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Capítulo I
DEL 1200 A.C. A LA ÉPOCA DEL SEGUNDO TEMPLO
Sobre la mentalidad henoteísta y politeísta entre los hebreos
ОглавлениеAntes de la esclavitud babilónica, los hebreros fueron atraídos por el politeísmo: al convivir estirpes y religiones diversas en el mismo territorio palestino, no es algo que deba sorprender. Muchos adoraban, junto a Yahvé, a dioses de la tierra y, en general, de la fertilidad. Al principio, hay un Padre El, que llega en ciertos momentos a confundirse con Yahvé, una Madre Asherah, equivalente a la babilonia Ishtar, a su vez equivalente a la fenicia Astarté y considerada por otros la esposa del propio Yahvé, y sus hijos Anath y Baal, nombre este último de múltiples significados como Marido, Señor y Año. Esta última divinidad es la más adorada y aplacada, más que Yahvé por algunos. Los hebreos erigen sus estatuas y estelas y les ofrecen sacrificios, incluso en el patio de templo construido por Salomón. Se levantan otros monumentos de culto, delante de una puerta de Jerusalén dedica a Josué, incluso a los peludos, divinidades inferiores de los campos, similares a los faunos de los bosques de los griegos. Varios soberanos son cómplices o algo peor. Es idólatra Jeroboam, primer rey de Israel tras la separación de Judá de las tierras del norte: está escritos en Crónicas 2 que Jeroboam había instituido «por su cuenta sacerdotes para los lugares altos, para los sátiros y para los terneros que él había fabricado» (2 Cr 11, 15): en el original hebreo se decía exactamente que se trataba de estatuas de peludos y terneros.
A lo largo del tiempo van acaeciendo desgracias sobre el pueblo hebreo y ahí surge en el entorno profético la idea, que se reflejará en la Biblia, de que Yahvé castigará a los idólatras entre sus súbditos: súbditos porque el único rey de Israel es Dios, mientras que David y los posteriores soberanos son sus delegados, sus virreyes. El profeta de turno levanta por tanto la voz para que se deje de adorar a divinidades extrajeras, pero siempre en vano, y los castigos divinos llegan de nuevo puntuales, muchas veces en forma de una derrota en la guerra. Adorar a los dioses de otros pueblos es una práctica tan habitual en Israel que traerá al final lo que se entenderá como el enorme castigo de la deportación a tierras babilonias para que todo Israel acepte la idea de un Dios único.
Se forma en el siglo IX a.C. un movimiento, dirigido por los profetas Elías y Eliseo, particularmente duro contra el politeísmo y que llega al homicidio de los sacerdotes y los profetas de las divinidades extranjeras. Este partido inspira una revolución con fines religiosos en el reino de Israel hacia el año 840 a.C., aunque el movimiento no consigue afirmarse y sigue siendo bastante minoritario. Por su parte, el rey Asa (en torno a 913-873 a.C.), nieto de Salomón, había combatido en vano contra la mentalidad politeísta. Luego se produce una acontecimiento nuevo y crítico, la dominación asiria.
En el siglo VIII antes de Cristo, Asiria, bajo Tiglatpileser III, rey desde el 744, pasa de ser reino a convertirse en imperio al conquistar muchos estados e instaurar sus gobernadores y la práctica de deportar a parte de las poblaciones vencidas, sustituyéndolas por otras: los asirios son enviados a norte, hacia Urartu, al sur han conquistado Babilonia, que fue suya en el pasado y al este han vencido a los medos, al norte se expanden hacia las zonas mediterráneas y finalmente derrotan al reino de Israel y, poco después, a Egipto.
En el 721 a.C., el rey asirio Sargón II ha conquistado Samaría, la capital de Israel. Deporta posteriormente «a los israelitas a Asiria. Los estableció en Jalaj y sobre el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media» (2 Re 17, 6). Traslada a otros pueblos a las tierras de Samaría desde regiones distantes del imperio, que, al unirse con los remanentes no deportados, constituirán los que se llamarán samaritanos, mal vistos por los hebreos todavía en el tiempo de Jesús, porque se les consideraba bastardos: con ese término denominaban los hebreos a los supuestos descendientes de padre hebreo y madre no hebrea. La ciudadanía judía y el estatus de hebreo se transmitían por parte de la madre y todavía hoy en el estado de Israel es hebreo quien tiene madre hebrea. Las diez tribus del norte son por tanto absorbidas por otros pueblos, mientras que algunos componentes bajan al sur y se suman a Judá.
