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ОглавлениеA mi madre María Carmelina Calle Chauca,
por estar siempre
El triunfo de la Revolución Liberal de 1895 significó la transformación política, económica, social y religiosa de la República del Ecuador, lo que no evitó las guerras fratricidas entre varias facciones del liberalismo, que continuaron hasta finales de la primera década del siglo XX.
Aurelio Espinosa Pólit nació, de manera premonitoria, en el salón de la biblioteca de su tío, Manuel María Pólit Laso —que vivía en Quito, frente a la iglesia de san Francisco—, el 11 de julio de 1894. Fue el quinto hijo de ocho hermanos —tres mujeres y cinco varones— del hogar formado por Rafael Aurelio Espinosa Coronel y Cornelia Pólit Laso.
Rafael Aurelio Espinosa, nacido en 1860, era un prestigioso jurista de tendencia política conservadora; incluso combatió con las armas en defensa de sus convicciones en Gatazo (Riobamba), en 1895, contra las fuerzas liberales. Antes lo había hecho a través de la prensa, en 1894, al fundar, junto con el sacerdote Julio María Matovelle y su cuñado Manuel María, la revista La República del Sagrado Corazón de Jesús. Su madre, doña Cornelia Pólit, nació en 1866. Ambos educaron a sus hijos en un ambiente de sólidas creencias católicas y amor a la tierra natal.
Los cambios políticos en nuestro país marcaron el destino de la familia Espinosa Pólit, que en 1898 decidió abandonar el Ecuador y embarcarse hacia Europa con destino a Francia.
A partir de los seis años Aurelio realizó estudios en el Collège Saint-Michel de los padres de Saint-Viateur (París), en la École Libre de los hermanos de las Escuelas Cristianas en Friburgo (Suiza) y, entre 1901 y 1911, en el Collège de Notre-Dame de la Paix, regentado por los jesuitas, en Namur (Bélgica), en donde cursó seis años de Humanidades (griego, latín y retórica) —salvo el curso 1904-1905, que siguió en el Mount St. Mary’s College de Spinkhill (Derbyshire, Inglaterra)—, culminando su bachillerato el 23 de agosto de 1911. Semanas después, el 17 de septiembre, su vocación religiosa le decidió a entrar en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Granada, donde conoció al helenista español Ignacio Errandonea, S.J., gran estudioso y traductor de Sófocles, que tuvo marcada influencia en su pasión por los clásicos. A partir de 1913 inició sus estudios humanísticos en el juniorado, ejerciendo el magisterio en las cátedras de Literatura, Latín y Griego (1918-1921) y luego (1921-1922) en la de Geografía e Historia en Chamartín (Madrid), en el Colegio Nuestra Señora del Recuerdo.
En 1922 inició la Teología en Sarriá (Barcelona), y recibió la ordenación sacerdotal el 31 de diciembre de 1924 de manos de su tío Manuel María Pólit Laso, para aquel entonces ya arzobispo de Quito, con el que coincidió en una visita a París. Su padre había fallecido el 4 de febrero de ese año.
La familia Espinosa Pólit llevó en Europa una vida discreta y al margen de los círculos sociales. Uno de los escasos visitantes a ese hogar afirmó: «Esta es casa que, siendo de seglares, se rige por los consejos evangélicos»1. Este comentario define con precisión el ambiente en el cual la pareja crio a sus hijos: todos ellos se hicieron sacerdotes y monjas.
Los primeros artículos que Aurelio Espinosa Pólit escribió tuvieron relación con su ejercicio religioso y los publicó en revistas católicas; además elaboró un breve manual para la enseñanza de la poesía latina: Compendium prosodiae et metricae latinae (1920).
Realizó varios trabajos en colaboración, todos vinculados con obras místicas o religiosas, así como varias obras de teatro; refundió, en colaboración con Manuel Martínez Ruiz, el drama religioso Las glorias del mejor siglo de Valentín de Céspedes, S.J. (1921).
Compuso los dramas religiosos Berchmans o la vocación de un santo (1921), juntamente con Joaquín Peñuela y otros discípulos del curso de Humanidades de 1919-1920; y en colaboración con los discípulos del curso de Humanidades de 1920-1921, especialmente Rafael Fernández del Villar, El ángel de la vocación (1921).
Se conocen dos poemas místicos compuestos en latín por Espinosa Pólit bajo la influencia de la lírica del poeta romano Horacio, fechados en 1915 y 1920, que recogió, como después veremos, en el volumen grupal Horatiana (1936). En 1921, por el centenario del nacimiento de Gabriel García Moreno, escribió un soneto en su homenaje que publicó al año siguiente, con una lacónica presentación de su tío Manuel María, que concluye con esta premonitoria frase:
El Ecuador cuenta en adelante con otro excelente literato y poeta de verdad; Quito puede gloriarse de otro hijo suyo, que, si bien alejado por hoy del terruño nativo, lo ama de corazón, y le hace honor2.
Ya desde su época de estudiante la traducción formó parte de sus ejercicios escolares. De esta época data una versión en tercetos castellanos de los 75 primeros versos del Canto XXXIII —que corresponde al trágico pasaje del Conde Ugolino— del «Infierno» de la Divina comedia de Dante Alighieri, precedida por una interesante disertación suya.
Otros ejercicios de traducción sobre temas religiosos fueron Inter lilia, figuras de niños, primera y segunda serie (1924), de Alberto Bessières, S.J., y El espíritu de la beata Teresita del Niño Jesús según sus escritos y los testigos oculares de su vida, por un padre de la Compañía de Jesús (1926).
Efectuó estudios clásicos desde 1927 en la Universidad de Cambridge, pero, por disposición de sus superiores de la Compañía de Jesús, en 1928, a los 30 años de ausencia, retornó al Ecuador y fue destinado al Noviciado de los jesuitas de Cotocollao, en el norte de Quito, en donde se hizo cargo de la dirección de estudios. Durante las siguientes décadas la vida de Aurelio Espinosa Pólit, a más de cumplir sus deberes sacerdotales, se consagrará a importantes aspectos de la cultura del país: la enseñanza, estudios literarios e históricos, la traducción y la crítica literaria y la elaboración de varias antologías sobre la producción cultural de nuestro país, amén de su obra de creación poética, la reflexión mística, la hagiografía... Participó además, con diversos Gobiernos del Ecuador, en actividades relacionadas con normativas y reglamentación para el ámbito educativo.
En 1929, con el padre José Jouanen, adaptó un Catecismo elemental; y de este mismo año data su decisión más importante en relación con la bibliografía nacional, cuando, siguiendo el ejemplo de su tío, el mencionado arzobispo de Quito Manuel María Pólit Laso —erudito que tradujo al francés y publicó los escritos de santa Teresa de Jesús, que realizó importantes estudios y monografías históricas y literarias y que, a más de publicaciones vinculadas a su ejercicio religioso, prologó y editó varios volúmenes de los escritos de Gabriel García Moreno y de las obras de Federico González Suárez—, juntó la biblioteca de su padre Aurelio Espinosa Coronel, conformada por volúmenes encuadernados que recogían folletos ecuatorianos, con una sección de la de su tío. A todo ello se unió la imponderable contribución económica de su madre Cornelia Pólit Laso, quien financió durante décadas la adquisición de muchos volúmenes3, así como de toda publicación o manuscrito ecuatoriano que su hijo Aurelio consideró apropiado para conformar la importante biblioteca que actualmente lleva su nombre4.
