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Оглавление2. Historia empresarial de Brasil: de la familia empresaria a los grupos económicos diversificados16
Anne Hanley
Northern Illinois University, Estados Unidos
Introducción
Brasil es un país de dimensiones continentales. Más grande que los Estados Unidos continental, ocupa la mitad de la masa terrestre de América del Sur y linda con todos los países de la región salvo por Ecuador y Chile. Es tan amplio de este a oeste como de norte a sur e incluye muchas biosferas distintas, desde el bosque lluvioso amazónico y el bosque atlántico a la sabana central, el Pantanal occidental y las pampas del sur. Es un país con cinco regiones debido a su inmenso tamaño y a sus distintivas diferencias geográficas, ecológicas y económicas. La región más próspera en términos de ingreso per cápita, concentración empresarial y económica y desarrollo es la región del sudoeste que comprende los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais. En conjunto, estos tres estados comprenden el 40% de la población, más de la mitad del producto interno bruto (PIB) brasileño y la sede de casi todos los grupos empresariales más grandes del país. El noreste y el norte son las regiones más pobres y el hogar de más de la tercera parte de los brasileños, no obstante, producen menos de la quinta parte de su PIB.
Una tendencia dominante recorre a Brasil como un todo, ya sea en el sudeste acaudalado o en las regiones menos pobladas y más pobres: su historia empresarial es esencialmente una de empresas familiares. Esta tendencia se extendió desde la época colonial hasta bien entrado el siglo XX, y si bien es cierto que las instituciones financieras modernas permitieron el surgimiento de las empresas de responsabilidad limitada en dicho siglo y en este, hoy en día siguen siendo muchas las grandes empresas que son de control familiar. Esta persistencia de control tuvo su origen en las leyes acerca de la herencia y la bancarrota que se remontaban a la época colonial, las cuales se vieron reforzadas por las políticas gubernamentales aplicadas desde el siglo XX hasta el día de hoy. A mediados de dicho siglo, las empresas multinacionales y las de propiedad estatal se unieron en el desarrollo empresarial, a veces en paralelo y en otras en sociedad, con los grupos empresariales bajo control familiar.
La mayoría de las principales empresas extranjeras operan en Brasil, y su importancia fue creciendo y decreciendo a lo largo del siglo XX según fuera el equilibrio entre la necesidad que el país tenía de capital y tecnología extranjeros y su deseo de promover el desarrollo doméstico. De estas dos necesidades rivales, la segunda es la más importante y actualmente da forma a las empresas brasileñas. Las políticas de desarrollo empresarial más importantes del siglo XX se concentraron en la protección y la promoción de los productores domésticos. En efecto, los vínculos entre el Gobierno y los grupos empresariales de propiedad familiar son hoy más fuertes que nunca. Esta relación, sus orígenes y evolución, constituyen el eje de este capítulo.
2.1 El Imperio del Brasil, 1822-1889
La independencia de Portugal en 1822 evitó las violentas conmociones que asolaron a las colonias españolas, lo que produjo una periodización distinta de la de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas. Mientras que aquellas repúblicas vivieron un periodo formativo entre 1810, cuando las fuerzas de Napoleón capturaron el trono español, y 1870, cuando los caudillos fueron depuestos por regímenes liberales, Brasil en cambio fundó un imperio. Este perduró desde su independencia hasta 1889, cuando se depuso al emperador. Por lo tanto, cuando pensamos en su formación decimonónica estamos refiriéndonos al imperio.
Los historiadores atribuyen el paso menos violento dado por Brasil hacia la independencia a un acontecimiento inusual: el traslado de la corte real portuguesa en 1808, huyendo del avance de las tropas napoleónicas. El traslado de la Corona a América marcó la única vez en la historia en que un monarca europeo gobernó desde una posesión colonial. Una vez que las guerras napoleónicas llegaron a su fin y que el rey portugués Juan vi retornó a Portugal, su hijo Pedro permaneció en América para reclamar el recién creado trono brasileño como Dom Pedro I. Esto le brindó cierta estabilidad a Brasil que le ayudó a conservar su integridad territorial, en tanto que las colonias hispanas se fragmentaron en países distintos. Gracias a la presencia de este miembro de la familia real portuguesa y su actuación como figura de unidad de la nueva nación, la experiencia brasileña como una joven nación independiente queda mejor caracterizada por la continuidad que por el cambio con respecto a su pasado colonial.
En la época colonial, los planteros azucareros y los dueños de ingenios ocuparon la cima de la economía y la sociedad brasileña. Los nobles recibieron vastas extensiones de tierra de la Corona portuguesa en mercedes (o adjudicaciones de tierras en la América colonial) a las que se conoció como sesmarias, las cuales usarían para producir riquezas para la metrópoli (Nozoe 2006). La materia prima más valiosa que produjeron en Brasil fue el azúcar, una de las especias importantes de la época. El poderío económico y social de los planteros de azúcar provino de su capacidad para invertir en la importación de esclavos africanos, así como en la adquisición de la tecnología azucarera de los ingenios con los cuales convertir los cañaverales en azúcar exportable (Schwartz 1985). De esta forma produjeron una inmensa riqueza para la Corona. Estos planteros forjaron lazos estratégicos con otras elites como los estancieros ganaderos, quienes les proporcionaron sus bestias de carga y su fuerza motriz, y con los comerciantes, quienes despachaban al extranjero los cajones de azúcar e importaban artículos suntuarios europeos para el consumo de la elite. Estas alianzas de negocios se afianzaron mediante el matrimonio y las redes de patrón-cliente.
Los asentamientos urbanos en las regiones de dinamismo económico contaban con los tipos de negocios locales que uno esperaría: tiendas de artículos para caballos, curtiembres, talleres de alfareros, servicios de hospedaje, panaderías, almacenes y tiendas de ropa y artículos textiles de diversos tipos. Sin embargo, el Brasil colonial se caracterizó por la subsistencia rural, excepción hecha por unas cuantas ciudades en el noreste y de los pueblos mineros que florecieron en la provincia sudoriental de Minas Gerais durante el siglo XVIII.
Con la independencia, la elite terrateniente que derivaba su riqueza de la agricultura, de la plantación cultivada con el trabajo de los esclavos africanos logró conseguir un poder político comparable con su poder económico. Las instituciones económicas y sociales que se desarrollaron durante la época colonial (1500-1822) perduraron hasta la época nacional. Por encima de todo, esto significó la continua importancia de la familia y de las redes sociales que creaban conexiones horizontales entre las familias de la elite, y verticales entre patrones y clientes. Estos tipos de lazos económicos y sociales fueron importantes en los centros de poder económico durante la época colonial, en especial en los estados brasileños del noreste, que enriquecieron a la colonia y a la Corona mediante la producción de azúcar para la exportación. Pero las empresas familiares y sus redes sociales fueron de igual importancia en las áreas económicamente marginales que subsistían a partir de una modesta producción comercial agrícola y de la crianza de ganado.
