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Anatomía umbilical
Nuestro referente umbilical no apunta solamente a la analogía entre la formulación lacaniana de la metáfora paterna y las representaciones plásticas de Adán. El primero en apelar a esa referencia es Freud, nada menos que en el curso de su análisis del paradigmático sueño de la inyección de Irma. Allí dice que “todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido [Unerkannten]”, y más adelante agrega:
Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño. Entonces ése es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta [aufsitzt] en lo no conocido [Unerkannten]. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna y desbordar en todas las direcciones dentro de la enmarañada red de nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido se eleva luego el deseo del sueño como el hongo de su micelio. (13)
Lacan, por su parte, se explaya al respecto una sola vez, a partir de una pregunta sobre lo Unerkannte en Freud, planteada por Ritter. (14) Éste señala que el ombligo del sueño es el punto donde su sentido se detiene al borde de lo Unerkannte. El sueño se monta sobre él cual Mefistófeles sobre el tonel de vino. (15) ¿Hay allí “un real no simbolizado”, pregunta Ritter, frente al cual el sueño no puede sino detenerse?, ¿de qué real se trata?, ¿es lo real pulsional?, ¿y cómo se relaciona ese real con el deseo que, según Freud, surge de ese ombligo como un hongo? Lacan le responde que lo Unerkannte es un real, sí, pero no el pulsional (que es la constancia de lo que pasa por un agujero), (16) sino más bien un estigma –así como el ombligo corporal es huella del lazo con la madre– relacionado con lo Urverdrängt, lo primordialmente reprimido, que es inefable por estar en la raíz misma del lenguaje. (17) No es algo que en algún momento haya tenido un carácter distinto y que luego el yo haya reprimido, sino algo que se reprime y así constituye al sujeto –en consonancia con la “insondable decisión del ser” postulada por Lacan. (18) El ser no cavila ni decide, sino que algo se decide, (19) por fuera de toda determinación causal, y ello acarrea unas consecuencias que deciden, forjan y originan el ser. (20) Así como el ombligo es el sitio en el cual por siempre estamos excluidos de nuestro propio origen (la marca de lo que nos unía a la placenta), “la audacia de Freud” está –para Lacan– en decir que eso deja en el sueño mismo una marca que depende de que hayamos sido (o no) deseados. (21)
No obstante, es instructivo interrogar esta afirmación a partir de lo que Modern Family muestra en la pareja gay que adopta a una niña, ya que allí la opción entre ser hija deseada y ser hija no deseada se queda corta. En efecto, ¿qué relevancia tiene el seno materno en el deseo (o no) de un hijo cuando está en juego un alquiler de vientre o una adopción? Ninguna, tal como lo demuestra la clínica de quienes han sido adoptados, (22) incluso por parejas homosexuales. El nexo entre la placenta y el carácter deseado (o no) de la criatura no es natural, sino ficcional.
Por otro lado, Lacan destaca en el ombligo del sueño el límite de la Darstellbarkeit (figurabilidad) y agrega que lo que en el campo de la palabra es imposible de reconocer define lo Unerkannte como algo que no cesa de no escribirse, a saber, la relación sexual. Esto implica que el ser humano ya no es
la obra maestra de la creación, el despertar del conocimiento, sino más bien la sede de otra especial Unerkennung, o sea, no sólo de un no reconocimiento, sino de una imposibilidad de conocer lo que concierne al sexo. (23)
Doce reales
Antes de seguir desplegando esta anatomía del ombligo, observemos que cuando, en referencia a éste, Lacan responde a Ritter, tácitamente acepta que hay más de un real. (24) Y nótese que tiene sentido definir una verdadera red de reales en función de la relación que cada uno de ellos tiene con las modalidades y extensiones lógicas. En efecto, es viable y útil distinguir un real imposible, otro necesario, otro contingente y otro posible, además de cruzar cada uno de ellos con lo singular, lo vacío y lo universal, de modo tal que en las intersecciones de las cuatro categorías modales con las tres categorías extensionales podemos localizar doce reales –uno contingente y singular, otro necesario y vacío, etcétera–, lo cual muestra, de paso, que lo real, a secas, no es una buena brújula para el análisis. (25) En especial, la fórmula No hay relación sexual define un real imposible y universal, ya que, para todo ser hablante, la relación con el partenaire sexual no cesa de no escribirse; por lo tanto, en la trama de lo simbólico este imposible es un tope, un agujero real.
