Читать книгу Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) - Gilberto Loaiza Cano - Страница 15
Оглавление1. El estudiante expulsado
En Medellín, hacia 1905, un niño recién matriculado en el Colegio de los Hermanos Cristianos resolvió responder al severo castigo del maestro lanzándole a la cabeza un palo erizado de clavos. Para el maestro, la falta del discípulo había sido demasiado grave y justificaba el castigo: el pequeño alumno derramó la tinta sobre el papel. Asustado, el niño corrió hasta su casa y le dijo a su madre que creía haber matado a un cura. Desde ese momento, los padres decidieron que su hijo no volviera más a ese colegio y que su educación quedara al cuidado de su tía, la mujer que creó el primer jardín infantil en Antioquia. El niño debió sentir alivio con la decisión, pues conservaba el cercano y agradable recuerdo de las horas que pasó con su abuelo, uno de los primeros directores de la Escuela Normal antioqueña y quien le enseñó a juntar las primeras letras. Ese niño se llamaba Luis Carlos Tejada Cano, había nacido en Barbosa, población próxima a Medellín, el 7 de febrero de 1898,1 y fue el primero de los once hijos que llegaron al hogar de Isabel Cano Márquez y Benjamín Tejada Córdoba.2
El niño provenía de una familia liberal radical antioqueña que prefería pasar por culta y no por rica. La ascendencia se remonta hasta el general José María Córdoba, un hombre que creía ciegamente en los ideales republicanos e igualitarios de la Revolución francesa y que al ver que el gobierno de Simón Bolívar iba por los caminos de la dictadura decidió rebelarse. A Córdoba le adjudican los cimientos ideológicos del Partido Liberal en Colombia, consignados en una carta que le envió a Bolívar en septiembre de 1829.3 Cuando nació Luis Tejada, don Benjamín, su padre, deambulaba afanosamente por tierras de Antioquia y Cundinamarca recogiendo dineros para celebrar el centenario del natalicio de su ilustre antepasado. Incluso había fundado en Concepción el periódico Patria de Córdoba,4 con el fin de refutar a quienes desde la población de Rionegro negaban al padre de Luis cualquier parentesco con el victorioso general de Ayacucho y, además, no reconocían Concepción como la cuna del prócer. La disputa entre los notables de cada pueblo fue quedando sepultada cuando la fecha del centenario de Córdoba comenzó a confundirse con la inminencia de la guerra civil de los Mil Días.
El ambiente de la cultura familiar que rodeó a Luis Carlos Tejada era refinadamente heterodoxo. En medio de la herencia liberal radical del siglo xix, que implicaba algunas inclinaciones panfletarias y anticlericales, entre los Tejada y los Cano se permitían muchas libertades y variedades de pensamiento. Hacían parte de aquellas familias que gustaban de ponerse al día con el conocimiento moderno; eran atentos a las novedades literarias y filosóficas, a los nuevos rumbos de la ciencia y la pedagogía. Les preocupaba moldear al hombre ordinario, prepararlo para las tareas prácticas del progreso material que exigía el nuevo siglo. Sus herramientas predilectas para esa misión modernizadora fueron la escuela y la prensa. Claro que los Tejada prefirieron agregar los rigores de la disciplina eclesiástica o el fervor de la caridad cristiana. El sacerdote jesuita Ricardo Tejada, tío de Luis, pasó varios años estudiando en Inglaterra antes de regresar al país para dedicarse a escribir obras didácticas y enseñar en el Colegio de San Bartolomé. Don Benjamín Tejada fundó y fue miembro de varias conferencias de la Sociedad de San Vicente de Paúl, con las que promovió en muchos pueblos de Antioquia la construcción de “casitas de los pobres”.5 Alguien escogió caminos más audaces para su tiempo; María Rojas Tejada, la tía que se encargó de la educación de Luis Carlos, adoptó los métodos del alemán Friedrich Fröbel y así dio origen a los primeros jardines infantiles en Antioquia. También preparó a una generación pionera de maestras para esos jardines y fundó centros de cultura femenina.6 Ella hizo parte de aquellos docentes que creyeron que al hombre del nuevo siglo había que librarlo, desde niño, de la prisión de los claustros sombríos y de la tiranía de la letra y la tinta. Promovieron la educación del niño al aire libre, en medio del juego y el trabajo en común, paseando por bosques y montañas.7