Estas disposiciones que se extendieron a la época nacional ciertamente eran sociales, pero se vieron también reforzadas por las leyes de la propiedad y la herencia, las cuales tuvieron el efecto de restringir la formación de ciertos tipos de empresas. Las más importantes de estas leyes fueron los principios legales de la herencia fraccionable y la indivisibilidad de los activos fijos (establecida por las ordenanzas filipinas de 1603). La herencia fraccionable requería que los legados se dividieran equitativamente entre los herederos, en tanto que la indivisibilidad de los activos sostenía que ninguno de estos podía ser dividido si hacerlo reducía su valor. Esto significaba, en la práctica, que las grandes empresas como las haciendas agrícolas y las minas eran administradas como empresas familiares, puesto que no se las podía subdividir entre los herederos. Las leyes que regían la herencia resultaban asimismo complicadas para los negocios que no contaban con grandes activos fijos, como una plantación o una veta de mineral (Triner, 2015). A la muerte de un cónyuge, la legislación brasileña exigía que la mitad de los bienes de una pareja casada fuera inmediatamente asignada a los herederos. Esto quiere decir que el cónyuge sobreviviente no conservaba los bienes de su difunta pareja por el resto de su vida, de modo tal que la supervivencia de un negocio dependía de la disposición de los herederos a conservarlo. La ley requería que una sociedad se disolviera a la muerte de un socio o la del cónyuge de uno de los socios, de modo tal que se pudiera disponer del legado del difunto. Brasil siguió obedeciendo el derecho portugués dada la continuidad que hubo de la colonia a la independencia, y conservó estas disposiciones con respecto a la herencia y la división de los activos.
El código comercial de 1850 eliminó esta disposición, lo que redujo en algo la amenazante inestabilidad, no obstante, se siguió requiriendo la disolución de la sociedad a menos que su contrato de constitución señalara específicamente que los herederos asumirían el papel de socios. Estas leyes constituyeron una seria restricción a la formación de empresas y sirvieron para reforzar a la familia como la unidad fundamental de la economía. El código ofrecía algunos incentivos para la formación de empresas, tanto al codificar las normas de la incorporación de todo tipo de arreglo empresarial, como al estipular los derechos que los inversionistas tenían en caso de quiebra o disolución. Asimismo, conformaba la base de un corpus de leyes redactadas en las décadas de 1860 y 1870 para reglamentar las formas legales de organización empresarial como las sociedades por acciones, lo que incluía las responsabilidades fiscales de los socios e inversionistas en caso de quiebra, así como los medios legales con los cuales invertir en acciones de estas compañías y negociarlas (Hanley, 2005).
De igual importancia fue que el código comercial estableció normas claras para que rigieran el sector financiero. Antes de este código, el sector financiero de Brasil no estaba reglamentado y se hallaba seriamente subdesarrollado, pues contaba con apenas media docena de bancos dispersos por todo un país de dimensiones continentales (Hanley, 2005). Brasil era estable financieramente, en comparación con las antiguas colonias españolas que tenían turbulentas historias de incumplimiento en los pagos, y se había ganado la confianza de los mercados de capital internacionales y domésticos al tomar prestado y pagar su deuda con regularidad (Summerhill, 2015). Gracias a esto libró guerras y las ganó, fortaleció el Estado central, invirtió en infraestructura y extendió su autoridad sobre el país más extenso de América Latina. Pero por dentro, el Gobierno tenía dudas con respecto al desarrollo financiero. El código de 1850 estableció algunas normas indirectas con las cuales promover la banca (las bases legales de las sociedades por acciones, la definición de “comerciante” y “banco”, y la estandarización de los instrumentos de crédito), pero posteriormente impuso un estrecho control sobre el desarrollo financiero que sofocó el desarrollo empresarial (Hanley, 2005; Summerhill, 2015).
La legislación empresarial de 1850 estuvo relacionada con un cambio fundamental en la historia brasileña que tuvo lugar ese mismo año: la abolición del tráfico trasatlántico de esclavos. Si bien es cierto que la esclavitud perduró hasta 1888, el tráfico en cambio llegó a su fin en 1850 debido a la inmensa presión ejercida por Inglaterra, que era el socio comercial más importante de Brasil. Bastante capital estaba involucrado en el tráfico de esclavos, de modo tal que cuando este llegó a su fin, los propietarios de dicho capital buscaron inversiones alternativas. Los historiadores brasileños sostienen que, gran parte del mismo terminó, en negocios como la banca y en aplicaciones tales como la modernización urbana. Brasil era un país rural, que hasta mediados del siglo XX generó la mayor parte de su riqueza a partir de exportaciones agrícolas, pero el final del tráfico de esclavos en 1850 marcó el inicio de la modernización económica, lo que incluía la urbanización y la industrialización temprana.
Durante 1849 y 1850, el poder legislativo brasileño dio pasos para establecer normas formales para la formación de empresas, entre ellas la creación del formato de sociedades por acciones y la estandarización de las prácticas bancarias para mejorar el acceso a las finanzas, sus líderes mostraron ambivalencia con respecto a la modernización misma que estaban facilitando. No sorprende, entonces, que en 1860 el Congreso brasileño aprobase una ley conocida como la Lei dos Entraves o Ley de impedimentos, puesto que requería que cada compañía por acciones obtuviera una escritura de constitución del poder legislativo nacional y que se sometiera a su supervisión (Hanley, 2005). Al limitar el número de escrituras de constitución de empresas, el parlamento limitó las opciones del público inversionista. Esto efectivamente desviaba los ahorros a los bonos nacionales cada vez que el Gobierno necesitaba dinero (Summerhill, 2015). El efecto fue promover al Estado-nación por encima del desarrollo del sector privado, lo que significó que la mayoría de las instituciones crediticias fueran pequeñas, estuvieran en manos privadas y fueran adversas al riesgo. Los financistas privados, las casas bancarias pequeñas y los ahorros de los grupos de parentesco fueron las opciones crediticias predominantes a disposición de los dueños de empresas, lo que reforzó la importancia de la empresa familiar y mantuvo pequeño su tamaño. Las dificultades del transporte por tierra y los mercados domésticos mal integrados reforzaron dicho patrón (Birchal, 1999).
La excepción a esta historia de un entorno empresarial sofocante fue Irineu Evangelista de Sousa, Barón de Mauá. El barón usó su extensa experiencia empresarial y sus conexiones políticas para conseguir los permisos necesarios del Gobierno; levantó así un conglomerado del cual se enorgullecerían los modernos grupos económicos (Barman, 1981; Caldeira y Almeida, 1995; Dalla Costa, 2017). A estos grupos se les define como empresas diversas administradas bajo una dirigencia centralizada, en donde las empresas miembros actúan como inversionistas en otras empresas del grupo (ver capítulo de Barbero en este volumen). Mauá tenía o fundó un banco, una fundición y astilleros, una empresa de alumbrado, una de transporte fluvial y urbano, cables internacionales y ferrocarriles, algunos de ellos con una participación financiera del Estado, el cual además era el principal cliente de muchas de ellas. Se le considera en general como el empresario más innovador, exitoso e importante de Brasil en el siglo XIX.
2.2 La primera economía global, la construcción de instituciones y el crecimiento liderado por las exportaciones, c. 1870-1929
Esta fue la era de los grandes auges exportadores brasileños de café y caucho. Ambos productos generaron una gran riqueza en sus regiones y estimularon cierto desarrollo doméstico a través del efecto de los eslabonamientos. El café ya era un buen negocio al comenzar el siglo XIX y sería el cultivo de exportación más importante hasta la década de 1830, pero la demanda internacional estimulada por la Revolución Industrial y la expansión de las poblaciones urbanas e industriales europeas hizo que su producción subiera como nunca. Los subsidios del Gobierno a la infraestructura para servir al sector exportador y a los ferrocarriles en particular, ayudaron a llevar el café del interior a los puertos. Las plantaciones se propagaron a lo largo de las líneas férreas, los pueblos del interior crecieron en respuesta y la formación de empresas se incrementó y diversificó al mismo ritmo (Dean, 1969). En respuesta a este nuevo dinamismo posterior a 1870, el Gobierno brasileño introdujo una serie de cambios que buscaban despegar la economía brasileña, algunos de los cuales constituyeron desarrollos positivos para la formación de empresas en las regiones prósperas del país. Brasil conservó la institución de la esclavitud por más tiempo que ningún otro país del hemisferio, precisamente por la riqueza que generaba su posición como el principal productor mundial del café. Sin embargo, la expansión de la producción cafetalera necesitaba una oferta de mano de obra creciente y el final del tráfico de esclavos en 1850 significó que su población estaba disminuyendo. La respuesta fue importar trabajadores inmigrantes para los cafetales, con cautela en la década de 1870 pero con mayor entusiasmo en la de 1880. La abolición formal de la esclavitud llegó en 1888, la fecha más tardía en todo el hemisferio occidental.