Vale la pena comparar esta noción con la del núcleo patógeno que Freud describe en los Estudios sobre la histeria y que, como la piedra del poema “No meio do caminho” de Carlos Drummond de Andrade y el hueso definido por Miller en El hueso de un análisis, no es asimilable a la no relación sexual, sino al goce que incide como trauma y que estructura el aparato. (26) Los hilos del discurso evitan ese núcleo, no a consecuencia de que no se quiera saber nada de eso (inaceptable parodia teleológica de la represión), sino porque nada puede saberse de eso, ya que es Unerkannte. (27)
Así se inscribe el trauma que nos constituye. Por lo tanto, es un real contingente (cesó de no escribirse) y singular (privativo de cada uno de nosotros): el inaugural encuentro con un modo de gozar que escribe el agujero donde se alojará el empuje pulsional. Ese agujero en la trama de lo simbólico es, para éste, inabordable. Toda asociación que busque desentrañar el sentido de un sueño lo rodeará sin alcanzarlo, no porque el sujeto se niegue a reconocer lo que hay allí, sino porque no hay significante que lo roce. El ombligo del sueño señala “el abismo simbólico mayor, la falta simbólica”, y es asunto de imposibilidad, no de resistencia, ya que allí se desvanece el sujeto mismo. (28) Ese agujero en la trama inconsciente se debe a la singularidad de la escritura de ese significante; ninguno lo nombra. (29) Distinto es el agujero universal que en lo simbólico deja la imposible escritura de la relación sexual –ese agujero en el cual se inserta el sinthome.
Pues bien, el núcleo de lo Unerkannte incluye el deseo, y Lacan, en su respuesta a Ritter, no pierde de vista que el primer modo en que Freud nombra el núcleo del propio ser es el deseo inconsciente, inmortal e indestructible. (30) Ese deseo es singular, pues, y eso lo emparienta con la noción de síntoma planteada cinco días antes en RSI y con la que será su heredera, la del sinthome. (31) Ya no es posible pensar ese deseo apelando al padre: Lacan introduce entonces una noción de deseo que se aparta de su propia elaboración acerca del lazo entre el deseo y la ley. (32)
Hechas ya estas aclaraciones, podemos seguir explorando la anatomía del ombligo.
Entre causa y consentimiento
¿Qué significa A?, preguntamos. Significa B, nos responden. ¿Qué significa B?, insistimos. Significa C. De igual modo, si nos preguntan ¿Por qué A?, respondemos Porque B, y si insisten ¿Por qué B?, decimos Porque C. Toda cadena interpretativa o causal admite una deriva potencialmente infinita, salvo que llegue a un punto de detención por falta de par dialéctico. Y notemos que ese punto no tiene por qué ser el origen de la cadena: si en medio de un partido de tenis, por ejemplo, la pelota rebota en el borde de la red y salta hacia arriba, (33) en caso de que caiga del lado de nuestro rival, ganaremos y de ello se seguirán consecuencias en función de las reglas del tenis, mientras que, si cae de nuestro lado, perderemos y ello tendrá otras consecuencias, pero no hay causalidad que determine de qué lado habrá de caer.
