Читать книгу ¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas? - Giovanni Alberto Gómez Rodríguez - Страница 10

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Introducción

Hannah Arendt identificó y describió “el problema de la conciencia” en los militares nazis causado por la obediencia irreflexiva y la renuncia a la capacidad humana de pensar y juzgar —reconocer la diferencia moral en las acciones—. Sin estas actividades de la conciencia, el mal se hizo pasar por el bien y el Holocausto fue posible. Hoy sabemos que los argumentos de Arendt que propugnan poner en suspenso el poder y la autoridad son, más que una teoría, una necesidad para las instituciones y los hombres que aspiran a erradicar o, al menos, limitar la comisión de actos inhumanos e injustos. Aunque existen diferencias notables entre las condiciones y las circunstancias de la Segunda Guerra Mundial y la guerra global contemporánea —de indistinción entre guerra y paz—, el problema de la conciencia de los militares descrito por Arendt sigue vigente. En la postmodernidad, los ejércitos occidentales incurren en transgresiones morales relacionadas con el ejercicio de la violencia y el uso de la fuerza.

Con el propósito de comprender este problema general e identificar sus expresiones actuales, hemos seguido la lógica que subyace tras la evaluación de riesgos, procedimiento establecido en el planeamiento operacional de la doctrina militar. Esta vía de aproximación poco común en los asuntos éticos —por lo general dogmáticos y normativos— satisface nuestro propósito de evidenciar las circunstancias y determinaciones presentes en los casos de fracaso moral de los militares postmodernos,1 además de responder a la necesidad de definir el marco de referencia infringido con las conductas a fin de dar cuenta de porqué los buenos soldados hacen cosas malas.

Indiscutiblemente, esto remite en primera instancia a la reflexión sobre la naturaleza del ser humano y los asuntos internos con los que batalla de manera constante,

El verdadero problema no es cómo es por naturaleza el ser humano, si bueno o malvado, porque lo fuera de una forma u otra, poco podríamos hacer para cambiarlo siendo algo intrínseco a su naturaleza; lo que sí podemos hacer es estudiar las situaciones que favorecen el predominio de la bondad, las capacidades altruistas del ser humano, para evitar las situaciones que favorecen lo contrario, que despiertan los monstruos abominables que llevamos potencialmente dentro.2

La exigencia de identificar principalmente el marco de referencia quebrantado, hace referencia a la teoría ética (deontológica, consecuencialista, de las virtudes, deontología de umbral y perspectiva de la moral) que, en función del contexto sociocultural o institucional, es aceptada como reguladora de las conductas. No obstante, no basta con estos referentes, también se deben incorporar otras directrices y relaciones necesarias para que las decisiones del soldado en el campo de combate se funden en los principios que estructuran su profesión y puedan ser juzgadas de forma pertinente. Es el caso de las teorías políticas “de la guerra” —pacifismo, idealismo o teoría de la guerra justa— y otras de data reciente —como Just Peacemaking Theory y éticas de la guerra y de la paz—. Unas y otras son constitutivas del modelo denominado ética militar profesional (EMP).

Consideramos pertinente referirnos brevemente a la teoría ética que encontramos adecuada para el contexto postmoderno y las misiones particulares y críticas que los ejércitos conducen. Siguiendo a autores que han indagado acerca de la EMP, encontramos varias alternativas: enfatizar la ética de las virtudes, identificar y reconocer la adopción de una o de algunas de las teorías simultáneamente, o diluir por completo el antagonismo y apelar a una integración factible de las teorías. No obstante, la mayoría de las teorías éticas implican deficiencias y son inadecuadas para el contexto de operaciones contemporáneo (esto último se desarrolla en el capítulo 3 de la primera parte).

La ética deontológica, al universalizar el deber, impone estándares comunes que no aplican a todas las culturas ni tiempos. Es el caso de prácticas como la esclavitud, que parece increíble que haya sido consentida en el pasado, o las relaciones homosexuales entre adultos antes reprobadas y aceptadas en la actualidad, o la poligamia, el trabajo infantil y la restricción sobre la mujer que, aunque la sociedad occidental no tolera, otras sociedades sí. El consecuencialismo, por su parte, promulga la búsqueda del mayor beneficio para el mayor número de personas; sin embargo, también justifica la comisión de daños para evitar males mayores (la bomba atómica es un ejemplo); de ahí que algunos autores consideren que el consecuencialismo es una ética que no atiende a la bondad de los sujetos de acción y de sus acciones, sino que hace balance de los óptimos estados del mundo. Por otra parte, la ética de las virtudes, propicia y atractiva para el estamento militar, opera generando una esfera normativa exclusiva a la cual deberían adherirse todos sus miembros; no obstante, el estándar puede ser ilusorio, impositivo y autoritario, lo que fácilmente la conduce a colisionar con los valores sociales.