A la abolición en 1888 le siguió un golpe de Estado al siguiente año, el cual reemplazó al imperio con una república federal (1889-1930). El giro político, de una autoridad centralizada al derecho de los estados, suavizó la estrecha supervisión empresarial que el gobierno central ejercía y otorgó a los estados una mayor libertad en lo que respecta a su fortuna económica. La nueva constitución, redactada por los emergentes líderes económicos y políticos de la región sudoriental de Brasil, donde la producción de café estaba concentrada, aseguraba cierto grado de autonomía financiera a todo nivel del gobierno, hasta los municipios (Hanley, 2018) Este era un repudio directo de los emperadores decimonónicos, quienes concentraron los recursos financieros de las provincias y los redistribuyeron según sus prioridades. Ahora era el turno de las provincias convertidas en estados y de los municipios para fijar sus propias prioridades fiscales. Este nuevo arreglo sirvió bien a los estados, en especial a aquellos que cultivaban café. Su poder más importante bajo el nuevo sistema federal era la capacidad de imponer impuestos a sus productos de exportación. Esto llenó las arcas de Río de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo y les permitió invertir en la moderna infraestructura esencial para su transformación económica a regiones industriales del siglo XX. Los restantes estados cuyas fortunas fueron decayendo, como los que producían azúcar en el noreste, o cuyos productos de exportación no tenían efectos de eslabonamiento con las modernas empresas urbanas e industriales, como los que criaban ganado en el centro-oeste y los que producían caucho en el norte amazónico, se vieron perjudicados tanto política como económicamente.
2.2.1 La importancia del auge cafetalero
La demanda de café creció a finales del siglo XIX y generó una vasta expansión de las plantaciones cafetaleras. Se necesitaba de una gran cantidad de mano de obra, la cual, como ya vimos, provino de los inmigrantes. Esto fue particularmente favorable para estimular a las empresas domésticas. De una parte, los principales planteros de café diversificaron sus fortunas agrarias en otros sectores, como la banca y los ferrocarriles. Los acaudalados miembros de la elite de São Paulo, como Joaquim Egydio de Souza Aranha, João de Ataliba Nogueira y Antonio Prado, miembros de la nobleza titulada de los días del imperio (1822-1889), usaron estrategias similares para diversificar y proteger su patrimonio (Levi, 1987). En primer lugar, contrajeron matrimonio entre ellos, con lo cual crearon una densa red de alianzas sociales y empresariales. Luego constituyeron bancos para prestarse capital a sí mismos e invirtieron en ferrocarriles para llevar sus productos a los puertos. A continuación, educaron a sus hijos en los campos del derecho, la ingeniería y la administración para así invertir su riqueza agrícola en las empresas urbanas e industriales. Para comienzos del siglo XX sus hijos eran importantes inversionistas y miembros de directorios en fábricas manufactureras, vidrierías, transporte urbano y compañías constructoras. Estos fueron de los primeros grupos empresariales brasileños.
Por otra parte, un creciente mercado de consumidores y empresarios surgió a partir de la nueva ola de inmigración que tuvo lugar en la década de 1880, con los migrantes que ingresaron al país como reemplazantes de los esclavos (Dean, 1969). El fin del comercio trasatlántico de esclavos en 1850 hizo que los productores de café recurrieran al comercio negrero interno para conseguir trabajadores, pero para la década de 1870 la floreciente demanda de café hizo necesario que los planteros consiguieran algún otro tipo de trabajador. La solución se halló en la migración, la que llegó por millares de Italia, España y Portugal, pero también de Siria, Líbano y Japón (Lesser, 1999). En total, casi cuatro millones de inmigrantes ingresaron al Brasil entre 1880 y 1930. Estos trabajadores inmigrantes crearon una nueva demanda (fuera de la de la elite) de bienes de consumo producidos por las fábricas locales. Para satisfacer esta demanda surgieron industrias domésticas que producían desde telas, sombreros y calzado hasta muebles, fósforos y alimentos procesados.
Más que simples consumidores, estos inmigrantes fueron también empresarios. Los empresarios inmigrantes no eran algo nuevo para el Brasil del siglo XIX. Durante la fiebre del oro colonial, estos empresarios cambiaron las relaciones sociales de la economía en Minas Gerais al hacer que el ingrediente con el cual se concertaban los matrimonios fuera el éxito empresarial y no el estatus heredado. Un siglo más tarde, fundaron las compañías textiles, vidrieras, ladrilleras, papeleras, metalúrgicas y de procesamiento de alimentos que atendieron a la rápida urbanización de las principales ciudades brasileñas. Sus nombres —Crespi, Matarazzo, Jafet, Klabin, entre otros— son hoy sinónimos de algunas de las más importantes familias industriales surgidas en el sudeste antes de 1930 (Dean, 1969; Musacchio, 2009)
2.2.2 Leyes reguladoras pro-empresariales
Al igual que en todo lugar, el requisito más importante para la formación de empresas en Brasil era el acceso al capital. La legislación restrictiva del siglo XIX que limitó su constitución, comprendía esencialmente leyes que restringían el acceso a la obtención de capital de inversión, lo que reforzaba a la empresa familiar y hacía que las empresas siguieran siendo de pequeño tamaño. Un cambio importante en la legislación reguladora de las empresas, que se aprobó en 1882, suavizó los requisitos de constitución en la mayoría de los sectores, convirtiendo lo que había sido un proceso legislativo en uno administrativo. Aún más importante fue que esta nueva ley introdujo una forma temprana de responsabilidad limitada, la cual brindó a los accionistas cierta protección de su responsabilidad por el fracaso de la compañía o por cualquier actividad ilícita, lo que no había en las leyes previas. Las sociedades por acciones estaban permitidas desde que se aprobaron una ley en 1849 y el código comercial de 1850, pero la Ley de impedimentos hacía que resultara difícil su constitución. Ahora las únicas compañías que seguían sujetas a una supervisión estricta eran las compañías financieras, las de procesamiento de alimentos y las empresas extranjeras. Esto fue ventajoso para todos los empresarios, ya fueran inmigrantes o domésticos, pues ahora podían reunir capital para abrir una nueva empresa o ampliar otra ya existente, atrayendo el ahorro de desconocidos (Hanley, 2005; Musacchio, 2009).
