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El lugar blanco de la pintura

Se trata, en apariencia, de una naturaleza muerta, que representa migas de pan. El silencio, que emana de las naturalezas muertas, aumenta aún más por el predominio del fondo blanco que, como decía Kandinsky, es el color del silencio. Pero, si se observa con cuidado, si se fija la mirada por un tiempo prolongado en este silencio, el verdadero tema del cuadro es el blanco, como si las migas hubiesen sido dejadas caer sobre la tela sólo para hacerlo aparecer. Y, en efecto, el cuadro forma parte de una serie de lienzos que la artista ha pintado en los últimos meses, en cada uno de lo cuales uno o dos objetos resaltan sobre un fondo blanco. Estos objetos, como las migas, proyectan una sombra que testimonia la realidad del trasfondo. No se trata, empero, de un fondo, cuanto más bien de la supresión de todo fondo. El blanco no es un color dispuesto sobre el lienzo para exaltar los objetos representados, como el fondo oscuro en los Stillleben holandeses destaca contorneándolos las ostras, el pan y la fruta, en el primer plano. No hay fondo en este cuadro, sólo está el lienzo desnudo, el puro lugar de la pintura. Y es este lugar el que emerge en primer plano, por medio de las migas que se colocan dócilmente a su servicio, tan reales que un soplo de aire podría de repente hacerlas desaparecer. La pintura –parece sugerir la artista– no es una ventana albertiana, a través de la cual surge la realidad que el ojo del pintor percibe.


El gesto del pintor es aquel que cierra esta ventana en vano abierta de par en par, para hacer surgir en su reemplazo la tela misma, el blanco, enceguecedor y extremo tener lugar de la pintura.

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