Cualquier miembro de aquellas familias habría leído, en los umbrales de un siglo que moría y otro que nacía, los aforismos de Nietzsche, el catecismo positivo de Comte, los fundamentos espiritistas de Allan Kardec. También a Darwin, Taine, Brandes y Spencer. Sus ojos los dejaban deslizar por el enciclopedismo ilustrado y por las más recientes obras de la literatura francesa. Francia, Inglaterra y Estados Unidos eran los lugares del mundo que correspondían a sus inquietudes intelectuales.8 El abuelo que le enseñó a Luis a juntar las primeras letras, Rodolfo Cano, además de dirigir en varias ocasiones la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, se distinguió por fundar sociedades teosóficas y su tradición librepensadora se prolongó como herencia en sus hijas María y Carmen Luisa. La una fue la luchadora socialista María Cano. La otra fue la enigmática “tía Rurra”, quien alguna vez atinó a decir de su inquieto sobrino que “Luis iba para Marte pero cayó en la Tierra por equivocación”.9
Cuando Luis Tejada fue retirado del Colegio de los Hermanos Cristianos, Colombia apenas despertaba del trauma de una guerra civil que se extendió desde 1899 hasta 1902 y aún no aceptaba la vergonzosa pérdida de Panamá. Los liberales radicales, conspicuos protagonistas de la contienda, depositaron sus esperanzas de desarrollo económico en el gobierno de Rafael Reyes. Aceptaban que la conciliación política debía ser garantía necesaria para que el país saliera de su postración. En 1904, el padre de Tejada, en calidad de jefe de la Juventud Liberal de Medellín, acompañó a quien se erigía entonces en el máximo líder del liberalismo colombiano, Rafael Uribe Uribe, en la campaña de elección al Congreso de la República. Al año siguiente fundó el periódico Antioquia Industrial, “órgano de intereses morales y empresas industriales”. El periódico, de circulación quincenal, les pedía a los maestros del país que crearan en cada pueblo sociedades de temperancia. Repetía el lema del general Uribe Uribe: “¡Más escuelas y menos tabernas!”. Para Benjamín Tejada Córdoba, el maestro era una especie de dirigente cívico, una entidad moralizadora; por eso creía necesario “propagar con la palabra y el ejemplo, el odio a los vicios y el amor a ciertas virtudes, como el ahorro, la caridad en acción, el patriotismo bien entendido, en favor del pueblo”. Tenía muy en claro el padre de Tejada que debían propagarse conocimientos útiles y prácticos, concordantes con los ideales de razón, número y ciencia que motivaron a la naciente burguesía del café. Sabía bien que el café sería el porvenir del país, que el capital de los ricos debía ir de brazo con el trabajo de los pobres y que, en adelante, la redención económica del país tenía que contar con el apoyo incuestionable “de la pluma, la palabra y la tribuna”.10
El ánimo educacionista de la familia Tejada estuvo guiado por un heraldo del pensamiento moderno en pedagogía, el maestro Pedro Pablo Betancur. Este maestro participó en la selección de los primeros docentes del Gimnasio Moderno, la institución educativa nacional que abanderó la inspiración en las tesis de la escuela activa, y condujo a María Rojas Tejada por las novedades pedagógicas de los Kindergarten. A ella le encargó, en 1910, la dirección del Liceo Pedagógico Femenino de Yarumal y a don Benjamín lo designó inspector de instrucción pública para esa provincia del norte de Antioquia. Esa es la razón por la cual encontraremos a Luis acompañando a su padre en las correrías por la región. El muchacho aprovechaba los viajes para escribir breves apuntes inspirados en el paisaje y en las recónditas poblaciones que visitaban; aquellas incipientes páginas en prosa las ilustraba con minuciosos dibujos extraídos de su visión de la naturaleza. En Yarumal conoció a Horacio Franco, otro joven que llegaría al periodismo nacional, y a Pedro Rodas Pizano, con quien años más adelante dirigió un explosivo periódico en Barranquilla. Con ellos disfrutó los generosos momentos de lectura que les brindaban las inquietantes bibliotecas de sus padres.11 Tejada parecía ser el estudiante ejemplar del colegio de varones de Yarumal, porque en un homenaje al maestro Betancur se le encomendó entonar un canto.12 Así vivió hasta que sus padres tomaron una nueva decisión sobre su destino; precisamente, el acto de homenaje de marzo de 1912 era la despedida para el maestro Betancur, a quien el Gobierno de la Unión Republicana le acababa de asignar la dirección de la Instrucción Pública en Antioquia; y era la despedida para Luis Tejada, a quien sus padres enviaban bajo la protección del mencionado maestro a estudiar en la Escuela Normal de Institutores, en Medellín, porque el máximo anhelo era agregarle a la tradición docente de la familia un maestro más.
