Читать книгу Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924) - Gilberto Loaiza Cano - Страница 6

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Prólogo a la primera edición

Cuando Gilbert Keith Chesterton escribió la biografía de William Cobbet, el primer capítulo debió titularlo “El renacimiento de Cobbet”, aunque quiso llamarlo “El olvido de Cobbet”, para advertir más claramente que se había ocupado de un escritor injustamente olvidado y, en el mejor de los casos, mal conocido. Chesterton seguía advirtiendo que a Cobbet se lo admiraba por aquello que, precisamente, era menos sustancial en su obra. A Cobbet, decía su biógrafo, “se lo ha estimado únicamente por su estilo, por su manera de escribir, y no por sus temas, por su materia”.1 En consecuencia, la biografía buscaba restituir, hacer renacer aquellos aspectos de alguien que, según Edward P. Thompson, fue el creador de la cultura intelectual radical en Inglaterra.2 Iguales intenciones iluminaron las populares biografías de Stefan Zweig, quien siempre creyó haber elegido “hombres aparte”. Robert Skidelsky presentó su extensa biografía de John Maynard Keynes diciendo que intentaba superar aquellos estudios que no habían atrapado la vida del pensador inglés “en toda su variedad y riqueza”.3 Cada biografía, pues, responde a una omisión, a un olvido, es una reparación presuntamente científica ante los vacíos y distorsiones acumulados sobre la vida y la obra de un individuo.

El otro requisito imprescindible de los estudios con alguna inspiración biográfica consiste en elegir arquetipos, paradigmas, individuos y obras ejemplares. Entonces se acude a hombres proféticos, en el sentido de Max Weber, que han señalado el rumbo de un proceso colectivo. Se recurre a una obra y a un hombre clásicos para hacer descubrimientos más vastos: la concepción del mundo de un grupo social, el modo de sentir y pensar de los hombres de una época, la cultura del pueblo condensada en una voz intelectual. Así, tenemos los célebres estudios de Lucien Febvre y Mijaíl Bajtín basados en François Rabelais, y los estudios sobre Pascal y el jansenismo de alguien que, como Lucien Goldmann, despreció el valor interpretativo de lo biográfico en la comprensión de una obra teórica, pero que aceptó la existencia de voces individuales coherentes. No siempre se elige a aquellos seres que representan “los ideales de vida de una comunidad”,4 según lo creía José Luis Romero. Precisamente, los estudios de Jean-Paul Sartre sobre Baudelaire, Flaubert y Genet tratan de destinos poco heroicos. Pero tienen la virtud, quizá la más esencial, de detenerse en “un universal singular [...] universalizado por su época” que, a su vez, “la retotaliza reproduciéndola como singularidad”.5 Sin necesidad de ir tan lejos, en Colombia tuvimos en Alberto Miramón a un dedicado biógrafo que con audacia dirigió sus indagaciones hacia vidas nada ejemplares que servían para advertir sobre la existencia “de un tipo social determinado en una época”.6

Las reflexiones anteriores invitan a entender el ensayo biográfico como un método multidisciplinario, porque puede responder a varios propósitos y porque el ejercicio mismo de la investigación exige esfuerzos versátiles. En la historia política, un personaje puede informar sobre “un grupo de influencia”, sobre el “medio político o intelectual” que lo originó e, incluso, sobre el “contexto pasional” en que los individuos jugaron un papel significativo. Las vidas de artistas pueden ser útiles sistemas de interpretación de obras y de fijación de momentos en la historia del arte. En la biografía de intelectuales se reconstruye el campo cultural de una época, se conocen las formas predominantes de sociabilidad intelectual y las ideologías que disputaron algún nivel de hegemonía.7

