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Capítulo 1

Hacia un diálogo interdisciplinar

Intersecciones: psicoanálisis y feminismo

Las importantes transformaciones que se identifican desde la segunda mitad del siglo XX en materia de igualdad de oportunidades entre varones y mujeres, así como la incorporación de las mujeres al mundo laboral, académico y político, han sido producto, fundamentalmente, de los movimientos feministas que se comprometieron programáticamente con la visibilización de inequidades y las luchas públicas por la conquista de derechos. El panorama actual de la situación demuestra la necesidad de continuar produciendo los cambios necesarios en el plano político y simbólico que impacten lo suficiente en los modos de subjetivación de niñas/os para que el modelo patriarcal heteronormativo, desde donde estas diferencias genéricas y sus malestares se originan y reproducen, pierda eficacia sintomática en las/os sujetos contemporáneos y las generaciones futuras.

Desde esta óptica, la presente investigación se nutre de dos corpus teóricos puestos en diálogo: el psicoanálisis y los estudios de género. Si bien se trata de dos disciplinas con diferentes tradiciones, debates y preguntas, es inevitable que este entrecruzamiento produzca en ambas una transformación a nivel teórico y la consecuente modificación de sus respectivas prácticas. Para abordar esa intersección tomo la constitución del psiquismo sustentado desde el psicoanálisis y articulado con la producción de subjetividad tal como lo plantea Silvia Bleichmar, al definir la subjetividad como:

(…) el modo con el cual cada sociedad define aquellos criterios que hacen a la posibilidad de construcción de sujetos capaces de ser integrados a su cultura de pertenencia y la manera en que cada sujeto constituye su singularidad. (…) La producción de subjetividad no es todo el aparato psíquico, este es el lugar donde se articulan los enunciados sociales respecto al yo (Bleichmar, 2005, p. 81).

Cuando decidimos trabajar en la clínica psicoanalítica con perspectiva de género, nos estamos ubicando en la intersección de una ya nutrida tradición de trabajo teórico-clínico que profundiza las transformaciones teóricas que la introducción de esta perspectiva genera en el cuerpo conceptual del psicoanálisis. La concientización sobre la importancia del diálogo entre ambos campos disciplinares tiene como objetivo enfrentar la dificultad del psicoanálisis de aceptar las objeciones y desafíos señalados en los estudios de género por las primeras corrientes feministas, así como también promover la permeabilidad a la discusión que las/os teóricas/os de género y/o feministas sostienen con el psicoanálisis. En esta ocasión, veremos que dichas polémicas no son irresolubles, sino que, por el contrario, son desarrollos que aportan y nos ayudan a conformar una caja de herramientas abierta a nuevas teorizaciones, potente en su rigor científico-académico y de investigación.

A la hora de abordar la subjetividad femenina y el ejercicio de la maternidad, la perspectiva de género es fundamental porque explicita la dimensión política, histórica y social del carácter cualitativo de las relaciones de poder jerarquizadas entre los géneros, que están en la base de la construcción de las subjetividades y a partir de las que se cimienta la relación con el propio cuerpo, las pulsiones y el deseo. Por lo tanto, no se trata simplemente de revisar los contenidos androcéntricos de la teoría psicoanalítica (tarea, por otra parte, ya realizada por las teóricas del feminismo en una primera etapa), sino también de mostrar que al interior de esa teoría no se puede desconocer el hecho de que existe un ordenamiento entre los sexos claramente jerarquizado y socialmente determinado, tal como lo vienen planteando y trabajando hace varias décadas distintas/os teóricas/os del psicoanálisis y estudios de género nacionales e internacionales como Eva Giberti, Mabel Burin, Juan Carlos Volnovich, Irene Meler, Michel Tort, Emilce Dio Bleichmar, Judith Butler, Silvia Bleichmar, Jessica Benjamin, Ana María Fernández, Débora Tajer y Facundo Blestcher. Ellas/os ponen en cuestión las múltiples y novedosas formas con las que se presenta el ejercicio de poder entre los géneros, sus avances y retrocesos, sus cambios y ordenamientos subjetivos diversos y contemporáneos. Estos ordenamientos preexisten a la conformación de las identidades individuales y también a cualquier reflexión científica que pretenda dar cuenta a priori de dichos procesos, ya que los escenarios son complejos, cambiantes y con tensiones irresueltas que exigen el trabajo de enfrentar la incertidumbre para forjar una clínica pospatriarcal a la altura de las problemáticas de la psicopatología contemporánea.