Entre tanto, la teoría ética que consideramos consistente con las exigencias de un modelo de ética militar profesional para los ejércitos de hoy, es la denominada perspectiva de la moral o de la praxis de Martin Rhonheimer, en la medida que supera las limitaciones antes señaladas. Este enfoque sostiene que no es necesario diferenciar entre teorías de la bondad de la voluntad (deontología) y teorías sobre la corrección del actuar (consecuencialista), pues una ética bien fundamentada debería reunir en una sola operación la bondad de la voluntad y la corrección del actuar:

En cada una de las acciones concretas que elegimos en virtud de un juicio de la razón siempre está en juego todo nuestro ser como hombres: nuestra orientación a lo “bueno para el hombre”. En que, por tanto, nuestra identidad humana como sujetos de acción que tienden racionalmente se decide precisamente en la elección de lo que hacemos voluntariamente, de modo que una vida no consiste en buenos propósitos, sino en buenos actos, los actos no son meros sucesos físicos, sino actos intencionales de personas.3

En otras palabras, hemos adoptado el planteamiento de Rhonheimer como adecuado para estructurar y evaluar la ética militar postmoderna por cuanto presta atención simultáneamente al actuar, a los fenómenos y a los hombres, estableciéndose, en ese sentido, como el modelo ético que sustenta la propuesta investigativa.

El presente libro tiene por objeto identificar y describir los riesgos de transgresión moral que se presentan o se pueden presentar en los militares de los ejércitos occidentales en el excepcional orden postmoderno, en el que no es posible distinguir entre estadios de guerra, conflicto o paz.4 En este contexto de guerra global permanente —una guerra especial que ha redefinido los roles y misiones de los ejércitos y las relaciones civiles y militares, así como un sinnúmero de conceptos, categorías morales y políticas—, llevamos a cabo un estudio orientado a juzgar tanto ética como moralmente las acciones militares que implican violencia a través del uso de la fuerza; asimismo, reflexionamos sobre la culpa, la responsabilidad y las consecuencias derivadas de la transgresión moral.

Con la expresión “ejércitos occidentales” nos referimos a aquellos que forman parte de los países que, englobados en la categoría de Occidente, y lo hacemos más por el uso de esta expresión que por una razón histórica o académica. Estos términos serán aclarados desde la perspectiva de la cultura y la civilización occidentales. Por ahora nos interesa señalar que con la generalización se alude a ejércitos que han tenido y conservan vínculos de tradición, educación, entrenamiento y doctrina, relaciones que persisten en integrar o cooperar con determinada organización militar, en particular, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (en adelante, OTAN). Por esta razón, tiene sentido —como es frecuente en los estudios militares— indagar sobre ética y en particular sobre filosofía moral en un gran número de fuerzas militares que tienen prerrogativas, problemas, misiones y retos similares. Esto permite que el rango de experiencias disponibles a estudiar se amplíe, así como tomar lecciones aprendidas de las situaciones operacionales documentadas por cada ejército, incluso de los infortunios y casos de transgresión moral públicamente conocidos. En contraste, no tiene viabilidad metodológica incluir estudios de ejércitos de otra cultura y formación, como podría ser la oriental, islámica o hindú. Esto se abordará específicamente en el segundo capítulo de la primera parte.

Mediante un proceso de indagación que incluye tres etapas —construcción, análisis e implicaciones—, rastreamos una serie de riesgos perpetrados por el militar en la postmodernidad, ordenados en dos categorías: la transgresión moral de primer orden y la transgresión moral de segundo orden. La primera ocurre cuando se ejerce violencia directa injustificada e inexcusable que causa un mal radical por el uso de la fuerza, al dañar a personas y violar sus derechos, “matar y torturar”; la segunda, cuando se ejerce violencia estructural a través de la capacidad militar y se causa un mal banal materializado en “daño colateral”. La primera se relaciona con la intencionalidad del agente, su mal corazón y las determinaciones intrínsecas; la segunda, con la acción colectiva “del sistema” y los condicionamientos extrínsecos. En función de estas diferencias, identificamos y describimos los respectivos riesgos de transgresión moral empleando en el análisis seis tipos ideales y diferentes casos empíricos; de esta manera, demostramos que estos riesgos son distintivos en la postmodernidad respecto a la guerra convencional y ofrecemos algunas explicaciones de su génesis.

