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Capítulo 2

Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI

¿Cuándo terminó el siglo XX y comenzó el nuevo milenio? Como sabemos, el tiempo es un concepto complejo que va desde la magnitud física que permite secuenciar hechos, hasta la noción gramatical que permite situar una acción en un momento determinado. Esto, a su vez, supone un saber cronológico del tiempo lineal que transcurre desde un punto inicial a otro siguiente, continuo o previo. Como se ve, el tiempo es algo más complejo que una fecha en el calendario.

A los seres humanos nos gustan los hitos, las conmemoraciones, los comienzos y los finales. Es posible que ello se deba a nuestra conciencia de muerte. El sabernos que, fisiológicamente, tenemos una «fecha de expiración» nos obliga a intentar atrapar, en una bocanada de tiempo cósmico, todo lo que nos sea posible. Sin duda, sin esa conciencia de límite, conceptos como la imaginación, creatividad, invención y evolución, como las entendemos, no tendrían ningún sentido.

Durante décadas, siglos y milenios la idea de tiempo cronológico se mantuvo estable en muchos sentidos. Años, meses, días y horas resultaban predecibles. Las estaciones climatológicas estaban claramente marcadas en dos o cuatro, dependiendo del lugar del planeta donde se habitaba. Las tareas y los hechos transcurrían en forma concatenada o al menos así parecía. La simultaneidad se entendía, al igual que la inmediatez, pero el concepto de «presentismo» no estaba en los registros psicológicos de prácticamente nadie. El aquí y el ahora, existían porque había un pasado y un futuro; lo que ocurría hoy era con consciencia de memoria histórica y el mañana estaba sujeto a la naturaleza y a la voluntad de los dioses.

Con la Revolución Industrial y la idea de modernidad, los fundamentos del tiempo cronológico y psíquico comenzaron a cambiar. Aunque la medida lineal de este se ha mantenido desde entonces, la forma en que se entiende y vive el presente se hace cada vez más amplia. De algún modo, el «ahora» comienza a engordar, se vuele obeso, apretujando el pasado contra sí mismo y, al mismo tiempo, se hace cada vez más voraz con relación al devenir. A partir de la segunda mitad del siglo XX la idea de que «el futuro es hoy» se instaló como un lema global. Así, la espera comienza a ser una experiencia cada vez más intolerable.

La aparición del internet instala el «presentismo» como motor, deseo y voluntad de existencia. La simultaneidad, el vértigo de creer contar con todas las posibilidades y la promesa de poder tenerlo todo, solo por el hecho de acceder al menú que los escaparates reales y virtuales nos ofrecen, hacen aumentar la gula hasta alturas inimaginables. La web nos permite suponer que se puede contar con todo el conocimiento disponible en el mismo instante de la pregunta, lo que hace estallar la idea de reflexión por los aires. La pausa, la contemplación, el ocio sagrado de la filosofía clásica y la espera, son posiciones psíquicas que, lejos de producir templanza y carácter, generan angustia y sensación de vacío.

Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores autoritarios, deslumbramiento científico, artístico e intelectual. Las primeras décadas del nuevo milenio nos dieron más impulso aún. El tiempo ya no solo volaba, prácticamente desaparecía en medio de nuevos logros sociales, económicos y tecnológicos. Las demandas de los más de siete mil millones de habitantes de este punto casi invisible del universo exigían respuestas concretas ahora.

Y entonces, llega el freno seco y brutal. Yéndonos casi de bruces, hemos pasado los últimos dos años llenándonos de fórmulas, hipótesis y teorías para acostumbrarnos y entender qué es todo esto. Mientras intentamos no enfermar y sobrevivir a la pandemia y con una crisis económica gigantesca que se levanta frente a nosotros, anhelamos salir lo antes posible de algo tan único como inasible: la incertidumbre. Entonces, como los astronautas del Apolo 132, le decimos a alguien esperando que nos escuche y nos de una solución: «Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI y no tenemos perspectiva temporal para comprenderlo».

Tal vez un esbozo de respuesta está en la última escena de Fanny y Alexander de Ingmar Bergman: «Todo puede suceder, todo es posible y probable, tiempo y espacio no existen. En el delgado marco de realidad la imaginación gira creando nuevos patrones»3, lee en voz alta la abuela Ekdahl a partir de un texto del autor August Strindberg, mientras Alexander permanece recostado en su regazo.

2 Apolo 13 fue la séptima misión tripulada del programa Apolo de la NASA y la tercera destinada a aterrizar en la Luna. La nave despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy el 11 de abril de 1970, pero tuvo que abortar su alunizaje debido a una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de servicio.

3 Fanny y Alexander. Dirigido por Ingmar Bergman, 1982.

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