Se trata de una obra cultural de primer orden. Hasta la fecha ha llegado a contener en su espacio una biblioteca, un archivo y una mapoteca (con libros, hojas sueltas, periódicos, revistas, mapas, manuscritos, etc.). Con el tiempo la colección se ha ampliado además con un museo de arte, historia y arqueología y con un herbario.
Sabemos que actualmente la colección, mediante adquisiciones y donaciones, contiene un aproximado de 500.000 ejemplares y 7.000 títulos de publicaciones periódicas. Es el repositorio más importante del patrimonio bibliográfico ecuatoriano.
Su génesis la registró el propio P. Aurelio en el artículo «Una biblioteca ecuatoriana en el Colegio Noviciado de Cotocollao», en el cual, pese a su brevedad (3 páginas), expone, con visión ecuménica y nada partidista, un extraordinario concepto del patrimonio de nuestro país5. Cito unos párrafos:
En los labios de todos está el nombre sagrado de patria; es anhelo común contribuir a cuanto puede realzar su lustre; y quizás no se piensa que la patria es algo más que el suelo amado que nos vio nacer, que es algo espiritual que debe informar nuestra vida, y que así como se ha de defender de la invasión el suelo de la patria, así se ha de defender también el espíritu de la patria de otro enemigo más artero y más temible: la inconsciencia y el olvido.
Y ¿cómo conservar íntegro el espíritu de la patria, cómo mantener vivo y alentador el recuerdo de los héroes que la crearon y de los hombres grandes que pacientemente la formaron en el curso de esta primera centuria? Las fiestas pasan, sin dejar en pos de sí más que el dulce pero fugaz perfume del recuerdo; los monumentos son emblemas grandiosos pero mudos; la huella sensible del alma de la patria, mucho más que en ellos, está en los escritos de sus más esclarecidos hijos. El canto inmortal de Olmedo, la historia de González Suárez, las prosas de Mera y Montalvo, los versos de Crespo Toral, son algo de la patria, tanto y más quizás que los edificios coloniales y los monumentos a los próceres.
Conservar cuidadosamente estos escritos, no solamente los de los más grandes, sino cuantos han brotado de una pluma ecuatoriana, aun los más humildes; procurar de este modo reunir y ordenar todos los sillares de la que ha de ser un día nuestra tradición nacional, religiosa, histórica, científica y literaria: tal es el fin de la Biblioteca de Autores Ecuatorianos que recientemente se ha fundado en el Colegio Noviciado de Cotocollao6.
Cuando en 1930 Espinosa Pólit publicó el folleto A Virgilio en el bimilenario de su nacimiento, lo hizo con un estudio sobre el poeta latino e incluyó una versión suya en verso castellano de la Égloga novena. Con este trabajo inauguró sus publicaciones relacionadas con su pasión por la obra de Publio Virgilio Marón, que le acompañará hasta el final de sus días.
Al año siguiente, en colaboración, preparó con textos en latín y español el volumen Estudios virgilianos. Homenaje de la Compañía de Jesús en el Ecuador al poeta latino en el bimilenario de su nacimiento (1931), que contiene trabajos de varios jesuitas, entre ellos una prelección virgiliana «según la Ratio studiorum» jesuítica realizada por Espinosa Pólit, más su registro del material bibliográfico referente a Virgilio en la colección de libros que conformaba hasta aquel año la Biblioteca de Letras del Colegio Noviciado de Cotocollao. Se trataba en aquel entonces de 550 entradas distribuidas en siete secciones, que a lo largo del tiempo él contribuyó a acrecentar con sus estudios y traducciones, obras que se conservan en una sala-museo en el actual Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit.
En octubre de 1931 dio la conferencia La poesía viva de Virgilio y publicó su versión al español de la oda «A Virgilio» del poeta británico Alfred Tennyson.
Sin embargo, el primer gran estudio —por dimensiones y calidad interpretativa— que publicó fue Virgilio. El poeta y su misión providencial, prologado por Remigio Crespo Toral (1932).
Esta obra se distribuye en dos partes: la primera ofrece un análisis de la literatura virgiliana y del espíritu de su poesía; y en la segunda, sumándose a una tesis literario-católica, presenta al ilustre poeta mantuano a la luz de las grandes revelaciones en el siglo de Augusto, en un papel providencial, premonitorio de la llegada de Jesús: «atisbos precristianos» los denominó el P. Aurelio. Criterios que, si no se comparten en su totalidad, plantean elementos literarios a considerar en la lectura de la obra virgiliana.
Al publicar este volumen el P. Aurelio, a más de glorificar al poeta latino, aspiraba a resucitar la afición por las humanidades clásicas a través del estudio del griego y el latín.
El ensayista español Ramiro de Maeztu realizó una sutil apreciación de esta obra, manifestando lo siguiente:
Sólo que el padre Espinosa no cree que lo esencial sea decir algo original sobre Virgilio, ni sobre nada. Acaso la parte más penetrante de su obra sea la que dedica a explicar las numerosas veces que Virgilio se sirve de uno o dos versos de Homero o de otro poeta, como lo hacían todos los clásicos entonces, porque en la Antigüedad se consideraba el plagio como una cortesía que debía cada poeta a sus predecesores, en vez de rechazarla con el desdén romántico de un Musset, que se jactaba de beber en su vaso, aunque fuese pequeño. Los antiguos pensaban, como André Chénier, que los escritos de otros poetas son «aguijones poderosos que al besarme con su llama me hacen creer con ellos».
[Virgilio] fue el poeta más dulce de la humanidad. Y esto es lo que le hace pensar al señor Espinosa en la misión providencial del poeta7.
La publicación de Virgilio. El poeta y su misión providencial propició que el P. Aurelio fuera nombrado miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; además, determinó que el consistorio de la Fiesta Mariana de la Lira de Cuenca lo premiase el último sábado de mayo con la medalla de oro «Honorato Vázquez» de 1933, que le fue conferida en 1934.
Como parte de este fervor por la obra del autor de la Eneida publicó el folleto La ascensión espiritual de la crítica virgiliana (1933), en el que recogió, en homenaje al poeta mantuano, tres sonetos: del poeta italiano Giosuè Carducci, del jesuita francés Alexis Hanrion (vertidos al español por él) y del ecuatoriano Manuel María Palacios Bravo, los tres concienzudamente comentados.
En 1935 apareció su versión en verso castellano de Edipo rey de Sófocles, traducida directamente del griego, precedida de un prólogo. Diez años después publicó una segunda edición revisada, y hará más cambios sobre la traducción tanto en 1947 —cuando su Edipo rey aparezca, comentado, dentro de seis de sus Dieciocho clases de literatura— como en la versión definitiva de Sófocles en verso castellano (1959).
Su traducción en verso castellano de Edipo en Colono vio la luz en 1936, pero fue también revisada para su edición de 1959, incluida en las nombradas obras completas del trágico griego.