Aportes desde la perspectiva de género

Analizar el dispositivo sociohistórico de producción de subjetividades –es decir, el marco cultural, social y psicológico en el que se van desarrollando las vidas de mujeres y varones– visibilizó la justificación y el sostenimiento de la producción y reproducción de desigualdades entre los géneros. La perspectiva de género se convierte así en una herramienta conceptual aguda y tenaz que evidencia que a cada género se le proponen ideales y un determinado modo de pensar, de desear, de sentir y de comportarse. Esto se debe a construcciones sociales que manifiestan las características culturales y psicológicas para la(s) feminidad(es) y la(s) masculinidad(es) a partir de las cuales se definen ciertas pautas, actitudes, creencias y valores que determinan rasgos diferenciales para mujeres y varones a lo largo de la historia. Estas diferencias entre los géneros están centradas en la predominancia del ejercicio de poder que conlleva desigualdades en el ordenamiento jerárquico. Desde la lógica binaria, la diferencia sexual se legitima en términos de desigualdad. Lo “Uno” ocupa el valor jerárquico, quedando lo “otro” devaluado (Fernández, 1993). Por ello, es de gran utilidad identificar también el género como categoría de análisis, ya que posee características para tener en cuenta como valor descriptivo. Según Burin y Meler (2009), en primer término, el género es una categoría relacional que determina las relaciones de dominación entre varones y mujeres, y las relaciones intragéneros, enfatizando los poderes femeninos en el campo de los afectos y otorgando a los varones el poder racional y económico, principalmente. En segundo lugar, se trata de una construcción histórico-social que estructura el orden simbólico de la división sexual y marca la subordinación en la significación de géneros a los roles asignados e internalizados para cada uno. En tercer lugar, el género se articula a su vez con otros indicadores tales como la historia familiar, el nivel educativo y socioeconómico, el acceso al campo laboral, la etnia y la religión, dando cuenta de la complejidad, la transformación y las consecuencias que el sistema sexo-género patriarcal produce, evidenciando que el género no aparece en forma pura sino enlazado a otros determinantes de las subjetividades sexuadas. En cuarto lugar, se presenta institucionalmente estructurado ya que, además de su instancia interpersonal, existe un sistema social que genera leyes, normas y ritos religiosos y culturales que producen y reproducen la idea de lo femenino y lo masculino.

La perspectiva de género circunscribe y define la noción de maternidad(es) desde un punto de vista político. Por género entendemos un conjunto de representaciones, prácticas y relaciones que son el resultado de una construcción social, histórica, económica, religiosa y política determinada, organizadas alrededor de las diferencias anatómicas entre los sexos y que definen la manera en que construimos simbólicamente y nos relacionamos con el cuerpo sexuado. Cabe aclarar que “No debemos trasladar el problema de las subjetividades femeninas o masculinas a las identidades sexuales psíquicas de mujeres y hombres”, como bien señala Lamas (2000, p. 97). Para el psicoanálisis, la complejidad que presenta la elaboración inconsciente de la diferencia sexual simbólica en un histórico-cultural específico significada para cada sujeto tendrá como resultado la posición frente al deseo y determinará la asunción de la masculinidad o feminidad. En este sentido, Lamas analiza la relación entre género, diferencia sexual e identidad sexual para comprender la complejidad del tejido conceptual. El género se construye sobre la identidad sexual asumida y, en consecuencia, excede la mera diferencia biológica entre los sexos: “asumir al cuerpo como una bisagra donde se articula lo social y lo psíquico (…) sexualidad e identidad sexual, pulsión y cultura, carne e inconsciente” (Lamas, 2000, p. 88). La tríada antes mencionada permite pensar el género como categoría que muestra la dimensión de la diversidad deseante, que vuelve al cuerpo un territorio en tensión que evidencia su carácter político al constatar la desigualdad subyacente entre mujeres y varones, así como también otras inequidades que contribuyen a su articulación en relación a la clase, etnia, diversidades, opciones sexuales, etarias, geopolíticas o de religión, que abren el campo de exploración psicoanalítica y política de los términos indagados.

Conviene, por lo tanto, profundizar en esta definición y distinguir las diversas maneras en que se emplea el concepto de “género”, puesto que en la muy vasta y diversa literatura existente se muestran usos no unívocos de la palabra. Por ejemplo, en muchos tipos de estudios macrosociales se llama “género” a la desagregación por sexo. De esta manera, el comportamiento diferente de los sexos se analiza e interpreta como valores distintos que dependen de una misma variable independiente, lo que produce que las diferencias no se tomen como construcciones sociales complejas. En muchos escritos puede encontrarse la sustitución, sin más, de la palabra “sexo” por “género”, lo cual induce a confusiones teóricas muy importantes. También es usual la confusión que circunscribe el concepto de género a las mujeres exclusivamente. Las teorías de género no se ocupan solo de las mujeres, sino que proponen una perspectiva relacional más amplia. Incluso, cuando abordan especificidades de las mujeres, lo hacen contemplándolas de modo vincular, en sociedad.