El biógrafo no siempre tendrá al frente seres unilaterales, tal como lo advirtieron Edward P. Thompson al escribir su biografía de William Morris y Robert Skidelsky en su trabajo sobre Keynes. En el primer caso, el historiador inglés tuvo ante sí a un poeta y creador de crítica social, de teoría y acción políticas. En el otro, el autor advirtió que “Keynes habitó mundos diferentes” y eso lo obligó a “una combinación de habilidades que pocas veces se encuentra en un biógrafo”. No será entonces extraño que el sociólogo, el historiador, el filósofo, el literato sufran grandes mutaciones según las exigencias narrativas y explicativas de la biografía, según los campos en que teórica y prácticamente intervino el personaje biografiado.8

En apariencia, y es fácil creerlo así, la biografía es el retorno a la historia de eventos, de detalles, donde prima el relato de sucesos. Es cierto que se recobra el interés por vidas, sentimientos, comportamientos, incluso por aquello que con algún desprecio llamamos anécdotas. Pero, en verdad, la biografía, como la entendemos, exige una armonía entre el microcosmos y el macrocosmos. De un lado, la entrega escrupulosa y fina a las fuentes que nos permitan decir toda la verdad posible sobre el individuo. Del otro, el examen de las generalizaciones de la sociología y la historia que iluminan a manera de premisas el trayecto de la investigación. Entre esas dos direcciones de la investigación surgen ricos contrastes. De las afirmaciones globales depende la justa ubicación de la masa a veces caótica de pequeños hechos. A su vez, de esos pequeños detalles que rodean al sujeto de la biografía pueden resultar valoraciones más precisas sobre un período, sobre una generación intelectual, es decir, se hace posible algún cuestionamiento a la gran teoría. De ahí que nos hayan parecido tan aleccionadoras las palabras de Peter Gay, el minucioso biógrafo de Sigmund Freud: “La narración histórica sin un análisis completo es trivial, el análisis histórico sin la narración es incompleto”.9

Luis Tejada perteneció a la que José Carlos Mariátegui denominó generación de “hombres nuevos” de América Latina.10 Igual que Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce y el Amauta, padeció la fatal coincidencia de una muerte temprana. Pero no compartió con ellos una refinada formación universitaria ni las decantaciones filosóficas que dieran lugar a una obra sistemática de pensador socialista. Tampoco participó de polémicas políticas allende las fronteras. Y, sobre todo, su obra escrita, toda concentrada en el periodismo, aún no conoce una difusión generosa, y de su vida solamente hay una reunión de anécdotas distorsionantes. El caso de Luis Tejada no es aislado: en Colombia no existe una tradición siquiera aproximada a los estudios de sociología de la cultura o de biografías de intelectuales, como sí sucede en Chile o en México. Mencionemos, por ejemplo, los trabajos de José Joaquín Brunner y Gonzalo Catalán sobre la formación del “campo cultural” en Chile, con las consiguientes disputas entre élites intelectuales por adquirir el control hegemónico de ese campo, y, en el caso de México, los estudios de Roderic Camp sobre los intelectuales y el poder. La reciente tesis, premiada por Colcultura, de Hilda Soledad Pachón Farías, sobre José Eustasio Rivera y los intelectuales del decenio del veinte, constituye toda una novedad en un campo inexplorado.11

En 1975, el ensayista Darío Ruiz Gómez reconoció que hasta esa fecha Luis Tejada había sido condenado a permanecer “al margen, en un silencio conveniente”,12 junto con otros escritores colombianos como Tomás Carrasquilla y Fernando González. En verdad, hasta ese momento Luis Tejada no había pasado de ser un sujeto digno de evocaciones y testimonios cada vez más escasos con el pasar del tiempo: una anécdota, una semblanza que llegaba en las fechas de aniversario a las publicaciones periódicas. Pero, reconozcamos, desde 1977 comenzó a expandirse un variado interés que se manifestó en la aparición de su nombre en historias de la filosofía, del sindicalismo, de la política, del arte, de la literatura y de la crítica literaria en Colombia. Menciones que testimonian la riqueza y la intensidad latentes de un hombre que apenas vivió entre 1898 y 1924.