Dentro de sus proyectos humanistas, inició la difusión de sus estudios dedicados a Quinto Horacio Flaco con el trabajo El bimilenario de Horacio (1935), empeño que culminará lustros después con su Lírica horaciana en verso castellano —Odas, Epodos, Canto secular— (1953), cuya última edición, bilingüe, preparó para la Editorial Jus de México en 1960. Antes, en 1949, había publicado su traducción Doce odas de Horacio y, en 1952, cuatro de ellas en la revista Ábside de México.
Para el bimilenario de Horacio Espinosa Pólit preparó con los estudiantes de Cotocollao un volumen titulado Horatiana (1936), que abre y cierra con dos poemas suyos en latín dedicados al lírico venusino. Contiene su versión en verso castellano de 17 de sus odas e incluye al final del volumen dos composiciones místicas que mencioné anteriormente —fechadas la primera en 1915 y la segunda en 1920— de su autoría en latín, además de varias versiones y poemas originales en aquella lengua en homenaje a Horacio, a lo que se suman dos poemas en inglés de la estadounidense Florence Bennett Anderson con su correspondiente versión aureliana al latín.
Las convicciones religiosas de Espinosa Pólit le inclinaron a traducir al castellano otros diversos textos breves: composiciones sueltas o poemarios de escasas dimensiones, pero de gran contenido místico o literario.
Ejecutó, con la misma pasión e intensidad, la traducción de un par de poemas (1936 y 1938) de Victor Hugo, de La pastoral virgiliana del estadounidense George Meason Whicher (1937) —acompañada de un estudio de su autoría—, y de Siete poesías sagradas de la ya citada Florence Bennett Anderson (1937).
Tradujo también, de Joan Maragall, «La noche de la Purísima» y «La vaca ciega» (1938), poema este último ya vertido antes al castellano por Miguel de Unamuno. Y suya es también la traducción, datada en 1955, del sorprendente poema de Paul Claudel «A los mártires españoles», escrito con la intención de defender a la Iglesia católica en la Guerra Civil española y conocido en nuestra lengua gracias a las anteriores versiones de Jorge Guillén y de Leopoldo Marechal.
Con otros académicos y especialistas, en 1938 participó en un ciclo de conferencias organizado por la Universidad Central del Ecuador, como parte del curso de extensión cultural denominado «Realidades ecuatorianas». Espinosa Pólit intervino el sábado 28 de mayo con Los clásicos y la literatura ecuatoriana.
Cuando Gabriela Mistral visitó nuestro país, entre agosto y septiembre de 1938, se refirió a este valioso estudio:
Cuento entre las lecturas mejores hechas en este mes mío del Ecuador su conferencia sobre Los clásicos en la literatura ecuatoriana. Sabe usted, padre, que el tema es de mi interés más entrañable. Hemos de hacer pronto en Chile un círculo de «amigos de los clásicos» que restituya a su categoría nuestras humanidades aplebeyadas por el primarismo de los que odian los estudios humanísticos por tanto jacobinismo y por plebeyismo intelectual. Tendré la honra de referirme a su trabajo cuando vuelva ya a escribir sobre este tema de verdadero latinoamericanismo8.
Igualmente, en el mismo artículo, la poeta chilena expresó lo siguiente sobre el poemario Alma adentro (1938) de Espinosa Pólit:
Recibí también, respetado señor, su volumen de poesías, donde he sentido el calor de su fuerte vida interna y he conocido, en cuanto es dable, su alma de guía de hombres.
Algunos años después Espinosa Pólit tradujo un importante pasaje de la Historia de la Guerra del Peloponeso, el «Diálogo de Melos» de Tucídides (libro V, 85-113), con una sucinta nota:
De incontrovertible actualidad. Los atenienses necesitan o desean, para sus intereses imperialistas, tener sujetos a los melios, y vienen para arreglarlo «racional y pacíficamente». Qué valor y alcance tienen estas negociaciones «pacíficas» en labios de un país totalitario frente a otro más débil, nos lo enseña nuestra historia contemporánea, pero ya antes, hace 24 siglos, lo dijo el inmortal historiador ateniense en su interesantísimo diálogo. La historia es la maestra de la vida9.
Cabe recordar que cuando esta versión apareció (1943) se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo que, a nivel nacional, el Gobierno ecuatoriano se había visto obligado a firmar, en 1942, el denominado con pomposo y ridículo nombre «Protocolo de paz, amistad y límites de Río de Janeiro», que comportó la pérdida de amplias extensiones de territorio en favor del Perú.
En el mismo 1943 el Gobierno ecuatoriano designó una comisión para el arreglo del fondo jesuítico de la Biblioteca Nacional del Ecuador, y el P. Aurelio fue nombrado asesor para esta labor.
Entre 1942 y 1945, otra de las actividades en que desplegó grandes esfuerzos el P. Aurelio fue la de editor de las obras de nuestros clásicos, excepcional trabajo para el Instituto Cultural Ecuatoriano10 durante la presidencia de Carlos Alberto Arroyo del Río (1940-1944). Entonces formó parte de la Comisión de Propaganda Cultural del Ecuador —órgano adscrito al mencionado Instituto y encargado de las ediciones—, a cuya labor contribuyó con el cuidado editorial de cuatro de los siete volúmenes que aparecieron de la colección denominada Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos11.
El prólogo y edición del primer volumen de la colección, Gobierno eclesiástico-pacífico de fray Gaspar de Villarroel (1943), fue responsabilidad de Gonzalo Zaldumbide, y el P. Aurelio se encargó de la traducción de los textos latinos y de poner títulos a los párrafos seleccionados en la antología.
En el volumen III, correspondiente a las Poesías y obras oratorias de Juan Bautista Aguirre, S.J. (1943), el estudio preliminar y cuidado de los textos en verso corrió a cargo de Gonzalo Zaldumbide, y del establecimiento de los textos en prosa se ocupó Espinosa Pólit.
El P. Aurelio realizó la transcripción, fijó el texto y añadió notas explicativas, filológicas e históricas, a más de la traducción de las citas en latín y en griego, para la edición de El nuevo Luciano de Quito. 1779 de Eugenio Espejo (1943), volumen IV de la colección, que apareció con prólogo de Isaac J. Barrera. Para efectuar esta edición crítica, Espinosa Pólit analizó —siguiendo instrucciones detalladas en un estudio anterior de su tío, el mencionado historiador Manuel María Pólit Laso— los tres manuscritos originales de El nuevo Luciano que existían para esa fecha.
Sus trascendentales investigaciones y estudios sobre estos clásicos permitieron definir aspectos esenciales de nuestra literatura, al punto de ser reconocidos incluso por algunos de sus opositores ideológicos, como el escritor Joaquín Gallegos Lara, quien, en un polémico artículo —en el que arremete contra el presidente Arroyo del Río, auspiciante de la colección, y varios de los miembros de la comisión encargada de la misma: Gonzalo Zaldumbide, Jacinto Jijón y Caamaño e Isaac J. Barrera—, destacó las dotes del humanista de la siguiente manera:
Hay que aclarar la bajeza con que estos clasicizantes han mezclado en este lío, en calidad de peón literario, al P. Aurelio Espinosa Pólit, sacerdote de veras, alma clara, auténticamente cristiana. Él ama los clásicos españoles y grecolatinos con hondo saber modesto. Es un traductor ágil e inspirado de Virgilio.