Para cumplir tal fin, se registran antecedentes empíricos que datan de la Segunda Guerra Mundial, y antecedentes teóricos que pueden seguirse después de la guerra de Vietnam, a mediados de la década de 1970. Los crímenes de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fueron públicamente conocidos y difundidos tras los juicios de Núremberg en 1945 y el juicio de Eichmann en Jerusalén en 1961; este último, documentado por Hannah Arendt, dio cuenta de la responsabilidad moral de los victimarios. La renuncia de Eichmann a realizar juicios morales de sus acciones, su extrema normalidad, así como su insistencia en afirmar que siempre había cumplido con su deber y obedecido órdenes, constituyeron la idea de la banalidad del mal, generado por la renuncia individual y la complacencia colectiva. Eichmann personifica la conciencia moral de los militares en general y del pueblo alemán durante el nazismo.

Esta suerte de generalización y extensión del mal mediante prácticas criminales, llevadas a cabo por un régimen totalitario —que dejó una oscura impronta en la historia humana reciente— constituye, además, una advertencia de lo que hombres organizados pueden hacer a otros, y cómo los ejércitos y los militares pueden ser utilizados para fines funestos por parte de quienes ostentan el poder. El hecho de que los militares alemanes no reflexionaran, juzgasen ni pensaran, los convirtió inevitablemente en cómplices y responsables; en última instancia, fue su participación la que hizo posible el holocausto. Mostraremos que esta “advertencia”, este problema de filosofía moral, tiene consecuencias tanto más sensibles en el contexto contemporáneo a pesar de sus manifestaciones peculiares.

Recientemente, los ejércitos occidentales han sufrido los nocivos efectos de la transgresión moral; algunos militares han fallado al identificar sus obligaciones morales o en responder con arreglo a ellas. Las causas no son fáciles de identificar, dada la compleja situación operacional actual, pues estas residen en una cadena de relaciones y procesos gestionados por la institución y ejecutados por soldados de forma colectiva e individual. Lo que resulta evidente es que estos hechos han causado fuerte impacto en los ejércitos hasta el punto de que puede decirse que están ganando la batalla, pero perdiendo la guerra: obtener victorias tácticas, pero fracasos morales, es a la postre una inevitable derrota. Tales deficiencias se explican a priori por el desbalance entre competencia y carácter, o entre exigencias profesionales y determinaciones de la conciencia. Tal desequilibrio se resuelve por lo general a favor de la racionalidad instrumental en la toma de decisiones, donde la corrección técnica se impone sobre el bien moral.

Los casos de transgresión moral registrados en la postmodernidad avergüenzan a los ejércitos occidentales y a los profesionales de las armas, además de que la mayoría de las veces causan sorpresa y preocupación, en la medida en que desafían todas las previsiones institucionales posibles. A modo de ejemplo, podemos citar casos como el del regimiento Airborne del Ejército canadiense desplegado en Somalia, que torturó y asesinó a un adolescente no comprometido en las hostilidades; el uso de fuerza desmedida e indiscriminada en la campaña de bombardeos de tropas de la OTAN en la guerra de Kosovo entre marzo y junio de 1999; los vejámenes, las torturas y los abusos de prisioneros cometidos en Abu Ghraib en Irak en 2003 por parte de las tropas de la Policía Militar del Ejército de Estados Unidos que tenían a cargo su seguridad; la violación y asesinato de los miembros de una familia a manos de soldados estadounidenses en Mahmudiya en Irak en 2006, o el caso del “equipo asesino” (Kill Team), donde miembros de la Quinta Brigada, Segunda División de Infantería del Ejército estadounidense asesinaron sin motivo alguno al menos a tres civiles afganos desarmados en el distrito de Maywand, en Afganistán en 2010.5 Por último, merece la pena mencionar el escándalo de los falsos positivos en Colombia, nombre con el que a finales de 2008 se conoció la participación de miembros del ejército de Colombia en el asesinato de civiles inocentes que, con el fin de presentar resultados por parte de las brigadas de combate, recibir estímulos y recompensas o evitar sanciones, los hacían pasar por guerrilleros muertos en combate en el marco del conflicto armado que vivía el país.

Los antecedentes teóricos de nuestra investigación giran en torno a dos temas: la profesionalización y la ética militar. Ambos han sido tratados como equivalentes y guardan estrecha relación con nuestros planteamientos epistemológicos, filosóficos y teóricos. En Beyond the Battlefield, fruto de un estudio realizado en 1981 sobre el profesionalismo militar, Sam C. Sarkesian plantea tres niveles de análisis: social, institución militar e individual. Pese a que la ética militar fue incorporada tan solo como un componente dentro de un sistema de variables, el estudio acierta en señalar las diferencias entre la perspectiva de la institución y la de la sociedad, así como las percepciones sociales e individuales, las exigencias institucionales y las expectativas personales que se daban en aquel entonces. Se trataba de un proceso de transformación militar centrado en el cambio del modelo organizativo de la mayoría de ejércitos occidentales y documentado en el presente trabajo como I/O (Institución/Ocupación),6 que describe la mayor convergencia de los ejércitos con la sociedad civil y sus implicaciones derivadas —menoscabo de la disciplina y los valores institucionales—.

