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REQUERIMIENTOS DEL EXTERIOR Y EL LENTO TRANSITAR HACIA EL PROGRESO

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La situación de avanzar en aquellos aspectos fue harto difícil para América Latina, si se considera el cúmulo de intereses en torno a la creación de las nuevas naciones, donde aparte de lo que intentaban imponer los grupos nativos, fue determinante la limitada perspectiva y acción política de las sociedades; por lo que consecuentemente se dejaron sentir con fuerza los intereses imperialistas, como fueron los casos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, los que se enfrascaron en la delimitación de áreas para sus mercados o como ocurrió en el caso de México, para apropiárselas.

Fue la época en que los aventureros ilustrados o no, o los representantes de países interesados en los posibles mercados de materias primas y consumidores, visitaron la región para tener el panorama necesario para insertar sus negocios. En México in 1827 (1828) Ward señala:

Es difícil concebir que un país menos preparado de lo que México estaba en 1824 para la transición del despotismo a la democracia. Los principios sobre los cuales se forma el gobierno actual, al principio no hayan sido debidamente apreciados, ni comprendidos en general; sin embargo, debido a la mera fuerza de las circunstancias, han echado raíces, y ya han penetrado demasiado profundamente en el suelo para ser fácilmente sacudidos. El dominio sobre el país no se basa en una difusión general del conocimiento, ni en lo que podría denominarse patriotismo teórico; descansa sobre una base aún más fuerte, las pasiones e intereses de las clases más influyentes de los habitantes. Para la masa popular, todas las formas de gobierno son indiferentes, y muchos aún no saben bajo qué viven; pero entre aquellos que sólo poseen un carácter político, los terratenientes residentes, los comerciantes, los militares, los abogados y el clero parroquial, las consideraciones de ventaja local y personal han creado un sentimiento decidido a favor del sistema federal (Ward, 1828:18-719).

Pese a esas condicionantes, ante exigencias de grupos y las accidentadas acciones provenientes de oficinas de gobierno o de particulares, la producción de mercancías fue reconstituyéndose y adquiriendo caracteres propios en cada nuevo país, como obra de la manera en que se condujeron las políticas o por las dinámicas desplegadas por sus sociedades. Lo anterior dio lugar a las especializaciones entre países, si bien derivadas del sector agropecuario, de acuerdo con “La belle époque y el capitalismo global”. En los Cuadernos de Historia (Béjar, 1999), se apunta que los países al consolidar su independencia y entrar a periodos de progreso, en particular en la segunda década del siglo XIX, y en correspondencia con el desarrollo que se producía en Europa y al que se experimentaba entre países de América Latina, en la región hubo una cierta especialización en productos.

Por ejemplo, en las pampas de clima templado como fue el caso de las repúblicas de Argentina y de Uruguay, hubo un significativo crecimiento en la “producción de lana, cereales y carne”; en países de clima tropical, como lo eran Brasil, Colombia, Venezuela y algunos de América Central sobresalió la producción de café; también en la región tropical y en especial en Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela floreció el cultivo de plátano; en Cuba, Puerto Rico y Perú hubo un impulso a la producción azucarera. Casos importantes fueron los países mineros por el nivel que retomó el rubro y por la participación de empresas extranjeras; por ejemplo en México, Bolivia y Perú mantuvieron elevados niveles en extracción de plata; Perú y Chile en cobre; en Bolivia estaño, y a principios de siglo empezaron a destacar México y Venezuela como países petroleros y, donde por cierto, aquellas empresas extranjeras empezaron a hacer y deshacer en el rubro y hasta en lo que tocaba a regímenes políticos (Béjar, 1999).

