Читать книгу Una mujer en pedazos - Giselle Rumeau - Страница 13
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Yo lo sabía. Sabía que algo andaba mal con mi hermana adorada, mi hermanita hermosa, pobrecita, siempre triste, siempre angustiada, sin creer en nada. Hubo miles de señales desde que se alborotó con el infeliz de Pato, miles de avisos a la vista estos últimos años, pero no me di cuenta a tiempo, no llegué a descifrarlos porque Julián dice siempre que no me sugestione y hasta me trata como si estuviera loca. Pero yo sé que las señales existen. No estoy segura si son mensajes divinos o responden a las fuerzas de la naturaleza, solo hay que prestarles un poco de atención, nada más, porque las señales están ahí todo el tiempo diciéndonos esas cosas que no queremos ver o escuchar. Por eso ahora siento este dolor inmenso acá en el pecho, una puñalada desgarrándome el corazón porque no pude evitarlo. Dios sabe que daría cualquier cosa por librar a mi hermanita linda de este tormento. Hubiera preferido que me pase a mí y no a ella. Se lo dije a Julián, tendría que haber sido yo. Ella no cree en nada, la pobre no tiene de dónde agarrarse, en cambio yo tengo mi fe.
Esa misma fe fue lo primero que me vino a la cabeza cuando me llamó esta mañana por teléfono para decirme que se había enfermado. Empezó diciendo que no me asuste, casi susurraba la pobrecita, tengo algo feo para decirte, me atajó, pero apenas dijo la palabra cáncer yo ya no pude escuchar más. El piso comenzó a girar con la fuerza de un tornado y me vi cayendo en medio del remolino de pánico y culpa. Volvió a mi cada frase de la última charla que tuvimos en Quilmes hace apenas una semana, aún ahora repica en mi cabeza una y mil veces cada palabra de ella, inconsciente y arrogante, contra mi fe y mi creencia. Pero vos sos inteligente, Cla, me dijo, cómo podés creer en Dios, en la Virgen y en todas esas supersticiones, me espetó en la cara, con una media sonrisa burlona. Ella siempre fue así, desde chiquita, más buena que el pan pero impetuosa y desafiante, con una sinceridad brutal que termina por hacerte enojar. La odié en ese momento como la odiaba cuando éramos chicas y no quería jugar conmigo, la odié como cuando se tragaba, angurrienta, sus golosinas en dos segundos y luego me suplicaba para que le convide las mías con ojitos de cordero degollado, la odié al igual que lo hacía cuando mala y enfurecida me imponía sus caprichos a los golpes. La odié como entonces pero no alcancé a decir ni mu porque enseguida me dio pena su vacío espiritual. Dios no permita que le pase algo malo, fue todo lo que pensé.
Y ahora, el amor incondicional que siento por ella, este dolor tan grande como una casa, este miedo que me endurece los músculos, se me mezclan con una culpa espantosa y pesada por haber sentido bronca de su soberbia. Y acá estoy sin poder dejar de llorar por mis pensamientos de mal agüero que le han hecho daño sin querer. Y ahí está Julián, retándome otra vez, basta, no te sugestiones, dice, y cómo no hacerlo si parece una trampa del destino, o una burla divina, como si el mismísimo Dios la estuviera poniendo a prueba.
¿Acaso será esto otra señal? ¿Será que Giselle se va a salvar y todo no es más que un mal trago, el trago amargo del escarmiento, para superar su arrogancia? Quizá si se curara volvería a creer, como cuando tenía ocho años y se levantaba temprano los domingos para ir solita a misa pese a que le tenía un miedo espantoso al demonio, un pánico incontrolable que la hacía pasarse todas las noches a mi cama. Quizá sea una oportunidad para recuperar su fe. Nada más que eso, nada irreparable. Dios aprieta pero no ahorca porque todo podría ser peor de lo que es. Lo digo porque cuando la habitación dejó de dar vueltas, pude escuchar que el tumor es muy malo, que está ahí desde hace un tiempo, ¡quién sabe desde cuándo! pero por suerte no se le desparramó. Sé que mi hermana está dispuesta a pelear, si lo sabré yo que la vi guerrear por cosas insignificantes, pero me preocupa que sea tan incrédula.
Ella no cree en Dios y tampoco hay nada que la consuele. Ni la vidente pudo convencerla de que algo andaba mal, se lo dije a Julián, ¿viste?, eso fue una señal, otra más que anunciaba esto. Me acuerdo que Marta se lo remarcó bien clarito aquella tarde que la fuimos a visitar, pero a ella no se le movió un pelo. Pagó la consulta y chau, se fue sin hacer caso a las recomendaciones. Al menos debería cumplirle a Marta. Yo sé que mi hermana es fuerte, que va a salir adelante, que le va a poner garra, pero ¿cómo se puede vivir así, sin creer en nada? ¿Cómo esperar una ayuda de allá arriba si no se tiene fe?