Muchos historiadores han dicho —y parece que no se equivocan— que el siglo xix se prolongó en Colombia hasta bien entrado el siglo xx. La prueba más visible la otorga la permanencia del poderío cultural de la Iglesia, que seguía ejerciendo, como en los tiempos coloniales, la dirección de la enseñanza. Su supremacía en el control social y en los destinos de la educación había sido refrendada por la Constitución de 1886. Desde entonces la Iglesia católica representó la ideología oficial que pretendió combatir el inatajable oleaje de voces profanas. Ella prohibía periódicos, folletos, libros y librerías. Advertía sobre qué obras podían ser leídas por los jóvenes y cuáles debían ser censuradas; ella seguía cada paso de un alumno, porque no quería que en un descuido se desviara por lecturas que podían “pervertir la mente y el corazón”.13 En los poblachos, una trinidad tenía poderes admonitorios: el cura, el alcalde y el maestro. No quiere esto decir que el país fuera inconmovible ante los avances científicos y técnicos del siglo xx; que no conociera la aparición de tipos sociales modernos, como el empresario capitalista o el obrero.14 Pero, aun así, la Iglesia católica fue una especie de Argos con cien abiertos y vigilantes ojos que alertaban sobre la proximidad nefasta de unas costumbres modernas que podían derrumbar su poder. En Antioquia, quizá más que en cualquiera otra región del país, la Iglesia católica ejerció un inmenso control sobre la conducta de los hombres y quizá con mayor virulencia ocasionó conflictos con individuos que se resistieron a aceptar su omnipotencia.
Cuando el joven Tejada atravesó las puertas de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, el claustro vivía en un ambiente de tolerancia. Gracias al amparo intelectual del maestro Betancur, la biblioteca pudo nutrirse de libros que eran devorados por la curiosidad de los estudiantes más inquietos. Según lo prueban las actas de calificaciones, Tejada fue un estudiante de gran nivel durante los cinco años de preparación para el magisterio. Al final de cada curso, los alumnos presentaban exámenes orales ante un Consejo Examinador, presidido por el director de Instrucción Pública o, en su ausencia, por el director de la Escuela Normal. Desde 1912 hasta 1916, el estudiante Luis Tejada recibió clases de lógica, retórica, francés, geografía, cosmografía, historia patria. Las notas certifican un excelente promedio en estas materias, menos en contabilidad y en la práctica de gimnasia sueca, en las que apenas si obtuvo puntajes que le permitieron recibir la aprobación.15 Era un estudiante que se paseaba por los corredores y el patio de la escuela leyendo quizá a Rodó, Nietzsche, Rousseau o simplemente “recitando la lección del día [...] desentrañando el oscuro sentido de un párrafo escolástico, de alguna arcaica lógica”,16 según una de sus tantas evocaciones de la vida de estudiante. Ya escribía “versos a la luna y prosas anarquistas”17 que enviaba a sus padres y hermanos. Pero esa tranquilidad en la institución la alteró el fin del gobierno de la Unión Republicana, porque con él se retiró el espíritu tolerante de Pedro Pablo Betancur de la instrucción pública antioqueña. Antes de abandonar su puesto directivo, el maestro alcanzó a dejar esta constancia de su protegido: “En los últimos veinte años, Luis Tejada es el mejor estudiante que ha pasado por los claustros de la Escuela Normal”.18
Por estos años en que Tejada era estudiante normalista, Medellín se sacudía de la modorra patriarcal. En 1914 comenzaba a hacerse familiar para los oídos ciudadanos el sonido de la locomotora, y las calles comenzaban a conocer el pavimento para recibir otra novedad metálica, el automóvil. Otro sueño burgués se acercaba, el del rápido avión que haría más efectivo el contacto con los centros de la economía mundial. Por la capital antioqueña caminaban cada vez más obreras y obreros, como también jóvenes estudiantes y artistas recién llegados de oscuras provincias que se reunían en cafés y librerías para ponerse al día con los asuntos del momento o para urdir algunos escándalos. Muchos de ellos se entregaban a ciertos placeres prohibidos con tal de desafiar el estiramiento puritano e intranquilizar a una sociedad demasiado sobria cometiendo algunos excesos, como prolongar ruidosamente la vida nocturna, leer obras vedadas por el clero, discutir con los maestros, preparar tesis de grado con inspiraciones demasiado heterodoxas. Uno de ellos, para aquel tiempo, ya había consignado en su diario esta aspiración: “Un pensador debe tener una pequeña fortuna [...] ¡Todas las libertades!”