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Capítulo 1

Investigaciones precedentes

La problemática descrita fue identificada en estudios militares1 que reconocen la importancia fundamental de los sistemas de referencia o los niveles de análisis para la construcción de la ética y la moral militar, que tienen como trasfondo los debates filosóficos, éticos y epistemológicos anteriormente mencionados. Otras razones tanto más reveladoras que han conducido a los ejércitos occidentales a revisar los fundamentos de su cultura, ética y profesión militar son los casos recientes de graves transgresiones morales en las cuales han incurrido algunos de sus miembros en el desarrollo de operaciones ofensivas, misiones de mantenimiento de la paz e incluso intervenciones humanitarias.

Un regimiento Airborne canadiense que integraba una fuerza de paz destacada en Somalia en marzo de 1993 se vio implicado en la tortura y el asesinato de un joven de 16 años y en la posible participación en otros crímenes de guerra. Tan delicada situación generó cuestionamientos acerca de si los soldados de “la vieja escuela” están capacitados técnica y moralmente para participar en las complejas misiones de paz, como señaló en su momento Geoffrey Pearson, vicepresidente de la Asociación de Naciones Unidas en Canadá: “A un soldado se le enseña a pelear y se le enseña que hay un enemigo. Pero en una misión de paz, eso no es verdad. No necesariamente se debe combatir, y la mayor parte del tiempo uno no sabe quién es el enemigo”.2 El ejército británico se vio comprometido en crímenes de guerra y tortura en Basora, Irak, en 2003, por golpear e intentar ahogar a un adolescente, además de otras denuncias por hechos similares. Soldados estadounidenses se han visto involucrados en Afganistán e Irak en maltratos y abusos a prisioneros, violaciones y asesinatos.

Se evidencia una mayor producción de investigaciones sobre la problemática y los fundamentos que constituyen la ética militar profesional en las fuerzas militares de Estados Unidos, que pese a ser quizá la mayor fuerza militar del planeta, con un alto índice de gestión del conocimiento y capacidad tecnológica, afronta importantes dificultades a la hora de conceptualizar, articular y promover la ética entre sus miembros, a fin de garantizar que se conduzcan correctamente sin faltar a sus obligaciones morales en cualquier misión que les sea encomendada o circunstancia en la que se encuentren. Además de los problemas derivados de las nuevas misiones y procedimientos operacionales que abordaremos en el capítulo 2 junto a la doctrina, existen verdaderos dilemas que no han sido resueltos, pues no se ha precisado dónde reside el problema. A propósito de los hechos ocurridos a comienzos de 2010 en el distrito de Maywand en Afganistán —miembros de un pelotón asesinaron con premeditación al menos a tres civiles, haciéndolos pasar por talibanes armados; el grupo de los implicados fue conocido como el Kill Team—, en declaraciones públicas hechas por el Ejército en un comunicado de prensa, se evidencia la perplejidad producida por estos hechos.

El Ejército perseguirá implacablemente la verdad, nos lleve donde nos lleve, tanto dentro como fuera de los tribunales, por muy desagradable que pueda resultar, por mucho que se tarde en descubrir. Como Ejército, nos preocupa que un soldado pierda su “norte moral”, como ha dicho un soldado durante su juicio.Haremos siempre todo lo que haya que hacer, como institución, para comprender cómo ha pasado, por qué ha pasado y qué tenemos que hacer para evitar que vuelva a pasar.3