Las sociedades anónimas crearon una demanda del comercio en acciones, primero a través de corredores y después en las bolsas organizadas de Río de Janeiro y São Paulo. La formación de empresas despegó al retirarse el último obstáculo —la responsabilidad ilimitada— en 1890 con otra reforma reguladora. También se redujeron drásticamente los requisitos mínimos de capital para su constitución y su negociación pública, y este cambio generó una burbuja a la que se conoce como el Encilhamento. En palabras de un diario de São Paulo, las personas que “necesitaban un financista que sacara su traje del sastre”, ahora contaban con un crédito abundante y presidían empresas por valor de varios millones de dólares”.17 El diario se preguntó: “¿Habrá por ahí alguien que organice una compañía que venda un poco de sentido común?”. La burbuja estalló en el lapso de dos años y la economía brasileña se hundió en una crisis alimentada por la inflación, la cual se extendió hasta finales de la década de 1890.
La respuesta dada por el gobierno federal a cambio de un rescate por parte de los Rothschild a través del notorio Funding Loan de 1898 fue reducir la liquidez del mercado retirando y quemando billetes. A esta deflación le siguió un pánico bancario en 1900. Los mercados de capital retrocedieron a medida que los bancos iban quebrando. La siembra excesiva en el sector cafetalero hizo que el precio de este producto se derrumbara, lo que debilitó aún más a la macroeconomía. Para 1906, los gobiernos estatales del sudeste habían intervenido el mercado cafetalero para retirar los stocks no vendidos y apuntalar así el precio internacional y proteger el ingreso doméstico, y el mercado respondió de igual modo. A esto le siguió la formación de empresas, de modo más modesto y deliberado que antes, pero también en forma más sostenible. El mercado bursátil recuperó algo de su dinamismo anterior (Hanley, 2005).
Las reformas reguladoras provocaron una formación de empresas y una modernización económica reales en la región sudoriental del país, a pesar de la montaña rusa de cambios que se habían producido tanto en las condiciones macroeconómicas como en las fortunas empresariales. A medida que los centros urbanos del sudeste se expandían en respuesta a la nueva riqueza cafetalera, el perfil de sus comunidades empresariales también lo fue haciendo (Dean, 1969; Cano, 1977) Mi propio estudio del occidente paulista muestra una vibrante diversificación de las empresas urbanas durante el auge cafetalero, con un círculo de retroalimentación positivo de riqueza y consumo, alimentado por trabajadores inmigrantes que expandieron el mercado doméstico más allá de los bienes de lujo o de los de baja calidad para esclavos y libertos. Las innovaciones de la sociedad de responsabilidad limitada, las reformas bancarias y la bolsa de valores contribuyeron a generar el marco institucional que permitiera la canalización de capital para financiar los ferrocarriles, las empresas de servicios públicos, las fábricas de maquinaria y metalistería, la infraestructura urbana y almacenes, las compañías de procesamiento de alimentos y las compañías productoras de bienes de consumo no duraderos, las que fabricaban textiles, sombreros, calzado, muebles, papel y otros artículos de uso diario (Hanley, 2005).
Las compañías que usaban el formato de sociedades anónimas para financiarse tendían a capitalizarse a un valor significativamente más alto que las de propiedad privada, pero las tendencias en la estructura de propiedad indicaban una gran diferencia en el desarrollo de los mercados regionales de capital a lo largo del tiempo. Las compañías negociadas públicamente en Río de Janeiro tendían a ser empresas familiares controladas. Las que se negociaban en la Bolsa de São Paulo también comenzaron como empresas familiares que reunieron capital en la comunidad, pero que mantuvieron el control de la votación en manos de los miembros de la familia, en especial cuando los planteros cafetaleros buscaron diversificar su fortuna familiar reduciendo su exposición al mercado del café (Cano, 1977; Hanley, 2005).
Las empresas siguieron estando asociadas con familias individuales y controladas por ellas, como los Matarazzo, de cuyo patriarca Francesco Matarazzo se dijo alguna vez que fue la persona más rica del Brasil, y cuyo grupo empresarial creció hasta ser el más grande de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. El Grupo Votorantim también data de esta época, fundado por José Ermírio de Moraes, este también es otro coloso moderno que incluye industrias dedicadas al cemento y al acero como a las finanzas y al jugo de naranja. Otra parte importante del grupo moderno Itaú Unibanco es un descendiente directo de João Moreira Salles, quien fundó una casa bancaria en Minas Gerais a mediados de la década de 1920. En Río de Janeiro, la familia Marinho convirtió un periódico familiar, fundado en los años veinte, en una extensa organización multimedia que acepta fondos de inversionistas externos, pero que hasta el día de hoy permanece bajo el control directo de la familia (Musacchio, 2009; Aldrighi y Postali 2010).
Aunque a partir de la década de 1890, las instituciones financieras formales respaldaron a firmas industriales, de infraestructura y financieras muy grandes, la mayoría de las empresas brasileñas siguieron siendo pequeñas. El censo industrial de 1920 muestra que la inmensa mayoría era de un solo propietario y contaba con una capitalización modesta. En 1912, el valor promedio de las nueve mil empresas industriales brasileñas era de unos 50 contos (alrededor de usd$16000), pero la mediana era de alrededor de un conto (usd$320). Estas empresas pequeñas eran mayoritariamente de un solo propietario y estaban ubicadas fuera del dinámico sudeste (Cano, 1977).
La persistencia de la pequeña empresa familiar guardaba relación con el subdesarrollo de los mercados de capital, lo que funcionaba mejor para las grandes empresas, pero que muy probablemente también se debía a las cuestiones subyacentes de los derechos de propiedad. Por ejemplo, las reformas bancarias y financieras no bastaron para generar una robusta banca capaz de extender un crédito de largo plazo a las empresas, y las reformas reguladoras tampoco abordaron el problema de la indivisibilidad de los activos en el caso de las quiebras y de la herencia (Triner, 2015). Es más, el Gobierno brasileño se preocupaba más por el sector internacional que el doméstico, prefiriendo proteger al primero a costa del segundo. La industria era atacada y castigada en los debates arancelarios, lo que hace que su supervivencia y expansión en el periodo que se extiende hasta 1930 resulte más impresionante. La formación de empresas domésticas en la región sudoriental del país estuvo sustentada por el dinamismo económico del crecimiento demográfico a través de la inmigración, por el respaldo artificial prestado a la riqueza cafetalera mediante la compra de stocks no vendidos para apuntalar los precios internacionales y por el crecimiento de los centros urbanos (Dean, 1969).
Sin embargo, esta dinámica de la-agricultura-genera-la-industria no fue algo universal en todo el Brasil. Su región noreste, el centro tradicional de la producción azucarera, tuvo dificultades para encontrar la relevancia y la prosperidad en esta era del auge cafetalero. En el noreste azucarero se hallaban algunos de los asentamientos urbanos más antiguos del Brasil, pero estos no desempeñaron el papel de contrapunto o socio dinámico del sector rural, como sí lo hicieron las ciudades del sudeste. La economía producía algodón, lo que estimuló algo de inversión en la industria textil, pero no había nada como el boom cafetalero que atrajera nueva población a la región (Luna y Klein, 2014). Hacía tiempo que esta había vendido sus esclavos a los agricultores del sur mediante el comercio interno, y se opuso a que el estado auspiciara el subsidio de los trabajadores inmigrantes a los cuales no podía atraer. Los del nordeste lograron bloquear el respaldo nacional al plan de apoyo al precio del café de 1906, el cual terminó siendo financiado por los estados del sur, que entendieron el poder que tenían para sostener sus niveles de ingreso y, por ende, su poder de consumo. Los booms periódicos en tabaco y cacao financiaron una modesta mejora en instalaciones portuarias e infraestructura urbana, pero el desarrollo industrial fue modesto. Agréguese a esto una sequía recurrente y tenemos la receta para unas relaciones sociales arcaicas y altos niveles de pobreza. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos pidió a Brasil que incrementara su producción de goma para paliar las escaseces provocadas por el conflicto, los productores se volvieron a los pobres y desempleados del nordeste en busca de trabajadores (Garfield, 2013). Y durante la posguerra, cuando la industrialización despegó en la región del sudeste, la promesa del empleo urbano e industrial generó una masiva emigración de norte a sur.
