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Capítulo 4: Gregoris a vhn x 3.1

Greg toqueteó su nueva configuración. Vio la mitad de un documental sobre la nueva carrera espacial y después volvió a estudiar los anuncios que Artemis estaba lanzando por Internet. Una IA había reunido todos los anuncios en vídeo pertenecientes a Artemis Automotive, y los estaba viendo por subgrupos temáticos en orden cronológico.

Tenían anuncios corporativos sobre los envíos, dirigidos a empresas intermediarias. También tenían algunos solo de seguridad, dirigidos a millonarios y grandes empresas. Con el paso de los años su lema había evolucionado, pero parecían haberse decidido por «Llevándote a salvo desde A hasta B». No era exactamente pegadizo, pero el narrador hacía un giro en la voz que se quedaba grabado en la memoria.

Después de escucharlo unas seiscientas veces en todas las variaciones, Greg no podía quitárselo ya de la cabeza. Dejó a un lado la investigación y descansó los ojos.

Recostado en su cómodo sofá, pensó en ese proyecto. En la propia Artemis. El encargo era de Hermes. Bastante simple, en teoría. «Averigua qué está tramando, Greg».

Claaaro.

Pan comido.

«Averigua en qué anda la mujer más brillante del siglo, Greg». ¿Qué podría hacer, con todo el poder de una megacorporación construida desde los cimientos respaldándola, toneladas de dinero y un profundo rencor contra todos los demás directores ejecutivos olímpicos?

«¿Por qué los odia tanto?» había preguntado Greg directamente a Hermes, pero no obtuvo una respuesta clara.

Tampoco es que fuera sorprendente, todos conspiraban y pactaban bajo cuerda, forjando alianzas temporales y considerando las traiciones como parte del juego de los negocios. Los doce olímpicos eran pretenciosos, brillantes, infinitamente megalómanos y esencialmente psicopáticos.

Pero Artemis era muy diferente. Para empezar, era justa. Justa con los competidores, con sus empleados, justa incluso cuando castigaba a alguien de los suyos.

Tampoco tenía un rascacielos, ni se esperaba, a pesar de estar entre los olímpicos.

Ella fue decisiva para que se cambiara la ley y se permitiera la adopción corporativa, donde ella sería la patrocinadora (y madre, supuso Greg, en este sentido amplio) de cientos de niñas huérfanas.

Estas últimas eran muy interesantes. Ahora, ya convertidas en jóvenes, empezaban a formar bandas callejeras y estaban tomando el control de las calles de Atenas. Y no lo hacían en secreto. Vídeos y motovlogs, una nueva mezcla de moto, vídeo y blog que estaba de moda; chicas filmando sus hazañas y mostrándolas a toda la red. No solo se estaban abriendo paso en las noches de Atenas, sino que también estaban elaborando cuidadosamente su mitología.

Miedo y asombro. Porque nadie en su sano juicio se metería con las amazonas.

Tan condenadamente interesante. A Greg le había fascinado. No es que hubiera estado enclaustrado, pero los últimos años habían sido muy rutinarios para él. No sentía el pulso de la ciudad, precisamente. Tuvo que recibir la asignación de un proyecto particular para que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo bajo sus pies, ochenta pisos por debajo.

Se levantó y miró por la ventana de su ático. Atenas resplandecía, dando paso a la vida nocturna. Aparte de los otros tres rascacielos junto al suyo, se sentía muy por encima de todo. Era fácil llegar a ese pensamiento. Que estaba por encima de la gente común, más que un simple mortal.

Tenía acceso a la mejor atención médica del mundo, información de cualquier lugar y de cualquier país, un sueldo que le permitía comprar prácticamente lo que quisiera.

Entonces, ¿por qué se sentía tan vacío por dentro?

No era ingratitud, sabía lo afortunado que era por tener todo eso. Le gustaba poner a prueba los límites de su mente, encontrar conexiones, descubrir oportunidades donde otros no veían nada.