En 1977 fue publicada una desordenada compilación que recogía las crónicas de su libro de 1924 y 80 nuevos textos. Como una especie de admonición, Juan Gustavo Cobo Borda dijo en el prólogo de esa compilación que la obra del cronista, hasta 1921, pertenecía a una prehistoria que “bien vale la pena olvidar”,13 aunque sin saberlo estuviese presentando textos que Tejada escribió en años anteriores al límite arbitrario que impuso el crítico. En 1989, en un intento reparador, Miguel Escobar Calle recopiló escritos de 1920, uno de los años más fecundos del periodista antioqueño.14 Pero, desatento a lo biográfico y poco sensible con el estilo de Tejada, le adjudicó escritos de 1919 que no fueron de su autoría. El esfuerzo más reciente por abarcar a Tejada de principio a fin terminó en el poco confiable libro de Víctor Bustamante titulado Luis Tejada. Una crónica para el cronista.15 No hay allí una responsable descripción de las fuentes ni una sólida voluntad de explicación de la vida y la obra de Tejada. Las imprecisiones sumadas podrían dar origen a un nuevo libro. El defecto más considerable del libro de Bustamante consiste en que olvidó que Tejada fue un intelectual con creaciones teóricas y prácticas, por lo que no se encuentra la conjunción de vida y obra. Fue como hablar de Bolívar sin mencionar sus batallas o escribir la biografía de Colón olvidando sus viajes.

“Donde no hay texto, no hay objeto para la investigación y el pensamiento en ciencias humanas”.16 Con esa premisa metodológica, tan obvia pero tan despreciada en nuestro medio, emprendimos la aventura de, primero, reunir toda la obra escrita posible de Tejada, cumpliendo con las pesquisas detectivescas propias de una tarea recopiladora: fijación de fechas originales de los textos, ordenamiento cronológico, determinación de autoría en casos necesarios. Cumplido ese paso, el examen de su obra y su vida resultó más expedito y cada juicio más sólido. La filología, en consecuencia, obró aquí como disciplina auxiliar.

¿Qué hay de singular en Tejada para que merezca tanta dedicación? En verdad, muchos hombres de la generación de Los Nuevos en Colombia tienen la aureola de seres singulares; además, la época en que se forjaron intelectualmente les planteó dilemas que la definieron como una de las generaciones de “mayor personalidad histórica” del país.17 Época de crisis ideológica, política y económica en el mundo después de la Primera Guerra. Protagonistas de un decenio, 1920-1930, de grandes mutaciones en el país. Aunque, según Daniel Pécaut, el espectro político ideológico de ese decenio estuvo petrificado,18 fue un período de enfrentamientos de nuevas clases sociales y de choque entre las ideologías anunciadoras de una revolución socialista entonces triunfante y la de un régimen anclado en un espíritu religioso que rememoraba los patrones culturales de la Colonia española. Incipiente modernización técnica y cultural, aparición de tipos sociales modernos, pero también prolongación de los atavíos de una sociedad regida por la ideología oficial de la Iglesia católica, influyente en el control social y en los más altos asuntos del Estado. En esa época de contrastes se definieron las personalidades de Jorge Eliécer Gaitán, del genial y trágico Ricardo Rendón, de Alberto Lleras Camargo, de León de Greiff, de Luis Tejada, entre otros.

La sospecha inicial sobre Tejada partió de la pluralidad de su escritura, que hacía suponer un amplio espectro de preocupaciones. A eso se unieron los testimonios de sus compañeros de generación que coincidían en señalarlo como su guía moral e intelectual. En el trayecto, apareció la certeza de tener al frente al más sincero exponente de los dilemas de un tipo de intelectual que nació con el siglo. Casi con igual denuedo ejerció la crítica de arte, la crítica social y política, la enunciación de los compromisos de la nueva intelectualidad pequeño burguesa. En fin, fue un crítico de la cultura. Todo aquello lo ejerció con la brillantez del genio que, en un escenario tan efímero como el periodismo, pudo crear un tipo de escritura original y perdurable. Además, su obra teórica se ligó a tareas prácticas de organización de los primeros grupos comunistas de Colombia y de movimientos críticos y artísticos afiliados a las estéticas vanguardistas.