.19 Ese joven ya conocía, a su modo, las obras de Nietzsche, Schopenhauer y Baruch de Spinoza; desde los dieciséis años escribía un libro titulado Pensamientos de un viejo y, por supuesto, sus exóticas preocupaciones intelectuales ya conocían el más obvio premio, la expulsión del colegio donde cursó el bachillerato.
Ese joven se llamaba Fernando González y a él se unieron otros doce jóvenes provincianos para organizar la primera conspiración de la nueva intelectualidad que incursionaba en el mundo de las letras. En un café que quedaba al frente de la catedral de Medellín se reunieron los trece muchachos irreverentes y crearon la revista Panida, cuyo primer número apareció el 15 de febrero de 1915. Los Panidas fueron León de Greiff, su director; Ricardo Rendón, el caricaturista por antonomasia de la naciente generación intelectual; el filósofo Fernando González; Libardo Parra, Jesús Restrepo Olarte, Eduardo Vasco, José Gaviria, Teodomiro Isaza, Rafael Jaramillo, Bernardo Martínez, Félix Mejía, José Manuel Mora y Jorge Villa. Casi todos contaban con el inmediato precedente de la expulsión de sus respectivos colegios. No se reunieron precisamente para hablar, como los más influyentes periódicos de la ciudad, del próspero negocio del café ni de las nuevas mercancías que llegaban a los almacenes. Tampoco recomendaban leer libros tan “útiles” como La cartera del negociante, manual muy apropiado para las cuentas urgentes en las agencias de café, ni divulgaban obras con el significativo título El hombre que hace fortuna (su mentalidad y sus métodos).20 No, los trece panidas estaban corroídos por posturas nihilistas y tenían entre los iluminadores de sus poses excéntricas al poeta Abel Farina, para ellos todo un “poeta maldito”, “espíritu atormentado y asaz independiente”.21 Prefirieron exaltar “el noble arte de vagar” antes que propagar la moderna fe del trabajo y del progreso. Pedían un lugar para el artista en un mundo cada vez más entregado a las ambiciones del enriquecimiento material: “Locos se nos llama porque hemos cometido el delito de ser poetas”.22 Reproducían la admiración por inspiradores de las vanguardias de comienzos de siglo, como Nietzsche y el italiano Papini. Panida presentó en sociedad a la generación de escritores y artistas que después conocimos como Los Nuevos. Desde su primer número, la curia de Medellín supo de las osadías de los Panidas, osadías que no se limitaron a la publicación de la revista; a través de su órgano oficial en Medellín, La Familia Cristiana, la jerarquía eclesiástica dispuso la inmediata prohibición de la lectura de la revista por sus efectos perniciosos.23
Mientras tanto, nuestro estudiante Tejada comenzó a sentir que en la Escuela Normal no disfrutaba de las libertades de antes. Ahora debía hacer sus lecturas a escondidas, pasearse por el patio de la Escuela hasta encontrar un rincón que lo refugiara de las miradas inquisitoriales de los bedeles. La biblioteca fue clausurada para desterrar con mayor minucia todos los volúmenes que trajo el maestro Betancur y que infiltraban “el veneno del indiferentismo y la irreligión”.24 La nueva dirección comenzó a aplicar severamente los quince deberes y veinte prohibiciones que contenía el reglamento de las escuelas normales aprobado en 1910. No se podía discutir sobre política, leer novelas, formar asociaciones de estudiantes.25 Pronto los rígidos controles exasperaron a Tejada y lo animaron a violar cotidianamente el reglamento. Organizó reuniones de estudiantes, promovió huelgas, dio conferencias, estimuló entre sus condiscípulos una asociación para discutir con la dirección de la Escuela acerca de la rigidez de los controles que ejercía sobre ellos. Uno de sus compañeros de estudio debió certificar así sobre la conducta de Tejada: “Es el muchacho más inteligente, un revolucionario, un anarquista, no hace sino discutir, leer, dar conferencias, hacer versos y sin embargo cumple con las lecciones”.26