La primera teórica feminista que retoma el término “género” es Gayle Rubin en un famoso artículo sobre la economía política del sexo. Ella define el género como la construcción social que se realiza sobre el sexo como dato anatómico, es decir “el conjunto de disposiciones mediante las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de actividad humana y mediante las cuales se satisfacen estas necesidades humanas transformadas” (Rubin, 1986, p. 97). La autora habla del “sistema sexo-género”, puesto que se trata de un solapamiento entre diferencias naturales y culturales. Los sistemas de sexo-género son los conjuntos de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anátomo-fisiológica. Estos sistemas cumplen el importantísimo rol de dar sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales, a la reproducción de la especie humana y, en general, a las relaciones entre las personas. Los sistemas de sexo-género fueron, por lo tanto, un punto de inflexión en el esfuerzo teórico de comprender y explicar el par subordinación femenina-dominación masculina, es decir, la dimensión política de la subalternidad. Desde entonces, la apuesta consistió en estudiar estos sistemas de acción social en relación con la sexualidad y la reproducción.

La conceptualización de la desigualdad de género fue revolucionaria no solo en el interior de los estudios feministas, sino también en todo el campo de las ciencias sociales y humanas. Se trata quizás de la ruptura epistemológica más importante de las últimas décadas (Harding, 1988; Fraser, 1989, citado en De Barbieri, 1993), ya que constituye el reconocimiento de una dimensión de la desigualdad social que hasta entonces no se trataba o bien se abordaba marginalmente, subordinándola a una dimensión económica. El reconocimiento de la existencia de la dominación sobre las mujeres como forma específica del ejercicio de poder fue un paso de gran importancia.

El siguiente momento fundamental de parteaguas teórico en la historia del concepto de género tuvo que ver con la influencia del pensamiento de Michel Foucault. Su investigación revolucionaria propone una concepción interrelacional, difusa y discursiva –aunque no por ello menos material– del ejercicio del poder y la constitución de la subjetividad que se instauran en un contexto histórico, político y económico determinado. En el primer volumen de Historia de la sexualidad, él realiza una contraposición entre el viejo poder represivo del soberano que dispone del derecho de “hacer morir o dejar vivir” y, si se ve amenazado o no se cumplen las normas, como castigo, lo matará (Foucault, 1976, pp. 127-128), reemplazado en el poder constitutivo moderno “hacer vivir o de arrojar a la muerte” (p.130). Estos desarrollos mantienen los disciplinamientos de los cuerpos y las subjetividades en cada época; la regulación y control se ejerce mediante una biopolítica de la población que organiza el poder sobre la vida. Es través del aparato del Estado moderno y sus instituciones de poder (escuela, iglesia, familia) que se mantiene una particular jerarquización de las relaciones de producción y de reproducción mediante el biopoder sobre el cuerpo social. En nuestra actualidad, el debate sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo es una muestra de los procedimientos de poder y saber que “garantizan las relaciones de dominación y efectos de hegemonía” (Foucault, 1976, pp. 132-133). Esta idea en su momento tuvo un eco fuertemente productivo en los estudios de género y en las teorías de la subjetividad, ya que habilita pensar que la misma se constituye a partir de relaciones de poder que no son ejercidas unilateralmente desde un centro de irradiación, sino que son ejecutadas por todos los miembros de una sociedad, en tanto mantienen y reproducen el discurso constitutivo de las subjetividades. La situación de opresión vivenciada por las mujeres no podría ya definirse como una relación de poder represiva, en la que sean pura y exclusivamente víctimas, sino que empieza a pensarse de manera mucho más compleja y enriquecedora. El poder que circula y se ejerce no es algo que alguien tenga y pueda concentrar. De hecho, la dominación más eficaz es la que cuenta con la complicidad de sus dominados, puesto que es la que mejor acalla toda posibilidad de resistencia. Pero, además, esta concepción del poder produce un desplazamiento teórico significativo en cuanto a los temas que nos ocupan. En primer lugar, implica que la subjetividad no preexiste al poder que la oprime, sino que es constituida por él. Por otro lado, implica un cambio profundo en la conceptualización del cuerpo y en la diferencia sexual anatomobiológica. En la medida en que Foucault pone el foco en el interés del poder sobre los cuerpos, ya no se puede sostener una concepción puramente natural de ellos. Es decir, se desbarata también la primera estructura que definió conceptualmente al género en sus comienzos, puesto que ya no puede distinguirse con la misma seguridad una diferencia sexual biológica, natural y dada –lo que era el sexo– de una diferencia socialmente construida y contingente –lo que se llama género–. Este movimiento epistémico tiene como punto de partida pensar y analizar modos de subjetivación sociohistóricos con categorías que nos permitan elucidar críticamente la construcción de la diferencia y cómo la misma se convierte en desigualdad (Fernández, 2017). Pensarla no solo en la vertiente filosófica, sino desde el estatuto de la diferencia sexual en psicoanálisis, a la luz de la ruptura del ordenamiento patriarcal heteronormado del binarismo sexual jerárquico: masculinidades/feminidades; paternidades/maternidades; funciones paternas/funciones maternas, que participan de los dispositivos biopolíticos de poder y tienen implicancias clínicas, políticas y éticas (Fernández, 2017) corriendo aún más el margen teórico para pensar las problemáticas actuales.

