Читать книгу Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) - Gilberto Loaiza Cano - Страница 7
ОглавлениеPrólogo a la segunda edición
Esta segunda edición de mi biografía sobre Luis Tejada aparece luego de veinticinco años de la primera, publicada en ese entonces por dos instituciones ya extintas, Colcultura y Tercer Mundo. En este lapso pueden haber sucedido pocas o muchas cosas, en Colombia, en torno a la investigación histórica, a la escritura biográfica y, en particular, en torno al estudio de la vida y la obra del cronista antioqueño. El remozamiento de la investigación histórica en Colombia parece hecho incuestionable; sin haber logrado aún el nivel de profesionalización deseado, la formación de historiadores e historiadoras se ha multiplicado en las universidades colombianas y eso ha permitido una eclosión muy difusa de temas y métodos. La escritura biográfica y, sobre todo, la escritura de la biografía histórica no parecen haber gozado de esa misma expansión. Escribir biografías basadas en una documentación rigurosa y en el estudio de los determinantes y las relaciones de cada época sigue siendo un hecho exótico y un desafío al hostil diagrama de la investigación en nuestras universidades: aunque, admitamos, algunas bellas anomalías interrumpen el pobre paisaje.1 Han aparecido, es cierto, en el panorama colombiano, muy buenas biografías; pienso, por ejemplo, en el libro de Gerald Martin sobre García Márquez, en las biografías un tanto traviesas de Fernando Vallejo y en las del experimentado Walter Joe Broderick. Sin embargo, la biografía no es un ejercicio científico consolidado precisamente porque se trata de un esfuerzo que sobrepasa las muy limitadas condiciones para la investigación que ofrecen las universidades colombianas. Quizá la otra parte de la respuesta a esta carencia se halle en el creciente interés por las mezclas de historia y ficción que permiten licencias narrativas y argumentativas imposibles en la investigación y la escritura biográficas.
¿Y qué se ha escrito sobre Luis Tejada en los últimos veinticinco años? Muy poco, demasiado poco. Conozco algunos estudios monográficos en los que el personaje ocupa algún lugar central o hace parte de una visión de conjunto sobre su generación intelectual. En el 2005, John Galán Casanova hizo un ejercicio superficial, muy divulgativo, para dar a conocer al escritor de Gotas de tinta.2 Más detallado y sólido es el ensayo de Herly Torres y Rodrigo Malaver “El intertexto de lo urbano en Luis Tejada”, publicado en el 2003.3
Mientras el estudio de su obra y su vida ha suscitado poco interés, menos precario es el paisaje de compilaciones o reediciones de sus escritos. En 1997 hubo una reedición de su Libro de crónicas, de 1924,4 y en el 2006, el 2007 y el 2008 hubo sucesivas compilaciones, cada una provista de su particular criterio de selección. Evoco el libro de bolsillo que prepararon en Medellín con el fin de promover la lectura en el Metro de Medellín titulado Crónicas para leer en el tranvía;5 la preparación del breve libro estuvo orlada por la realización de un documental de gran calidad, producido por Teleantioquia, con el nombre La búsqueda del paraíso (2007). La compilación Nueva antología de Luis Tejada (2008) estuvo a mi cargo e intenté recuperar una visión de conjunto de la trayectoria del escritor; ese libro fue recientemente reimpreso. De modo que la obra de Tejada, en los años iniciales del siglo xxi, gozó de una relativa difusión y revaluación.
Agreguemos que su nombre quedó inscrito en uno de los tomos del Pensamiento colombiano del siglo xx (2013);6 allí intenté enfatizar el carácter de un escritor que testimonia la transición en que su generación intelectual estuvo atrapada, transición entendida como modernización por las novedades tecnológicas que se acumularon como señales de un evidente y a la vez pernicioso progreso material, y entendida como modernidad por las mutaciones en la sensibilidad, en los comportamientos privados y públicos, en las concepciones del mundo. Tejada fue relator muy generoso de esos cambios y por eso legó un testimonio de la densidad de aquella trasformación. Precisamente, esos tiempos de trasformación, conocidos como la década de 1920, han tenido su atractivo en las ciencias humanas colombianas. Ya es lejano el desordenado pero atractivo libro de Carlos Uribe Celis Los años veinte en Colombia. Ideología y cultura (1985).7 Muy cerca de la primera edición de mi biografía, apareció el libro de María Tila Uribe Los años escondidos (1994),8 en el que de un modo muy impresionista rescata la génesis de los socialismos y el comunismo en el espacio público de opinión de esa época. A esa preocupación se une el libro de Diego Jaramillo Las huellas del socialismo: los discursos socialistas en Colombia, 1919-1929.9 Asimismo, la monografía del inquieto Isidro Vanegas, que data de 1999,10 se une a otras más recientes, especialmente de la maestría en Historia de la Universidad Nacional (sede Bogotá), que examinan el dinamismo de aquella década de transición. Y, por último, hago referencia al libro de Ricardo Arias Trujillo dedicado al grupo conservador mejor conocido como los Leopardos, quizá el libro que ha hecho la mejor tentativa de reconstitución del paisaje intelectual de ese tiempo.11 Más sugestivo por la perspectiva que presenta, a pesar de la concentración excesiva en el ámbito bogotano, es Tejidos oníricos (2009)12, de Santiago Castro-Gómez.