El testimonio puede parecernos exagerado, pero sin duda el estudiante Tejada se encargó de agregarle otros ingredientes a su comportamiento inconforme. Él mismo evocó una de las tantas discusiones que debió tener con sus superiores:
A mí no me aplastan los enemigos que tenga o pueda tener. El señor subdirector me dijo una vez a raíz de una discusión filosófico-religiosa:
—Yo no le firmo a usted el diploma.
—Procuraré no dárselo a usted para que me lo firme —le dije—. A mí no me cortan carrera por cualquier piedra que me pongan en el camino. Ya conoce mis flechas.
Otra vez me dijo:
—Tendré que cortarle las alitas, señor Tejada.
Y le respondí:
—No deja de ser peligroso, señor, mis alas suelen ser alas de cóndor.
Creo sea la frase más feliz que yo haya podido labrar en mi vida.27
A mediados de 1916, Luis Tejada exhibía las más altas notas en la mayoría de las materias. El 15 de julio de ese año alcanzó a ser nominado en uno de los grupos para presentar exámenes de grado en instrucción cívica, historia patria, retórica, álgebra y pedagogía. Pero, el mismo día en que se dictó la resolución sobre distribución de materias y de alumnos, el Consejo Directivo de la Escuela Normal determinó expulsar a Luis Tejada y tres estudiantes más. Así decía la resolución:
El Consejo Directivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, para dar cumplimiento a la Resolución 31 de 1915 y vistos los cuadros de calificación presentados por los superiores de la Escuela,
Resuelve:
Declárase a los alumnos: Arturo Eusse, Roberto Escobar, Luis C. Tejada y Francisco Zapata retirados de la Escuela por no haber llenado la condición requerida en la Resolución dada para presentarse a exámenes de grado.28
Según la resolución citada por el Consejo Directivo, los estudiantes que no alcanzaran entre cuatro y cinco en la calificación de conducta no podían presentar exámenes de grado, y ese fue el caso de Tejada y sus compañeros.29 Todavía hoy, un fallido intento de biografía de Luis Tejada reproduce la leyenda acerca de una desconocida tesis titulada Métodos modernos.30 Consultados el archivo y el reglamento de la Escuela Normal, tal tesis escrita por Tejada no debió existir. En aquella época se exigía la sustentación oral en un grupo de materias previamente asignadas. Hay que admitir que, en vez de la supuesta tesis de grado, influyó en la expulsión de los cuatro estudiantes la declaración de los celadores de la Escuela, según dice al final de la citada resolución de expulsión: “En el curso del debate relativo a la anterior resolución, fueron llamados los celadores y el señor director de la Escuela Anexa, con el fin de dar su opinión al respecto, la cual fue la misma consignada en la resolución”.31
La expulsión de Tejada y sus amigos ocupó a la prensa de Medellín, sobre todo a la revista Colombia, desde donde Pedro Pablo Betancur asumió la defensa de los estudiantes, especialmente de su protegido, e indagó acerca de las causas de la expulsión. En su averiguación, el maestro logró saber que los estudiantes fueron retirados “porque han leído libros prohibidos y por ello están pervertidos en ideas”.32 Con la expulsión de la Escuela Normal terminó un capítulo de la vida de Luis Tejada. No le importó que no recibiera diploma: “Lo que sé, lo sé sin diploma o con él”.33 Quizá frustró las expectativas de su familia, a la que le dirigió cartas consoladoras; pero al mismo tiempo pudo descubrir su verdadera misión. Pronto tuvo claro que no deseaba reproducir valores y conceptos que no compartía; al contrario, parecía disfrutar cuestionándolos. Por eso decía en la carta a sus padres estas palabras desafiantes: “A mí me gusta más atacar y destruir que medrar a la sombra de un edificio manco y carcomido. Veremos. Triunfan los demoledores o triunfan los murciélagos y las cucarachas [...]. Esperemos. Yo me abrazo a mi porvenir y a mi esperanza”.34 Ese porvenir es la materia de los próximos capítulos.
