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Introducción

Transitamos por días de temor y transformación. Cuando la incertidumbre se instala como una constante habitual, esta se normaliza. Y si es así, lo esperable es que deje de incomodar. Sin embargo, por lo general, esto no sucede.

Es posible que esto se deba a que culturalmente existe un prejuicio negativo hacia lo desconocido. También podría deberse a que experiencias previas relacionadas con sucesos inesperados estén asociadas a dolor, pérdida o malestar psicológico. Sea cual sea el origen de la mala imagen que tiene la incertidumbre emocional, lo cierto es que la mayor parte de la población trata de evitarla, lo cual carece de todo sentido.

De algún modo, pretender no tener nunca frente a nosotros un escenario complejo, nebuloso e impredecible, equivale a pretender vivir sin enfermar ni sufrir. Así como enfermar es «normal», aunque indeseable, no tener control sobre la mayor parte de nuestro entorno, nuestras relaciones afectivas y lo que ocurrirá mañana, forma parte de la condición humana.

Habitualmente buscamos caminos que nos eviten obstáculos difíciles o pruebas que pongan en riesgo nuestra estructura psíquica. Nunca lo conseguimos. Y, sin embargo, en nuestra tozudez seguimos buscando el desvío que nos permita ganar tiempo y postergar enfrentar lo que a la larga deberemos, inexorablemente, encontrar.

Cuando vivimos tiempos angustiantes, todos nos preguntamos, si ya hemos llegado al final, si ya tocamos fondo. Hoy mismo, en medio del vértigo pandémico, ecológico, social, político, económico y cultural que atravesamos, todos queremos saber si ya estamos en el punto de inflexión o en la curva final, que nos conduzca a una recta ordenada y armónica que nos haga volver a hacernos sentir confortables y seguros.

Es muy posible que nadie tenga una respuesta correcta. Es más, es probable que ella dependa de la posición en que nos situemos para comprender lo que nos ocurre. Si lo hacemos con la lógica del siglo XX, es muy posible que nos agobiemos con lo que observamos en el horizonte a corto y mediano plazo. Pero si hacemos el esfuerzo de aceptar el desconocido paradigma que gobierna nuestra nueva realidad, podremos sentirnos algo más tranquilos y optimistas.

El camino en el que nos encontramos, que muchas veces nos hace sentir que atravesamos un estrecho cuello de botella, doloroso, difícil y áspero, es probablemente el preludio de una forma diferente de habitar nuestro planeta y nuestro tiempo. Lo que encontremos allí podría estar regido por lógicas y respuestas cognitivas y conductuales muy distintas a las que, en el pasado, reconocíamos como normales y esperables. Y si así fuera, tal vez la incertidumbre deje de ser una molestia y se transforme en una fuente de energía.

Todo es posible cuando la creatividad se pone al servicio de la transformación del miedo en una posibilidad de triunfo.

Santiago de Chile

Noviembre de 2021.

En defensa del Optimismo

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