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OJO DE BUEY

Alma Gara


Tito camina sin prestar atención, los ojos nublados le impiden ver, se sienta en el borde de la banqueta y vuelve el llanto. En la bolsa de su chamarra está el terrible resultado y ahora teme, sabe, que con esta noticia podría perder a Mario.

Hace unos meses, en una panadería, se encontraron frente a frente del último garibaldi en la charola. Cada uno lo cedió al otro y ante la mutua insistencia, se rieron y bromearon, para al final, optar por otros panes que sí pudieron tomar uno para cada uno; de ahí a irse a vivir juntos fue tan fácil y sabroso como comer una concha con nata, decía Mario.

Desde entonces, el pan de dulce se convirtió en símbolo de su relación. Bromear sobre el asunto se volvió parte de su lenguaje, y no faltaron las bromas pícaras acerca de los nombres de esas ricuras.

Tito se limpia los ojos con coraje, saca el papel, lo desdobla, toma la foto y se la envía en un WhatsApp con un lacónico mensaje: Soy seropositivo. Nada más. ¿Cómo reaccionará? Por supuesto que se preguntará quién lo contagió, cuándo y lo que es peor, si ya lo infectó.

Espera un minuto, diez, veinte, siente la cabeza a punto de explotar, ve las dos palomitas azules, pero no hay respuesta. Otro WhatsApp: Mario, dime algo, por favor, maldíceme, enójate, pero no te quedes callado.

Camina despacio hacia el departamento, su mundo se derrumbó. Un mensaje. Se detiene sorprendido y busca con torpeza el celular: Tengo que pensar y tomar una decisión, dame tiempo.

Todos saben que cuando se dice eso es el preludio del adiós. No llora, se ha congelado. Llega a su destino sin darse cuenta, como un borracho perdido en las consecuencias del alcohol. En la cocina, sentado frente a los restos del pan del desayuno, piensa que así está su relación: desmoronada; los recuerdos de esa mañana llegan: Cariño, te sirvo un café y desayunamos un pancito… Se dice panecillo… Ay Mario, siempre tan propio. Pues toma un panecillo, mira tenemos un cuernillo, una conchilla y un bolillo, ese sí se llama así, ¿o no? Recuerda la mirada y el cariño que le hizo Mario en la mejilla: Eres guapote, ¡cabrón!, solo por eso te quiero. Te veré en la noche.

No habrá tal. Volverá a su antigua casa, por suerte no la ha desmontado, entonces oye la llave en la chapa. Un sudor frío lo cubre, se limpia las lágrimas. Mario entra y se acerca sin prender la luz.

—Ay, Mario mira, tenemos un cuernillo, una conchilla y un bolillo. y otros panes que nunca hemos comido juntos y ahora lo haremos —Tito, sorprendido, ve en medio de todos aquellos panes de dulce, un ojo de buey* que le lanza una mirada de amor redondo.

* También llamado ojo de pancha, este pan fue creado por un cocinero chino en los ejércitos chinacos del siglo XIX, parecido al bísquet; le dio el nombre de lo que desde arriba semeja un ojo de buey.

El pan nuestro

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