Ahora bien, como apoyo a esa producción dentro de un proceso renovador, los gobiernos se apresuraron a mantener o extender relaciones políticas y comerciales con otros países ya fuera de este lado de los océanos o más allá de éstos, para así atender carencias en productos para la vida cotidiana, apoyar las distintas actividades económicas y hasta para actuar en la parte ideológica de los grupos pudientes, como los casos de permitir la entrada de materiales que sirvieron para erigir o adornar las ostentosas edificaciones públicas o privadas que fueron luciendo las grandes capitales y aun otras. Bulmer-Thomas, respecto a la situación apunta:

Algunos países latinoamericanos (por ejemplo, Ecuador y México) eran grandes exportadores de productos alimenticios, comercio que beneficiaba a los Estados Unidos más que a Europa. Unas cuantas naciones canalizaron gran parte de su comercio a través de otros países latinoamericanos, y no por el “centro”. Paraguay, cuya principal exportación era la yerba mate, que sólo se consumía en Sudamérica, dependió principalmente del mercado argentino y, en realidad, acabó por amarrar su moneda al peso argentino. Bolivia compraba muchas de sus importaciones a naciones vecinas, aunque en gran parte de este comercio “intrarregional” los países de origen casi siempre estaban fuera de América Latina (Bulmer-Thomas, 2010:95).

Esa situación modificó la estructura territorial, pues hubo de sustentar las rutas de los intercambios y las de consumo, de ahí que las ciudades y puertos adquirieran en estos años caracteres comerciales, sin abandonar las pertenencias administrativas, y en algunos casos, despuntando como incipientes enclaves industriales. En ese punto, el ferrocarril tuvo un importante papel como liga entre las regiones de producción y las de consumo. Eduardo Galeano en referencia a algunos puertos señala:

Los grandes puertos de América Latina, escalas de tránsito de las riquezas extraídas del suelo y del subsuelo con destino a los centros de poder, se consolidaban como instrumentos de conquista y dominación contra los países a los que pertenecían, y eran los vertederos por donde se dilapidaba la renta nacional. Los puertos y los capitales querían parecerse a París o a Londres, y a la retaguardia tenían el desierto (Galeano, 2012:232-233).

En ese desenvolvimiento de la región y en esa idea de activar sus economías, indefectiblemente los espacios de producción tradicionales, por ser los dominantes, se convirtieron en un factor de atraso, en tanto al no ser receptoras de las nuevas tecnologías que alumbraban al siglo, de los cambios en las maneras de pensar y de las restringidas formas de comunicación con otros territorios, pesaron en las formas de desarrollo de grandes partes de la región, convirtiéndose en obstáculos a las formas de producción capitalistas que buscaron impulsar en particular los grupos liberales.20

Así, de acuerdo con las posibilidades y los consensos logrados entre grupos y en condiciones desiguales, fueron ampliándose, diversificándose o apareciendo especializaciones en las actividades económicas, en consecuencia y al ir avanzando los procesos, se generaron nuevos roles sociales otorgándose determinados caracteres a los sustentos territoriales. Irremediablemente, las diferencias de desarrollo entre países fueron expresándose como consecuencia de las formas en que se lograban la pacificación en los territorios, crecían sus economías, se consolidaban los Estados y se observaba un cierto progreso en sus sociedades. De manera que, aun enfrentando obstáculos como resultado de la variada geografía de la región, el bajo nivel de la infraestructura en cada país, la falta de recursos económicos y humanos, el bajo nivel tecnológico utilizado en las áreas productivas, hubo avances en actividades muy particulares y en regiones específicas.

Fue un hecho que, por las condiciones vividas en esos años, América Latina se desarrolló entre avances y retrocesos, y entre intentos por transformar cualitativa y cuantitativamente formas productivas y las relaciones sociales que le ataban con el pasado y que impedían otros desenvolvimientos en el entramado jurídico, político, ideológico y cultural y, en una relación dialéctica, esos caracteres de atraso impidieron revoluciones en aquellas condiciones. Indudablemente se fue imponiendo en el manejo de las economías las formas en que se condujo cada país, las riquezas naturales, humanas o monetarias poseídas pero, además, las pertenencias culturas expresadas en los territorios, de ahí lo disparejo de los desarrollos alcanzados entre países como Argentina y Bolivia, México y Guatemala o Cuba y Haití.21

Lo anterior, pese a la existencia de porciones significativas de grupos ilustrados existentes en los países, como fueron los casos de Chile, Argentina, Perú o México. En este último caso, por ejemplo, a mediados de los años cincuenta del siglo en cuestión, un grupo de liberales en el que la cabeza visible fue Benito Juárez García y sus correligionarios más destacados: Sebastián Lerdo de Tejada, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Ignacio Ramírez, José María Iglesias, Matías Romero, entre otros, plantearon nuevas vías para el desarrollo del país al separar a la Iglesia del Estado, desaparecer tribunales eclesiásticos, activar la economía a partir de colocar a la venta bienes inmuebles de aquélla. Lamentablemente las condiciones dominantes obstaculizaron los intentos, no obstante, esos avances fueron aprovechados por el régimen de Porfirio Díaz para tres décadas después, iniciar un sólido periodo de modernización del país (Semo, 2012:367-390).

