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UN NADAÍSTA CON BARBAS DE NAZARENO

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La revelación en poesía fue Eduardo Escobar, el más joven de los viejos nadaístas. Viene militando en el movimiento desde los quince años; por entonces le decíamos en Medellín el Nieto. Eduardo ha sido y ha hecho de todo: seminarista, presidiario, pero sobre todo poeta puro, nato. Era el amor del maestro Fernando González, quien lo llamaba místicamente el Diosecito. Apareció en Cali con su barba nazarena, sin un centavo, como siempre, y con su novia Amparo, “mi poema más revolucionario”, según dijo. El recital de Eduardo fue religioso hasta el éxtasis. Un poeta que por su edad y su frescura y su lirismo sin intelectualismo evoca relativamente el prodigio de Arthur Rimbaud, aunque su maestro más amado sea Maiakovski.

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