No quiero tener malos pensamientos, pero ¡tengo tanto miedo! Desde ayer que no puedo parar de llorar, con esta puntada en el pecho que apenas me deja respirar, yo no sé cómo voy a hacer para que no me vea así. Ella está entera ¡si tardó una semana en contarnos la noticia para no preocuparnos! Durante varios días soportó esto sola porque no quería amargarnos y darle un disgusto a los viejos que ya están cansados de lucharla. Algo de razón tenía porque ver llorar a mi papá como un chico me partió el alma, cuando me pasó a buscar hoy temprano como siempre para ir a la fábrica. Apenas me subí al auto, me miró unos segundos y se quebró sin decir nada. Nunca lo había visto así, tan duro siempre, tan incapaz de manifestar sus sentimientos porque es de los que piensan que los hombres no lloran. Se ve que andaba con el llanto atragantado desde ayer, cuando mi hermana llamó a mi madre después que a mí para contarles que algo no estaba bien con la mamografía, que había grandes posibilidades de que sea un cáncer, pobrecita, se los dijo así, ella no quiso confirmarles lo que ya sabía, para que la noticia no sea un mazazo. Y yo, que ya no sé qué pensar, al ver llorar a mi padre como un chico no pude más que abrazarlo, no recuerdo haberlo hecho nunca de ese modo, y contenerlo como pude, todo va a salir bien, papá, no te aflijas tanto, es una prueba de vida, lo sé, ella es fuerte, repetí varias veces para que también yo pueda creerlo. Va a ser duro esto, me dijo, porque su hermano, que es médico, a quien él obedece como palabra santa, ya los preparó para una pelea feroz. Que aún no hay nada perdido, que es probable que lo pueda vencer, que es joven y fuerte, pero les dejó bien clarito que será un tratamiento terrible. Él sabe de lo que habla no tanto por ser doctor sino porque su esposa también padeció la enfermedad en un pecho, aunque a mi tía tuvieron que sacárselo. La quimio es como un veneno que circula por las venas y la va a destrozar, dijo, hay que ser fuertes cuando se descomponga y vomite por horas sin poder parar o cuando no se pueda levantar de la cama durante días. Será lo más parecido a una agonía, anunció, será lo más parecido a verla morir.
Dice papá que mi madre está destrozada. ¡Ay mamita!, yo también estoy mal, tengo el corazón tan dolorido que ni siquiera puedo rezar. No me sale, no sé por qué... Lo intenté pero me ahogo, Julián lo vio, se me cierra la garganta, se me estrangulan las palabras y no sale nada más que lágrimas. De tan llorona metí la pata con mi Santi, qué pasa mamá, por qué lloras, y tuve que decirle la verdad, aunque pensé en mentirle, en evitarle ese sufrimiento por su tía adorada, inventarle cualquier historia con tal de que no tenga que pasar por esto. Pero siempre es mejor decir la verdad, aunque sea una verdad a medias. ¿La tía se va a morir? No, la tía se va a curar. Quiero verla, mamá, quiero darle un abrazo fuerte. Yo también quiero abrazarla, hijo, abrazarla y consolarla.
En un rato la vamos a ver. Giselle quiere venir a Quilmes, ella que tanto le gusta la Capital dice que prefiere quedarse en la casa de los viejos, para estar con su familia y con nadie más, al menos hasta que la operen en unos días. Le dije a Julián, es como un animal herido que busca refugiarse en la cueva. Por eso tengo que reponerme antes de verla, para que no se dé cuenta del miedo que tengo, de este dolor que siento en las entrañas, porque tengo que contagiarle mi fe, mi esperanza. La pobre no cree en nada y eso no es bueno para la salud. Voy a decirle que nada malo le va a pasar, te lo juro hermanita linda, yo estoy acá para cuidarte como cuando te pasabas a mi cama de noche. Si puedo verla ahora mismo, parada al lado de mi cama, desamparada entre la oscuridad de la piecita que compartíamos con Mariano porque la casa era chica y el dinero no sobraba, la veo ahora mismo ahí parada con sus contradicciones que me volvían loca, pidiéndome protección desesperada y al mismo tiempo empujándome de la cama porque no le dejaba espacio. La veo ahora mismo sacándome la lengua cuando mamá nos ponía en penitencia a cada una en una silla de la cocina, y guay con bajarse ¿eh?, ni se les ocurra, se quedan ahí hasta que yo lo diga. Puedo escuchar cómo sorbía la sopa con ruido, a propósito, tan solo para exasperarme, o la forma en que hacía renegar a mamá cuando se quejaba porque la leche tenía nata, que no, que no la tomo nada porque me da asco. Puedo verla ahora mismo riéndose sin parar, y haciéndonos reír a carcajadas a Mariano y a mí con sus payasadas, imitando al chapulín colorado y rompiendo la lámpara del comedor con su torpeza. Cómo no quererla cuando se pegaba cinta scotch en la cara, hagámonos cirugía estética, decía, y aparecía con la nariz respingada haciendo ruido como un chanchito. Cómo no odiarla cuando nos enamoramos del mismo chico en el mar, Alfredo se llamaba, nos pasamos las vacaciones compitiendo por su atención, que me miró a mí, ¡no! ¡si me ayudó a mí a llevar la sombrilla! Cómo no entender su dolor y su culpa, el día que un colectivo atropelló y mató a su perrito pequinés porque ella lo venía corriendo para alcanzarlo. No llores, no fue tu culpa, hermanita linda, no es tu culpa, no es nuestra culpa. Vos no tenés fe pero nunca le hiciste mal a nadie. ¿Por qué te tuviste que enfermar?