Siguiendo esos procesos de rupturas y continuidades, otras situaciones se fueron presentando en las cotidianidades en que se desenvolvían las sociedades —parte de la superestructura política, jurídico e ideológica de las bases materiales—, por ejemplo, Benjamín Vicuña Mackenna, un destacado político, gobernante y escritor de Chile, en Historia crítica y social de la ciudad de Santiago desde su fundación hasta nuestros días (1841-1808) (1869), da cuenta de las condiciones en que se desenvolvía la sociedad chilena en ese dilema de desarrollo que planteaba el conservadurismo o lo liberal, y dentro de éstas, las posibilidades de progreso a partir de cursar alguna carrera profesional, ante la disyuntiva de quedar en la antigua tradición o sumarse a una nueva, lo reflexionó de la siguiente manera:

De la escuela, los criollos llegados a la doble pubertad del cuerpo y del espíritu, pasaban a las aulas de las aulas (que así se llamaban, por cursarse generalmente sus estudios en los claustros de los conventos), iban a la Universidad o a la hacienda. No había alternativa. Abogado o campesino, huaso o doctor. Las profesiones liberales eran consideradas afrentosas. El comercio pertenecía a la clase media, excepto cuando se ejercía por mayor, aunque éste era privilegio de las canas. La carrera militar, según hemos visto, no había alcanzado jamás favor a orillas del Mapocho y se hallaba desde la conquista relegada al Bio Bio […]. Sólo la alfalfa y el latín, dos cosas parecidas por lo que entorpecen y engordan, triunfaban, por consiguiente, sin rivales y no había más posición, otro porvenir, como se dice hoy día, que el de instalarse el rústico poncho o la toga de los pedantes. Por esto todavía la primera pregunta de porvenir que se hace a los niños es la siguiente: ¿Qué quieres ser, abogado, clérigo o casado? (Vicuña, 1869:387).

Incluso con esos límites en lo social, lo tecnológico e ideológico, pero por la misma dinámica de la búsqueda del progreso y aprovechamiento de las riquezas naturales heredadas por grupos privilegiados provenientes de la colonia o los de la nueva avanzada, se logró activar a la economía en la región dando paso al surgimiento de nuevas élites, en muchos casos ligadas a inversionistas extranjeros, lo cual se tradujo en la aparición de nuevas castas de terratenientes22 o de nacientes industriales. Con esas nuevas condiciones fluyeron las inversiones en áreas estratégicas como la minera, el petróleo o la energía eléctrica.

El desarrollo desigual y combinado fluyó, en tanto la condición liberal en que se desarrollaba el mundo y que impulsó inversiones en aquéllas, se mezcló con la monopolización de recursos naturales por grupos pudientes o los caciques beneficiados por la independencia y los bajos niveles tecnológicos poseídos en las actividades económicas dominantes, obligando al uso de grandes volúmenes de mano de obra a los que se les obligaba a cumplir extensas jornadas con trabajo intensivo, y a quienes se les pagaban ínfimos salarios. Casos por demás dramáticos fueron las regiones mineras o las llamadas haciendas, donde por ejemplo en el caso de México a los peones se les obligaba a vivir en situación de acasillados y en ocasiones con toda su familia.