Esta declaración es congruente con las investigaciones realizadas recientemente, orientadas a averiguar qué causa que los soldados pierdan su brújula moral, dónde residen los condicionamientos y las determinaciones: ¿en la perversidad humana?, ¿en una deficiencia en la educación militar?, ¿en el código de ética?, ¿en las prácticas institucionales?, ¿en el estilo de liderazgo?, ¿en el lenguaje empleado?, ¿en el entorno?, ¿en la incapacidad de adaptación? La primera constatación es que tanto la noción de ética militar como los conceptos relevantes y su empleo han cambiado considerablemente; atrás ha quedado el ejército autárquico al que, en cuanto sistema cerrado, estas acepciones correspondían. Los ejércitos postmodernos, por cuenta de las vertiginosas transformaciones del entorno, se enfrentan a desafíos sin precedentes para los cuales su sistema de valores, su ética, no tiene respuestas. En atención a ello, algunos ejércitos occidentales, como el canadiense y el australiano, han planteado un marco de referencia que tiene por objeto clarificar, ordenar y sistematizar el gran número de conceptos dispersos y ambiguos dentro de las dimensiones con las que la institución militar se relaciona, que además de relevantes son constitutivas de la ética militar institucional y la moralidad de los soldados. Por otro lado, el Ejército de Estados Unidos reconoce la ausencia y la necesidad de dicho marco de referencia. Clark C. Barrett puntualiza:

La profesión de soldado en el Ejército estadounidense carece de un marco ético institucional, así como de medios de autocontrol entre iguales. Los marcos de actuación del ejército tal vez contengan una ética militar implícita, pero esta nunca queda explícita.4

De la misma manera, Don M. Snider, Paul Oh y Kevin Toner identifican esta deficiencia en un trabajo del Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de Estados Unidos:

El propósito de esta monografía consiste pues en ofrecer un marco en el cual académicos y profesionales puedan debatir los diversos aspectos de la ética castrense. Tal debate resulta especialmente complicado, porque carecemos de modelos y lenguajes comunes para iniciar el diálogo. La doctrina castrense actual y las investigaciones académicas relacionadas no aportan ninguna herramienta que permita abordar la cuestión ética, tampoco analizan cómo dicha ética se va adaptando a los cambios culturales de la sociedad, a la evolución de los conflictos armados o de otras crisis externas.5

Creemos que el hecho de que existan deficiencias tan notables en la ética miliar profesional de los más importantes ejércitos occidentales constituye una fragilidad que precondiciona la ocurrencia de transgresiones morales como las que hemos registrado.

Entre tanto, en el marco de la Unión Europea —que, si bien es cierto no dispone de un ejército común, cuenta con instancias dedicadas a indagar sobre ética militar y temas conexos, como la Sociedad Internacional de Ética Militar en Europa (EuroISME)— se ha planteado si en Europa existe una ética militar o si es poco relevante la indagación al respecto, en la medida en que son los Estados, la OTAN y la ONU quienes tienen la potestad de declarar una guerra o intervención armada. En este caso, se trataría más bien de la ética militar de la OTAN o de la ONU o de un conglomerado de naciones; sin embargo, como reflexión prospectiva, Henry Hude anticipa las dificultades a las que se puede enfrentar una ética militar europea postmoderna, asumiendo que deba incorporar la ideología y los valores liberales postmodernos característicos del contexto:

Desde un punto de vista moral, puede plantearse en qué medida hay lugar para una ética en una ideología liberal postmoderna que conduce el individualismo y la admisión de la arbitrariedad subjetiva hasta límites extremos. Se diga lo que se diga, es bastante improbable que una imparcialidad tolerante y escéptica pueda fundar por sí misma una ética. Sin duda, esa orientación emerge (como ya se ha observado) de una intención moral y por razones políticas (antitotalitarias), cuya trascendencia moral no debe subestimarse. En realidad, en un mundo totalitario, o sin libertad responsable, no hay ni bien ni mal, en el sentido moral de la palabra. Pero el Occidente postmoderno solo está huyendo del Caribis del totalitarismo para lanzarse en el Escila del relativismo y en una política en la que la hipertrofia de lo privado corre un alto riesgo de reorientarnos hacia un estado natural de tipo más o menos hobbesiano —no ha encontrado una mejor garantía de moralidad ni de libertad—. Conviene reiterar que si la ética liberal postmoderna conserva un carácter verdaderamente ético, ello se debe a la permanencia en el seno de las sociedades europeas de tradiciones modernas y premodernas que continúan siendo marcos culturales y referencias implícitas, dentro de y en función de los que siguen interpretándose implícitamente las concepciones del escepticismo y del relativismo postmodernos.6

