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¿Y para qué?

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Conforme caían las hojas, marcando el compás de la estación amarilla, los siguientes meses transcurrieron igual: la gente no paraba de llevar sus pertenencias al foráneo vendedor. Aldar había vuelto a la pesca con su padre. Se daba un baño, almorzaba, estudiaba unas horas en la casa de su mejor amigo (lo hacían con el abuelo de Berat) y volvía a su casa para reparar las redes de pesca con su abuela.

La había convencido de trabajar cerca de la ventana. No quería perderse la transformación del pueblo. Ni dejar de ver la infaltable fila de gente y mercadería que todos los días se formaba delante de la gran caja. «¿Qué tendrá adentro?¿Cómo se transforman los objetos en un bloque de adobe cocido?», se preguntaba Aldar mientras cosía.

¡Pues sí! Cualquiera fuera el fruto del labor de la gente, una buena parte iba a parar a la caja. Esta no hacía distinciones, todo lo convertía en ladrillos. Incluso, existía junto a ella, según documentos, una tabla de equivalencias tallada en madera.

Los objetos manufacturados, es decir los fabricados por personas, generaban otros resultados. Sin seguir un patrón lógico, un brazalete de oro producía tres ladrillos y, en cambio, una hogaza de pan duro producía cuatro ladrillos. ¡Increíble!

He aquí una parte de la tabla de equivalencias


Una tarde, de imprevisto, el maestro alfarero de Torre Baja golpeó la puerta de Amis, el pescador.

¡Toc, toc!, tocó Ermo Mano de Piedra, y esperó a que acudiesen al llamado. Amis abrió la puerta y se sorprendió al verlo, aunque podía intuir el motivo de su visita.

—Señor Ermo, ¿qué hace usted por estos lares tan cercanos a la costa?

—No tengo mucho tiempo, Amis, voy a abandonar el pueblo. He pensado dejar la alfarería en manos de un primo —dijo molesto el hombre— y quiero pedirte que convoques a la junta de comercio, sé que tú eres uno de sus consejeros.

Amis miró de reojo la gran fila de gente y le respondió.

—No creo que quieran escucharme. Todos están ciegos con la remodelación o construcción de sus nuevas casas. Y nos guste o no, esto ha traído gente de otros pueblos a Torre Baja. Las playas están repletas de turistas. El consejo debe estar contento con el aumento del comercio.

—¿A costa de aplastar al fabricante artesanal? ¡El mundo ha perdido la cabeza! —contestó Ermo alzando su pipa de barro con la mano—. Durante mucho tiempo he seguido tus consejos. Mantengo el mismo precio en los ladrillos. ¿Y para qué?

Diciendo esto, Ermo comenzó a alejarse unos metros del portal hasta llegar a su bolso, sacó un ladrillo y lo lanzó a los pies de Amis.

—¡Compara un ladrillo de estos con los míos! Verás tú la diferencia.

Amis levantó el bloque y lo sostuvo en sus manos; era muy ligero. Aquello comenzaba a ponerse feo. Sus nuevas dudas le impidieron darse cuenta de que Ermo se alejaba vociferando algunas advertencias. Pero con esfuerzo logró escuchar la última frase del apesadumbrado maestro albañil:

—¡Las paredes de sus casas no durarán ni cinco años, Amis!, ¡ni siquiera cinco años!, ¡os lo puedo jurar!

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