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LA HOGAZA EN EL CESTO

Cristina Harari


Ha esperado este día con gran agitación, no siempre hay festejo, y por tratarse de una fecha importante todo debe quedar lo mejor posible. Ocho lugares y uno más solo para la buena suerte, piensa al tiempo que voltea hacia la mesa preparada desde el día anterior. Ha puesto su mejor vajilla y los cubiertos de plata, reliquia que heredó y que solo utiliza en ocasiones especiales.

El pavo está en el horno, mientras da los últimos toques a la crema de nuez y verifica si tiene todo lo necesario para la ensalada. Perfecto, ahora viene lo mejor.

En el momento en que enjabona sus manos y palpa el chorro de agua, recuerda el anuncio en la pantalla colocada estratégicamente en la sucursal bancaria: “Experiencia inmersiva… tecnología actual… desconéctese del mundo y despierte sus sentidos”. Le pareció absurdo, pero siguió viendo las imágenes seguidas por un texto que intentaba ser convincente.

Se seca con minuciosidad y pone música. La harina comienza a caer sobre el cuenco grande, la primera nevada del año en su cocina; añade justo la cantidad de sal que dará a la pieza el sabor que desea conseguir; en el agua tibia ya reposa la levadura. ¿Quién en su sano juicio va a un restaurante de cristal suspendido a setenta metros sobre un acantilado o con unos lentes de realidad virtual se sumerge en una experiencia multisensorial sin estar realmente ahí? Desconectarse de este mundo… despertar los sentidos… ¿Será que me estoy perdiendo de algo?

Con las manos desnudas va poco a poco uniendo los ingredientes. Piensa que hay algo de religioso en esta preparación, legado arcaico que une pasado y presente, es parte de la evolución de la humanidad. Una vez integrado todo, amasa delicadamente, luego emplea más fuerza una y otra vez hasta tener una masa brillante y homogénea; lo que sigue es dar forma a una esfera que arropará igual que a un crío. Después del lapso adecuado y con la misma mesura, va a lograr la pieza que destinará a cada comensal, el regocijo del paladar vendrá después.

¿Por qué no lo compras hecho, ma? Fue difícil que entendieran sus razones, pero a partir de la primera vez que sirvió pan recién horneado, los demás platillos ocuparon un lugar de acompañamiento. Desde entonces, en cada ocasión en que se reúnen, ella puede observar cómo ocurre el festejo a los sentidos, cómo reposan las lonchas de la carne entre capas de suave miga o recogen los jugos que quedaron en el platón; cómo nadan trocitos en la sopa para que los nietos, ávidos pescadores, los atrapen con la red de una cuchara o cuando calientito lo cubren con la dorada mantequilla.

Minutos antes de pasar a la mesa, el timbre del horno suena; ella pone la hogaza en el centro del cesto y alrededor, varios bollitos crujientes. Experiencia inmersiva¡esta sí que lo es!

El pan nuestro

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