Charles C. Moskos, a quien se debe la formulación de este concepto, señala: “La institución militar debe entenderse como una organización, que mientras mantiene ciertos niveles de autonomía refleja amplias tendencias sociales”.7 Los dilemas producto de las contradicciones generadas entre estos niveles son fuente de transgresión moral, como señala Sarkesian cuando expone el conflicto entre valores absolutos personales y relativos institucionales:

Los valores personales absolutos pueden ser subsumidos por requerimientos institucionales; por ejemplo, como individuos podemos aceptar el valor absoluto de no matar. En un contexto institucional, sin embargo, matar llega a ser parte del ethos institucional aceptado por la institución y la comunidad. Esta dicotomía absoluto-relativo aplica a una variedad de consideraciones profesionales.8

El estudio de Sarkesian fue actualizado y reformulado por Don M. Snider, John A. Nagl y Tony Pfaff en 19999 mediante el uso de una matriz de 3 × 3 que integra tres niveles de análisis: sociedad, institución militar e individual, y tres componentes: técnico militar, ético y político. El componente ético en el nivel de análisis de la sociedad está caracterizado por la ética postmoderna “egoísta”; en el nivel de análisis de la institución militar, por la ética militar profesional y, en el individual, por los valores personales.

Desde otra perspectiva, la ética militar y la moralidad de la guerra usualmente han sido estudiadas desde el vocabulario del guerrero y mediante las teorías tradicionales: realismo, pacifismo, guerra justa y las emergentes just peacemaking theories y éticas de la guerra y de la paz. Sin embargo, ninguna se ocupa de los riesgos de transgresión moral inherentes al uso de la fuerza en el contexto postmoderno. Esto implicaría entender la ética en función de la transgresión y, por ello, estudiarla como una relación entre distintos niveles valorativos de referencia y de análisis, incorporar el punto de vista de las víctimas —en especial el del inerme— y entender que la ética militar no es una construcción unilateral referida a un contexto o circunstancia única —guerra, paz o conflicto—, sino una reclamación recíproca y sin tregua a las sociedades, a las instituciones y a los hombres a quienes se ha encargado la más vital o mortal de las tareas.

El problema de la investigación se hace evidente siguiendo dos de sus manifestaciones más relevantes. Desde el punto de vista filosófico, se da el conflicto entre derecho y moral señalado por Kant, especialmente irresoluble y agudizado en la postmodernidad, es decir, que el deber jurídico impuesto “exteriormente” no coincide con la voluntad “interior”. La aspiración hegeliana de que el hombre atendiera al deber porque este representaba la perfección del universal y, por ello, debería ser comúnmente deseable y, de ser necesario, impuesto de un modo coercitivo, carece de sentido en la postmodernidad, donde existe un amplio acuerdo en que los grandes relatos unificadores y los ideales inamovibles no existen o, por lo menos, son inviables. En cambio, la contingencia, la ruptura, la incertidumbre y la ambigüedad confrontan al sujeto contemporáneo con la única alternativa ética fiable: querer el deber no por coacción exterior, sino por la decisión libre de su voluntad, de forma que no se experimente un drama existencial, sino que se asuma en todo caso la realidad de aquellas determinaciones externas tal como son: provisionales, incongruentes y contingentes. Conviene señalar que esta circunstancia, válida para cualquier sujeto, es particularmente problemática en el militar, dadas las complejidades de su profesión.

En sentido similar, el problema se expresa como la separación entre lo público y lo privado. Richard Rorty enfatiza esta escisión por la inadecuación entre los léxicos empleados, y propone una teoría sin pretensiones de unificar las dos esferas en la que toma por válidas las exigencias de creación de sí mismo y de solidaridad humana:

Los unos nos dicen que no debemos hablar únicamente el lenguaje de la tribu, que podemos hallar nuestras propias palabras, que podemos tener para con nosotros mismos la responsabilidad de hallarlas. Los otros nos dicen que esa responsabilidad no es la única que tenemos. Los dos tienen razón, pero no hay forma de hacer que ambos hablen un mismo lenguaje.10

En el ejército, el ethos del guerrero se vale de una retórica y un lenguaje propios que “técnicamente” son incompatibles con las más profundas convicciones y la sensibilidad de la conciencia “moral” individual. La moralidad del soldado se reduce a un asunto de elección propia y preferencias personales, mientras que el ejercicio profesional es una cuestión pública que responde a una racionalidad no comprometida ni vinculada con la moral. Si esto es cierto, tanto los conceptos de ética y moral como su uso en la práctica social son confusos y deben ser clarificados en función de contextos específicos, pues se advierte que la tendencia postmoderna de una ética sin moral —el predominio de una racionalidad instrumental carente de referentes y contenidos morales— es sospechosa, además de inconveniente.