No hemos considerado el planteamiento de Hude porque lo compartamos, sino porque es útil para hacer notar cómo la ausencia de experiencias y doctrina en su análisis conduce equivocadamente a considerar la postmodernidad como un escenario en el que se promueven valores e ideologías tendenciosas desde un centro de poder y racionalidad al cual es posible resistirse, y no como un contexto que impone condicionamientos y determinaciones, peligros y amenazas ante los cuales se debe dar respuestas militares adecuadas. Evidentemente, esta última postura es la que aquí se defiende, documentando las experiencias operacionales y los cambios doctrinarios presentados en los ejércitos en la postmodernidad. Hude acierta al mostrarse escéptico acerca de la posibilidad de construir o articular una ética militar europea que se ajuste a la retórica y lógica postmodernas, pero pasa por alto que el verdadero problema —como reconocen los académicos estadounidenses— es la ausencia de un marco de referencia común, que tenga aplicación simultánea en cada ejército y dentro del sistema de seguridad colectiva.

Es momento de citar los trabajos que en rigor pueden ser considerados antecedentes para nuestra investigación; se trata de algunos estudios que reconocen el problema de la localización de las obligaciones morales en el marco de la ética militar profesional y el sinnúmero de elementos y conceptos que la constituyen. Como veremos, proponían ordenarlos sistemáticamente para facilitar la observación y el análisis de las relaciones entre dimensiones y, de esta forma, se trataba de hacer visible no solo el nivel institucional, sino también el individual y el social. Esto supone un avance respecto al enfoque tradicional, que consideraba relaciones unidireccionales de subordinación o dependencia; desde ese momento, el solo hecho de fijar las dimensiones como componentes obligó a estudiarlas a fondo de forma aislada, dotándolas de suficiente jerarquía para alterar la naturaleza de las relaciones y obrar como referencia o elemento constitutivo.

La ética militar se relaciona estrechamente con el concepto de profesión; por ello, enfatiza las especificidades de las tareas que se realizan: la división del trabajo, los niveles de experticia que en cada servicio o cuerpo se precisan y la considerable autonomía de autogestión que la organización militar tiene —necesaria para integrar el sinnúmero de tareas que la empresa bélica requiere—. Sin embargo, en la modernidad, décadas antes de la era de la información y el conocimiento, de las fuerzas multimisión y la intervención humanitaria, ya existía la necesidad de identificar y articular las relaciones de la institución con los actores sociales externos y del Ejército con el soldado. Sam C. Sarkesian es pionero en esta formulación; en Beyond the Battlefield. The New Military Professionalism, publicado en 1981, toma como punto de partida el concepto de profesión de Ernest Greenwood: “Toda profesión se caracteriza por un sistema de autoridad, un cuerpo teórico estructurado, la sanción de la comunidad, un código ético y regulador y una cultura profesional”.7 Lo relevante de cualquier profesión es que, en virtud de la autoridad y la experticia del profesional, adquiere poder y responsabilidad en un área de necesidad social dentro del sistema político. Este argumento sustenta la idea, bastante extendida entre los académicos militares de la Guerra Fría, de que la administración de la violencia en servicio del Estado hacía única a la profesión militar entre las profesiones y por ello las obligaciones y responsabilidades tanto de la institución como de sus miembros admitían notables concesiones: la comunidad debe asegurarse constantemente de que los profesionales militares sean competentes para hacer la guerra, asuman su rol y hagan un uso adecuado de la autoridad concedida en respuesta al compromiso político adquirido. Para Sarkesian, es fundamental la concepción tradicional de la profesión militar, pues es el núcleo de su desarrollo teórico:

Puesto que la profesión posee un virtual monopolio sobre el cuerpo de conocimiento relativo a la conducción actual de la guerra, no solo se arroga la sanción de la comunidad, sino que puede dictar las normas profesionales sin apenas ninguna interferencia de la misma. Así, la profesión militar posee su propio sistema legal, estructura social, instituciones educativas, de reclutamiento y sistema de recompensas y castigos. Indudablemente, la mayoría de las profesiones civiles presentan características similares, pero habida cuenta de la función del cuerpo militar y del hecho de que forma parte integral del sistema político, resulta crucial considerar estas cuestiones en todo lo relacionado con esta profesión.8

Sarkesian es consciente de que la definición de profesionalismo por sí sola no ofrece un marco de referencia adecuado para el estudio de la profesión militar; por ello, propone una estructura de tres niveles: la comunidad, la institución y el individuo, abarcando desde el rango macro de la comunidad hasta el micro en el nivel individual. En cada caso el asunto sustantivo del profesionalismo incluye habilidades técnicas, ética profesional y perspectiva política; de esta forma, cada nivel debe ser evaluado en relación con cada una de estas variables, por ejemplo: en el nivel del individuo, el profesionalismo se puede estudiar en términos de competencia tanto del oficial como un militar técnico, su actitud particular y conducta respecto a la ética profesional, así como su actitud política y sus percepciones. Además, se puede evaluar la variable en relación con la perspectiva, por ejemplo: la ética profesional no se limita al nivel individual, sino que debe incluir los requerimientos institucionales y las expectativas e imagen de la comunidad.9

La dimensión de análisis comunidad-institución militar en el modelo de Sarkesian era el asunto fundamental; este remitía al campo de estudio Fuerzas Armadas-sociedad e incluía la relación individual e institucional, en otras palabras, el tratamiento del vínculo de la sociedad con el estamento militar. Indistintamente, tomaba en cuenta al Ejército como institución con su sistema de valores y al militar en cuanto profesional de las armas —aunque no estrictamente en su dimensión subjetiva—. El estudio prestaba particular atención a los cambios que tenían lugar en ese momento y que se preveía que alterarían el rol profesional, especialmente por cuenta de la tecnología. Lo anterior se sigue de la reflexión del autor: el U.S. Army War College suponía que había una clase particular de profesionales que estarían en los más altos niveles de la jerarquía, dictarían la naturaleza del sistema de valores y definirían la relación comunidad-institución militar. En este caso, sería preciso que aquellos oficiales definieran el horizonte intelectual adecuado: bien enfatizaran las competencias y habilidades profesionales, bien preponderaran los rasgos ocupacionales. Sarkesian se alinea con la segunda alternativa: “El verdadero mundo profesional debe ir más allá de su papel específico e incluir consideraciones en torno a la situación de la sociedad y a la naturaleza del ser humano”.10 Su constatación apunta a una necesidad emergente: los oficiales debían entender el funcionamiento y las determinaciones del contexto, aunque tal intención exigiera una mayor educación liberal —la idea de completo aislamiento de la institución militar respecto a su entorno como recurso de autopreservación y la preocupación exclusiva por la competencia técnica militar eran obstáculos—.

No tiene demasiado sentido que una profesión proclame que está al servicio del bien público. Para estarlo, se requiere una buena comprensión de la sociedad, de su sistema político y de una ideología que asegure actuaciones políticas coherentes. Ninguna profesión puede comprender y desempeñar adecuadamente su propio papel social sin comprender primero el contexto sociopolítico dentro del cual este debe desarrollarse.11