De esta manera, la definición de género que propone Joan Scott en su artículo “El género: una categoría útil para el análisis histórico” compilado por Lamas (1996, pp. 265-302) complejiza las relaciones entre sexo y género, ya que entiende el género como un concepto muy amplio, que incluye al sexo como parte de lo que es cultural y socialmente construido. De hecho, ella reconoce explícitamente su deuda con Foucault, al tomar especialmente los conceptos de saber y poder para definir la categoría en cuestión.

Sin embargo, la teórica más renombrada en lo que respecta a esta redefinición foucaultiana del concepto de género es, sin duda, la californiana Judith Butler. Como aparece, de hecho, en el título de su primera gran obra, El género en disputa (1999), ella aporta una mirada crítica y compleja acerca de este concepto. La autora rechaza la dicotomía entre naturaleza y cultura que está en la base de la categoría de género, tal como se la entendía desde las teorizaciones de los sistemas de sexo-género. Según Butler “el género debe también designar el mismo aparato de producción por medio del cual se establecen los sexos” (p. 55). De esta manera, cuando se habla de relaciones desiguales de género, hay que tener en cuenta que la dominación alcanza no solo a las representaciones y prácticas que clásicamente fueron entendidas como culturales, sino también a las vivencias del cuerpo y de la sexualidad. Sin borrar o negar los condicionamientos y posibilidades biológicas, incorporar una perspectiva social, histórica y política que cuestione y desnaturalice la diferencia sexual que conserva la heterosexualidad obligatoria y de dominio dentro del sistema binario, dentro del dispositivo de la sexualidad que desarrolla Foucault. Butler va más allá, al entender el sexo y el género como normativos y construidos en un entramado discursivo de poder y saber en dónde anida la resistencia a las relaciones establecida y, por lo tanto, positiviza la posibilidad de cambio al interior de las mismas.

A los fines de nuestro trabajo es de gran importancia la distinción entre naturaleza y cultura en la constitución psicosexual y la subjetivación de los géneros, pues abre la posibilidad de pensar política y analíticamente la relación que tienen las mujeres con su cuerpo: las representaciones (propias y ajenas), los cuidados y las intervenciones que se llevan a cabo sobre él. Una investigación acerca de los ejercicios actuales de la maternidad no puede deslindarse de una conceptualización afinada del cuerpo y la constitución de las subjetividades femeninas actuales que los estudios de género nos aportan junto a los desarrollos psicoanalíticos actualizados.

Uno de los conceptos centrales y más conocidos de la teoría de Butler (2009) es el de la performatividad (1). Este concepto, que la autora construye partiendo de desarrollos filosóficos contemporáneos, tiene la importante función de dar cuenta de esa conexión entre el poder y la constitución de la subjetividad, tanto en su nivel psíquico como en el nivel material/corporal. El concepto de performatividad (o de realizatividad, en otras traducciones) remitía originalmente a aquellos actos del lenguaje que, en lugar de describir o señalar realidades, las creaban. Butler asevera que las identidades “varón” y “mujer” son de carácter performativo y no son preexistentes o independientes de los discursos, las representaciones, las prácticas y las relaciones de poder que las envuelven y las atraviesan. Las identidades de género o las subjetividades sexuadas se construyen en ese mismo entramado. Esta dimensión performática habilita una consideración mucho más transversal de la cuestión de las subjetividades de género, puesto que nos obliga a pensarlas siempre en esa compleja relación constitutiva con el hacer, el saber y el poder. A pesar de que este concepto proviene de la filosofía, resulta de suma importancia para nuestra investigación acerca del deseo y el ejercicio de la(s) maternidad(es) de estos tiempos ya que nos permite pensar cómo se construyen las subjetividades a partir de deseos, prácticas y representaciones en escenarios tan diversos y tecnologizados que silenciosamente subyacen en la base de nuestras consideraciones acerca de cómo las nuevas formas de entender y ejercer la(s) maternidad(es) producen activamente nuevas subjetividades femeninas y nuevas configuraciones sociales del modelo familiar. Las prácticas están continuamente sujetas a la resignificación y abiertas a la innovación, por lo tanto, devienen performáticas. Las maternidades están siendo subvertidas y transformadas en sus modos de alcance y realización. De esta manera, el concepto de performatividad nos permite reconocer para no cuestionar las nuevas formas de procreación y las diferentes modalidades en el ejercicio de las maternidades; comprenderlas como nuevas formas deseantes y prácticas de crianza abiertas y contingentes para el tiempo que las contiene.