Para concluir:
Ellos lo pusieron a restablecer textos, utilizando sus conocimientos, experiencia e intuición. No le confiaron un prólogo. Los viles tienen tanto miedo a las almas puras como a las rebeldes12.
Al año siguiente de la publicación de este artículo, el reclamo del narrador guayaquileño, sin pretenderlo, fue atendido: en las Poesías, como parte de las proyectadas Obras completas de José Joaquín de Olmedo (1945), volumen V de la colección, el P. Aurelio se encargó de establecer los textos, el prólogo y las notas. Con ligeros cambios, esta edición aparecerá bajo el sello editorial mexicano del Fondo de Cultura Económica en 1947 como la Poesía completa de Olmedo.
Como antes señalé, el conflicto limítrofe del Ecuador con el Perú concluyó con el desmembramiento territorial de nuestro país en 1942, suceso que determinó la caída del Gobierno de Arroyo del Río en mayo de 1944 y el acceso al poder de José María Velasco Ibarra. Como consecuencia, el proyecto editorial del Instituto Cultural Ecuatoriano se truncó.
En este segundo mandato de Velasco Ibarra (1944-1947) fueron creadas dos importantes instituciones, la una cultural, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y la otra educativa, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Cuando en 1944 se hizo realidad el proyecto de Benjamín Carrión, la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Espinosa Pólit fue nombrado «representante de las Ciencias Filosóficas, en la Sección de Ciencias Filosóficas y de Educación», y al año siguiente la editorial de la institución se inauguró con la segunda edición de su traducción de Edipo rey.13
El 4 de noviembre de 1946 el P. Aurelio inició sus labores como primer rector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (creada por la Compañía de Jesús, el arzobispo de Quito Carlos María de la Torre, Enrique Arízaga Toral y Julio Tobar Donoso, entre otros, más el apoyo económico de Jacinto Jijón y Caamaño), cargo que nuestro ilustre humanista desempeñó hasta su deceso en 1961.
La primera etapa de la Universidad comprende el periodo del primer rectorado, 1946 a 1961. El aporte personal más valioso y efectivo del primer rector, padre Aurelio Espinosa Pólit, fue su prestigio como humanista y hombre de letras. Gracias a él la Universidad se abrió paso ágilmente en la vida nacional. Como profesor de Cultura Religiosa dejó el aporte de sus textos de Religión Natural y Religión Revelada y, como rector, un rico conjunto de intervenciones académicas, de sentido doctrinario en su mayor parte14.
Dentro de la obra de creación, el P. Aurelio dio a la prensa cuatro libros en verso de su autoría: Alma adentro (1938), En el mismo laúd (1941), Estaciones y cristofanías (1944) y La fuente intermitente (1946). Sobre este último el poeta César Dávila Andrade expresó:
Espinosa Pólit es ante todo bardo, y los bardos comparten con los dioses y los héroes la huella de la quemante insignia de los constructores por el fuego, de la ígnea arquitectura de los arquetipos que no caen bajo el imperio vesperal de la decadencia.
Poesía de fe, de conocimiento emocionado y de ritmo sereno. Como conviene a un espíritu que, humilde pero noblemente, se sabe vivo símbolo del Infinito15.
Años después, el historiador Jorge Salvador Lara reunirá los cuatro libros de versos del P. Aurelio bajo el título de Poesías completas (1996), con prólogo de Gabriel Cevallos García.
Como miembro del Consejo Superior del Ministerio de Educación del Ecuador, Espinosa Pólit participó en un curso de capacitación para profesores de castellano y literatura (del 4 de agosto al 13 de septiembre de 1945). Desde entonces y por varios años mantuvo relación con dependencias estatales, contribuyendo, entre otras cosas, al mantenimiento de los estudios clásicos en la enseñanza media y superior en nuestro país.
En 1947 publicó el volumen Dieciocho clases de literatura, con las mencionadas conferencias de preceptiva literaria impartidas en el verano de 1945. Allí aparecen sus análisis literarios de obras de autores ecuatorianos —fragmentos de la Égloga trágica y de Mi regreso a Cuenca de Gonzalo Zaldumbide y poemas de Carlos Suárez Veintimilla— y, a continuación, varias prelecciones a todo el Edipo rey de Sófocles. Este volumen obtuvo una segunda edición (en 1996, por el Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador) al cuidado del jesuita y catedrático Manuel Corrales Pascual.
En octubre de ese mismo año Espinosa Pólit asistió a la I Exposición Bibliográfica Cervantina en España, en San Lorenzo de El Escorial, en la que participaron también José Ibáñez Martín y José María Pemán. El P. Aurelio contribuyó a las Actas de la Asamblea Cervantina de la Lengua Española con el estudio «Un latinismo en el Quijote».
Constante en el arte de la traducción, realizó la versión al castellano del poema El lebrel del cielo del místico británico Francis Thompson (1948), que fue publicado en edición bilingüe precedido y cerrado por una extensa «Semblanza y comentario» —que incluye, como complemento, sus versiones de «El Dios amor» del italiano Silvio Pellico y «En la encrucijada del dolor» del francés Albert Fleury—. El padre Julián Bravo publicó una segunda edición de esta obra en 1989.
También de 1948 data su Reseña histórica del himno nacional ecuatoriano, valioso estudio acerca de uno de los símbolos más importantes de nuestra patria, en que pasa revista a los antecedentes y a todo lo relacionado con las distintas letras del himno hasta su versión definitiva, debida a Juan León Mera.
En colaboración con su hermano José, también jesuita, dio a las prensas el manual de enseñanza Resumen sintético de análisis gramatical y lógico (1949).
En el ámbito de la crítica literaria se ocupó de prologar las obras de autores que le eran afines en sus gustos estéticos y convicciones religiosas, como A la paz bienhechora (1938) de Nicolás Rubio Vásquez; dos obras de Carlos Suárez Veintimilla: Caminos del corazón inquieto (1943) y Alondras (1945); El milagro (1951) de José María Egas y La Iglesia modeladora de la nacionalidad (1953) de Julio Tobar Donoso.
También hizo en 1953 una breve presentación, que se publicó junto con otra de Benjamín Carrión, a un estudio fundamental sobre la bibliografía nacional, la Historia de la imprenta en el Ecuador (1755-1953) del maestro holandés en artes gráficas Alexandre A. M. Stols.
Comentó las obras de algunos autores hispanoamericanos: Las sinfonías de las campanas (1940) del poeta cubano Rafael R. Vidal; los libros mexicanos La divina aventura (1938) de Alfonso Junco; ¡Para siempre! (1943) de Perfecto Méndez Padilla y Caín, el hombre (1951) de Emma Godoy, análisis literarios que, por su amistad con Alfonso Junco, fueron publicados en la revista mexicana Ábside, que este último dirigía.
Acerca del oficio de la traducción escribió —a más de los capítulos correspondientes en los magníficos prólogos a sus autores predilectos— un clarificador estudio, fechado en 1949 pero dado a las prensas en 1951: «La traducción como obra de arte. La métrica latinizante», dedicado al padre Félix Restrepo. Además, en su ensayo «Marcelino Menéndez y Pelayo, humanista» (1956) y en algunas cartas a Jorge Carrera Andrade, Alfonso Junco, Pablo Menor y José Antonio Falconí Villagómez expresó sus puntos de vista sobre esta labor tan cara y esencial a su existencia16.