Un hallazgo del estudio de Sarkesian que merece especial mención es haber pronosticado el efecto negativo de la tecnología sobre la institución militar; la disputa a favor y en contra acerca de los referentes que deberían prevalecer en la educación profesional se tensaba entre la experticia técnica y la capacitación militar orientada exclusivamente a obtener éxito en el campo de batalla. Sarkesian se plantea que, si aceptamos la premisa de que el empleo de la fuerza en el futuro será altamente complicado y difícil de administrar, y que la habilidad de los seres humanos para manejar una gran variedad de procesos será limitada, entonces se puede aceptar fácilmente la necesidad de mayor formación técnica. No obstante, le preocupa que, en este ambiente, el juicio humano sea fácilmente relegado por la toma de decisiones mecánica —administrada por computadora— y se cree una brecha entre la élite militar y los elementos humanísticos dentro de las fuerzas y respecto a la sociedad. En sus palabras:

La pericia del profesional militar cuya principal preocupación es la supremacía tecnológica y la aplicación eficaz de la fuerza es fundamentalmente antagónica a los impulsos humanistas de una democracia, incluso en el contexto de la era tecnológica. La pregunta es si la profesión puede servir adecuadamente al Estado democrático con tal orientación. Creemos que no puede.12

Hoy sabemos que altos niveles de tecnología han sido apropiados por los ejércitos con bastante éxito, pues indudablemente han mejorado su eficacia y letalidad. Sin embargo, ello también generó ambigüedades éticas, como la dispersión de la responsabilidad en el uso de aeronaves remotamente controladas, drones armados con capacidad de hacer blanco en personas, instalaciones y vehículos. El problema no fue que la tecnología relegara al elemento humano en la toma de decisiones o hiciera posible la muerte a distancia, sino la dependencia que la absoluta conectividad generó en los escalones tácticos de combate para la toma de decisiones. Cuando el teatro de operaciones y la forma de operar cambiaron, las decisiones no podían seguir atravesando la cadena de mando —salvo en el uso de drones y armas de acción remota—.

La tecnología de uso militar alcanzó un nivel marginal hasta el punto de llegar a ser contraproducente. A diferencia de lo que Sarkesian pensaba, los hombres capacitados técnicamente no dominaron la élite militar, sino que prevaleció la figura del líder heroico; la tecnología dio paso a nuevos cargos en los Estados y Planas Mayores, pero los comandantes de pequeñas unidades perdieron autonomía y se redujo su capacidad de respuesta espontánea y su iniciativa, en momentos en que justamente estos atributos de liderazgo eran prioritariamente requeridos. Sin duda, esto devino en un riesgo de transgresión moral: los hombres se veían cada vez más inmersos en una cadena de procedimientos y, por ende, menos responsables de las acciones propias, es decir, tenían escasos estímulos para detenerse a pensar, a hacer juicios morales acerca de sus acciones. Se podrá refutar: ¿en qué momento hay lugar para ello? Y sería correcto replicar: en los momentos previos, de pausas, de letargia,13 en los cuales el militar reflexivo14 debe plantearse preguntas: ¿si estuviera en determinada situación, qué haría?, y la institución debería promover y facilitar esta actividad,15 particularmente en la ejecución de operaciones postmodernas que, además de verse afectadas por el impacto de la variable tecnológica, presentan ambigüedades y mayores desafíos.

El trabajo de Sarkesian fue replanteado por Don M. Snider, John A. Nagl y Tony Pfaff en 1999, en un trabajo titulado Army Professionalism. The Military Ethic, and Officership in the 21st Century, en el seno del entonces recién creado Centro para la Ética Militar Profesional del Ejército de Estados Unidos. Estos autores tomaron el planteamiento de Sarkesian como marco de referencia para analizar la profesión militar de forma sistemática y ordenada. En ese sentido, propusieron una matriz de 3 × 3 de interacciones sociales, políticas y funcionales inherentes a la relación entre una sociedad democrática y su ejército. Así, cada uno de los componentes puede ser analizado en tres niveles o perspectivas: la sociedad estadounidense, la institución militar y el soldado dentro de la institución. Estas relaciones y asuntos presentes en la agenda pública del momento, señalan los autores, crean tensiones saludables y disfuncionales entre las diferentes perspectivas; estas interacciones son las que nos interesa resaltar, es decir, cómo en un momento coyuntural de la pos Guerra Fría los autores antes mencionados analizaron las mismas relaciones que Sarkesian había examinado casi dos décadas antes, sin perder de vista que, más que el contenido de los argumentos, nos proponemos llamar la atención sobre la estructura metodológica.

