una expresión de nuestras vidas intensamente prototípicas. Somos los adictos a la experiencia que desean exprimir los placeres de la vida para agotarla por completo. Y, sin embargo, es notable el poco progreso transformador que hemos logrado. Queremos mucho, y hacemos tan poco. Nuestro estado precario se ha hecho perpetuo.
Cuando nos enfrentamos con la precariedad de la ciencia ficción, esa extraña tecno-realidad que tenemos por delante, la primera asociación que nos viene a la mente son los conformistas años cincuenta. Claro, nos hubiera gustado vivir en una película de Blade Runner, pero nuestra realidad se parece más a una novela de Victor Hugo o una película de Douglas Sirk en donde lo hiperreal toma el mando. El aburrimiento, la ansiedad y la desesperación son el desafortunado desenlace. Esa es la «precariedad realmente existente», comparable al «socialismo realmente existente» en el período saliente de la Guerra Fría. Precariedad casual, por donde se mire. El terror de la comodidad nos vuelve locos. La monotonía de todo ello está contrastada y acelerada por el ocasional estilo modernista de IKEA que, en teoría, debería animarnos, pero que al final solo provoca una revuelta interna contra esta realidad manufacturada. ¿Qué se debe hacer con los trabajadores que no tienen nada que perder excepto sus gafas de sol Ray-Ban? No podemos esperar a Godot, ni siquiera por una fracción de segundo. No importa lo desesperada que sea la situación, la rebelión simplemente no ocurrirá. En el mejor de los casos, asistimos a un festival, expandimos nuestra mente y nuestro cuerpo, y luego volvemos a hundirnos en el vacío.
Una vez que el silencio se ha desvanecido, salimos de nuestras cámaras de eco arti-geek-académicas. La situación política actual exige abstenernos de propuestas «tecnosolucionistas» y en cambio migrar estos supuestamente restringidos «problemas de Internet» a contextos más grandes como el de la precariedad, las políticas tecnológicas poscoloniales, las cuestiones de género, la acción por el cambio climático o el urbanismo alternativo. A pesar de todo el potencial de fatalismo e introspección, mantengámonos en la línea del eslogan de Mark Fisher: «Pesimismo de las emociones, optimismo del acto»28. Como un gesto a este momento, mi investigación sobre las culturas críticas de Internet concluye con una contribución al «debate de los comunes». Como dijo Noam Chomsky, «hay mucho que podemos hacer para doblar el arco de la historia hacia la justicia, para tomar prestada la frase que hizo famosa Martin Luther King. La forma más fácil es sucumbir a la desesperación y ayudar a garantizar que suceda lo peor. La manera sensata y valiente es unirse a aquellos que trabajan por un mundo mejor, dando uso a las amplias oportunidades disponibles»29.
1Twitter, 11 de julio de 2017.
2Laura Penny, «Who does she think she is» [¿Quién se cree que es?] https://longreads.com/2018/03/28/who-does-she-think-she-is/
3Mara Einstein: «Si un amigo nos dice que le gustó la última película de Jurassic Park no hay razón para no creerle. Desafortunadamente, lo que también hemos llegado a creer es que amasar amigos en Facebook o seguidores en Twitter tiene que ver en última instancia con compartir con compatriotas. No es así: se trata de crear una audiencia para los publicistas. De ese modo, nuestras relaciones se vuelven medios para facilitar transacciones de mercado, o en el lenguaje del mercado, estas han sido monetizadas». Black Ops Marketing, OR Books, Nueva York, 2016, pág. 8.
4http://highscalability.com/blog/2018/8/22/what-do-you-believe-now-that-you-didnt-five-years-ago-centra.html.
5Siva Vaidhyanathan, Anti-Social Media, Oxford University Press, Nueva York, 2018, pág. 10.
6En su artículo «Desenmascarando los mitos más grandes sobre “adicción a la tecnología”» (https://undark.org/article/technology-addiction-myths/), Christopher Ferguson afirma que, contrariamente a otras investigaciones que difundieron el «pánico moral», la tecnología no es una droga, no es una enfermedad mental y no conduce al suicidio. Estas son guerras estadísticas entre psicólogos que están atrapados en los sesgos de su propia realidad empírica, producidos por sus parámetros de investigación. Mi punto aquí es tener cuidado con la medicalización del lenguaje cotidiano.