En 1951 participó en el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en México, con la ponencia «Teoría de las partes de la oración».
Reunió parte de sus opiniones acerca de la enseñanza católica en su libro Posiciones católicas en educación (1953), que contiene doce discursos pronunciados entre 1946 y 1952.
En 1953 se publicó, como ya mencionamos, su versión al castellano de la poesía más marcadamente lírica de Horacio: las Odas, los Epodos (excepto el IX y el XII, que casi ningún traductor se aventura a traducir, más por razones morales que estéticas) y el Canto secular. Ese mismo año, el 19 de febrero, falleció su madre.
Vertió asimismo al español 13 textos —incluidos los sonetos XVIII, XXIX y XXX, que tradujo en verso— de William Shakespeare, recogidos en su versión de la conferencia «Algunos aspectos de Shakespeare» (1954), del capitán de navío estadounidense Raymond J. Toner.
En 1954 volvió a trabajar en la obra de Sófocles y publicó su traducción de Antígona, con la que cierra el ciclo tebano sofocleo, volumen que añade al final un amplio y valioso estudio en forma de prelección. Su versión española definitiva de esta tragedia apareció en la mencionada edición de 1959.
También en 1954 agrupó varias conferencias y estudios históricos y literarios en el volumen Temas ecuatorianos, título que obtuvo dos ediciones más: la una dispuesta por el ya mencionado profesor Corrales Pascual, S.J., en 1999, quien a la versión original añadió otros importantes textos; y la última, elaborada en 2006 por Jorge Salvador Lara, que es una selección de la primera más el texto «Roma y nuestro mundo americano», que originalmente había sido titulado «Roma cristiana y Roma pagana», publicado en 1950 y que —ampliado— constituyó su lectura de incorporación como miembro de la Academia Nacional de Historia de Colombia en 1956.
Preparó la edición crítica de la Vida de santa Mariana de Jesús (1955) del padre Jacinto Morán de Butrón, S.J., cotejando, para establecer el texto definitivo, el manuscrito original de 1697 con la edición colonial de 1724; y dos años después publicó, de su autoría, Santa Mariana de Jesús, hija de la Compañía de Jesús. Estudio histórico-ascético de su espiritualidad (1957).
A lo largo de los años, sustentado en la investigación y el estudio de documentos y manuscritos, realizó varias aproximaciones —a más de fijar una edición canónica suya— a la obra de José Joaquín de Olmedo. Varios de esos estudios que escribió y reescribió sobre la vida y obra del autor de La victoria de Junín los recogió en 1955 bajo el título de Olmedo en la historia y en las letras. Siete estudios, a cuya segunda edición de 1980 se añadió parte del texto de la edición de Olmedo que publicó en 1945 y que con escasas variantes apareció como prólogo al volumen Poesía-Prosa de la edición de 1960 para la Biblioteca Ecuatoriana Mínima.
El 24 de abril de 1956 participó en el Segundo Congreso de Academias de la Lengua en Madrid, como jefe de la delegación ecuatoriana, conformada además por Isaac J. Barrera y Guillermo Bustamante. Al P. Aurelio le correspondió dar el saludo en nombre de las delegaciones participantes. Le precedieron en la palabra Pedro Laín Entralgo, Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón. También estuvieron presentes José María Chacón y Calvo, José Ibáñez Martín y Julio Casares. El resultado del congreso fue la publicación de su Memorándum de la Academia Ecuatoriana al II Congreso de Academias de la Lengua, 1956, acerca de la gramática de la lengua española.
Para conmemorar el centenario del nacimiento de Marcelino Menéndez Pelayo, en 1956, el P. Aurelio redactó un trascendental y desmitificador estudio sobre la formación y solvencia helénica y latina del importante polígrafo español, sin dejar de destacar y reconocer sus grandes capacidades humanísticas y su pasión por la obra de Horacio.
Siempre pendiente de los trabajos relacionados con los estudios y traducciones de la obra de Virgilio y Horacio en América, publicó importantes artículos sobre Ismael Enrique Arciniegas, Alfonso Méndez Plancarte y Miguel Antonio Caro, dadas sus valiosas contribuciones a los estudios clásicos latinos.
Entre 1957 y 1960, Espinosa Pólit, con Humberto Toscano, Darío Guevara, Jaime Larenas y su compañero de orden religiosa Oswaldo Romero Arteta, emprendieron la edición de los cuadernos de difusión Cien autores ecuatorianos, de extraordinario valor didáctico dentro de la colección Biblioteca del Estudiante17.
Este excelente acercamiento a la historia de nuestra cultura se verá potenciado y completado con la aparición de la Biblioteca Ecuatoriana Mínima poco tiempo después.
Uno de los proyectos que Espinosa Pólit no pudo ejecutar fue la edición de las Obras completas de Remigio Crespo Toral —aunque le dedicó varias breves valoraciones, incluida una «Advertencia preliminar» a la excelente bibliografía del autor cuencano preparada por Romero Arteta en 1957—. Este proyecto lo terminó realizando en buena parte su discípulo, el padre Julián Bravo, S.J. , quien le sucedió también en la dirección de la Biblioteca Ecuatoriana de Cotocollao18.
En 1955 se celebraron las bodas de oro literarias del escritor mexicano Alfonso Reyes; Espinosa Pólit se sumó a este homenaje publicando en 1958 un sucinto pero sugerente texto: «Alfonso Reyes, el humanista».
Cuando Benjamín Carrión publicó en la revista La Calle, en noviembre de 1958, «Sobre la misión del estudiante universitario ecuatoriano», la decimosexta de sus Nuevas cartas al Ecuador, el P. Aurelio le replicó, en abril de 1959, con el artículo «¿Obligación de defender al laicismo?», en el cual de manera sistemática destruyó cada uno de los argumentos del importante ensayista lojano.
En el homenaje por el centenario de la muerte de Andrés Bello en 1958, el estudioso español radicado en Venezuela Pedro Grases convocó, dentro de un grupo de especialistas, al P. Aurelio para que se hiciera cargo de la edición del volumen Gramática latina (1958) del humanista caraqueño. Para esta edición, que apareció con un amplio estudio introductorio, «Andrés Bello latinista», tradujo al español —en prosa— versos y fragmentos de Los tristes [sic!] de Ovidio, de la edición chilena en latín que Andrés Bello publicó con eruditos y valiosos comentarios suyos —en español— en 1847.
Con la colaboración, nuevamente, del padre Romero Arteta, preparó para el Ministerio de Educación la antología Trozos selectos de literatura ecuatoriana (1958); le siguieron dos ediciones más (1960 y 1962).
Para conmemorar el sesquicentenario del Primer Grito de la Independencia, a celebrarse en 1959, el Gobierno ecuatoriano presidido por Camilo Ponce Enríquez decidió preparar una colección —«publicación auspiciada por la Secretaría General de la Undécima Conferencia Interamericana»— con los más importantes autores de nuestro país, desde la época colonial hasta los años 50 del siglo XX, denominada Biblioteca Ecuatoriana Mínima, en 29 gruesos volúmenes, publicada por la Editorial Cajica de Puebla (México). Esta idea de tan poderoso alcance la había propuesto Alfonso Reyes para toda América en el número 7 de su revista personal Monterrey, aparecida en Río de Janeiro en diciembre de 193119.