2.3 Industrialización impulsada por el Estado, 1930-1990
La crisis de la Gran Depresión sacudió la economía brasileña en su totalidad. El programa de apoyo al precio del café financiado mediante deuda, era insostenible en el nuevo mundo del comercio internacional colapsado. Una característica del federalismo político entre 1889 y 1930 fue que el gobierno nacional estuvo en manos de los representantes de los estados cultivadores de café, a cambio de que no se entrometieran en los asuntos de los demás estados. Este arreglo, al que se conoció como la “política de los gobernadores” o la alianza del “café con leche”, también dio a los estados el derecho a gravar sus exportaciones, lo que benefició a los exportadores de café en auge, en tanto que redobló la desigualdad regional que fue surgiendo en el transcurso del siglo XIX entre el sur y el norte y el noreste. El golpe político de 1889 se debió al deseo de realinear el poder político —fundamentalmente en manos de los intereses azucareros del noreste, que hacía tiempo habían perdido la primacía política— con el creciente poder económico de la economía cafetalera. Estos últimos intereses dominarían la presidencia durante los siguientes cuarenta años, dejando a los gobernadores y mediadores políticos de los estados más pobres, libres para que gobernaran como les placiera a cambio de su apoyo al llegar la hora de las elecciones. En 1930, cuando la maquinaria política le entregó la presidencia a otro barón del café, un nuevo y carismático líder de un estado no cafetalero derribó a la república con un golpe de Estado y asumió el mando con el apoyo de los militares. Este hombre era Getúlio Vargas, quien hizo que el Brasil emprendiera el rumbo de las políticas económicas domésticas de intervención estatal y proteccionismo, las que en líneas generales caracterizarían el desarrollo empresarial y económico del país hasta la década de 1980 (Luna y Klein, 2014).
Vargas resultó ser un dictador centralizador y autoritario que gobernó mediante la censura, la contención y la represión, pero también fue un nacionalista económico que abrió las puertas y promovió un desarrollismo auspiciado por el Estado. Buscó revitalizar la región azucarera del noreste promoviendo el estudio de usos alternativos del azúcar, entre ellos el del etanol; atrajo la inversión extranjera a diversos sectores industriales y cortejó a los trabajadores para promover el desarrollo económico con “paz social”. Vargas no desafió directamente el poder de la oligarquía terrateniente, más bien, construyó su base de apoyo a partir de intereses urbanos, obreros e industriales.
Esta fue la era del desenvolvimentismo o desarrollismo. A partir de un repudio a la economía liberal del laissez-faire, que defendía la especialización y el comercio internacionales como la fuente de la riqueza de las naciones, instauró un tipo de nacionalismo económico que descansaba sobre la intensificación de la participación estatal en la economía. En los años treinta tuvo una cualidad ad hoc, al igual que en el resto del mundo, al ser una respuesta a la dramática crisis económica. Las constituciones de Vargas de 1934 y 1937 restringieron el derecho de los extranjeros a poseer o explotar los recursos naturales brasileños, y sus políticas dejaron de defender los intereses extranjeros a costa de la exclusión de los nacionales. La industrialización por sustitución de importaciones (ISI) brindó un importante estímulo a la producción doméstica y fue promovida y protegida mediante aranceles y subsidios. Pero con el paso del tiempo, el desarrollismo se fue convirtiendo en una serie proactiva de políticas que buscaban identificar oportunidades de inversión estratégicas (procesos paralelos se vieron en otros países de América Latina, ver capítulos sobre Argentina, Chile, Colombia, México y Perú en este volumen).
Un paso importante para la alteración de la senda del desarrollo empresarial y económico brasileño fue el trabajo realizado por la Misión Conjunta Brasil-Estados Unidos (1950-1952), formada para estudiar las necesidades de desarrollo de la economía brasileña después de la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus hallazgos fue la insuficiencia del ahorro doméstico o de los flujos de entrada del capital extranjero para financiar el desarrollo empresarial y económico del país (Baer y Villela, 1980). El financiamiento estaba, una vez más, en el centro de los problemas del desarrollo empresarial brasileño. La deficiencia de su sistema financiero significaba que las empresas, entre ellas algunas de importancia estratégica como la minería, dependían de fuentes de financiamiento privado, lo que hacía que mantuvieran un tamaño relativamente pequeño. El beneficio potencial que la economía brasileña derivaría de algunos sectores como la exploración minera era inmenso, pero no había forma de que las empresas privadas captaran dichas externalidades, con lo cual no había incentivo alguno para incrementar la capacidad y satisfacer así las necesidades del Estado (Triner, 2015). Este desequilibrio entre las metas públicas y la capacidad privada produjo dos cambios importantes: la creación de un banco de desarrollo estatal y la inversión estatal directa en los sectores estratégicos. Entre 1940 y 1953, el Estado brasileño fundó la Companhia Siderúgica Nacional, la cual se conoció desde el principio como la CSN; la Companhia Vale do Rio Doce, hoy conocida simplemente como Vale, para que extrajera mineral de hierro; Petrobras, la compañía petrolera y de gas; y el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico al que se llamó BNDE (Amman y Baer, 2005; Luna y Klein, 2014). Estos fueron gigantes en su tiempo y figuraron entre los ejemplos latinoamericanos más tempranos e importantes de la industrialización moderna mediante la propiedad estatal.
Jucelino Kubitschek, el sucesor de Vargas, prolongó esta corriente con su Plano de Metas. Utilizando las investigaciones realizadas por el BNDE y el informe presentado por la Comisión Conjunta Brasil-Estados Unidos, el programa de Kubitschek de “Cincuenta Años [de progreso] en Cinco” fue una ambiciosa iniciativa de desarrollo mediante la inversión económica en infraestructura e industria, encabezada o dirigida por el Estado a través de la sustitución de importaciones (Luna y Klein, 2014). Usando los estudios realizados por el BNDE, el Gobierno dirigió recursos financieros al suministro de industria e infraestructura básicas —electricidad, cemento, transporte— para apoyar el desarrollo de las empresas.18 El gobierno siguió promoviendo la ISI mediante la concesión de exenciones tributarias e incentivos financieros (aranceles preferenciales, acceso a divisas extranjeras para comprar maquinaria importada, tasas de interés real negativas, legislación salarial, etc.) tanto a empresarios brasileños como extranjeros que estuvieran dispuestos a invertir en industrias específicas de bienes de capital, productos químicos, automotriz y metalúrgica, entre otras (Hanley, Pires, Pinto de Souza, Leite Marcondes, Nunes de Faria, y Sakurai, 2016).
Los más grandes beneficiarios de este empuje desarrollista fueron las entidades de propiedad estatal y las empresas multinacionales, pero los grupos empresariales bajo control familiar también se favorecieron con estos programas de incentivos puesto que el BNDE canalizó recursos con los cuales satisfacer las metas. La industria de base y la infraestructura fueron elementos claves de esta estrategia que benefició a empresas como Camargo Corrêa. Esta compañía privada, propiedad de una familia, que se fundó en la época de Vargas como una empresa constructora y productora de cemento, pavimentó las principales carreteras en las dinámicas regiones industriales de Brasil. Además, participó en la construcción de la ciudad capital de Brasilia, la cual se planeó y construyó a finales de los años cincuenta como un símbolo del modernismo brasileño. La compañía mantuvo su asociación con los regímenes desarrollistas durante los años sesenta y setenta, y actualmente es uno de los más grandes grupos empresariales de Brasil (Aldrighi y Postali, 2010).