A favor de esta distinción semántica, en Finding “The Right Way”. Toward an Army Institutional Ethic,11 Clark C. Barret realiza la siguiente descripción conceptual: “Moral (moralidad): de, o relacionada con, los principios de comportamientos buenos o malos: ‘juicios morales’ éticos”. El “comportamiento moral” o “moralidad” denotan una característica individual o personal. Por su parte, Ética/ético se refiere al conjunto de principios morales: teoría o sistema de valores morales. Así, el “comportamiento ético” o “ética” se entiende entonces como una característica institucional, organizacional, profesional o grupal. Una ética puede ser informal o implícita (por ejemplo, ética o ethos castrense), pero la Ética (nombre propio) se refiere a un código ético explícito (por ejemplo, la Ética del Ejército o la Ética institucional del Ejército). En cuanto a la expresión moral/ética: el uso de ambos términos unidos supone que los principios individuales de la persona y los principios institucionales están en consonancia o deberían estarlo.

Por su parte, Hannah Arendt señala como problemática la indistinción de los términos “ética” y “moral”:

La mayor dificultad al debatir estos temas parece radicar en la perturbadora ambigüedad de las palabras que usamos acerca de estas cuestiones, a saber, “moral” o “ética”. Originalmente, ambas palabras no significaban nada más que las costumbres o maneras… Desde la Ética nicomáquea hasta Cicerón, la ética o moral formó parte de la política… el centro de interés es el mundo y no el yo. Cuando hablamos de cuestiones morales, incluida la cuestión de la conciencia, nos referimos a algo completamente diferente, algo, en efecto, para lo que no disponemos de una palabra específica.12

Así, definimos la ética como valores comunes colectivos e identificamos la moral con la conciencia moral, con la libertad y la autodeterminación del sujeto. La preocupación de Arendt acerca del uso indiscriminado de los términos se fundaba en que, al tratarse de un simple conjunto de costumbres o maneras que pudieran reemplazarse por otros, se despreciaba el papel de la conciencia moral y se disolvía la responsabilidad personal. Esto queda perfectamente claro cuando afirma: “En el centro de las consideraciones morales de la conducta humana se yergue el yo; en el centro de las consideraciones políticas del comportamiento se alza el mundo”.

Entre tanto, en el plano material, el problema se manifiesta en las dificultades para formular una ética militar profesional que articule con éxito los niveles social, institucional e individual en torno a los fines de la misión. Las determinaciones del contexto postmoderno y los nuevos desafíos han modificado la doctrina y los procedimientos operacionales: estos exigen que se otorgue mayor responsabilidad a los comandantes de pequeñas unidades y a los combatientes individuales, que se incremente la competencia ética y la autonomía individual de todos los miembros de los ejércitos. Tales variaciones técnicas suponen una considerable modificación en los procesos de educación, instrucción o entrenamiento, y en las relaciones de mando, subordinación y liderazgo.13 De forma generalizada, los ejércitos occidentales se enfrentan a la disyuntiva de verse obligados a reconocer la mayor autonomía e independencia de sus hombres y, de manera simultánea, a asumir el riesgo de que la disciplina y la obediencia debidas se vean menoscabadas. Por otro lado, se presenta una oportunidad sin precedentes para empoderar a los soldados y elevar de forma proporcional su competencia profesional y su carácter, desarrollando las facultades reflexivas de la conciencia moral: el juicio y el pensamiento.

Los actos inhumanos cometidos por los ejércitos durante las guerras en el siglo XX, así como los casos registrados de transgresión moral de militares y ejércitos occidentales en el contexto postmoderno, deben valorarse atendiendo a las consideraciones que justifican nuestra investigación y destacan la importancia del problema. La postmodernidad es ante todo una noción temporal, puede datarse tras la caída del Muro de Berlín. Si bien es un concepto con expresiones diversas, filosóficas, epistemológicas, sociales y culturales, es también en rigor un contexto objetivo en el cual se desarrolla la política interna e internacional de los Estados y las naciones. Por ello, su descripción y comprensión en este trabajo se realiza en el segundo capítulo de la primera parte de forma comprehensiva, incluyendo una reflexión filosófica y otra política.