El P. Aurelio formó parte de la Comisión de Asuntos Culturales encargada de la edición de los volúmenes de esta colección, e intervino directamente en el cuidado de cinco de ellos, para lo cual actualizó y amplió estudios que antes ya había elaborado para el Instituto Cultural Ecuatoriano (1942-1945), como mencioné párrafos atrás.
El primer estudio que había dedicado a Antonio de Bastidas fue el que escribió para su incorporación a la Academia Nacional de Historia del Ecuador, leído el 22 de febrero de 1956, texto que, reelaborado y ampliado con nueva documentación consultada, será el estudio introductorio a la edición que preparó de Los dos primeros poetas coloniales. Siglos XVII y XVIII, que recoge la obra de los jesuitas Bastidas y Jacinto de Evia. Y en la segunda parte del volumen añadió la producción en verso y algunas prosas de Juan Bautista Aguirre, establecidos con Gonzalo Zaldumbide, quien se ocupó del estudio previo (1959).
En abril de 1959, el P. Aurelio publicó el estudio «Una cuestión de historia literaria colombiana», que causó revuelo en el ambiente intelectual colombiano, pues ponía en duda la atribución del «Poema heroico» a san Ignacio de Loyola y de la prosa «Invectiva apologética» al poeta colonial neogranadino Hernando Domínguez Camargo, y se atrevía a sugerir que su autor podría ser Antonio de Bastidas. Capítulo que se cerró en julio de 1960 con la edición definitiva de Obras del colombiano: su paisano, el estudioso Guillermo Hernández de Alba, demostró mediante la consulta de documentación a la que no había tenido acceso el P. Aurelio, que la atribución era cierta. Entonces nuestro humanista, con responsabilidad, a través de un par de cartas publicadas póstumamente por sus destinatarios, reconoció a Domínguez Camargo la autoría de ambos textos.
En 1960 Espinosa Pólit, dentro de la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, dedicó un prólogo al volumen titulado Poesía-Prosa, que recoge una selección de distintos trabajos de José Joaquín de Olmedo, incluyendo sus dos más importantes poemas, «La victoria de Junín. Canto a Bolívar» y «Al general Flores. Vencedor de Miñarica»; en prosa constan su «Epitafio a José Mejía Lequerica», sus «Reflexiones sobre la libertad de imprenta» y su «Discurso en las Cortes de Cádiz sobre la abolición de las mitas», de 1812, más una serie de escritos que el guayaquileño redactó dentro de su ejercicio político. El otro volumen, también prologado por Espinosa Pólit, es el Epistolario, una selección de misivas de Olmedo, que ofrece documentación muy importante, con cartas remitidas a Antonio José de Sucre, Andrés Bello, Juan José Flores y José de San Martín más la importante sección de epístolas que envió a Simón Bolívar sobre el proceso de creación y crítica al poema «La victoria de Junín», con lo que parte de la colección de cartas entre el venezolano y el guayaquileño constituye un modelo en el oficio de la crítica literaria.
Espinosa Pólit se ocupó también de preparar una extraordinaria versión de los escritos de Los jesuitas quiteños del Extrañamiento, del padre Juan de Velasco, acompañada de introducción, selección y traducciones del latín y del italiano (1960), con la intención —según propia confesión— de enmendar las traducciones hechas por Matilde Elena López y Lea Cavalini para la edición y estudio que preparó, en dos tomos, Alejandro Carrión en Los poetas quiteños de «El ocioso en Faenza» (CCE, 1957-1958), obra con la que el escritor lojano se hizo merecedor del Premio Tobar que concedía el Municipio de Quito, cuyo jurado estuvo conformado por el mismo P. Aurelio, Gonzalo Zaldumbide y Julio Endara.
Dentro de esta colección estableció también el texto definitivo de la Historia del reino de Quito en la América meridional del mismo Juan de Velasco. El P. Aurelio registró que, de los dos manuscritos conocidos, uno reposaba en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid y el otro, el que le sirvió para la edición, se conservaba en el Archivo de la Compañía de Jesús en Quito. Esta obra apareció póstumamente en 1961 en dos volúmenes; Espinosa Pólit no pudo terminar la revisión de las pruebas y por su indicación expresa la concluyó Oswaldo Romero Arteta.
Sus distintos acercamientos durante varias décadas a Virgilio, su traducción de algunos de sus versos, sus varios estudios y las versiones al español de poemas en homenaje al creador mantuano se vieron coronados con la publicación de Virgilio en verso castellano, en edición bilingüe (México, Jus, 1961), cuyo prólogo por separado también apareció en Quito con el título de Síntesis virgiliana ese mismo año. En mayo de 1960, en un acto académico, el P. Aurelio había ofrecido una conferencia en inglés en la Academia de Virgilianistas de la Universidad de Georgetown (Washington, EE. UU.). Tomada de la traducción de Espinosa Pólit, la Eneida tuvo una edición, profusamente anotada, en la editorial Cátedra, al cuidado de José Carlos Fernández Corte (Madrid, 1993), en su colección Letras Universales; y en 2003 la misma casa editora se encargó de publicar la totalidad de la traducción aureliana —esta vez sin notas, pero con valiosos apéndices, entre ellos la reproducción de 136 xilografías que ilustraron la extraordinaria edición preparada por el humanista Sebastian Brand con el editor Johann Grüninger en 1502— en las Obras completas de Virgilio de su Bibliotheca Aurea, en edición bilingüe latino-castellana preparada por Pollux Hernúñez.
Son, pues, dos las obras hermenéuticas amplias que Espinosa Pólit publicó sobre la obra virgiliana: la primera en 1932 con el ya mencionado Virgilio. El poeta y su misión providencial, y la segunda con esta Síntesis virgiliana, publicada, como acabamos de indicar, en Quito en 1961 (aunque lleva 1960 en el pie de imprenta) 20.
Evidencia de la inquebrantable fe de Espinosa Pólit en el poder transformador de la cultura fue su trabajo constante y sistemático 21, que no abandonó ni con el deterioro de su salud en el último año de vida. Luego de ser operado en el hospital de la Universidad de Georgetown, durante su estancia entre mayo y junio de 1960, y después en el Instituto Superior de Humanidades Clásicas (septiembre-noviembre de 1960), iba revisando las artes finales de la edición bilingüe mexicana de Virgilio en verso castellano 22, hasta que le sobrevino la muerte en Quito antes de cumplir los 67 años, el 21 de enero de 1961.
Dejó algunas obras listas para su impresión. La editorial Jus de México publicó cinco volúmenes: El teatro de Sófocles en verso castellano. Las siete tragedias y los 1129 fragmentos (1960); las ediciones bilingües Lírica horaciana en verso castellano —Odas, Epodos, Canto secular— (1960) y Virgilio en verso castellano: Bucólicas, Geórgicas, Eneida (1961); La misa, mi vida: treinta y seis años de sacerdocio (1961); y, por último, La obediencia perfecta. Comentario a la «Carta de la obediencia» de san Ignacio de Loyola (1961).
