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La indignación ética como punto de partida para comprender al anarquismo:

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Reflexionando sobre la situación económica-política y social de la Argentina, ­Barrett cree comprender las acciones anarquistas: «[…] este violento contraste entre la prosperidad del hombre que posee y la del que trabaja en la Argentina, tuvo que abrir entre ellos un abismo de incomprensión y de odio». Pero es preciso no detenerse a lamentar esta situación, la indignación ante las injusticias, está sacando lo mejor de los oprimidos:

«[…] Cuando se acerquen siglos mejores corromperemos los tribunales por medio de nobles ideas y hermosas metáforas. Mientras tanto, no lloremos demasiado las injusticias que nos hieren; no nos lamentemos sin medida del brazo brutal que nos sacude, de la calumnia que nos envenena. Las injusticias extremas son útiles; ellas, sembradoras de cóleras sagradas, han despertado el genio, han revolucionado los pueblos y han fecundado la Historia».

Como ha señalado Alba Rico, esta «cólera sagrada» es la que «arrastró» a ­Barrett al anarquismo, es expresión de amor a los hombres, «no hay verdadero amor a los hombres donde no hay cólera contra la estúpida injusticia de los dolores humanos» nos dice ­Barrett. Él mismo da testimonio de este sentimiento antes de asumir la causa anarquista en su artículo «Buenos Aires»:

«¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mis brazos. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano».

­Barrett no era un hombre violento, «o mejor, tal vez lo era», como sostiene Castillo, «pero por eso mismo, como Tolstoi, odiaba la violencia con todo su corazón». Es un pacifista, su vida es testimonio de ello: «la aparición de la fuerza inclina a la desconfianza. Si deseas convencerme, suelta el palo, y si alzas el palo, sobran los discursos. Con las armas no se afirma la realidad: se la viola».

No obstante, su pacifismo militante no le impide, en varias ocasiones, comprender el grado de legitimidad moral que conllevan los motivos que engendran las acciones violentas:

«La violencia homicida del anarquista es mala; es un salvaje espasmo inútil, mas el espíritu que la engendra es un rayo valeroso de verdad. No es la bomba lo que se teme, y con razón, sino el justiciero y lejano por qué de la bomba. En la oleada de miedo que corre por el mundo, se intenta apagar chispa por chispa el incendio fatal cuyo foco se mantiene inaccesible y secreto».

¿Hay ambigüedad en su pensamiento respecto a la violencia? Es posible si se toman frases aisladas, pero en el contexto general de su pensamiento es evidente que se esfuerza en deslindar, por una parte, la indignación ética como móvil de la acción, que en el proceso de crecimiento de toma de conciencia conduce inevitable y lamentablemente a la violencia7 (y esta situación es siempre preferible a la resignación o la aceptación pasiva de la dominación)8, de la violencia ejercida por la codicia, la ambición y el ansia de poder. En este sentido debe comprenderse la respuesta de Don Ángel, personaje anarquista en sus diálogos, cuando se le cuestiona el uso de la violencia: «abomino la violencia, porque es la interrupción del pensamiento, porque es desconfiar de él, porque es efímera, aleatoria y torpe. Pero no siempre las ideas se resignan a la palabra».

La vida es un arma

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