Miller compara este problema con el de la “elección de neurosis” en Freud: en algún momento, algo cae del lado de la histeria o del lado de la neurosis obsesiva, y de allí nacen consecuencias estructurales que permiten deducir tipos de síntomas y hasta construir una clínica diferencial, pero a la hora de consumarse la elección, y precisamente debido a que existe elección, no hay determinación, es decir que se interrumpe la cadena causal. (34) A ello apunta Lacan cuando habla de la “insondable decisión del ser”: la elección de la estructura no admite determinación causal. (35) Afirmarlo no implica renunciar a la potencia de la razón para explicar lo que está en juego, sino reconocer que uno de los límites del lógos es el hecho de que sólo hay secuencia causal o traducción significante en presencia de al menos dos elementos. Y esto es relevante para entender la metáfora paterna: que ésta se constituya (o no) es contingente y, dado que ello no está determinado, resulta improcedente atribuir al Otro responsabilidad etiológica alguna, (36) ni siquiera en lo tocante a su deseo.
El seminario de Lacan sobre El deseo y su interpretación muestra que no sabemos cuál es el deseo ni solemos acceder más que a su interpretación fantasmática o pulsional. (37) Ante el enigma que su deseo nos plantea, el Otro revela estar agujereado, pues carece de respuesta. (38) En lugar de ésta, encontramos interpretaciones, pero una interpretación del deseo, sea cual fuere, nunca es el deseo, sino otra cosa. (39) Reconocerlo elimina falsos problemas clínicos, como el de saber cuál es el deseo de un sujeto, ya que tal saber debería estar constituido como una cadena significante y, en calidad de tal, no sería sino una interpretación. El deseo, pues, nunca deja de ser una x, pese a lo cual nuestros lazos libidinales tienen cierto estilo que llamamos el núcleo de nuestro ser y que constituye el deseo en su efectuación –es lo que el poema de Borges ilustra–, no en su realización alucinatoria. (40) Por lo demás, la interpretación del deseo no obedece a determinaciones causales, ya que el significante interpretativo carece de par dialéctico. En lugar de éste, hallamos el ombligo del sueño, que es justamente lo que impide que la interpretación se vuelva infinita.
Cuando Miller equipara ese ombligo con un significante inaccesible separado del cuerpo del saber, no sabe si tomarlo como S1 o S2, ni si adscribirlo a la represión originaria o a la Verwerfung, (41) y para captar la anatomía del ombligo ambas dudas son instructivas, ya que, si un significante representa al sujeto para otro significante, desde el punto de vista lógico puede demostrarse que hay un significante inaccesible por estructura, pensable como S1 o S2 indistintamente, (42) y por otra parte la represión originaria y la Verwerfung tienen en común el hecho de ser operaciones que no vinculan entre sí dos significantes (como la represión propiamente dicha), sino un significante y un agujero estructural. Si ahora suponemos que S1 representa al sujeto y S2 no, este último se homologa a la represión “en lo que tiene de originario, y por eso puede valer como el ombligo del inconsciente, como lo que queda siempre por saber”. (43)
La consabida convergencia entre contingencia y singularidad, (44) pues, se amplía para incluir en la anatomía del ombligo el punto donde una insondable decisión del ser indica la ruptura de la causalidad. Estas nociones afines (contingencia, singularidad, decisión) se distinguen de las de articulación significante, lazo causal, trama del lógos. En cada parlêtre es siempre posible despejar una sintaxis cuyas leyes de determinación son asimilables a enlaces causales, pero la marca primera dejada por una huella distinta de todas las demás (aquella que buscamos despejar en el análisis) no es deducible de causa alguna –de hecho, ése es uno de los motivos por los cuales cabe adjudicar al trauma el carácter de un goce sin ley. (45)