1 En la parroquia San Antonio de Padua, de Barbosa, se encuentra el registro de bautismo, que a la letra dice: “En la iglesia parroquial de Barbosa, a diez y seis de febrero de mil ochocientos noventa y ocho, yo, el cura interino que suscribo, bauticé solemnemente a un niño de nueve días de nacido, a quien nombré Luis Carlos, hijo legítimo de Benjamín Tejada e Isabel Cano, vecinos de esta parroquia”.
2 Recién ocurrida la muerte de Tejada, aparecieron varias semblanzas biográficas. Acogemos una publicada por El Espectador el 19 de octubre de 1924 y adjudicable a la dirección de ese periódico. Los demás hermanos de Tejada fueron, en su orden, María, Benjamín, Isabel, Ligia, Sofía, Ricardo, Margarita, Óscar, Arturo y Clara Luz.
3 Preferimos la grafía Córdoba y no Córdova. Acerca de la relación del general Córdoba con los orígenes del Partido Liberal colombiano, véanse la introducción de Gerardo Molina a su libro Las ideas liberales en Colombia y la biografía escrita por Pilar Moreno de Ángel, José María Córdova, Kelly, Bogotá, 1977, p. 526.
4 El periódico Patria de Córdoba lo fundó el señor Benjamín Tejada junto con su primo José J. Rojas Tejada, y existió entre 1898 y 1899.
5 En un discurso en la ciudad de Pereira, Benjamín Tejada nos cuenta que fundó las sociedades vicentinas de Barbosa y Girardota; perteneció a las de Rionegro, Yarumal, Medellín y Pereira; en Bien Social, Pereira, julio 26 de 1917.
6 En su Historia de Pereira, Jaime Jaramillo Uribe dice: “María Rojas Tejada introdujo los jardines infantiles a la manera de Fröbel y los principios de la escuela nueva [...]. En 1916 fundó, con Concha Gutiérrez, María Tejada Cano, Lola Gaviria y Edith Drews, la primera revista femenina de la ciudad. Se llamó Femeninas”. Club Rotario, Pereira, 1963, pp. 396-401.
7 Aline Helg, en su obra La educación en Colombia, nos permite comprender que, durante los primeros decenios del siglo xx, los esfuerzos pedagógicos modernizadores de algunas familias liberales iban en contravía de la restauración de los patrones culturales provenientes de la Iglesia católica. Ver Civiliser le peuple et former les élites. L’education en Colombie, L’Harmattan, París, 1984.
8 María Rojas Tejada viajó en varias ocasiones a Estados Unidos para especializarse en educación infantil e incentivó a sus amigas del centro femenino de Pereira para que hicieran lo mismo. Según Gustavo Angulo Mira, en su Monografía de Yarumal (1987), los Tejada solían hacer pedidos de libros a Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
9 Un libro como El pensamiento colombiano en el siglo xix, de Jaime Jaramillo Uribe, resulta muy útil para aproximarse al tipo de preocupaciones intelectuales de una familia liberal antioqueña de fines del siglo pasado. Algo semejante puede decirse del libro de Ignacio Torres Giraldo titulado María Cano: apostolado revolucionario. Muchos ensayos de Baldomero Sanín Cano y la Historia de una alma, de José María Samper, son textos imprescindibles para reconstruir el ambiente intelectual que precedió a Luis Tejada. Las palabras de la tía Rurra son según el testimonio de Óscar Tejada Cano, oc, iii, anexos.