A los dos últimos libros de tema religioso hay que añadir, dentro de la misma temática, los siguientes: La dicha que vivimos. Nuestra vocación a la luz de los evangelios y epístolas (1944); Coloquios con Jesús en el Santísimo Sacramento (1947); Alzando el velo al silencio. Vida meditada de san José (1957); De camino hacia Dios (1960); La religión revelada (1962).
A su muerte, el escritor Gonzalo Zaldumbide escribió:
En la cátedra el latinista, el helenista, el humanista, eran el superviviente, el habitante de la Antigüedad clásica, dentro de la cual se movía como en un mundo actuante y parlante, resucitado por su prodigiosa erudición23.
1. Aurelio Espinosa Pólit, S.J. Madre y apóstol. Cornelia Pólit de Espinosa. Cotocollao, Editorial Clásica, 1953. p. 18. (El Folleto Católico; n. 3).
2. Manuel María Pólit Laso. «Un nuevo poeta ecuatoriano, R. P. Aurelio Espinosa Pólit, S.J.» Boletín Eclesiástico. Revista Oficial de la Arquidiócesis. Tomo XXIX. n. 1-2. Quito. enero - febrero de 1922. p. 156. [Artículo sin firma].
3. «La Biblioteca Ecuatoriana se constituyó por la fusión del escaso fondo que había de antes en casa con la colección de libros, folletos y revistas del Dr. Rafael Aurelio Espinosa C., que había tenido en depósito por espacio de treinta años el señor arzobispo Manuel M. Pólit L. y que devolvió en los primeros meses de 1929. Esta colección comprendía unos 250 volúmenes, casi todos encuadernados, entre los que hay bastantes tomos de documentos oficiales y muy valiosos volúmenes de misceláneas, como lo reconoció el Dr. Carlos A. Rolando, el mayor bibliófilo ecuatoriano actual, al revisarlos. Hay también buen número de libros y folletos literarios avalorados por autógrafos de hombres que van pasando a nuestra historia nacional». Citado del Cuaderno manuscrito del elenco de libros ingresados en la Biblioteca Ecuatoriana desde 1932-1951, en el artículo de Julián Bravo, S.J., «La Biblioteca Ecuatoriana “Aurelio Espinosa Pólit”. Historia y espíritu». Biblioteca Ecuatoriana «Aurelio Espinosa Pólit» 1929-1979. Biblioteca, archivo de escritores y asuntos ecuatorianos y museo de arte e historia. Quito, Talleres Gráficos Minerva, 1979. p. 95.
4. A la muerte de Espinosa Pólit en 1961, a la Biblioteca, con justicia, se le dio su nombre, a la vez que el Congreso Nacional ecuatoriano ese año decretó un apoyo económico para su sostenimiento. Veinticinco años después, en 1995, mediante Decreto Legislativo, el Congreso Nacional declaró a la Biblioteca Institución de Interés Nacional y le asignó un presupuesto permanente. Uno de los mecanismos de difusión del servicio que ofrece esta formidable colección bibliográfica es la publicación, entre 1989 y 2017, de los hasta ahora 14 tomos del Diccionario bibliográfico ecuatoriano, en donde se recogen, en orden alfabético, alrededor de 82.000 entradas organizadas por autor, a nivel monográfico y analítico, de las publicaciones que forman parte de la Biblioteca. Con el desarrollo tecnológico, en el siglo XXI este centro de documentación ha puesto cientos de DVD —con imágenes escaneadas— a disposición de investigadores y público en general con buena parte de la documentación que reposa en este importante repositorio, a más de proporcionar una página digital en línea para la consulta de su catálogo. Recientemente, en mayo de 2019, al cumplirse los 90 años de la fundación de la Biblioteca, esta se transformó en el Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (CCBEAEP).
5. Es interesante confirmar que algunos criterios que el ensayista lojano Benjamín Carrión, en las antípodas ideológicas del humanista quiteño, trazará en años posteriores, en sus Cartas al Ecuador (1944) o en el Informe a la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1957), coinciden con estos planteamientos del P. Aurelio acerca de nuestro país. No se trata de una paradoja: sencillamente ambos —aunque desde posiciones distintas— tuvieron idéntica devoción por su patria.
6. Aurelio Espinosa Pólit. «Una biblioteca ecuatoriana en el Colegio Noviciado de Cotocollao». Mi Colegio. Número extraordinario. Quito. 24 de mayo de 1930. pp. 175-176.
7. «Ramiro de Maeztu estudia el libro del jesuita quiteño P. Aurelio Espinosa Pólit». El Comercio. Quito. 29 de mayo de 1933. p. 4. (Sección: El Lunes Literario).
8. Gabriela Mistral. «Los clásicos en la literatura ecuatoriana». El Comercio. Quito. 21 de noviembre de 1938. p. 8.
9. Tucídides. «Diálogo de Melos». Literaturas clásicas griega y latina de Francisco Javier Miranda, S.J. Quito, Editorial Ecuatoriana, 1943. p. 72.
10. El Instituto Cultural Ecuatoriano. Su fundación e inauguración. Quito, Talleres Gráficos de Educación, [1944]. 42 p.
11. En una lista impresa en los volúmenes aparecidos de la Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos —que proyectaba publicar un total de 27, según el folleto de propaganda de la institución (p. 17)— se registra que el volumen II se titularía «Poetas de la Colonia» (en preparación). Sabemos que el P. Aurelio iba a estar a cargo de elaborar este número que no salió en esta colección; la publicación se hará realidad en la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, tres lustros después (1959). El resto de títulos que sí aparecieron: volumen X. Obras escogidas de Federico González Suárez. Prólogo y selecciones de Jacinto Jijón y Caamaño (1944), con la mencionada institución. Los dos últimos títulos se harán ya bajo la responsabilidad de la Casa de la Cultura Ecuatoriana: el volumen XIII. Obras escogidas de Juan Montalvo. Prólogo de Julio E. Moreno (1948), y el XIV. Cumandá de Juan León Mera. Prólogo de Augusto Arias (1948). Cabe señalar que, dentro de la proyectada colección, la numeración de los volúmenes no fue secuencial, por lo que no hay un orden en la aparición de los publicados.
12. Joaquín Gallegos Lara. «Los clásicos ecuatorianos y el culto a los muertos». El Universo. Guayaquil. 2 de noviembre de 1944. p. 8. Lo tomamos de Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara. Estudio introductorio, recopilación y edición de Alejandro Guerra Cáceres —el mayor especialista en su obra—. Guayaquil, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 1987. p. 68. Debo señalar que el reproche del escritor guayaquileño es injusto: los estudios de Zaldumbide sobre Villarroel y el P. Aguirre fueron escritos originalmente en 1917 y 1918, mientras que el correspondiente a Espejo estuvo encomendado a Homero Viteri Lafronte, después sustituido por Isaac J. Barrera; en cuanto al dedicado a González Suárez fue apropiado que lo escribiera su dilecto discípulo Jijón y Caamaño.