De la situación se desprenden razones para que al interior y entre países del área, se expresaran regiones de amplia riqueza en medio de una agobiante pobreza, por lo que no fue casual el surgimiento de inconformidades entre la gente afectada, las cuales no sólo se sucedieron entre sectores pobres sino también nacientes industriales que se vieron limitados por aquellas condiciones, Bértola y Ocampo al respecto señalan:

Desde el punto de vista social, este periodo se caracterizó por un marcado proceso de diferenciación, tanto desde una dimensión territorial como propiamente social. En tanto la brecha entre países más ricos y más pobres de la región creció mucho, también aumentó significativamente la desigualdad dentro de cada país. El proceso exportador generó en algunas regiones cierta diversificación de las estructuras productivas, que se expresó en el desarrollo de la industria manufacturera, de las infraestructuras de comunicaciones y transportes y de los servicios financieros, así como el gran avance de la urbanización (Bértola y Ocampo, 2013:104).

Luego entonces, entre efectos de las condiciones en que había quedado América Latina posterior a la salida del imperio español y el portugués, e incluso teniendo como un gran determinante la solidificación de los Estados como ocurrió con los casos argentino, mexicano o el chileno; el surgimiento de élites ilustradas, la formación de núcleos de comerciantes, la aparición de un naciente sector industrial y el crecimiento de muchas de las ciudades, no tuvieron los resultados esperados en los desenvolvimientos económicos y, por ende, en los afanes de alcanzar el progreso observado en Europa y Estados Unidos. Eduardo Galeano refiriéndose a esas especificidades en que se desarrolló el capitalismo en la región señala:

La legión de parásitos que había recibido los partes de la guerra de independencia bailando minué en los salones de las ciudades, brindaba por la libertad de comercio en copas de cristalería británica. Se pusieron de moda las más altisonantes consignas republicanas de la burguesía europea: nuestros países se ponen al servicio de los industriales ingleses y de los pensadores franceses. ¿Pero qué “burguesía nacional” era la nuestra, formada por los terratenientes, los grandes traficantes, comerciantes y especuladores, los políticos de levita y los doctores sin arraigo? América Latina tuvo pronto sus constituciones burguesas, muy barnizadas del liberalismo, pero no tuvo, en cambio, una burguesía creadora, al estilo europeo o norteamericano, que se propusiera como misión histórica el desarrollo de un capitalismo nacional pujante (Galeano, 2012:152).

Hubo crecimiento en rubros específicos pero en otros no, y lo que se logró fue un desarrollo diferenciado que privilegió a sectores terratenientes, mineros, comerciantes y prestamistas locales, inversionistas extranjeros y a caudillos políticos, en detrimento de las clases pobres asentadas en el campo y en las ciudades, pero además, a un menguado desenvolvimiento industrial pugnado por sectores liberales; inevitablemente a esa manera de crecer fue correspondiéndole el cúmulo de problemas sociales que fueron sucediéndose en las repúblicas particularmente al iniciarse el siglo XX. Ese crecimiento diferenciado que imposibilitó un mayor desarrollo de la región, y que afectó a grandes grupos de población, Bulmer-Thomas lo describe de la siguiente manera:

La primera fase del desarrollo latinoamericano posterior a la independencia se basó en la exportación de productos primarios. Se esperaba que un rápido crecimiento transformara toda la economía, aumentando la productividad en el sector exportador, y haciendo subir el ingreso per cápita. Medido con esta vara, el crecimiento basado en las exportaciones fue, en general, un fracaso. A finales de los 20, tras un siglo de experimentar con diferentes productos de exportación, la mayoría de los países latinoamericanos registraban insignificantes tasas de crecimiento. De hecho, en algunos casos hasta parece que hubo un descenso de los niveles de vida (Bulmer-Thomas, 2010:447).

Resulta lamentable esa manera de crecer de América Latina, misma que se expresó en ámbitos sociales, económicos, culturales y territoriales, fue y sigue siendo una realidad si se consideran los contextos de desarrollo mundial de cada sociedad y país, aunque también había que entender esos desequilibrios en el conjunto de la dinámica social que ha caracterizado al desarrollo de los pueblos, como bien lo refiere George Novack en Para comprender la historia (1977) al señalar:

Los múltiples factores de cualquier proceso histórico no tienen, y en realidad no pueden tenerlo, un crecimiento igual y simultáneo. No sólo algunos maduran antes que otros, sino que algunos de ellos pueden no lograr una realidad concreta y adecuada en el momento decisivo, o en cualquier etapa. La conjunción de todos los diversos factores esenciales para que se dé un resultado particular en un gran proceso histórico es un acontecimiento excepcional o accidental que es necesario sólo a la larga (Novack, 1977:74-75).