No me he comprometido con un estado de la cuestión exhaustivo; he querido sugerir, apenas, un panorama de relativa innovación sobre el examen de unos problemas y de una época sobre los que, de un modo u otro, mi estudio biográfico ha hecho algún aporte o en que la figura de Tejada o los intelectuales de su entorno han sido evocados como agentes muy activos de un proceso de transición muy complejo. Aun así, estimo que esa década sigue siendo tratada con superficialidad y sigue atrapada en lugares comunes; y espero que yo no haya contribuido a cimentar ciertas reiteraciones en la definición de esa época.
El cinismo creador
Una de las trasformaciones menos estudiadas tiene que ver con el lenguaje público, algo en que Tejada tuvo intervención importante. Los primeros decenios del siglo xx conocieron, en Colombia, la multiplicación de los agentes sociales y, especialmente, la organización partidista de la cultura popular preparó un ambiente plural de ejercicio de la opinión y de lucha por la conquista de la multitud en las calles; el proselitismo, la publicidad mutaron decisivamente en esos años con la ayuda de varias innovaciones tecnológicas que volvieron vertiginosa la comunicación política. La prosa utilitaria del largo siglo xix, excesivamente concentrada en lo político y en el control de lo privado y de lo público, comenzó a agrietarse con la irrupción, acaso tímida, de las vanguardias estéticas; con la llegada, también tímida, de los nihilismos e irracionalismos que adobaron el imaginario de una juventud intelectual que intentaba zafarse de los paradigmas de la templanza y las buenas maneras. Las incipientes urbes de esos decenios acogieron esa sociabilidad disidente que, en algunos lugares, sacudió la modorra pacata. Pero no nos entusiasmemos, no fue mucho, nada comparable con el ruido, así hubiese sido efímero, de las vanguardias artísticas de otros lugares del continente americano.
En esos decenios iniciales del siglo llegaron la fantasía, las escrituras ociosas, los escándalos de la bohemia. La prosa pretendidamente racional y ordenadora del siglo xix dio lugar a géneros de escritura cuyo único objetivo era modificar el lenguaje mismo, no pretendían cumplir funciones preceptivas. No eran manuales de urbanidad, ni tratados de derecho administrativo, ni memorias médicas, ni ensayos de proselitismo religioso y político (aunque solía confundirse lo uno con lo otro); tampoco eran novelas moralizadoras o difusoras de un proyecto partidista de nación. Nada de eso; más bien, ensoñaciones poéticas, versos asimétricos, fantasías, pensamiento ocioso, reivindicación de la pereza, paradojas. Otra vez advirtamos: no fue mucho de eso, apenas algo que es, de todos modos, significativo; y allí está inscrito el pequeño filósofo, autodenominación feliz del propio Tejada.
La brevedad lo devoró. Luis Tejada vivió apenas algo más de veintiséis años; nació el 7 de febrero de 1898 en el municipio de Barbosa (Antioquia) y murió en Girardot (Cundinamarca) el 17 de septiembre de 1924. Publicó sus escritos desde el 4 de abril de 1917 hasta poco antes de morir y solo escribió crónicas, artículos, editoriales, algunas entrevistas y uno que otro poema para los periódicos y revistas de la época. Es decir, murió muy joven, escribió poco, en un medio efímero y en géneros de escritura más bien ligeros. Sin embargo, en la breve existencia y en el pequeño espacio de una crónica, el escritor consiguió mostrar un método de observación de la sociedad y elaboró una forma de escritura que lograron, hasta hoy, distinguirlo. Esas fueron sus principales contribuciones al lenguaje público cínico en esos años de cambio.