Tres modelos de subjetivación de género femenino: tradicional, transicional e innovador

Los aportes de la relación entre el psicoanálisis y los estudios de género abordan los distintos modos de constitución de la subjetividad y del sujeto psíquico en las feminidades y masculinidades. En esta línea, Burin (1998) y Meler (1994, 1998), desarrollan tres modelos de subjetivación de género femenino: 1) el modelo tradicional, 2) el modelo transicional y 3) el modelo innovador. Tajer (2009) retoma y amplía estos conceptos con los siguientes criterios: modalidad del despliegue pulsional, estructuración del narcisismo, desarrollo del yo y modalidad de la construcción de la representación psíquica del cuerpo, que conforman los pilares para el análisis y la fundamentación del trabajo clínico que se desarrolla en este libro.

1) El modelo tradicional de subjetivación de género femenino. Se aplica a aquellas mujeres que desarrollaron sus vidas según los requerimientos de las necesidades del modelo de producción capitalista de la modernidad. Este se fundamenta en el mantenimiento de la división sexual del trabajo, que otorga a las mujeres el espacio doméstico con el fin de que el sistema productivo se sostenga. Desde este modelo se resaltan los valores de la maternidad y la conyugalidad, que conforman áreas vitales de desarrollo para estas mujeres, donde los pactos entre pares no incluyen el desempeño laboral o profesional para ellas, creando una relación asimétrica de roles y poderes. Del lado de los varones, los roles principales a cumplir son los de proveedores económicos y guardianes del capital simbólico de los hogares (Tajer, 2009, pp. 48-49). Esta representación de la feminidad tradicional no implica que todas las mujeres estuviesen fuera del campo laboral durante la Modernidad, sino que “ha sido una representación hegemónica con fuerte impacto en la conformación del ideal de estas mujeres” (Tajer, 2009, p. 50); ideales que en muchas aún hoy mantienen la fuerza de su gesta subalterizante.

Con respecto a las modalidades de circulación libidinal, es importante tener en cuenta que en el psiquismo de las mujeres, desde la temprana infancia, se inscriben mandatos ligados a una posición de sometimiento en las relaciones de poder, que determinan privilegios para los varones –en la posición de amos– y que atribuyen a las mujeres una posición particular en la manera de desarrollar los deseos y la afectividad, tanto en el despliegue de lo erótico-amoroso como en el manejo de la hostilidad. El fin de la pulsión hostil cae bajo la represión o se vuelve contra sí misma. Estos fines pulsionales son producto de la socialización de género, cuya consecuencia es el costo de la dificultad en la diferenciación “yo-no yo”, que les complejiza la expresión de los sentimientos de rivalidad y hostilidad. Ante esta dificultad de diferenciación, sostienen vínculos de apego y dependencia. Reactivamente, esa moción “diferencial” se vuelve contra sí mismas (constitución del masoquismo) y las deja en un límite tal que las lleva muchas veces a estallar (Tajer, 2009, pp. 50-51). En el plano erótico, suelen reprimir el despliegue de la sensualidad, dado que está mal visto que una “buena mujer” exhiba todas sus “armas” de seducción. Estas modalidades desarrollan síntomas neuróticos que producen, vía la transformación del erotismo en ternura, una particular maternización del vínculo con los varones y, por desplazamiento, la erotización del vínculo materno-filial, que subsume el despliegue erótico a la procreación (Tajer, 2009, p. 51). En estas subjetividades tradicionales ligadas a determinado tipo de valores morales, los modos de realización personal no traspasan el umbral de lo doméstico y, si lo hacen mediante el trabajo asalariado, este funciona como modelo de apoyo a la economía familiar y no como valor de autonomía y de realización narcisista. La autoestima está supeditada a ser buenas madres y esposas (Tajer, 2009, p. 52). Estos modos de subjetivación las llevan a arreglos conyugales asimétricos en cuanto al poder de decisión y al valor social de las tareas que cada una/o realiza. Son eficientes en lo doméstico y en lo público y, sin embargo, reproducen modelos de buenas “asistentes” por falta de desarrollo de las habilidades que el mundo público requiere. En cuanto a la representación del cuerpo propio, las imágenes están asociadas y sostenidas en los valores sociales de belleza y juventud, que encuentran un obstáculo a la hora de mantenerse en el tiempo, en lugar de priorizar valores asociados a la salud y el autocuidado (Tajer, 2009, p. 53).