«Llevándote a salvo desde A hasta B», murmuró. Porque, hoy en día, no podías coger el coche y conducir por la calle hasta tu restaurante favorito. No si eras alguien importante en la escala corporativa. No, tenías que llevar drones por arriba, coche con ventanas a prueba de balas, un conductor entrenado, un convoy de amazonas, un hacker al lado para detener cualquier intento de piratería que pudiera ponerte en peligro... Era una locura. Además, como distintivos, aparte de la etiqueta de precio correspondiente, por supuesto, podían añadirse filtros de protección biológica, evacuación de prioridad médica (¡asegúrese de que la única luz que vea sea el trípode de Apolo!), o agentes activos (fuertemente armados, se entiende).

¿Cómo puede alguien vivir así? A Greg le gustaba subirse a su bici tres veces por semana y comer en alguno de los restaurantes de la calle Romvis. Disfrutaba el viaje, la distensión era parte de su rutina. No se podía mantener la velocidad por mucho tiempo, necesitaba relajarse regularmente. Era lo suficientemente mayor como para saber cuándo debía hacerlo. Podía estar forzando su capacidad mental todos los días, pero sabía que no debía sobrecargarse.

Greg miró fijamente las luces en fila allá abajo, los coches circulando. Le gustaba observar los patrones. La ciudad estaba cubierta de una fina capa de contaminación, por lo que solo se podía ver claramente por debajo de ella.

Mel se acercó a él en silencio.

―Ese ―señaló con un dedo torcido. Todas sus proporciones estaban mal calculadas.

―Autodirigido ―dijo Greg un segundo después.

―Correcto ―sonrió Mel―. ¿Qué pasa con ese coche, el blanco?

―Conductor humano. Vamos, probablemente esté intoxicado.

―¿Y el sedán rojo?

―Humano, otra vez. Se ha detenido para ver a las chicas que caminan a su derecha.

―Correcto.

Era un juego tonto el que jugaban. Greg no podía recordar a quién se le ocurrió, si a él o a su musa. En cualquier caso daba igual, siempre y cuando lo relajara.

―Tengo uno para ti ―dijo entrecerrando los ojos.

―Por supuesto. Dime.

―Esa chica de TI que vino antes, ¿qué piensas de ella?

―Ella es humana, definitivamente.

Greg se rió.

―Sí, eso lo sabía, gracias. No, me refería a qué piensas de ella. ¿Qué opinaste de ella cuando la viste hoy?

Mel hizo una pausa. Greg sabía que lo hacía solo por el efecto, su cerebro no necesitaba una cantidad apreciable de tiempo para pensar en las cosas.

―Creo que deberías invitarla a salir.

Greg se sentía nervioso.

―No, eh... Eso no es lo que yo...

―Eso es lo que te preocupa. Y no, no creo que sea un obstáculo para tus proyectos, esa es mi opinión oficial como tu musa. La gente necesita interacción social para mantenerse saludable, las relaciones románticas entran en esa categoría ―dijo suavemente, pero su rostro volvió a su expresión normal de máscara.

Greg se giró de nuevo a mirar la ciudad.

―Vale. ¿Y cómo se lo pregunto? Quiero decir, ha pasado tanto tiempo...

―No puedo ayudarte con eso ―dijo su musa―. De hecho sí puedo, pero creo que saldrá más natural si no lo hago.

―Qué buena amiga ―bromeó él.

―Yo soy tu amiga, Greg. Además, estoy a cargo de tu salud física y mental. Traerte mujeres en bandeja como las prostitutas que pides por catálogo no te ayudará a largo plazo.

―¡Está bien, está bien! ―La ahuyentó.

Ella no se movió.

―Es hora de tu reajuste de sueño. Sabes que no puedes mantener el sueño polifásico tanto tiempo.

―Sí, ya voy. Déjame solo un minuto, ¿quieres?

―Kalinixta ―dijo Mel en griego y se fue.

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