El método fue el del vagabundeo filosófico, semejante al del flâneur de los Pequeños poemas en prosa, de Charles Baudelaire; eso le ayudó a elegir la perspectiva adecuada para narrar las sutilezas y pequeñeces de la vida urbana. Ya no era el método analítico que sirvió de base a las pretendidas ciencias del hombre en el largo siglo xix; no, prefirió detenerse en lo que aparentemente estaba desprovisto de trascendencia y que, sin embargo, era indicio precioso de mutaciones en los comportamientos colectivos. A ese método le agregó una forma de escritura: la paradoja. En la obra de Luis Tejada hay una relación estrecha entre comportamiento cínico, crítica sistemática de la vida pública y escritura sustentada en el recurso de la paradoja. La paradoja hizo parte del arsenal retórico de los humanistas del Renacimiento y desde entonces tiene un peso argumentativo incuestionable, porque contribuyó a la reflexión jocoseria de un Erasmo, por ejemplo; porque ha sido prueba de virtuosismo verbal de quienes la utilizaron, y porque ha contribuido a decir lo contrario de lo que la opinión general espera (paradoja viene de para: al lado o afuera; doxa: opinión). Es quizá en este significado primigenio que la argumentación paradójica de Tejada cobró sentido en su tiempo. El pequeño filósofo se preocupó con frecuencia por afirmar aquello que desafiaba las nociones predominantes; es decir, se preocupó por darles fundamento a juicios que resultaban inesperados, a primera vista arbitrarios y extravagantes, que contrariaban la opinión prevaleciente. De modo que sus reflexiones paradojales fueron una especie de manifestación estética, o por lo menos literaria, que expresó una emancipación de una forma de escribir basada en la utilidad, en el cumplimiento de funciones ancilares en nombre de la razón, de la ciencia, de la política o de la religión. Eso hace de Tejada un nuevo tipo de intelectual, subversivo, disidente, anunciador del mundo móvil y fragoroso de los variados -ismos de la política y del arte.
El militante
En su corta existencia, el pequeño filósofo se adhirió al entusiasmo del comunismo en apariencia triunfante. Adhesión que tuvo costo escriturario, porque el escritor de paradojas se volvió un sistemático comentarista de lo que, por esos años, comenzaba a conocerse como la cuestión social. En el final de su existencia, Tejada se consagró a una rigurosa exposición, acudiendo a ejemplos de otros países en Latinoamérica, de lo que debería ser una legislación laboral en Colombia. Tejada percibía el ascenso de un conflicto social que exigía la intermediación política de un “partido de clase”; él mismo estaba erigiéndose en la voz intelectual que enunciaba las más indispensables conquistas de la nueva clase social. Dos tareas parecieron las más apremiantes en sus reflexiones y en la actuación política apasionada que caracterizó sus últimos días: por un lado, promover la necesidad de erigir una legislación que morigerara la situación de la nueva clase en las relaciones de trabajo; por otro, la enunciación del deseo de crear una organización política de nuevo tipo que sirviera de intermediaria, de representante de los intereses de una clase en ascenso. Estas preocupaciones lo obligaron a ir más allá de la juguetona exaltación del ocio; esta vez se trataba de argumentar de manera sobria y precisa acerca de la creación de una Oficina General del Trabajo, de una Inspección Médica del Trabajo, de instaurar una jornada laboral de ocho horas, de conquistar el derecho a la sindicalización, de impedir la sobreexplotación de la mano de obra femenina. Tejada era consciente de la asunción de un conflicto social debido al ascenso del capitalismo, a la instalación del sistema de fábrica; por tanto, era indispensable crear organismos de protección o, al menos, de vigilancia de las condiciones de trabajo. A esa preocupación le añadió el interés por las conquistas del movimiento obrero en otros países; se detuvo, especialmente, en el triunfo electoral de los obreros ingleses y en las conquistas laborales del movimiento obrero en Uruguay.
En estos tiempos nuestros tan conservadores, en que hay cierta fascinación por arrastrarse en el fango, por moverse en la turbiedad, el joven cronista constituye una figura poco recomendable para la memoria colectiva. ¿Qué tal? Un jovencito encantado con una utopía socialista, convencido de reivindicaciones igualitarias, pionero del nefando comunismo. Otros mitos tratan de imponerse en estos días, otras epopeyas nada edificantes. Eso puede explicar, quizá, el poco interés por el personaje, por su época, por otros intelectuales de su generación. Y eso puede darle alguna trascendencia, trascurrido un cuarto de siglo de la primera, a esta segunda edición.