Semejante a la comparación que hizo Antonio Gramsci entre la crítica “militante” de Francesco de Sanctis y la “fríamente estética” de Benedetto Croce, la crítica de Tejada expuso “el fervor apasionado del hombre de partido”.19 Con su escritura y con su comportamiento manifestó el reprimido ascenso de un grupo de intelectuales que deseaba imponer sus orientaciones morales, estéticas y políticas. Su crítica fue la del hombre que buscó la existencia de un nuevo arte y de una nueva sensibilidad acordes con las luces subversivas de las estéticas de vanguardia, que trató de hallar nexos orgánicos entre la naciente clase obrera y la joven intelectualidad que él representaba. E intentó aclimatar en un ambiente hostil la utopía del socialismo. En definitiva, luchó por una nueva cultura.

En Tejada se condensó de manera dramática lo que José Carlos Mariátegui definió como “la inquietud contemporánea” y cuyo síntoma fue “una gran crisis de conciencia”, de desesperada oscilación entre actitudes decadentes y afirmativas, entre el desordenado escape del intelectual bohemio ante las exigencias de sobriedad puritana y la angustiosa búsqueda de un mito movilizador con sus respectivos ídolos. Las ambivalencias del hombre que se refugió en el café o en los suburbios de la ciudad y que luego trató de hallar equilibrio en una utopía. Y, he ahí la tragedia, cuando encontró esa fe apasionada y luchó “por la victoria de un orden nuevo”, su cuerpo ya estaba mortalmente aniquilado. Pero tal singularidad, en vez de aislarlo, hizo de Luis Tejada el hilo conductor para reconstruir, en parte, un modo de vivir de los intelectuales, un modo de ser de la cultura colombiana en un momento de su historia. A partir de la vida de un intelectual nos aproximamos a las concepciones del mundo que se enfrentaron en las primeras décadas del siglo; a los movimientos de rebelión ética y estética; a la formación de núcleos de recepción de nuevas ideas políticas y artísticas; a las pugnas por el control de los medios de producción ideológica, a la oposición entre viejos y nuevos intelectuales. Es decir, la vida de un intelectual representó para nosotros la posibilidad de reconstruir la vida intelectual de una época o, como diría Lucien Febvre, el “clima moral” que la identificó.

Como si nos hubiésemos propuesto darle la razón al tiempo circular de Borges, en el siglo xix vivió un Luis Vargas Tejada que fue poeta romántico y conspirador. Participó en la conspiración del 25 de septiembre de 1828 contra Simón Bolívar, cuando su gobierno se trastocaba en dictadura. También, como nuestro hombre, apenas vivió algo más de veintiséis años: nació en 1802 y murió perseguido en 1829. Ningún nexo familiar fue descubierto, pero las similitudes dicen que cada vida es plagio de otra anterior.

Ahora bien, ¿cómo transformamos la materia bruta de la investigación en este ensayo biográfico? Basándose en André Maurois, otro biógrafo colombiano dijo que “la biografía es un estudio demarcado por dos acontecimientos: el nacimiento y la muerte”.20 Esas son las fronteras temporales del relato y a ese orden nos ceñimos con relativo esmero. En el primer capítulo nos pareció importante fijar los rasgos de la tradición cultural que heredó Tejada a través de su familia y con la cual entró en conflicto. En el último quisimos aventurarnos en la pregunta condicional que Max Weber propone para el pasado y que nosotros tradujimos así: ¿qué habría sido de Luis Tejada si...? Para una vida que se truncó como un proyecto mutilado, la pregunta sobre un destino potencial no nos pareció absurda si las respuestas estaban fundadas en una “posibilidad objetiva”. El itinerario de Tejada, con tantos rastros dispersos, exigió que cada capítulo fuera un escenario con su propio acumulado de interrogantes. También nos propusimos escribir con claridad, sin caer en los hermetismos técnicos de la academia universitaria. Las citas y notas de pie de página eran todas indispensables y ojalá acompañen y no mortifiquen la lectura.