10 Para Benjamín Tejada Córdoba, la conciliación política era una de las necesidades más inmediatas después de la guerra de los Mil Días, y el único combate que le interesaba era aquel contra “el ruinoso vicio del alcohol”, que impedía mayor eficacia en el trabajo. Véase “Las grandes necesidades”, Antioquia Industrial, Medellín, marzo 31 de 1906.
11 “Allá, en la provincia lejana, aprendimos a leer en crítico, como quería Emilio Faguet, y devoramos varias bibliotecas de nuestros padres”. Horacio Franco, “Luis Tejada o la sencillez apostólica”, El Espectador, Bogotá, mayo 1 de 1955.
12 Fraternidad Docente, Yarumal, marzo 25 de 1912.
13 El clero católico tenía a todas las novelas por lecturas peligrosas que causaban daño a la fe y a las buenas costumbres. Véanse las descripciones sobre los medios para combatir la “prensa mala”, resolución de 1913 contenida en Conferencias episcopales de Colombia, desde 1908 hasta 1930, Imprenta del Colegio de Jesús, Bogotá, 1931, pp. 116-119.
14 “Desde 1910, se asiste al nacimiento de un proletariado obrero”. Daniel Pécaut, Orden y violencia: Colombia 1930-1954, vol. 1. Siglo XXI-Cerec, Bogotá, 1987, p. 90.
15 Archivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, Actas de Calificaciones, Medellín, 1914-1916.
16 Los estudiantes, junio 5 de 1918, oc, i, p. 183.
17 Según carta a sus padres del 29 de mayo de 1916, conservada por Óscar Tejada Cano.
18 Lino Gil Jaramillo, Tripulantes de un barco de papel, Beta, Medellín, 1975, pp. 107-108.
19 Javier Henao Hidrón, Fernando González, filósofo de la autenticidad, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1988, p. 43.
20 Panida nació en medio de publicaciones periódicas que promovían con entusiasmo el avance material del país. En Medellín existían, por ejemplo, Progreso, El Correo Liberal, difusor de las enseñanzas de la Escuela Nacional de Minas, y El Ferrocarril de Antioquia.
21 “Pero lo que lo hace más interesante, al menos para nosotros, es el gesto y la manera de obrar ‘raro’ que tanto nos fascina”. Panida, Medellín, n.o 3, marzo 15 de 1915, p. 48.
22 Panida, Medellín, n.o 8, mayo 23 de 1915, p. 128.
23 Miguel Escobar Calle, “Las revistas culturales”, colaboración para la Historia de Antioquia, Suramericana de Seguros, 1988, p. 514.
24 Julio César García, Historia de la instrucción pública en Antioquia, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1962, p. 95.
25 En la revista Instrucción Pública Antioqueña, Medellín, febrero de 1910.
26 Carta a sus padres del 29 de mayo de 1916.
27 Ibidem.
28 Archivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, Acta n.o 31, de julio 17 de 1916.
29 “[...] si se tratare de exámenes de grado, no será admitido a ellos el alumno que no tenga cuatro o cinco como promedio de calificación anual de conducta”. Resolución 31 de noviembre 1 de 1915, Diario Oficial.
30 Víctor Bustamante, en su libro Luis Tejada. Una crónica para el cronista (1994), sigue reproduciendo el equívoco que anteriormente sostuvieron Lino Gil Jaramillo en Tripulantes de un barco de papel y Juan Gustavo Cobo Borda en el prólogo a Gotas de tinta, texto publicado por Colcultura en 1977. Todos estos ensayos coinciden en no haber consultado el archivo del plantel donde Tejada vivió el proceso de expulsión.
31 Archivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia, Acta n.o 31, de julio 17 de 1916.
32 Pedro Pablo Betancur, “Autoritarismo práctico”, revista Colombia, Medellín, n.o 15, agosto 30 de 1916, pp. 139-140.
33 En la citada carta de mayo de 1916.
34 Ibidem.