Y es que las condiciones en que se había desarrollado la región, bajo la expoliación española y portuguesa, habían actuado, pero también y como parte de esa condición, fue imposible ligar el desarrollo a lo que sucedía en el exterior, pues mientras países como Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos se desarrollaban en lo industrial y con innovaciones tecnológicas que impactaban en todos los ámbitos de la vida, de este lado como ya se había anotado, el uso las tecnologías rudimentarias impactó la producción en sentido negativo, y de igual manera, el hecho tuvo su expresión en otros aspectos de las cotidianidades de los latinoamericanos.

Por supuesto, los problemas surgidos de esa forma de desarrollo se acentuaron con los problemas existentes en el ámbito mundial, mismo que en estos años empezaron a gestarse como consecuencia de las pugnas capitalistas y por la posición de mercados y, en especial, por la aparición de la crisis de 1905 que se hizo presente ante los grados de sobreproducción, contracción del consumo aunado a las medidas proteccionistas que gobiernos nacionales y empresarios impusieron ante la llegada de productos externos a los territorios de su jurisdicción o enclaves.23

En esa misma dinámica, el desarrollo desigual sucedido en el nivel mundial y entre países con amplio desarrollo, se manifestó en las condiciones económicas, en las relaciones sociales y en las formas de vivir de cada país latinoamericano, obligando al área a un desarrollo diferenciado con el predominio de pobrezas y penurias, matices que impulsaron revoluciones como la que se expresó en su condición violenta en 1910 en México. En relación con esas condiciones de atraso, Bértola y Ocampo apuntan:

Mientras la independencia trajo consigo la disrupción del orden político, el caos, el desorden y la dificultad del Estado para asegurar los derechos de propiedad y la seguridad, lo que ahora llamamos la primera globalización trajo consigo la consolidación del poder político del Estado y de la fuerte concentración de la riqueza, acompañada ahora de mayor defensa de los derechos de propiedad de las élites. Al mismo tiempo, las relaciones laborales se transformaban, pero manteniéndose fuertemente subordinadas a los intereses de las élites e incluso reproduciendo viejas y nuevas formas de compulsión extraeconómica, críticas de formas precapitalistas de organización del trabajo. De esta manera, el problema no fue sólo la consolidación de una alta concentración de la propiedad de la tierra, de por sí excesiva para los estándares internacionales […], sino también el mantenimiento de diversas formas de subordinación del trabajo que limitaban de hecho la libre movilidad de mano de obra. Los países dependientes de la inmigración europea por una gran excepción a esta última tendencia (Bértola y Ocampo, 2013:63-64).

Entonces, las condiciones y características de los sistemas productivos por demás bajos en tecnología tanto en el agro como en la endeble industria; la presencia, acción y dominancia de formas tradicionales de producción; la falta de recursos económicos y materiales; una mano de obra poco calificada lo cual incluía a pocos profesionales de la medicina, ingeniería, arquitectura y de otras pocas especialidades; la atadura ideológica con el pasado, más los vaivenes políticos, si bien lograron significativos beneficios generando nuevos ricos, no lograron mejorar la productividad en los distintos sectores económicos y, por lo tanto, desarrollos más sólidos. No es ocioso recordar una caracterización del desarrollo desigual por el que se ha conducido el denominado progreso de la humanidad, cuando George Novack apunta:

La fuente principal del progreso humano es el dominio del hombre sobre las fuerzas de producción. A medida que avanza la historia se produce un crecimiento más rápido o más lento de las fuerzas productivas en este o aquel segmento de la sociedad, debido a las diferencias en las condiciones naturales y las conexiones históricas. Éstas disparidades dan un carácter de expansión o compresión a toda una época histórica y dan origen a distintos ritmos y medidas de crecimiento en los diversos pueblos, en las diferentes ramas de la economía, en las diferentes clases, instituciones sociales y campos de la cultura (Novack, 1977:85).