Tabla 1. Componentes

Componentes
Nivel de análisis Técnico-militar Ético Político
Sociedad Prohibición de minas terrestres, operaciones militares diferentes a la guerra Ética egoísta o postmoderna Aversión a las casualidades, intervencionistas
Institución militar Autorización de devolución de mercancía, recursos, reclutamiento, profesionalismo en declive La ética profesional militar y la fuerza de protección Doctrina Powell y fuerza de protección
Soldado individual Habilidades individuales, retención Valores individuales Políticas individuales, brecha cívico militar

Fuente: American Military Professionalism.16

No incluiremos referencias del componente funcional (técnico-militar) ni del político, pues nos parece pertinente centrar la atención en el ético. Los autores explican que este componente busca en cada nivel de análisis dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿qué deben hacer el oficial y el soldado?, ¿qué clase de líderes debe tener el ejército? Las respuestas a estas preguntas establecen normas de comportamiento individual y colectivo, en función de los cursos de acción y resultados que el oficial está obligado a buscar; es decir, constituyen una ética militar profesional, definida por los autores como “el cuerpo de principios morales o valores que gobiernan una cultura particular o grupo”.17

En el nivel de la sociedad, a pesar de reconocer que la sociedad estadounidense es ecléctica y abraza una variedad de creencias éticas, esas tendencias han sido etiquetadas incorrectamente como postmodernas. Los autores sostienen que el término alude más bien a una compleja colección de creencias y teorías que en esencia rechazan la idea de que haya una verdad objetiva, ética o de otra índole. Sin un estándar objetivo de verdad, los individuos y grupos eligen qué es la verdad, es decir, que esta es relativa a sus deseos y creencias. Otra manifestación de esta suerte de relativismo es el egoísmo irreflexivo, el cual promulga que lo moralmente bueno es “lo que es mejor para mí”. Los autores separan la tendencia ética postmoderna de la ética fundada en el egoísmo, y sostienen que esta última, a diferencia de la primera que apela al absoluto relativismo, se constituye en un estándar objetivo contra el cual medir la conducta. Sin embargo, observan que las personas, en general, tienden a combinar la ética egoísta con la postmoderna; confían y aceptan este contradictorio sistema ético como válido. Los autores manifiestan cierta preocupación, producto de su experiencia, al enseñar a jóvenes militares, pues advirtieron que muchos de ellos aceptaban aquellas creencias contradictorias en una institución basada en valores que privilegia el pensamiento racional, de modo que el potencial de conflicto era enorme. Asimismo, reconocían que los oficiales no veían nada de malo en abrazar una ética personal de interés o relativismo irreflexivo junto con las exigencias éticas objetivas de la profesión.18

En aquel momento, ya entrada la postmodernidad, los autores identificaron un problema estructural que se ha agudizado en la actualidad y que nos interesa enfatizar: la contradicción y divergencia entre sistemas de valores; en un contexto más amplio, como lo hemos definido, entre sistemas de referencia. Esta es una característica de la postmodernidad, de su racionalidad: la ambigüedad y la contradicción están presentes en todas las dimensiones de la vida, y la ética no es una excepción.