Entre los que perdieron con esta campaña estuvieron los trabajadores que emigraron desde el noreste —en donde la pobreza endémica se vio agravada por la sequía— al sudeste, en donde se concentraba el impulso desarrollista. Los planificadores prestaron escasa consideración a los desequilibrios regionales del Plano de Metas (Hanley et al., 2016). El sudeste contaba con la base industrial más desarrollada del país, de modo que era el lugar lógico en donde concentrar el esfuerzo desarrollista. La gran promesa de los “Cincuenta Años en Cinco” dependía de un proceso muy intenso en capital que hizo poco por elevar las tasas de empleo. El legado duradero fue el desplazamiento de nordestinos a las ciudades industriales del sudeste mediante la migración interna, lo que promovió el surgimiento de barriadas caóticas y hacinadas (conocidas como favelas), ocupadas por personas que subsistían en el sector informal. Es cierto que la informalidad había sido la forma predominante de empleo y de organización empresarial durante siglos, pero los trabajadores del sector informal quedaron marginados de los programas modernizadores de los gobiernos de Vargas y Kubitschek, que incluían un nuevo código laboral para los trabajadores industriales y urbanos. Los estimados de este sector, de los trabajadores que no contaban con un contrato laboral, calculaban casi el 50% al comenzar el siglo XXI. Mejoró hasta reducirse a alrededor de la tercera parte de la población económicamente activa en 2012, pero la prolongada crisis económica hizo que volviera a crecer. La informalidad es un problema endémico de la economía brasileña, especialmente en medio de un entorno cada vez más tecnológico (Bonelli y Veloso, 2014).
Si bien es cierto que las políticas de desarrollo impulsadas por el Estado superaron los impedimentos financieros y de infraestructura que obstaculizaban la industrialización de Brasil y su modernización, también lo es que generaron una crisis económica. Las políticas insostenibles de prestar dinero a tasas de interés real negativas y de financiar el Plano de Metas mediante el gasto deficitario, junto con la creciente negativa de los mercados de capital extranjeros de efectuar préstamos, hicieron que el Gobierno brasileño recurriera a la imprenta para pagar sus cuentas. De este modo, al periodo de intenso crecimiento le siguió una significativa ralentización económica, la aceleración de la inflación, el crecimiento del déficit público y la deuda externa, y el descontento social que llevó al golpe militar de 1964 (Luna y Klein, 2014).
El modelo de desarrollo impulsado por el Estado a través de la sustitución de importaciones prosiguió bajo la dictadura militar. Nuevamente, el Estado creó empresas de su propiedad para que cubrieran necesidades estratégicas y usó el BNDE para financiar a las firmas que contribuían al desarrollo industrial por sustitución de importaciones. Entonces se fundaron otras dos importantes empresas estatales más, la compañía de electricidad Electrobrás y la de telecomunicaciones Telebrás, pero el eje principal de la política de desarrollo del Gobierno, a la que se denominó II PND (Segundo Plan Nacional de Desarrollo) y que se lanzó en 1974, era la promoción de la inversión privada en la industrialización brasileña, especialmente en bienes intermedios y de capital (Aldrighi y Postali, 2010). El BNDES tuvo un papel fundamental en el cumplimiento de las directivas del II PND ofreciendo préstamos que protegían a las empresas de la inflación, al mismo tiempo que el Estado brasileño erigía barreras comerciales proteccionistas para favorecer a los productores nacionales ante la competencia extranjera. Cuando estalló la crisis de la deuda en 1982, esta generó una aceleración de la inflación y una deuda incapacitante, con lo cual la inestabilidad económica restringió las posibilidades de una planificación de largo plazo por parte de las empresas, en tanto que las dificultades fiscales restringieron las acciones directas por parte del Gobierno. A lo largo de este periodo persistió el desarrollo limitado de los mercados de capitales, parte importante del intervencionismo estatal original en los años cuarenta; lo que significó que Brasil continuaría sufriendo por la falta de financiamiento de largo plazo para las empresas (Hanley et al, 2016). Es más, el empuje desarrollista desde los años cincuenta a los ochenta prestó poca atención al desequilibrio regional. No sería sino hasta la década de 1980 que el BNDE manifestaría su preocupación por los desequilibrios surgidos a partir de las inversiones efectuadas a mediados de siglo.19
2.4 La vuelta al mercado, de la década de 1990 a la de 2000
A la llamada “década perdida” de los años 1980, que hizo que Brasil al igual que la mayoría de las naciones en vías de desarrollo, se volviera al Fondo Monetario Internacional (FMI) en busca de alivio a su deuda, le siguió el neoliberalismo de los noventa. El neoliberalismo, al cual también se conoció como el Consenso de Washington, fue un requisito de facto para recibir la ayuda del exterior que les brindara alivio de la aplastante carga de la deuda acumulada durante las décadas de rápida modernización. Sus rasgos distintivos en toda América Latina fueron la privatización de las empresas de propiedad estatal y la liberalización comercial (Casanova, 2016). En 1994, Brasil además introdujo el real, una nueva moneda que logró poner fin a la hiperinflación.
La inestabilidad macroeconómica que reinó en los años noventa antes de que el real tuviera efecto hizo que la privatización resultara poco atractiva para los inversionistas extranjeros, de modo que las empresas de propiedad estatal terminaron en manos de los grupos empresariales brasileños, los cuales recibieron del BNDE el financiamiento para comprarlas.
Los grupos empresariales comprenden empresas diversificadas y legalmente independientes que son propiedad de una familia o que están controladas por esta. En Brasil tienden a estar estructurados como organizaciones piramidales, en donde las compañías participantes invierten en compañías en otros sectores. Algunos de los más grandes grupos empresariales brasileños se dedican a la construcción, energía y bienes de consumo como los supermercados. Entre los más importantes grupos empresariales de propiedad familiar tenemos a Bradesco, Itaú Unibanco (banca), Votorantim (celulosa y papel), Odebrecht (construcción, ingeniería), Pão de Açúcar (supermercados), csn (acero), Camargo Corrêa (cemento, construcción) y Lojas Americanas (grandes almacenes). Es más, estos grupos se encuentran entrelazados a través de inversiones en una estructura piramidal, dentro de la cual se diversifican y obtienen intereses mutuos como propietarios (Aldrighi y Postali, 2010).
Durante el proceso de privatización, el BNDES proporcionó capital a estas compañías a través de préstamos de largo plazo e inversiones en acciones, lo que convirtió al Estado en accionista minoritario de muchos de los principales grupos empresariales (Inoue, Lazzarini y Musacchio, 2013; Musacchio y Lazarrini, 2014). Esto ayudó a asegurar su supervivencia y éxito, y reforzó los lazos entre el Estado y la empresa privada; lo que el primero usó para hacer que las segundas apoyaran o invirtieran en sectores a los que de otro modo no habrían ingresado. Estos grupos empresariales tenían raíces profundas y vínculos estrechos con personas políticamente poderosas, y eran capaces de influir en las políticas de Estado y beneficiarse con sus incentivos (Sharma y Schlesinger, 2017).