La biografía
Un estudio biográfico no pretende montar nuevos ídolos, ni redimir personalidades, ni mucho menos enterrar trayectorias humanas. Un estudio biográfico es una forma de buscar densidad narrativa y explicativa; es la búsqueda de una perspectiva con el fin de entender a los individuos de una época o, mejor, es una manera de entender una época siguiendo las huellas de ciertos individuos. Tampoco es el seguimiento detectivesco de una vida; es más bien la reconstitución de la trama, de la red de relaciones en que ese individuo estuvo inserto. Ahora bien, lo que ese individuo haya dicho o escrito o actuado es dato significativo en esa tarea reconstructiva, permite entender la conversación de la época, lo que podía o no podía decirse y hacerse. La singularidad de cada quien estriba en lo que pudo decir en la conversación: si lo que dijo era apenas la entrada en una conversación que ya se había iniciado o si fue él quien propuso un nuevo asunto y lo dijo de un modo tan inusitado que, no hay que dudarlo, dio origen a una nueva conversación. Tejada tuvo algo de lo uno y de lo otro; es decir, fue prolongador de una tradición, comenzó hablando a la manera de sus padres y maestros, pero luego propuso nuevos temas y formas de escribir. Eso lo singularizó y eso lo ha hecho atractivo para la historia de la vida intelectual colombiana.
Esa singularidad padeció su propia paradoja. Tejada no podía hablar en público; hoy habría sido diagnosticado con un trastorno de ansiedad social; la multitud lo intimidaba y, cuando debía intervenir ante un público expectante, lo aplastaba el miedo, la vergüenza, y entonces sobrevenía un silencio prolongado e incómodo. En cambio, deleitaba a sus amigos de tertulia con sus reflexiones juguetonas o, más evidente, plasmaba su agudeza crítica en la escritura cotidiana. Esos rasgos, en apariencia anodinos, simples anécdotas que salpican al personaje, pueden ayudarnos a comprender los dilemas de una generación intelectual, cuyas acciones tuvieron el sello de la intrusión o de la subordinación. Tejada era inteligente, brillante, pero estaba incapacitado para exponer sus ideas en auditorios amplios. Esta inhibición la compensó con excesos que contribuyeron a acelerar su muerte temprana. Otros miembros de su generación acudieron drásticamente a la autoaniquilación y otros más abandonaron sus irreverencias juveniles al iniciar la década de los treinta.
La biografía intenta modular ese microcosmos de la singularidad del individuo elegido con el macrocosmos del proceso histórico en que ese individuo vivió. Sin ese individuo, ese proceso no podría señalar las mismas tendencias, y es en ese proceso que el individuo intenta establecer algún contraste. Tejada contuvo, en su existencia, las vacilaciones de una época de transición; sus vacilaciones, sus desplantes bohemios, sus desafíos retóricos hacen parte de la discusión que dotó de cierta personalidad histórica un momento de la vida pública colombiana en que los valores y las concepciones del mundo que, hasta entonces, habían prevalecido comenzaban a desvanecerse o, al menos, eran relativizadas por un alud de novedades de todo tipo. La vida y la obra de Tejada ha sido la perspectiva narrativa adoptada, partiendo del supuesto de que estamos ante un singular que condensó, por lo menos, las concepciones del mundo, las ilusiones de una generación intelectual que fue portadora de algunos síntomas de la trasformación en todo eso que, de modo informe, llamamos cultura. Cambios en las formas y prácticas artísticas, en la vida cotidiana, en la política partidista, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones con las innovaciones tecnológicas. No olvidemos que Tejada —y otros escritores, por supuesto— narró la irrupción de novedades como el automóvil y el avión, el alumbrado eléctrico en las calles, los relojes públicos. Su vida y su obra, en consecuencia, son testimonio invaluable de las experiencias de cambio que la sociedad colombiana vivió especialmente en la década de 1920.