De modo que ese crecimiento desequilibrado de la economía y, por tanto, de las distintas regiones aparte de los efectos en los territorios, provocaron migraciones del campo hacia las ciudades con los consecuentes problemas observados, sobre todo a partir del siglo XX. El endeble y limitado crecimiento aunado a la concentración de beneficios en las minorías oligárquicas y los regímenes de explotación sobre todo en el campo y minas, fueron causa de la serie de inconformidades que recorrieron a América Latina al iniciarse el siglo, y que dieron como resultado la aparición de huelgas de mineros en México, Chile y Bolivia, o levantamientos campesinos en Venezuela, México y Brasil, la superestructura jurídica y política había madurado y se disponía a revolucionar aunque endeblemente las estructuras productivas latinoamericanas.24

Las condiciones en que se estaba desenvolviendo la producción, no correspondían a las relaciones de producción dominantes, por lo que había que revolucionar a estas últimas y así revolucionar a las primeras, aunque para el caso y pese a que en los movimientos revolucionarios participaban grupos empobrecidos, éstos al concluir enfrentamientos o movilizaciones lograron pocas mejoras. Al respecto cada país tiene su historia en cuestión de levantamientos de grupos inconformes y de periodos revolucionarios, de la firmeza de líderes populares y de claudicaciones, de victorias de grupos progresistas y de sus derrotas. Para ejemplificar cuestiones de lo señalado, respecto a Chile puede apuntarse:

La primera huelga fue la de los obreros de las Compañías de Vapores de Valparaíso en 1903. Causa: una petición de aumento de salarios. Fueron violentamente reprimidos: 30 muertos y 200 heridos. La segunda huelga fue la de la carne (22-23 octubre de 1905). Motivo: el alto precio. Se solicitaba derogar el impuesto al ganado argentino. Hubo graves saqueos y desórdenes. 70 muertos y 300 heridos. El 6 de febrero de 1906 estalló la huelga de Antofagasta: participaron trabajadores del ferrocarril a Bolivia, obreros de puerto, pampinos de las salitreras. Motivo: solicitaban mayor tiempo para almorzar y un reajuste de sueldos de un 20%. Hubo graves desórdenes, incendios de edificios. Reprimidos finalmente por las tropas del ejército. Dirigió este movimiento el obrero tipógrafo, Luis Emilio Recabarren. El movimiento más grave se produjo en el gobierno de Pedro Montt, fue la huelga de Sta. María de Iquique (21 de diciembre de 1907). Participaron unos 10 000 trabajadores (Biografía de Chile, 2013).

16 Había que destacar la importancia de los misioneros en la configuración de los territorios heredados en las colonias, lo cual sucedió en toda América Latina, y con casos destacados como los de las misiones en la Sierra Gorda de Querétaro, México. De esa actividad Cardús señala: “Desde que los misioneros pudieron nuevamente penetrar en las fronteras, en casi todas ellas se ha efectuado un cambio muy notable. Desde entonces se han descubierto nuevas regiones, y utilizado nuevos elementos; se han abierto diferentes caminos en lugares donde antes nadie podía transitar; se ha explorado el curso de varios ríos importantes, y se surcan las aguas de otros varios, por los que, aunque algo conocidos, nadie se había atrevido a navegar: los quinales y gomales se han convertido en objetos de valiosa industria; y en lugares de increíble actividad; varias industrias han tomado nuevo incremento y los terrenos para ellas mayor extensión (Cardús, 1886:19).

17 Bértola y Ocampo apuntan: “Las primeras experiencias de emisión de un uso a nombre de los gobiernos latinoamericanos por bancos londinenses terminaron en un fracaso: sirvieron para refinanciar (a un costo alto) las deudas heredadas de la guerra de independencia y el resto dio pocos recursos a los gobiernos, que los utilizó de modo muy poco eficiente, entrando rápidamente en moratoria, mientras que los intermediarios obtuvieron grandes ganancias y los ahorristas europeos perdieron mucho dinero, lo que bloqueó por mucho tiempo las posibilidades de los gobiernos latinoamericanos de captar fondos por esta vía” (2013:100).