Terry Eagleton ofrece una perspectiva integradora de estos enfoques:

La postmodernidad es un estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de la emancipación, de las estructuras aisladas de los grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación. Contra esas normas iluministas considera el mundo como contingente, inexplicado, diverso, inestable, indeterminado, un conjunto de culturas desunidas o interpretaciones que engendra un grado de escepticismo sobre la objetividad de la verdad, la historia y las normas, lo dado de las naturalezas y la coherencia de las identidades. Esa manera de ver, podrían decir algunos, tiene efectivas razones materiales: surge de un cambio histórico en Occidente hacia una nueva forma de capitalismo, hacia el efímero descentralizado mundo de la tecnología, el consumismo y la industria cultural, en el cual las industrias de servicios, finanzas e información triunfan sobre las manufacturas tradicionales, y las políticas clásicas basadas en las clases ceden su lugar a una difusa serie de políticas de identidad.14

Para nuestro estudio, el rasgo más relevante de la postmodernidad, en cuanto contexto en el que las acciones militares tienen lugar, es la forma particular de los conflictos. El estado de guerra global contemporáneo no es comparable con las guerras del siglo XX ni con las nociones tradicionales de guerra. Sin embargo, coinciden en la situación excepcional que configuran y, por ello, los dilemas y las crisis morales sin resolver, o aquellas circunstancias en las que la violencia puede emerger y extenderse sin control son preocupaciones e inquietudes de investigación que persisten. La ética como disciplina y la mayoría de las ciencias humanas todavía tratan de superar la perplejidad causada por los actos inhumanos cometidos durante el holocausto nazi, tal como expresa Jonathan Glover: “Estos desastres ponen en evidencia puntos débiles en los recursos morales en los que descansamos para contener el salvajismo. Nuestros principios morales o bien resultan inoperantes en un contexto particular, o bien son deliberadamente neutralizados o dejados de lado”.15 La descripción de los fallos en la ética del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial refleja el debilitamiento moral de los soldados y la fuerza del poder situacional: estar allí, desempeñando un rol en determinadas circunstancias. Lo que era válido en la guerra hoy lo sigue siendo para cualquier profesión jerarquizada.16

La postmodernidad configura condiciones y circunstancias provistas de amenazas y peligros peculiares, distintas formas de violencia y fenómenos como la violencia directa, la violencia pura y la violencia estructural, que convergen en una guerra global, que no llamamos guerra postmoderna porque equivaldría a asumir que se trata de una guerra convencional más, librada por medios tecnológicos. Por el contrario, nos referimos al contexto en los mismos términos que Hardt y Negri: “No podemos imaginar una paz verdadera, ni albergar una esperanza de paz […] el mundo está en guerra de nuevo y la guerra se está convirtiendo en un fenómeno general, global e interminable, dominado por una forma supranacional de soberanía, el imperio”.17

La violencia no se manifiesta de forma homogénea por todo el orbe, sino que se trata más bien de una situación generalizada en la que “podrán cesar las hostilidades en algunos momentos y en ciertos lugares, pero la aparición de la violencia letal es una posibilidad constante, siempre dispuesta a estallar en cualquier momento y lugar”.18 En este contexto, han surgido a la par nuevas misiones para los ejércitos que han generado retos técnicos, operacionales y éticos; además, han incorporado nuevas variables de análisis que no habían sido consideradas en los estudios precedentes acerca del militar postmoderno.19

De ahí que el énfasis principal del contexto postmoderno radique en el estudio de la violencia contemporánea, en particular de la violencia institucionalizada —legal o ejecutiva— ejercida mediante fuerza militar. En este análisis abordamos sus características, naturaleza, formas de daño y localización en tres apartados: “Topología de la violencia”, “Tipología de la violencia” y “Política de la violencia”. Así, los tipos de violencia destacan en relevancia; la violencia directa, estructural y el biopoder son formas de violencia que los ejércitos infligen en determinadas misiones, según la cantidad de fuerza que su ejecución precisa. La forma de violencia inmanente a la estructura social contemporánea es la biopolítica ejercida por un biopoder, es decir, por una autoridad o fenómeno que regula la vida social misma; en la postmodernidad, se trata de la guerra global.

En esta guerra se erige el soldado biopolítico, el cual debemos entenderlo desde dos perspectivas: en primer lugar, como “agente” de producción biopolítica, implicado y destinado a cumplir determinada tarea dentro de la gestión política de la vida de las comunidades con las que interactúa —en la actualidad de manera particularmente intensa—. En segundo lugar, como “objeto” de la gestión biopolítica generalizada de la vida por parte de determinadas autoridades políticas, la disposición de su cuerpo, tiempo y recursos articulada y coordinada mediante procedimientos y regulaciones —existentes siempre en la profesión militar jerarquizada—.