La biografía de un intelectual fue, en este caso, la reconstrucción del nudo de relaciones al que perteneció el escritor, del diálogo entre el mundo y su escritura. De la relación que podía haber entre el breve texto periodístico y la totalidad de la cultura, de los cambios que vivía la sociedad de su tiempo. La obra de Tejada nos remitía a esos cambios y estos, a su vez, nos permitían entender la personalidad de su escritura. Inserto en un proceso colectivo, su vida y su obra fueron inseparables de fenómenos de expresión generacional, como el antipasatismo de los Arquilókidas, un hallazgo documental que habla de un momento de crítica acerba a la tradición letrada; otro hallazgo documental, importante para el momento de la primera edición, fue el programa comunista de 1924 en que Tejada y el grupo de jóvenes comunistas de la época tuvieron responsabilidad en la redacción y difusión.
Creo que en este estudio se ha logrado demostrar la importancia de la herencia cultural y política del liberalismo radical. En efecto, el autor de las famosas “Gotas de tinta” o de las “Cotidianas” o de las “Glosas insignificantes” perteneció a un círculo de familias de Antioquia con notorios antecedentes liberales radicales. Ser liberal en Antioquia, bastión del catolicismo intransigente en buena parte de la segunda mitad del xix, implicó un enfrentamiento cotidiano con el poder local del cura que, por ejemplo, se rehusaba frecuentemente a administrar los sacramentos a las familias liberales. Muchas de esas familias difundieron la práctica del matrimonio civil, la educación laica, actitudes religiosas disidentes como el librepensamiento o el espiritismo. En Medellín, desde fines del mencionado decenio, ya había círculos de espiritismo formados por grupos de artesanos. La familia de Tejada estuvo muy cerca de esas disidencias religiosas, de la promoción de las pedagogías modernas; con ese ánimo varios parientes del escritor recorrieron Antioquia y el Viejo Caldas. Por tanto, el origen familiar y el legado del liberalismo radical nos parecieron imprescindibles en la caracterización de este intelectual y en la explicación de su evolución hacia un incipiente comunismo.
La nueva edición
Este ejercicio biográfico partió de la premisa de la compilación de su obra periodística, desde el primero hasta el último escrito que pudo ser recuperado de las incompletas colecciones de prensa. Hubo otros apoyos documentales más puntuales, como la consulta del archivo de la Escuela Normal de Institutores de Antioquia y algunos testimonios de parientes y amigos del escritor. No pudimos contar con un apoyo documental valioso proveniente de algún archivo privado; aun así, dispusimos de 672 crónicas que constituyeron la premisa documental que sirvió de sustento para este ejercicio de reconstrucción biográfica. Ese conjunto de crónicas fue sometido a los trabajos preliminares propios de una fijación de textos: la definición de la autoría, la determinación de la fecha original de publicación de cada crónica. Valga precisar que Luis Tejada utilizó seudónimos —por ejemplo, Valentín— o firmó con sus iniciales, lo cual propició confusiones porque algo semejante hizo un dirigente liberal que escribió en la prensa por la misma época de nuestro autor: Lázaro Tobón. Por eso hubo un necesario examen de los rasgos estilísticos que dotaron de una identidad incuestionable a Tejada. Por fortuna, estábamos ante un escritor que, en su tiempo, fue un personaje rico en anécdotas que, mientras existió, fue comentado con interés. La generación de Tejada fue, además, prolija en autorrepresentaciones.
La compilación de su obra fue una labor que emprendí en compañía de María Cristina Orozco, quien luego hizo un trabajo semejante con la obra de José Mar (seudónimo de José Vicente Combariza). Compilar escritos de un autor es considerado, hoy día, como un ejercicio intelectual irrelevante; el compilador no es autor de nada, es cierto, solamente hace las pesquisas para hallar textos, los coteja, confirma autoría, define fechas originales de creación, fija una cronología general de la obra, precisa elementos distintivos de un estilo, de una personalidad creadora, separa géneros de escritura. En fin, cumple una labor que esboza la crítica literaria, el análisis de forma y contenido, la comprensión general de la obra según reiteraciones estilísticas y temáticas. “Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en las ciencias humanas”, tal como afirma Mijaíl Bajtín en su Estética de la creación verbal.13 Estas tareas preliminares no suelen hacerlas los autores mismos, sobre todo si han muerto, y les corresponden a veces a albaceas voluntariosos, pero lo más posible e ideal es que las hagan los críticos, los historiadores, los filólogos, todos aquellos que necesiten dotar de fundamento documental sus juicios sobre obras, ideas, artistas, intelectuales. Decir algo acerca de una obra y su creador debería partir, como lo pide hoy una genuina historia intelectual, de situar al autor y su obra en las coordenadas discursivas de la época. Michel de Certeau habla del lugar social de producción;14 Michel Foucault se refiere a las condiciones de posibilidad de los enunciados;15 otros hablan del contexto discursivo. Todos, de alguna forma, establecen vínculos entre el escritor y su obra, entre un texto y otro texto de una misma obra, entre varias obras del mismo autor, entre ese autor y otros autores, entre esa obra y otras obras, entre una obra y el universo intelectual al que perteneció. Todas esas relaciones interpretativas son posibles y eficaces, si, claro, se cuenta con esa premisa obvia y a menudo despreciada de contar con una obra bien establecida.