En el nivel de la institución militar, como anticiparon los autores, la contradicción era más evidente cuando los oficiales intentaban reconciliar su ética personal con la de la institución: “Las creencias de egoísmo y relativismo postmoderno pueden ser mantenidas consistentemente por muchas personas en [Estados Unidos], pero no pueden ser mantenidas por los oficiales del ejército, quienes simultáneamente tienen una ética profesional objetiva”.19 Rechazan la idea de que un individuo pueda compartimentar su vida en diferentes roles, mantener diferentes éticas para cada rol y aun así llevar una vida moralmente consistente. Las razones que exponen son que la ética militar precisa de que al menos una verdad sea mantenida como objetiva; en cambio, la ética social, no. La ética militar profesional requiere que los oficiales pongan su propio interés como secundario, mientras que la ética social no encuentra motivos para renunciar al egoísmo. Los autores encuentran problemas irresolubles entre la perspectiva social y la institucional, básicamente porque parten de la concepción tradicional de ética militar profesional, entendida como normativa y prescriptiva por razones funcionales y de legitimidad política. Las obligaciones éticas del militar están predeterminadas por mandatos y han de primar sobre cualquier otro sistema de valores; la contradicción o la oposición a tales disposiciones objetivas hace inviable o poco efectiva la acción militar y debe ser proscrita.20

En el nivel individual, siguiendo la misma lógica, los autores sostienen: “El problema no radica en las contradicciones discutidas anteriormente, que los soldados escojan erróneamente una ética sobre otra, que den mayor peso a la ética social cuando deberían haber dado peso a la ética profesional, aunque en ocasiones esto también pueda ser un problema”.21 El problema fundamental que subrayan los autores es el relativismo promovido por la contradicción, pues si no existe verdad ética, cualquier creencia puede pasar por guía moral y cualquier decisión puede ser tan justa como otra. La preocupación de los autores que se sigue de sus conclusiones es que el ethos postmoderno y el egoísmo irreflexivo, incompatible con la ética militar profesional, deriven en que el oficial falle a la hora de identificar sus obligaciones morales como subsidiarias de la perspectiva institucional que debe ser prioritaria, y que esto lleve a una conducción operacional deficiente, a la disminución del compromiso y el sacrificio, al incumplimiento de la misión y, en última instancia, a la derrota militar.

Finalmente, respecto a los trabajos antes relacionados —que constituyen los antecedentes de nuestra investigación—, debemos aclarar una diferencia notable entre los propósitos que aquellos persiguen y el nuestro. Cuando Barrett y Snider, Oh y Toner sostienen que no existe un marco de referencia para la ética militar profesional, se refieren a la ausencia de un modelo de análisis y de lenguaje comunes para determinado nivel —Ejército, OTAN, ONU, etc.— que abarque las dimensiones y perspectivas relevantes en el contexto postmoderno, que permita observar el impacto de los cambios sociales y las variaciones en los conceptos y las premisas. Incluso se esperaría que fuera posible evaluar su eficacia en el momento de ser implantado en el Ejército e incorporado en los procesos de educación y formación de personal; en contraste, no nos limitamos a buscar el modelo adecuado, pues consideramos la ética militar institucional como una variable más que debe ser valorada en el contexto. El constructo sistemas de referencia permite disponer ordenadamente todos los elementos materiales y formales relevantes para llevar a cabo la investigación, delimitando así nuestro espacio de configuración y contribuyendo a suplir la deficiencia señalada.

Adicionalmente, en la medida en que consideramos estéril llevar a cabo una indagación suscrita al relativismo, hemos aceptado el pluralismo y el perspectivismo; por ello, fuimos congruentes cuando rechazamos los argumentos de Hude, pues no pensamos que ideología alguna pueda erigirse en la postmodernidad y guiar los destinos del orbe, así como tampoco defendemos un nihilismo radical. Creemos que por encima de los efectos desintegradores de la postmodernidad perviven instancias, instituciones y sobre todo personas que eligen y dotan de sentido el mundo en procesos dinámicos y versátiles de generación y corrupción de subjetividades e identidades. En este mundo de “apariciones” todavía podemos percibir y tratar de objetivar relaciones, es decir, tenemos referencias.

¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?

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