13. En una entrevista al P. Aurelio, realizada en Bogotá por Guillermo Camacho Montoya, dio un vívido testimonio: «Soy miembro de la Casa de la Cultura, que continúa el Instituto Cultural Ecuatoriano. Va llevando adelante indudablemente la obra empezada de la Biblioteca de Clásicos Ecuatorianos. Publiqué en ella el primer volumen, que fue El nuevo Luciano de Quito, del precursor Francisco Eugenio Espejo, edición crítica que pude hacer a vista de dos manuscritos que no conoció el Ilustrísimo señor González Suárez, el gran arzobispo de Quito, que fue quien hizo la primera publicación, basada únicamente en una copia del manuscrito existente en Bogotá. Publicó después don Gonzalo Zaldumbide una selección del Gobierno eclesiástico por fray Gaspar de Villarroel, obra de un castellano tan clásico, tan puro, como quizás no existan muchas en la literatura colonial. El tercer volumen fue el descubrimiento del P. Juan Bautista Aguirre, S.J., el gran poeta colonial ecuatoriano, cuya obra perdida logró encontrar, por lo menos en parte, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires el mismo señor Zaldumbide. D. Jacinto Jijón y Caamaño se encargó del tomo dedicado al arzobispo González Suárez, y el próximo tomo será el de las Poesías completas de Olmedo, de quien tuve la fortuna de hallar 38 inéditas, que me fueron gentilmente entregadas por los señores Pino Ycaza, bisnietos del poeta. Las ediciones anteriores contenían 27 composiciones. Esta tendrá 71, más 12 fragmentos. Al salir de Quito dejé en prensa los últimos pliegos, y en cuanto vuelva emprenderé la preparación del tomo II, dedicado a las obras en prosa, que nunca han sido reunidas hasta ahora, y en el que aparecerán muchas cartas inéditas de sumo interés histórico. Otros autores que entrarán próximamente en prensa son Montalvo, Juan León Mera, Manuel J. Calle y otros, hasta el número de 20, que compondrán la serie primera de Clásicos Ecuatorianos». Guillermo Camacho Montoya. «Una entrevista con el P. Aurelio Espinosa Pólit». Ábside. tomo 9. n. 4. Ciudad de México, octubre-diciembre de 1945. pp. 452-453.
14. Francisco Miranda Ribadeneira S.J. «La Universidad Católica del Ecuador». Cinco siglos de historia. Centenario del Colegio San Gabriel 1863-1962. Quito, La Prensa Católica, 1962. pp. 161-162.
15. César Dávila Andrade. «La fuente intermitente». Letras del Ecuador. n. 21-22. Quito. marzo-abril de 1947. p. 20.
16. Su correspondencia personal fue abundante, aunque pocas de sus cartas se han publicado: las que dirigió a Isaac J. Barrera, varias en su biografía preparada por Francisco Miranda Ribadeneira y algunas que fueron acuses de recibo de libros, publicadas por varios de sus destinatarios. En Cotocollao se conserva su archivo epistolar, evidentemente las cartas que recibió y algunas copias de las suyas. Cabe mencionar, además, que su amplio archivo personal —diferente del epistolar— consta de 87 archivadores con una enorme cantidad de documentos, entre los cuales se hallan numerosas otras muestras de su correspondencia.
17. La colección, en 16 números, recoge 431 textos en prosa y verso seleccionados del periodo que va del siglo XVI a la mitad del siglo XX, y de autores como Teresa de Cepeda (sobrina de santa Teresa de Ávila) hasta José de la Cuadra, que es el autor n° 101, para el Ministerio de Educación Pública, en 1.452 páginas.
18. Hasta la fecha han aparecido 12 volúmenes (1977-1994), que incluyen poesía y prosa, a más de un interesante volumen de poesías de autores clásicos españoles «retocadas» —así lo expresa el mismo Crespo Toral—, más poemas de otras lenguas vertidos al castellano por el autor de La leyenda de Hernán.
19. «Estas y otras reflexiones parecidas me empujaron, hace unos diez años, a convocar voluntades, desde una revista personal, para emprender lo que me pareció justo llamar “el aseo de América”. Propuse entonces la creación, en cada una de nuestras repúblicas, de una colección representativa, una Biblioteca Mínima (la B. M.), que se ofreciera al viajero y al escritor no especialista; que pudiera consultarse en las Direcciones de Turismo, en las sedes diplomáticas y consulares; que los comisionados oficiales llevaran siempre consigo en su equipaje; que se obsequiara a las bibliotecas extranjeras, a los clubes, a las escuelas de los países amigos; que formara parte de nuestros programas primarios como capítulo de educación cívica. La B. M. sería nuestro pasaporte por el mundo, nuestra moneda espiritual». Alfonso Reyes. «Valor de la literatura hispanoamericana». Última Tule, en: Obras Completas de Alfonso Reyes. t. 11. México, Fondo de Cultura Económica, 1960. pp. 128-129. (Colección Letras Mexicanas). En la revista quiteña Ecuador (año 1. n. 5. noviembre-diciembre de 1936) se anunció, bajo el titular «Biblioteca Mínima», lo siguiente: «A fin de realizar el programa de divulgación cultural concebido por el Ministerio de Gobierno, tendente a llevar a los centros extranjeros el conocimiento de la realidad nacional, por medio de una Biblioteca Mínima, la que editará las obras más destacadas de nuestros autores, la comisión encargada para el efecto encuéntrase actualmente preparando los originales de la Historia del Reino de Quito en la América meridional, por el Padre Juan de Velasco, obra que llevará prólogo del doctor Pío Jaramillo Alvarado y la cual iniciará la publicación de la serie que contempla el programa de la Biblioteca Mínima, a la que deberá seguir la Geografía [y geología del Ecuador] de [Teodoro] Wolf y dos obras literarias de reconocido mérito». Sabemos que este proyecto no se ejecutó.
20. Romero Arteta señaló que el P. Aurelio mejoró su traducción de la poesía de Virgilio a lo largo de al menos ocho versiones sucesivas, en su anhelo por lograr una traducción lo más acabada posible; y que, además, estaba resuelto a traducir del griego al castellano todo el teatro de Esquilo, y del inglés El paraíso perdido de John Milton.
21. El jesuita Marco Vinicio Rueda, también discípulo del humanista, nos dejó un valioso testimonio acerca de los aspectos cotidianos de la vida —como su estricto y exigente horario— y de la labor intelectual de nuestro autor, lo que él llamó «las costumbres internas, privadas, del escritor», detalladas en el «Liminar» del fundamental estudio que el catedrático argentino, radicado en el Ecuador durante algunos años, Arturo Andrés Roig publicó en un pequeño volumen titulado Aurelio Espinosa Pólit: humanista y filósofo. Quito, Ediciones de la Universidad Católica, 1980. 78 p. (Cuadernos Universitarios).
22. El P. Aurelio llegó a corregir hasta la página 713; del resto (las 60 páginas finales: 714-770) se ocupó el padre Miguel Sánchez Astudillo; el padre Ernesto Bravo se hizo cargo de la revisión del texto latino. Ambos cumplieron así el deseo expreso de su maestro.
23. Gonzalo Zaldumbide. «En memoria del padre Aurelio Espinosa Pólit». El Comercio. Quito. 24 de enero de 1961. p. 4.