La última referencia de Lacan a la cuestión del ombligo puede leerse entre líneas en su postrer escrito. Dice allí que sólo estamos seguros de estar en el inconsciente cuando el espacio de un lapsus ya no tiene ningún alcance de sentido o de interpretación, (46) y sin duda ése es un modo elíptico de definir el límite de lo Unerkannte: una suerte de tope real del inconsciente pensado como cadena significante, o un inconsciente real en el sentido de imposible para lo simbólico y homólogo, entonces, a la represión originaria. (47) Podemos discutir, como lo hizo Freud, dónde se sitúa la frontera del inconsciente, (48) más allá de la cual hay… ¿qué? Ése es el problema del ombligo. Una opción sería situar esa frontera en el límite de lo interpretable, o bien proponer que el inconsciente también incluya lo no interpretable, y debatir si es puramente simbólico o si además incluye un núcleo real; en todos los casos nos toparemos con una misma estructura, esa que desde Freud hasta hoy el psicoanálisis ha llamado ombligo y que remite al hecho de que tarde o temprano toda articulación significante encuentra, en su remisión retroactiva, un agujero. Siempre que hay dos significantes, podemos hacer de uno de ellos el sustituto (la metáfora) del otro y hablar de ese par en términos de una represión propiamente dicha (desalojo por sustitución), pero cuando llegamos al sitio donde ello resulta imposible, cuando antes de un significante no hay sino agujero y, por lo tanto, se rompe toda relación causal, entramos en la dimensión del ombligo. En ella, la causa cede el paso a la insondable decisión del ser –o al consentimiento, según Miller. Para decirlo mediante una fórmula, el ombligo se sitúa entre la dimensión causal y la del consentimiento. Tales caracteres de la anatomía del ombligo pueden reunirse en un esquema.
Entre S1 y S2, el sujeto está determinado, necesaria y retroactivamente, por ese par significante. Más acá del ombligo, en cambio, ya no hay sujeto ni determinación.
De rechazo yoico a imposibilidad universal
Así como Lacan se abocó a despejar las estructuras universales para saber dónde no ha de buscarse lo singular, (49) seguir el hilo de las cadenas causales e interpretar las formaciones del inconsciente hasta el límite de lo interpretable permite circunscribir esa ruptura de la causalidad que el ombligo señala. Este paralelo clínico se extiende hasta abarcar también sus corolarios éticos. “Descuidar la estructura a favor del dinamismo”, en efecto, lleva a imputar erróneamente la represión y la resistencia a una cobardía del yo, (50) y algo análogo ha de ocurrir cuando la estructura en cuestión es la del ombligo. A primera vista, el hecho de que de éste surja “una madeja de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar”, como dice Freud, podría ser imputado a una suerte de Yo no quiero saber nada de eso. (51) No obstante, semejante aserto presupone (1º) una enunciación que lo contradice, ya que no hay “ningún ‘no’ que provenga de lo inconsciente”, (52) (2º) una vislumbre del eso rechazado por el yo consciente, sin la cual no se justificaría el rechazo mismo, y (3º) un grado de libertad que permita elegir entre ese rechazo y lo contrario; y, más allá de que es difícil suscribir la primera suposición, las otras dos se oponen a la naturaleza del ombligo como sitio de lo Unerkannte, ya que el no reconocimiento que lo define no nace de cerrar los ojos, sino de abrirlos ante una oscuridad abisal –el carácter “insondable” de ese punto. En lugar del rechazo yoico expresado en la fórmula Yo no quiero saber nada de eso, que parece describir a un pusilánime, lo que Freud plantea equivale a un Saber eso es imposible y mi ser es producto de esa imposibilidad. Tal imposibilidad singular no es incompatible con la dignidad de quien la soporta. Para Lacan, además, el aserto Yo no quiero saber nada de eso tiene otra cualidad: o bien consiste en una imposibilidad radical que, por ser de tipo forclusivo (como para Freud), nada tiene que ver con la singularidad de una posición enunciativa, o bien define aquello que el analizante procura obtener en el análisis, lo cual está en las antípodas de cualquier función defensiva que pueda atribuírsele. (53)
En suma, conocer la anatomía del ombligo evita al analista poner a cuenta de un rechazo (por parte del analizante) lo que no es más que una imposibilidad estructural, sea ésta singular o universal. Ello, a su vez, se condice con la orientación principal del análisis, en la medida en que la dignidad sólo es compatible con el respeto por la singularidad. (54)
El ombligo es entonces, a un tiempo, el nudo del sujeto con lo singular y el deslinde entre ambos. (55) Dado un par de significantes, el producto de su articulación es un sujeto, mientras que el significante que responde a un agujero (el del trauma, por ejemplo) no mantiene ningún nexo causal con éste. Por lo tanto, su surgimiento, que produce la singularidad, es contingente. Lacan lo expresa diciendo que el significante amo “conmemora una irrupción del goce”. (56) Como veremos (infra, p. 51), tomarlo en consideración será de utilidad para el análisis de la metáfora paterna, cuyo ombligo no depende de ningún rechazo yoico, sino de una imposibilidad universal.