La visión retrospectiva, hoy forzosa, permite decir que este ejercicio biográfico fue relativamente cómodo para quien entonces era estudiante de una maestría en Historia en la Universidad Nacional de Colombia. Luis Tejada vivió poco y nunca salió del país, no colaboró con publicaciones extranjeras; esa vida trunca y su corta producción en los periódicos de la época fueron aliciente para emprender la tarea; aun así, la compilación de sus crónicas no fue sencilla. Las colecciones de prensa estaban dispersas, mal conservadas o despedazadas; por eso, su escritura en Barranquilla, entre 1918 y 1919, nos aparece todavía incompleta; por eso, también, tenemos pocos testimonios de su colaboración en la prensa de Manizales. A eso se añadieron las omisiones familiares en la conservación de alguna huella testimonial.
En esta edición he decidido respetar la fórmula de citación de la primera edición. Es decir, he apelado al orden de la compilación ya mencionada que sirvió de fundamento a este estudio biográfico, por lo que, al citar la Obra completa de Luis Tejada, acudí a la siguiente convención: título del texto y fecha original, las iniciales oc, enseguida la indicación del tomo y el número de página. Ejemplo: El periodista, marzo 14 de 1922, oc, ii, p. 389.
Cali, 2020
1 Pienso, por ejemplo, en tres profesores universitarios que han dejado huella de biógrafos: Alberto Mayor Mora, Técnica y utopía (biografía intelectual y política de Alejandro López, 1876-1940), Eafit, Medellín, 2001; César Ayala Diago, su trilogía dedicada a Gilberto Alzate Avendaño, publicada por la fundación del mismo nombre: El porvenir del pasado, tomo i, 2007; Inventando al Mariscal, tomo ii, 2009; Democracia, bendita seas, tomo iii, 2013; y Andrés López Bermúdez, Jorge Zalamea, enlace de dos mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969), Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2014.
2 John Galán Casanova, Luis Tejada, vida breve, crítica crónica, Panamericana, Bogotá, 2005.
3 Herly Torres y Rodrigo Malaver, “El intertexto de lo urbano en Luis Tejada”, revista Folios, Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, n.o 18, segundo semestre del 2003, pp. 69-88.
4 La trascendencia política de lo efímero, Desde Abajo, Bogotá, 2006.
5 Crónicas para leer en el tranvía, Comfama-Metro de Medellín, Medellín, 2008.
6 Gilberto Loaiza Cano, “Luis Tejada (1898-1924)”, Pensamiento colombiano del siglo xx, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2013, pp. 437-461.
7 Carlos Uribe Celis, Los años veinte en Colombia. Ideología y cultura, Aurora, Bogotá, 1985.
8 María Tila Uribe, Los años escondidos. Sueños y rebeldías en la década del veinte, Cestra-Cerec, Bogotá, 1994.
9 Diego Jaramillo, Las huellas del socialismo: los discursos socialistas en Colombia, 1919-1929, Universidad Autónoma de México-Universidad del Cauca, México D. F.-Popayán, 1997.
10 Isidro Vanegas Useche, El socialismo mestizo. Acerca del socialismo temprano en Colombia, 1919-1924, Departamento de Sociología, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1999.
11 Ricardo Arias Trujillo, Los Leopardos: una historia intelectual de los años 20, Universidad de los Andes, Bogotá, 2013.
12 Santiago Castro-Gómez, Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930), Instituto Pensar-Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2009.
13 Mijaíl Bajtín, Estética de la creación verbal, Siglo XXI, México, 1985, p. 298.
14 Michel de Certeau, L’écriture de l’histoire, Gallimard, París, 1978.
15 Michel Foucault, L’archéologie du savoir, Gallimard, París, 1969.