El favor que estos grupos recibieron de sus conexiones políticas e inversiones gubernamentales les brindó estabilidad, protección y una ventaja mientras capeaban la tremenda inestabilidad macroeconómica. Habiendo alcanzado la madurez con el intervencionismo y el proteccionismo de Estado, se adaptaron entonces a la crisis de la deuda y luego a la privatización, la competencia internacional y la hiperinflación, al mismo tiempo que se abrían camino en medio de diversos regímenes monetarios. Su estructura diversificada y las dificultades macroeconómicas hicieron de ellos entidades flexibles. Si el entorno empresarial estadounidense presta atención al retorno de los accionistas y el europeo está estructurado para estabilizar el empleo, el de Brasil, en cambio, se encuentra configurado por los omnipresentes cambios subyacentes y por la necesidad de reconocer y aprovechar las oportunidades a medida que se presentan (Roe, 2003; Musacchio y Lazzarini, 2014).
2.5 Los grupos empresariales en el siglo XXI
La cualidad diversificada del grupo empresarial brasileño hizo de este un candidato natural para la internacionalización y la creación de multinacionales brasileñas dedicadas a invertir en el extranjero. Las empresas brasileñas iniciaron un exitoso proceso de internacionalización para comienzos del nuevo siglo, una vez completado el proceso de privatización. Ahora Brasil, el país que entre 1950 y 1970 buscó la inversión extranjera directa para poblar los sectores estratégicos, era un exportador de know-how. Las empresas brasileñas que enfrentaban un mercado doméstico saturado gracias a su dominio local, comenzaron a expandirse a los mercados del Mercosur a través de la inversión extranjera directa y las compras. A partir de entonces, grupos como Odebrecht, invirtieron por toda Latinoamérica, en tanto que JBS compró la empresa estadounidense Swift & Company, entre otras adquisiciones que la convirtieron en una compañía líder en la fabricación de alimentos (Sheng y Carreira, 2016; Musacchio y Lazzarini 2014) En 2015 el Grupo Cutrale-Safra, conformado por el Grupo Cutrale, una compañía agroempresarial global, y el Grupo Safra, el imperio familiar global de banca y bienes raíces, adquirió la compañía estadounidense Chiquita Brands.20 Además de ser un astuto negocio que fortaleció la posición de Cutrale en el sector de la fruta fresca y los jugos, la compra transfirió uno de los más notorios símbolos del imperialismo económico de Estados Unidos a la cartera de una importante empresa latinoamericana. Al igual que otras “multilatinas”, las multinacionales brasileñas son las más grandes en número entre los países latinoamericanos y figuran entre las más grandes del mundo (Casanova, 2016).
Esta internacionalización, que ha seguido desde la privatización, recibió un gran impulso entre 2007 y 2013 cuando el BNDES emprendió una política conocida como “Campeones Nacionales”, a través de la cual suministraba financiamiento a los grandes grupos empresariales brasileños para que invirtieran en los mercados del extranjero. La meta era convertir en grandes empresas nacionales a los grandes grupos empresariales brasileños dedicados a la producción de alimentos, equipos de transporte, minería, construcción y petróleo y gas. La estrategia funcionó. Las compañías brasileñas están presentes en Estados Unidos, México, China y muchos países latinoamericanos, entre ellos Argentina (Sheng y Carreira, 2016). En consecuencia, la mayoría de sus veinte multinacionales más grandes pertenecen parcialmente al Estado. Muchas de ellas, como Vale (minería), Petrobras (petróleo y gas) y jbs están listadas en la Bolsa de Valores de Nueva York a través de American Depositary Receipts (ADR) (Aldrighi y Postali, 2010). En cambio, las empresas brasileñas de pequeño y mediano tamaño no han tenido mucho acceso a la internacionalización. Está claro que la política estatal de internacionalización eligió para ello a los grandes grupos familiares, con lo cual reforzó su dominio de la historia empresarial brasileña.
La longevidad, el poder y la resiliencia de los grupos empresariales brasileños controlados por familias han tenido un gran aliado en las leyes de sociedades y los mercados de capital de su país. Mientras que la propiedad y el control corporativos estuvieron separados antes de la década de 1930, las leyes dadas en los años cuarenta permitieron que las compañías reunieran capital a través de acciones sin derecho al voto. Esto dio a las empresas de propiedad estatal, así como a las compañías privadas que se beneficiaban con el respaldo que el Estado prestaba, la capacidad de reunir una gran cantidad de capital de los inversionistas sin tener que renunciar a su control de la gobernanza corporativa (Musacchio, 2009). El Gobierno deseaba conservar su control y sus aliados se beneficiaron de paso. Hasta el día de hoy se usa la bolsa bursátil brasileña B3 (que se conoció como BM&FBOVESPA hasta 2017) para que emita acciones preferentes (sin voto) y así reunir capital sin diluir el control de la propiedad. Hay poca separación entre la propiedad y el control, a pesar de las leyes que intentan garantizarla.
La política de “Campeones Nacionales” usó fondos públicos para concentrar el poder económico en manos de estos grupos empresariales. Muchos en Brasil cuestionan este uso dado a los recursos públicos, que enriqueció a unos cuantos escogidos en lugar de invertir más bien en programas sociales con los cuales hacer frente a las profundas desigualdades socioeconómicas de su país (Hanley, et al. 2016; Sharma y Schlesinger, 2017). Otros señalan que esta política promovió las exportaciones de commodities (seis de los nueve principales exportadores en 2014 eran productores de granos y carne), lo que recuerda sus patrones comerciales anteriores a la década de 1940 y deja expuesto el país a las mismas vulnerabilidades (Sheng y Carreira, 2016).
Pero la concentración de la riqueza y el poder tiene un lado más oscuro. Petrobras quedó enrollada en el masivo escándalo de Lava Jato u Operación Lavacarro, que hizo caer al gobierno de Dilma Rousseff y que llevó a la cárcel a Luis Inacio Lula da Silva, el exdirigente sindical y, posteriormente, electo presidente de la república. Los funcionarios de Petrobras operaron con impunidad y se involucraron en un programa de sobornos en el cual un cartel de compañías pactó para cobrar precios excesivos a la compañía petrolera, tras lo cual repartían las ganancias entre sus integrantes o como soborno a los políticos. Según el New York Times, a comienzos de 2018, Petrobras pagó cerca de 3 billones de dólares en sobornos y comisiones.21 Entre los integrantes del cartel se hallaban Odebrecht y Camargo Corrêa, la primera y segunda compañías constructoras del Brasil. En 2015 Camargo Corrêa llegó a un acuerdo de culpabilidad negociada para docenas de sus ejecutivos, y tres de estos fueron condenados por lavado de dinero y fraude.22 A Odebrecht se le impuso una multa de tres billones de dólares a finales de 2016 por su papel en Lavajato. Sin embargo, la corrupción de los grupos empresariales se extiende más allá de este escándalo. En 2017 Joesley Batista, el presidente de JBS, y su hermano Wesley, el CEO de la compañía, fueron acusados de fraude y admitieron haber sobornado a más de 1.800 políticos por un total de 150 millones de dóalres. J&F Investimentos, la compañía matriz de jbs, aceptó pagar 3.2 billones de dóalres como multa a cambio de una pena más suave.23
No todos los grupos empresariales se han visto manchados por la corrupción, y en la innovación empresarial brasileña hay algunos aspectos realmente positivos. Por ejemplo, sus empresas pasaron a exportar algunas de las tecnologías más innovadoras del mundo (Casanova, 2016). Si alguna vez ha tomado un pequeño avión ligero de los que se usan para vuelos regionales (especialmente dentro de los Estados Unidos), es muy probable que lo haya fabricado Embraer. Esta empresa fue incorporada en 1969 como parte de la iniciativa gubernamental que buscaba desarrollar la industria aeroespacial brasileña, y gracias al financiamiento gubernamental produjo originalmente aviones para la Fuerza Aérea. Se expandió al mercado internacional en el lapso de una década para crecer más allá del tamaño limitado del mercado local, dedicándose a innovaciones institucionales y técnicas para incrementar la confianza en su producto y sus ingenieros; en 1994, después de ser privatizada, intensificó sus esfuerzos por internacionalizarse. Para 2017 tenía el 58% del mercado regional de aviación (Dalla Costa y Prates, 2018). Este no es sino un ejemplo de las innovaciones creadas en un mercado emergente que Brasil exporta al mundo desarrollado. La ventaja que este país tiene en los combustibles de origen vegetal —un derivado del programa Pró-Álcool de los años setenta, que buscaba reducir su dependencia del petróleo extranjero— le ha convertido en líder tanto en tecnologías de producción de combustible como en motores “flex”, que pueden consumir gasolina tradicional o etanol, o bien una mezcla de ambos (Casanova, 2016). Además de irles bien, algunas empresas también están haciendo el bien. El fundador de InBev, el conglomerado internacional brasileño de bebidas, creó una organización sin fines de lucro que invierte en la educación pública gratuita (el acceso a la educación superior del Brasil se encuentra notoriamente sesgado a favor de quienes recibieron una costosa educación privada) para así mejorar los resultados socioeconómicos de todos los brasileños (sitio web del Lehmann Foundation).