13. Freud (1900: 132n, 519).– Si bien no vuelve a mencionar el ombligo del sueño, Freud (1914: 35) alude a él cuando detecta “lagunas” [Lücke] en el sueño del Hombre de los Lobos.
14. La respuesta de Lacan (1975d) se inscribe en un momento fecundo de su enseñanza: cinco días antes, había planteado que el síntoma no sólo ex-siste al inconsciente, sino que escribe incesante y salvajemente (sin respetar convenciones) un significante amo mediante una letra, y que una mujer puede ser síntoma para un hombre (Lacan, 1975a: 21/ene/75). Así creaba la dimensión requerida para situar lo singular en el sinthome.
15. Ritter hace notar que Unerkannte, traducido al francés por inconnu (desconocido), es más bien non-reconnu (no reconocido).– El verbo kennen (raíz de Unerkannte) significa “reconocer”, pero no en sentido hegeliano: Goethe lo usa en la escena del Fausto donde el diablo convierte el vino en fuego y alguien le reprocha que no reconozca con quién está tratando.
16. Cf. Arenas (2012a: 312ss, 337-342).
17. Gran parte de la literatura de Quignard gira en torno a ese ombligo y al inefable lazo con la madre.
18. Lacan (1946: 175).
19. Es lo que los atomistas llamaban παρέκκλιση [parékklise] en Grecia y clinamen en Roma; cf. Lacan (1975c: 29).– La película Match Point (Allen, 2005) lo ilustra desde el primer minuto; cf. infra, p. 24.
20. Lo originario no es tal por ser primero en el tiempo, sino por originar lo que después vendrá; su contingencia es, pues, patente.– Cf. Barros (2014: 51).
21. Hay otras alusiones al ombligo en Lacan (1964: 34; 1967b: 295; 1969a: 345).
22. Cf. Stiglitz (2006).– Nuestra experiencia no coincide con la de Bassols (2014c: 37).
23. Lacan (1975d: 11).
24. Esa aceptación será explicitada poco después; cf. Lacan (1977a: 8/mar/77).
25. Arenas (2013; 2014a).
26. Freud (1895: 294), Drummond de Andrade (1928: 61s), Miller (1998b).– Cf. Lacan (1954: 41s), Arenas (2012a: 87ss; 2017e: 15-28, 68s, 73, 79-82).
27. Véase infra, p. 28.
28. Lacan (1959b: 376, 471).
29. Cabe inventarle un nombre, pero será mentiroso, no porque lo nombrado sea real (falso problema), sino porque es singular y todo significante es universal (propio de más de uno).
30. Más allá de su ombligo, el sueño se liga al “corazón del ser” (Lacan, 1956: 370s).
31. Cf. Arenas (2014e).
32. Phantom Thread (Anderson, 2017) lo ilustra en una psicosis ordinaria: sin el apoyo del Nombre-del-Padre, en su protagonista surge un deseo vivo, pese al férreo orden que rige su vida; véase Arenas (2018a).– Cf. Lacan (1974b: 10/mar/74).