7Slavoj Žižek, The Year of Living Dangerously, Londres, Verso, 2012, pág. 127.
8La Sociedad de lo Social no es solo una referencia divertida a la Sociedad del Espectáculo de Guy Debord, sino una provocación a la ausencia casi total de la sociología tradicional en el «debate de las redes sociales». El concepto puede leerse también como una extensión de un ensayo previo, escrito en 2012 y titulado «¿Qué es lo social en las redes sociales?», publicado en Social Media Abyss, Cambridge, Polity, 2016.
9Claude Lévi-Strauss, Tristes Trópicos, Paidos, Barcelona, 1988, pág. 462.
10Volúmenes previos: Dark Fiber, MIT Press, 2002; My First Recession, V2/NAi, 2003; Zero Comments, Routledge, 2007; Networks without a Cause, Polity, 2012; Social Media Abyss, Polity, 2016.
11Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1987, pág. 28.
12Franco Berardi, Futurability, The Age of Impotence and the Horizon of Possibility, Verso, Londres/Nueva York, 2017, pág. 172.
13Bernard Stiegler, Technics and Time, 2, Disorientation, Stanford University Press, Stanford, 2009, pág. 3.
14The Invisible Committee, Now, Semiotext(e), Sur de Pasadena, 2017, pág. 48.
15Ulises Mejías, Off the Network, Disrupting the Digital World, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2013. También he usado el «Discourses on dysconnectivity and the right to disconnect» [Discursos sobre la desconexión y el derecho a desconectarse] de Pepita Hesselberth, en New Media & Society, 2018, Vol. 20(5), págs. 1994-2010.
16Para una visión general véase Pepita Hesselberth, «Discourses on dysconnectivity and the right to disconnect» [Discursos sobre la desconexión y el derecho a desconectarse], en New Media & Society, 2018, Vol. 20(50), págs. 1994-2019.
17https://thedisconnect.co/. «Creemos que deberías poder desconectarte de Internet sin sacrificar las posibilidades de una plataforma digital. Al forzarte a físicamente desconectar tu conexión de Internet, The Disconnect crea una dinámica que te permite vincularte con el contenido digital a tu propio ritmo».
18En 2011, Nathan Jurgenson argumentó que debemos abandonar la asunción dualista digital de que los espacios on y offline están separados. «Las redes sociales tienen todo que ver con el mundo físico y nuestras vidas fuera de línea están cada vez más influenciadas por las redes sociales, incluso cuando estamos desconectados. Debemos despojarnos del sesgo digital dualista porque nuestras páginas de Facebook son, en efecto, “la vida real”, y nuestra existencia offline es crecientemente virtual». https://thesocietypages.org/cyborgology/2011/09/13/digital-dualism-and-the-fallacy-of-web-objectivity/.
19Andrew Keen, How to Fix the Future, Atlantic Books, Londres, 2018, pág. 192.
20Andrew Keen, op. cit., pág. 41.
21Escrito en respuesta e inspirado por Bernard Stiegler, Automatic Society, Volume 1: The Future of Work, Polity Press, Cambridge, 2016, págs. 6-18.
22Dieter Bohn, «Google’s Most Ambitious Update in Years», The Verge, 8 de mayo de 2018. https://www.theverge.com/2018/5/8/17327302/android-p-update-new-features-changes-video-google-io-2018. Thanks to Michael Dieter for contributing to this research.
23Véase: https://www.androidauthority.com/youtube-take-a-break-864783/.
24Eslogan de la página web https://www.wellbeing.google
25Simone Stolzoff, «Technology’s ‘Time Well Spent’ movement has lost its meaning» [«El movimiento tecnológico del “tiempo bien aprovechado” ha perdido su significado»], https://qz.com/1347231/technologys-time-well-spent-movement-has-lost-its-meaning/.
26The Invisible Committee, Now, Semiotext(e), Sur de Pasadena, 2017, pág. 16.
27Título de la tesis de PhD de Maja Van der Velden, University of Bergen, 2009. (http://www.globalagenda.org/).
28Mark Fisher, «Optimism of the Act», www.k-punk.org/optimism-of-the-act.
29«The growth of right-wing forces is ominous» [«El crecimiento de las fuerzas de derecha es ominoso»], entrevista con Noam Chomsky, 22 de junio de 2018: https://frontline.thehindu.com/politics/the-growth-of-rightwing-forces-is-ominous/article10108703.ece.