Si la integración vertical, la estructura piramidal y la diversificación sectorial permiten a los grupos compensar los efectos de las condiciones económicas adversas en un sector con sus ganancias en otro, la internacionalización por su parte les brinda los beneficios de la estabilidad de los mercados y el crecimiento potencial de los países desarrollados de Occidente (Casanova, 2016). Sin embargo, la internacionalización también les dejó expuestos a los efectos de crisis globales como la crisis financiera de 2008, la desaceleración china y la pandemia de Covid-19. La concentración de “Campeones Nacionales” en los exportadores de materias primas, que encumbró a compañías como Petrobras y JBS, hizo que las compañías productoras de minerales, granos y carne fueran los principales exportadores de Brasil. Concentrar los “huevos” económicos de Brasil en la canasta de la exportación de materias primas hizo que a muchos observadores les preocupara la vulnerabilidad a los cambios en la demanda internacional, pero los planificadores brasileños apostaron por las ventas a Asia mientras proseguían con esta política, puesto que China era una voraz consumidora del hierro y los granos brasileños, la soya en particular. Los grupos que lograron salir librados de los escándalos fueron cogidos desprevenidos por la desaceleración económica china.24 Vale, la cuarta compañía minera más grande del mundo, sufrió cuando China redujo sus compras de hierro. Recientes tragedias, como el devastador colapso de dos diques en los últimos veinticinco años, hicieron que se escrutara la supervisión, la regulación y el impacto que el gigante minero tiene sobre el medio ambiente, y la devastadora contracción económica y desempleo producidos por la pandemia de 2020 intensificaron la persistencia de las grandes desigualdades socioeconómicas en Brasil, lo que hizo que se formulara la pregunta: “desarrollo, ¿para quién?”.25
La globalización afectó a las empresas en todos los mercados, desarrollados y emergentes por igual. Si bien estos últimos alguna vez fueron mucho más vulnerables que los ya establecidos, la naturaleza interconectada de las empresas globales ya no aísla de los choques a los así llamados mercados desarrollados. Es posible que el modelo de negocios brasileño de grupos empresariales diversificados, poder limitado de los accionistas y una larga experiencia con la inseguridad macroeconómica les permita enfrentar estos desafíos e identificar nuevas oportunidades.
Conclusiones
Según los estudios de las reformas posneoliberales, la estructura de propiedad de las compañías brasileñas más grandes, después de la ola privatizadora de los años noventa, se encuentra principalmente bajo el control de entidades estatales y de familias. El estudio de la estructura de propiedad de los veintinueve grupos empresariales brasileños más grandes en 2007 halló que catorce de ellos tuvieron su origen entre las décadas de 1940 y 1980 como empresas estatales, y que hoy la mayoría de ellos está bajo el control de familias (Sheng y Carreira, 2016). El examen de las firmas más grandes negociadas en la bolsa muestra que ellas se encuentran bajo el control ya sea del gobierno brasileño, ya de una familia, o bien que son propiedad de un consorcio de accionistas de las principales familias o sus empresas (Aldrighi y Postali, 2010). Muchos de los grupos empresariales más grandes del Brasil son propiedad de una familia o están bajo el control de una de ellas. Algunos remontan sus raíces hasta el temprano siglo XX, como Votorantim, Itaú Unibanco y Globo, pero otros nacieron de la campaña de privatización de las empresas del Estado en los años noventa. Las empresas insignia del desarrollismo de la posguerra —Vale y CSN, junto con los sectores de telecomunicaciones y distribución eléctrica— terminaron en manos privadas, en tanto que el Estado retuvo una participación a través de los préstamos de BNDES, las compras que este último hacía de acciones, o de inversiones por parte de los principales fondos de pensiones (Aldrighi y Postali, 2010; Musacchio y Lazzarini, 2014).
La historia empresarial del Brasil en el siglo XXI es la historia de la empresa familiar, tal como lo ha sido desde el principio. Estas, en sus inicios, fueron pequeñas y estuvieron controladas estrechamente debido a la ley de herencia y quiebras, reforzada por las dificultades que había para reunir capital de inversión. A lo largo del siglo XX, la empresa familiar aprovechó los cambios que se fueron produciendo en las regulaciones empresariales, en las políticas estatales de desarrollo, en la ley de sociedades y en la disponibilidad de generosas condiciones financieras para crecer y diversificarse en complejas pirámides. Estos grupos empresariales han dado a un pequeño grupo de personas emparentadas entre sí el control casi total de las empresas más grandes del país, y de algunas de las más grandes del mundo.
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16 Traducción de Javier Flores
17 Diário Popular, “São Paulo e o jogo”, 14 de febrero de 1891.
18 Este programa, que fuera financiado inicialmente mediante préstamos extranjeros y el BNDE, lo fue cada vez más mediante la impresión de dinero y se le ridiculizó como los “Cincuenta Años de Inflación en Cinco”.
19 En 1982 se le agregó una S —por social— a su sigla, pero se han movilizado muy pocos fondos a la promoción del desarrollo social.
20 “Cutrale-Safra wins takeover battle for fruit producer Chiquita” Reuters, October 27, 2014.
21 “Petrobras of Brazil to Pay $2.95 Billion Over Corruption Scandal” New York Times, January 3 2018
22 “Brazil’s Camargo Correa seeks new plea deal over corruption” Reuters, January 14, 2017.
23 “JBS’s Batista Brothers Arrested as Brazil Corruption Probes Spiral” Fortune, September 14, 2017; “JBS Parent to Pay $4.3 Billion to Settle Corruption Investigations in Brazil” Wall Street Journal, May 31, 2017.
24 “How Brazil’s China-Driven Commodities Boom Went Bust” Wall Street Journal, August 27, 2015
25 “Vale: The pride of Brazil becomes its most hated company” BBC News, January 30, 2019.