Realizadas las descripciones del contexto postmoderno y su violencia peculiar, conviene precisar el sentido y el uso de la palabra “riesgo” y de la expresión “riesgos de transgresión moral”. Comúnmente se confunden los términos “peligro” y “riesgo”, y esto se debe a que juntos constituyen una cadena causal que determina la posibilidad y probabilidad de daño, es decir: sin peligros, no hay riesgos. En consecuencia, los riesgos se derivan y construyen a partir de peligros identificados: cuando decimos que sin peligros no hay riesgos, en realidad queremos decir “sin peligros conocidos”, pues es de suponer en beneficio de la seguridad que toda empresa o actividad humana supone peligros implícitos. Los peligros, por lo general, se asocian a daños físicos, a la capacidad de que alguien o algo pueda afectar a bienes. No obstante, dado que la afectación de bienes físicos, en la medida en que sea producto de intenciones y actitudes de personas es causada moralmente, los daños afectan también a bienes morales. Entre tanto, los riesgos son la posibilidad y la probabilidad de que el daño ocurra, de que alguien cause un daño o mal físico y moral sobre otras personas; para el caso de estudio, la posibilidad de que el soldado o el ejército causen algún daño moral, es decir, que incurran en una transgresión moral.

Por todo lo anterior tenemos la exigencia de reproducir la cadena causal y establecer las relaciones entre, por un lado, peligros-amenazas (condiciones, circunstancias, características o procesos) obtenidos de la descripción del contexto postmoderno a través de sistemas de referencia en sus componentes empírico y teórico, y por otro, riesgos, que ponen a prueba tanto el carácter moral del soldado —que tiende, decide y actúa— como la envergadura ética del ejército al cual se adscriben. Los riesgos son, desde la disposición de los elementos descritos, una combinación particular que configura situaciones que puedan favorecer o incrementar la posibilidad y probabilidad de que un militar o un ejército incurran en transgresión moral al hacer un uso indebido, injustificado o inexcusable de la fuerza.

Este panorama de condiciones y circunstancias, aunado a una serie de conceptos y artefactos culturales, incorpora también la identidad y el carácter moral de las personas en general, y los soldados que integran los ejércitos occidentales en particular. Reconocer esto impone la necesidad de ordenar estas múltiples variables y elementos, disponerlos en lo que Rawls llama sistemas de preferencias y que en este trabajo hemos denominado sistemas de referencia. Para Rawls los sistemas de preferencias son referentes sociales y políticos desde los que se determinan objetivos y se evalúan el estado de las cosas en relación siempre con las normas e instituciones que los incorporan. En sentido similar, los sistemas de referencia en nuestro estudio son elementos y contenidos ideológicos, sociales, políticos, culturales y éticos que proveen información relevante y pertinente para todo sujeto afectado por sus determinaciones. Los sistemas de referencia obran así en dos sentidos. Por una parte, contienen la realidad en la cual se configura la relación y las obligaciones con los demás; por otra, constituyen la estructura requerida para la reflexión moral, por ello incluyen al individuo, quien ejerce como legislador (adopta premisas en este marco de referencia) y decisor de las acciones (juzga su bondad).

En otros términos, los sistemas de referencia dan cuenta de las condiciones y circunstancias postmodernas en las cuales se desenvuelve el sistema militar. Las fuerzas situacionales y los condicionamientos sobre el sistema también son valorados en este trabajo, especialmente registramos las determinaciones del mismo sistema sobre el individuo, sobre la conciencia moral del soldado, encontrándose ello en la discusión ethos frente a conciencia moral realizada en el tercer capítulo de la primera parte. En la figura 1, que ilustra el diseño de la investigación, se evidencian con claridad los sistemas de referencia en su componente objetivo y subjetivo en los niveles sociocultural, nacional, institucional e individual.


Figura 1. Diseño de investigación

Fuente: elaboración propia.

En atención a lo expuesto, la tesis que se defiende es: en la postmodernidad, y dado el estado de guerra global permanente que la caracteriza, en los militares de los ejércitos occidentales se presentan riesgos de transgresión moral —el hecho de estar expuestos a que una acción, una práctica o conducta salgan mal en sentido moral, no técnico— peculiares y distintivos respecto a la paz y a la guerra. Estos riesgos se generan por la relación compleja entre sistemas de referencia éticos y la conciencia moral individual, así como por una serie de determinantes intrínsecos y condicionantes extrínsecos vinculados al contexto operacional contemporáneo. Así, nuestra tesis se desarrolla a lo largo de esta estructura, como se describe a continuación.

En la primera parte describimos el contexto, el ejército y el militar postmoderno, ordenando metodológicamente los conceptos y argumentos en cuatro niveles de análisis que conforman los sistemas de referencia —agrupación completa y detallada de cada nivel, sus componentes, relaciones y tensiones—. Después, llevamos a cabo un estudio de la violencia postmoderna y sus tipos, y establecemos su relación con el uso de la fuerza militar distinguiéndola de otros conceptos como el poder, la dominación y la legitimidad. Con esta disposición argumentativa, nos proponemos evidenciar los peligros propios de las operaciones militares y, en general, de las diferentes misiones que cumplen los soldados en la actualidad, en virtud de los cuales están expuestos tanto a riesgos técnicos como morales, en otras palabras: tanto a la derrota militar como al fracaso ético y moral.