El examen de nuestra intención corresponde ahora a los lectores.

Bogotá, 1994

1 Gilbert K. Chesterton, La vie de Cobbet, Gallimard, París, 1929, p. 10.

2 Edward P. Thompson, La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, vol. 2, Crítica, Barcelona, 1989, p. 354.

3 Robert Skidelsky, John Maynard Keynes, vol. 1, Alianza, Madrid, 1986, p. 18.

4 José Luis Romero, “La biografía como tipo historiográfico”, en su libro Sobre la biografía y la historia, Sudamericana, Buenos Aires, 1945, p. 27.

5 Jean-Paul Sartre, en el prefacio de L’idiot de la famille, decía: “Un hombre no es jamás un individuo, prefiero llamarlo un universal singular: totalizado y, en consecuencia, universalizado por su época, él la retotaliza reproduciéndola como singularidad”. Gallimard, París, 1971, p. 7.

6 Alberto Miramón, Dos vidas no ejemplares. En aquella sobre Pedro Fermín de Vargas, anunció: “A nadie como a este hombre le fue dado vivir en la penumbra y fenecer en la sombra”. Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1962, pp. 9, 12.

7 Véanse por ejemplo: Arnaud Teyssier y otros, “Problémes de méthode de la biographie”, Actes de Colloque, La Sorbonne, 1985; y Lewis Langness, Lives: an Anthropological Approach to Biography, Chandler and Sharp Publishers, Novato-California, 1981.

8 Robert Skidelsky, op. cit., p. 18.

9 Peter Gay, citado por Hayden White en El contenido de la forma, Paidós, Barcelona, 1992, p. 21. La cita proviene de Peter Gay, Style in History, Basic Books, Nueva York, 1974, p. 189.

10 Véase José Carlos Mariátegui, en la introducción de su libro La Escena contemporánea, Minerva, Lima, 1925.

11 Hilda Soledad Pachón Farías, Los intelectuales colombianos en los años 20. El caso de José Eustasio Rivera, Colcultura, Bogotá, 1993.

12 Darío Ruiz Gómez, “Luis Tejada contra el despotismo ilustrado”, en De la razón a la soledad, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1975, p. 71.

13 Juan Gustavo Cobo Borda, en prólogo a Gotas de tinta, compilación a cargo de Hernando Mejía Arias, Colcultura, Bogotá, 1977, p. 18.

14 Mesa de redacción; compilación, prólogo y cronología a cargo de Miguel Escobar Calle, Universidad de Antioquia, Biblioteca Pública Piloto, Medellín, 1989.

15 Víctor Bustamante, Luis Tejada, una crónica para el cronista, Editorial Babel, Medellín, 1994.

16 Mijail Bajtin, Estética de la creación verbal, Siglo XXI, 1985, p. 298.

17 Así lo afirma uno de sus críticos: Antonio García, Gaitán y el problema de la revolución colombiana, CEDIS, Bogotá, 1974, p. 29.

18 Para Daniel Pécaut, el escenario político-ideológico de la década del veinte seguía petrificado, sin “ningún precepto” que amenazara la “función de fundamento del orden social” que desempeñaba la doctrina católica. Orden y violencia, 1930-1954, vol. 1, Siglo XXI, Bogotá, 1987, p. 85.

19 Antonio Gramsci, Cultura y literatura, Península, Barcelona, 1968, pp. 260-263. Véase también Cuadernos de la cárcel, tomo ii, cuaderno 4, Ediciones Era, México, pp. 260-263.

20 Fernando Galvis Salazar, “De la biografía en general y sus relaciones con la novela y con la historia”, Boletín de Historia y Antiguedades, n.o 672-674, diciembre de 1970, p. 616.

Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura (1898-1924)

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