2) El modelo transicional de subjetivación de género femenino. Se compone de mujeres que, a partir de la mitad del siglo XX, entraron de forma gradual pero masivamente al mercado laboral asalariado y que, a su vez, pudieron ingresar a los diferentes niveles de educación formal. Este proceso inscribe a las mujeres como a mitad de camino. Es decir, si bien lograron ser profesionales o trabajar en el espacio público, siguen sosteniendo pactos y acuerdos conyugales que conservan el rol reservado para los varones de ser los principales proveedores de lo económico y simbólico. Esto implica que ellas han sostenido la exigencia del modelo tradicional de mujer=madre. Dicho pacto se convierte en una clara desventaja para las mujeres a la hora de alcanzar el desarrollo profesional o laboral.

En lo referente al despliegue pulsional, presentan conflictos asociados a sentimientos de rivalidad y competencia con las parejas, dado que hay mayor conciencia de la asimetría de poder que contienen estas relaciones. Entonces aparece una forma desplazada de la hostilidad, pues la rivalidad y la competencia están mal vistas para las mujeres. Manifiestan emociones más primarias como celos y envidia –aclaro que no al pene, sino a los atributos que el amo detenta– y aparecen quejas y reclamos que se revelan como propios de los vínculos desiguales en la producción de bienes económicos y eróticos que la sociedad patriarcal sostiene.

Con respecto al erotismo, el placer sexual se presenta y se ejerce como un valor dentro del vínculo conyugal. Los conflictos que aparecen suelen estar asociados a la infidelidad, que predomina en el género masculino y que, cuando ocurre, genera resentimiento en ellas, dado que no se permiten jugar el deseo erótico por fuera del matrimonio. La diferencia con las mujeres tradicionales es que las mujeres transicionales lo viven como pérdida de oportunidad de concreción (Tajer, 2009, p. 54).

Si bien comparten el sistema de ideales con los modos de las mujeres tradicionales, valorando la maternidad y conyugalidad, son mujeres que ven lo público como el lugar ideal de realización personal. Esta situación las lleva a lidiar con la dicotomía y la tensión de compatibilizar dos actividades que se disputan la exclusividad de realización: amar y trabajar. Esto se traduce en que muchas mujeres consiguen el éxito profesional, pero no logran conciliarlo con su vida amorosa; y, si “son amadas”, su éxito profesional queda relegado. Otro conflicto que sobrellevan las mujeres transicionales en su modo de existencia es que valoran a hombres poderosos y exitosos al mismo tiempo que temen lo que desean de ellos y compiten por el logro. La transición es compleja en relación también con el dinero, pues tienen mucha dificultad para asumir “lo propio” y para diferenciar “lo nuestro” (Coria, 1986). Además, les cuesta establecer honorarios y reclamar deudas. En los vínculos laborales reproducen la lógica doméstica de cuidados maternales. Suelen ser más competitivas con las iguales y sobrevaloran a los varones como ideal.

La representación del cuerpo en cuanto al ideal de belleza es menos exigente que en las mujeres tradicionales, pero adquiere mayor protagonismo el ideal de juventud, lo que las lleva a invertir parte de sus ingresos en el cuidado personal.

3) El modelo innovador de subjetivación de género femenino. Se presenta en las mujeres actuales con una gama diversa en lo que se refiere a las posibilidades de concretar los ideales de maternidad y de conyugalidad. Para ellas, estos ideales se plantean como opciones y no como mandatos en sus proyectos vitales, que es preciso cumplir sí o sí. Son mujeres que están orientadas al logro y suelen preferir trabajos por objetivos. En general, manejan con mayor eficacia las rivalidades y competencias. Exigen reconocimiento y discriminan a quiénes dirigir las mociones de hostilidad y los enojos. Ejercen la sexualidad con partenaires que eligen sin necesidad de estar “enamoradas”, desplegando y manifestando abiertamente su erotismo y sensualidad. Quizás esta cuestión sea una de las grandes diferencias con los dos modelos descritos anteriormente, en los que amor y sexualidad estaban “sujetados”; en las mujeres innovadoras, se encuentran discriminados. El deseo de maternidad aparece como algo personal y va junto con el deseo de desarrollo personal y laboral. Esta ampliación en la libertad de elección suele ser un motivo de conflicto en el momento de tomar decisiones, dado que –como veremos en los casos clínicos– se juegan ideales de omnipotencia en las diferentes áreas de la vida, es decir, suponen que podrán cumplir con más de un ideal al mismo tiempo. Esto conlleva mayores grados de exigencia que impactan en el cumplimiento de deseos, dado que no han declinado los roles que les fueron asignados a las mujeres dentro del sistema patriarcal. Tanto es así que se observan los hilos que aún las sujetan a dicho modelo, que ha cambiado alguna de sus vestiduras, pero sigue sosteniéndose en sus distintos ordenamientos de género, clase y etnia, entre otros. Esto se evidencia claramente cuando intentan sostener un modelo de éxito en lo público, como los varones, pero sin distribuir las tareas domésticas y de crianza, lo que las expone a riesgos de vulnerabilidad por sobreexigencias. Esta es una complejidad diferente de la de las generaciones anteriores, que nos lleva a repensar los nuevos modos de presentación del malestar actual (Tajer, 2009, pp. 56-58).