En la segunda parte analizamos la transgresión moral como fenómeno, centrándonos en sus fundamentos y en la naturaleza particular de sus manifestaciones. De ello derivan dos categorías de transgresión moral vinculadas con el tipo de violencia, las motivaciones y los medios con los cuales los militares y los ejércitos infligen dicha violencia al hacer uso de la fuerza y la capacidad militar. Posteriormente, empleando seis tipos ideales y una serie de casos, llevamos a cabo una reflexión en torno a cada tipo de transgresión, aproximándonos a su comprensión y proponiendo algunas alternativas de explicación de su ocurrencia. Todo ello, con la premisa de que las fuentes de transgresión moral coinciden con la mayoría de los riesgos que hemos venido rastreando.

La tercera parte está dedicada a las implicaciones de la transgresión moral, allí estudiamos y valoramos la responsabilidad y las consecuencias de su ocurrencia. La discusión sobre el primer tema ha girado en torno a las categorías de responsabilidad y culpa, buscando desde ellas arrojar luces sobre la implicación de los autores y determinadores “colectivos e individuales” en las transgresiones morales derivadas de la violencia y los daños que esta causa. En un segundo momento, reflexionamos sobre las consecuencias de la transgresión moral para la sociedad, el ejército y los militares. Observamos que, en primer lugar, además de la legitimidad, en la sociedad se resiente el compromiso implícito de la institución militar con la comunidad política y, de esta manera, la relación de mutua confianza que debería existir entre instituciones. En segundo lugar, en el ejército la transgresión moral denota problemas estructurales que en el contexto postmoderno se basan en la inadecuación y desconexión del modelo de ética militar profesional con el entorno, lo cual produce revisiones y cambios constantes en presupuestos institucionales como la cultura y el liderazgo, que en otras épocas y contextos presentaban —y era deseable— pocas variaciones. Por último, en los militares, la transgresión moral causa lesiones morales y psicológicas que disminuyen la motivación de las tropas y el número de hombres en condiciones de combatir; además, su recuperación es costosa y trae implícita una carga que se distribuye en los demás niveles, en el sentido de que, los soldados son hijos, esposos, padres y hermanos que no vuelven a ser los mismos, y tienen dificultades tanto para regresar a filas como para reintegrarse a la sociedad.

En las conclusiones registramos las aportaciones que consideramos de mayor relevancia, que podemos acotar en la siguiente sentencia: los riesgos de transgresión moral de primer orden son determinados “intrínsecos” y los riesgos de transgresión moral de segundo orden, circunstanciales “extrínsecos”. Esta distinción nos permitió evidenciar el hecho de que los primeros no son estrictamente peculiares del contexto estudiado; en cambio, los segundos, en su mayoría, se relacionan con las circunstancias o, en palabras de David Harvey “con la condición de la postmodernidad”. Son situaciones características, típicas de la época que sobredeterminan las tareas que realizan los soldados y en contraste reducen notablemente las alternativas de desplegar respuestas éticas o morales contrarias a las exigencias técnicas. La distancia que por lo general ha existido en los ejércitos entre racionalidad instrumental y deber moral, en la postmodernidad se ha hecho insondable e insoslayable. Curiosamente, esto dice también algo acerca de los riesgos intrínsecos: pese a su carácter continuo “datan de épocas precedentes”, hoy sabemos mucho más de ellos, cómo se relacionan con el juicio de acción y cómo el pensamiento incide también en su corrección.

Ante todo, sabemos que los riesgos de transgresión moral del militar en la postmodernidad no son únicos —de una sola especie—; por el contrario, tienen fuente y constitución distinta. Reconocer y comprender los mecanismos peculiares y la relación condicionada o incidental que tienen con el entorno es determinante en la tarea de reducir las violaciones a los derechos humanos y las normas legales y morales por parte de los militares occidentales en la época actual. De esta manera, el presente libro espera contribuir al progreso moral de los hombres en armas de cada nación y, con ello, reducir las injusticias derivadas de la omisión, el desinterés o la falta de atención al problema del empleo de la fuerza militar en la postmodernidad y sus hondas repercusiones.

Pensamos que para alcanzar esta expectativa es necesario aproximar al menos teóricamente los elementos constitutivos de un modelo de ética militar profesional postmoderna; confiamos señalarlo a lo largo de este trabajo, con la actualización del estado del arte en el segundo capítulo de la primera parte y a través de la reflexión crítica realizada en el capítulo 2 de la tercera parte, consecuencias de la transgresión moral, donde hemos introducido el concepto de coherencia en equilibrio reflexivo de Rawls como fundamento filosófico del modelo.

¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?

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