18 Indudablemente las migraciones podían ser positivas o negativas, pero en ocasiones eran deseadas; Guzmán Blanco, quien fuera presidente de Venezuela (1870-1877, 1879-1884 y 1886-1888) decía: “Desearía que los principales artículos de exportación de Venezuela, como el café, el cacao, el añil y el algodón, tuviesen a la Francia como mercado central, mientras que los vinos y los otros productos agrícolas franceses, disfrutarían en nuestro país de una libre en franquicia de derechos. Desearía también importar a mi país la ciencia, la literatura, las artes y la industria francesas, por medio de una gran corriente de inmigración. En una palabra, aspiro a hacer de Venezuela la Francia del América del sur” (citado en Almandoz, 2006:70).

19 Los mismos Bértola y Ocampo apuntan: “Un factor que contribuyó a las dispares tasas de crecimiento de la población fue la capacidad de atraer inmigración [...]. América Latina absorbió cerca de la quinta parte de los 62 millones de personas que emigraron de Europa y Asia entre 1820 y 1930, en su mayor parte en el medio siglo que precedió a la primera guerra mundial […] y desde entonces tuvieron un fuerte impacto en algunas economías latinoamericanas” (2013:105-106).

20 Esa situación la visualizó Max Weber en otras latitudes al escribir en 1923: “Toda casta india tiene su tarea fijada por la tradición; quien abandona las entidades tradicionales de su casta no sólo es expulsado de ella, convirtiéndose por lo tanto en paria sino que pierde, incluso, sus perspectivas en el otro mundo: la esperanza de renacer en una casta más elevada. De esta suerte, la ordenación de castas llegó a ser en la India el sistema social y económico más conservador que se haya conocido. Sólo por obra de la influencia inglesa se fueron abriendo brechas en él, y paulatinamente el capitalismo se infiltró en el sistema” (Weber, 2011:153).

21 Esa situación obliga a recurrir a Marx para fundamentar la importancia del desarrollo económico y social, para entender formas de pensar, especificidades de las instituciones sociales, las leyes, etcétera, cuando en el “Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política” señaló: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social” (Marx, 1973c:517-518).

22 Vicuña Mackenna, da cuenta de esa nueva casta al señalar: “El aprendiz de hacendado (ardua ciencia de antaño) desaparecía por completo de las escenas sociales, porque la vida del campo se tornaba entonces a la bruta, y sólo venía de firme a la casa paterna cuando se le anunciaba que se le había elegido mujer. Tenía lugar este pequeño rodeo del dios Himeneo en su propia familia, tocándole en suerte alguna de las más donosas y sabiditas de sus primas, después del desecho del hermano-doctor, que, como era de precepto; había de tener sobre el hermano-huaso el derecho de primera elección. Recibidas, pues, las bendiciones, la novia montaba a caballo con su compañero, y no volvía a ver las torres de Santiago sino nueve meses después, cuya visita se renovaba por periodos más o menos análogos durante quince o veinte años” (Vicuña, 1869:387).

23 León Trotsky en Resultados y perspectivas (1906) apunta que en 1905 señalaba: “El capitalismo, al imponer a todos los países su modo de economía y de comercio, ha convertido al mundo entero en un único organismo económico y político. Así como el crédito moderno ha conectado a miles de empresarios a través de un lazo invisible, y permite al capital una movilidad sorprendente evitando muchas pequeñas bancarrotas privadas, pero acrecentando con ello al mismo tiempo, las crisis económicas generales en unas dimensiones inauditas, así también todo el trabajo económico y político del capitalismo, su comercio internacional, su sistema de monstruosas deudas públicas y las agrupaciones políticas de naciones que incluyen a todas las fuerzas de la reacción en una especie de sociedad anónima internacional, no sólo ha contrarrestado por un lado todas las crisis políticas individuales sino que también, por otro lado, ha preparado el terreno para una crisis social de dimensiones fabulosas” (Trotsky, 1979:85-86).

24 Hay que retrotraer a Marx, cuando refiriéndose a esas condiciones que definieron sociedad, Estado y territorios, apuntaba: “Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo […]. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua” (Marx, 1973c:518).

Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX

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