Otros estudios sobre maternidades desde las ciencias sociales

Desde el paradigma de las ciencias sociales, otras investigaciones de la región describen los modos actuales del contexto histórico-social en estas temáticas. Resulta fundamental destacar la transversalización de la perspectiva de género en todas las disciplinas.

El trabajo de investigación de la doctora Yanina Ávila González (2) titulado “Mujeres frente a los espejos de la maternidad: las que eligen no ser madres” (2005) se enmarca dentro de su tesis doctoral Mujeres sin hijos, el derecho a elegir. Aporta una mirada que nos permite repensar el binomio mujer=madre desde una perspectiva no naturalizante. Expone su convicción de que la maternidad es un tema complejo, que no puede reducirse solamente a lo cultural o, en su defecto, a lo biológico, sino que se entreteje con el nivel del inconsciente y, por lo tanto, del deseo. Desde esta óptica, Ávila González les da voz a las mujeres que han elegido voluntariamente no ser madres. A su vez, destaca la necesidad de contextualizar el momento histórico bajo el cual fue posible que las mujeres pudieran tener acceso a este derecho reproductivo, ya que los anticonceptivos ayudaron a una mayor autonomía, a que pudieran controlar sus cuerpos y decidir y a exigir otras libertades, hoy ampliadas por el acceso a las tecnologías médicamente asistidas.

Desde la Sociología fue impulsada la investigación “Nuevas expresiones de la maternidad”, dirigida por la doctora Carlota Solé y coordinada por la doctora Sònia Parella, llevada a cabo en el Institut Català de les Dones de la Generalitat de Catalunya (2003). Este trabajo analiza los factores materiales (barreras profesionales a la promoción) e ideológicos (ideología de los roles familiares, constructos de la “maternidad”) y el rol que juegan en el condicionamiento de la vivencia de la maternidad de las mujeres con actividades profesionales especialmente exigentes y absorbentes en términos de formación y dedicación. Según sus resultados, la maternidad se ha desplazado como eje central de las trayectorias biográficas de algunos grupos de mujeres en cuanto único proyecto vital y hoy pareciera conformar un componente más, cuya importancia varía en función de las características personales de cada mujer. Las investigadoras sostienen que, si bien ellas manifiestan querer tener más hijos de los que tienen, cada vez más este deseo es negociado en relación con otros deseos. Ejemplos de estas negociaciones son el retraso de la edad de la maternidad, la reducción del número de hijos y, en algunos casos, incluso, la renuncia total. Cabe destacar que estas particularidades ocurren, sobre todo, entre las generaciones de mujeres más jóvenes y con determinados perfiles profesionales: ejecutivas, empresarias, académicas, investigadoras. A menudo se trata de mujeres jóvenes que han sido socializadas a través del patrón “masculino” del éxito profesional –referido al modelo de ascenso social que se da en la escala corporativa y en los espacios de poder– y desde el mito de “la igualdad entre sexos” y que, a partir de estos, han trazado su trayectoria profesional, emocional y vital. Es importante agregar que la dimensión deseante de esta población encuentra dificultades para el logro de la equidad en los espacios de la vida cotidiana en los que los imaginarios y las prácticas sociales todavía mantienen una fuerte desigualación genérica. En este sentido, es necesario distinguir entre lo declarativo (lo que se ha logrado con respecto al valor de lo alcanzado en el marco legal de ampliación de derechos) y las prácticas y arreglos cotidianos entre mujeres y varones, que van muchas veces desfasados con estos avances.

En 2005, la universidad portorriqueña Carlos Albizu llevó adelante la investigación “La mujer profesional y la maternidad: estudio exploratorio sobre la experiencia de la maternidad en una muestra de mujeres profesionales en Puerto Rico”. Este estudio aborda la problemática desde la idea de la existencia de mitos y tendencias en torno a la maternidad. El propósito de este trabajo fue visibilizar algunos de esos mitos, así como también abordar las dificultades con las que pueden encontrarse estas mujeres profesionales. A partir de ello, se han identificado algunas de las actitudes, pensamientos y motivaciones de las profesionales pertenecientes a la Generación X: (3) mujeres nacidas entre 1960-1980 que han evitado, pospuesto o desistido de la experiencia de la maternidad. Un alto porcentaje de la muestra (85,2 %) expresó que la alternativa puesta entre escoger ser madre y tener una carrera profesional representó un serio dilema. Sin embargo, los resultados también arrojaron que un alto porcentaje de las participantes (81,5 %) no comparte la aseveración o la creencia de que cuando una mujer se convierte en madre debe dejar de trabajar, lo que nos indica que, si bien la alternativa entre maternidad y trabajo es real y difícil, existe en las mujeres una voluntad y un esfuerzo concreto por superar esa creencia, eligiendo más de una opción. La discusión final arrojó que este grupo de mujeres profesionales tiene expectativas muy altas en relación con el balance trabajo-familia, con un fuerte anhelo de conseguirlo. Muchas de ellas son conscientes de que la fertilidad declina con la edad y de que posponer la decisión de ser madres tiene un límite en lo biológico. El ideal al que aspira esta generación es a vivir la maternidad en los años fecundos y, a la vez, seguir la profesión, sin sacrificar el deseo de un/a hijo/a.

En otros aspectos, tales como la relación entre profesionalización y conyugalidad, las/os investigadoras/es observaron que la mayoría de las mujeres sin hijas/os no estaban casadas. Efectivamente, los estudios sobre el tema indican que, cuanto más éxito profesional tiene una mujer, más disminuyen sus posibilidades de encontrar pareja o sus deseos de tenerla. Otro resultado interesante de este estudio fue que ambos grupos de mujeres (con o sin hijas/os) no dejaron de considerar la maternidad como un valor positivo, aunque no necesariamente para su propia realización personal.

Uno de los efectos de la división tradicional del trabajo dentro de la familia moderna, junto con la heterosexualidad de dominio ha sido otorgar a la mujer la función de maternidad y crianza de las/os hijas/os como condición “natural” esencializando e inferiorizando la diferencia con el varón que es simbolizado en el orden de la cultura.

En el proceso multideterminado de la constitución de las subjetividades femeninas se han estudiado los modos de vulnerabilidad y efectos en la salud mental en la cultura patriarcal asociadas a que muchas de las problemáticas de salud de las mujeres estaban ligadas a deseos múltiples que no encontraban destinos de realización por no poder traspasar el umbral de las funciones destinadas en la esfera de lo doméstico (Burin y col. 1987, pp. 39-51). La autora rescata el trabajo de identificar la organización pulsional que mantenía un circuito cuya descarga deviene en desarrollo de afectos –principalmente de amor, ya que la hostilidad se reprime tempranamente o vuelve sobre sí misma–, de aquellos que pudieran devenir en deseos de saber y poder. La maternidad como función exaltada socialmente en las feminidades modernas está anudada a sutiles y tempranas formas de dominación; vía los procesos identificatorios se consolidan relaciones del apego y se estimula los roles de cuidado dentro del círculo de intimidad doméstica. Esta función materna cargada de sentidos del “deber ser para otros” es la mayor productora de desigualdad y de sintomatologías específicas determinadas por las condiciones de reproducción-producción a las que las mujeres están expuestas. Principalmente, porque el sistema patriarcal y capitalista no contempla equitativamente la división de tareas durante el embarazo, en el momento de parir y en la crianza de hijas/os. Las representaciones genéricas forman parte del sistema de ideales de una cultura, con sus discursos dominantes, y a su vez constituyen la construcción subjetivante del género femenino y masculino con discursos y prácticas que operan sobre los modos del ser, del desear y de realizarse en lo social y singularmente. La maternidad, desde esta óptica, se inscribe en una serie de prohibiciones, prescripciones y rupturas que no son determinantes biológicos ni universales, sino que están atadas a los roles de madre, esposa y ama de casa de las mujeres del modelo de la Modernidad. En este punto, es importante destacar que el universo de valores y significados tradicionales y hegemónicos navega también entre tensiones, resistencias y nuevas prácticas que fundan nuevas significaciones y disputan nuevas alternativas en la organización social de género y de familia, modelando constantemente las identidades.

1. Para Butler, la performatividad es “aquello que impulsa y sostiene la realización gracias a un proceso de repetición constreñida a las normas. (…) No hay reproducción en el mundo social si al mismo tiempo no se reproducen aquellas normas por las que se rige la inteligibilidad del cuerpo, tanto en el espacio como en el tiempo” (Butler, 2009).

2. Yanina Ávila González es doctora en Antropología Social por la Escuela de Antropología e Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México.

3. Este recorte y periodización coincide en gran medida con nuestra muestra, que se inspira en la categoría de “últimos modernos”. Tajer señala que son “la última generación de sujetas/os socializados modernamente que deben convivir entre los modelos de sus progenitores y anhelo de una instancia democrática y progresista que no está exenta de los modos de fragilización, sobre todo en el trabajo y el matrimonio” (Tajer, 2000a).

Maternidades en tiempos de des(e)obediencias

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