La duodécima tribu, descendiente del hijo de Jacob de nombre Leví, era la sacerdotal (a ella pertenecían Aarón y Moisés) y, a diferencia de las otras once, no había tenido una asignación concreta de un territorio después de la conquista de la Tierra Prometida.
En los tiempos de Jesús, los levitas eran los ayudantes de los sacerdotes, formando todavía parte de la clase restringida de los saduceos y supuestos herederos del antiguo sumo sacerdote Sadoc, de la época de David.
En todas las zonas sometidas por los asirios, y por tanto también en los territorios hebreos, se refuerza el culto del dios nacional, momento en el que, en concreto en el protectorado del reino de Judá, se refuerza el culto exclusivo a Yahvé, aunque todavía se le considera solo el primero entre los dioses (henoteísmo), no el solo y único Dios. Además, como ya Yahvé se entiende por ese movimiento como la Divinidad a quien de modo particular agradan los pobres y los protege, aparece una reclamación de una reforma legislativa a su favor. Un jurista de Jerusalén, el escriba Sabán, propone un nuevo código, que incluye tanto la prohibición de adorar a los otros dioses como mejoras a favor del pueblo indigente. Lo llama la Ley de Yahvé. No hay seguridad de si lo presenta expresamente como el Documento de la alianza mosaica, aunque Sabán afirma que el rollo de esta Ley lo ha encontrado el gran sacerdote Elcias en el 621 a.C., en los laberintos subterráneos de un santuario del templo de Jerusalén, lugar sagrado ya dedicado a Yahvé, pero donde posteriormente se había erigido un altar pagano. De ese modo, el jurista presenta la Ley al rey Josías, soberano que había ascendido al trono muy joven y que reina en un periodo (640-609 a.C.) en el que el nuevo imperio babilonio está a punto de sustituir al asirio. Es posible que Sabán hubiera puesto por escrito una tradición oral y luego, de acuerdo con Elcias, la haya presentado como un documento antiguo encontrado en el templo. En todo caso, el soberano acepta como auténtico este libro, después de haber sido convalidado por una profetisa: es un material que se integrará durante o después del exilio en el libro del Deuteronomio, sobre todo en los capítulos del 12 al 26 y en el 28: en ese libro, influido por el profetismo tras el exilio, resonará la antigua legislación de Judá con la apelación moral básica de tutelar las relaciones de hermandad e igualdad entre los miembros de la sociedad.
En el extremo opuesto, en otro texto del Pentateuco que es expresión del elitista grupo sacerdotal, el Levítico (ver, en este ensayo, el Capítulo II – LAS TRADICIONES VETEROTESTAMENTARIAS BASICAS), estará en primer plano la exigencia de pureza, identificando la ética con la pureza ritual y legal y será el código levítico, más que la idea deuteronómica de justicia, el que seguirá siendo prioritario en Israel, todavía en tiempos de Cristo.
Debido a la recuperación, Josías intenta una reforma monoteísta, o más probablemente henoteísta, eliminando de su reino a nigromantes y adivinos y derribando ídolos. Se trata de una gran reforma religiosa, cultural y política que, sin embargo, no entra en el corazón de Israel: cuando el soberano es derrotado y muere en la guerra contra el rey Necao II de Siria, un hecho considerado como un mal augurio, el reino de Judá vuelve al politeísmo, hecho que los profetas Jeremías y Ezequiel considerarían como la causa de su ruina, aunque la esperanza no estará ausente en ellos y anunciarán tiempos nuevos y mejores.
Así Jeremías, después de que Jerusalén caiga por obra del ejército babilonio, profetiza: «Llegarán los días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado» (Je 31, 31-34) y Ezequiel, durante el exilio en Babilonia, escribirá como portavoz de Dios: «Los rociaré con agua pura, y quedaréis purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros» (Ez 36, 25-27).
Mientras que estos profetas anunciaban la liberación política de los hebreos de la servidumbre en Babilonia, el cristianismo, teniendo otras intenciones humanas, verá en sus textos inspirados los anuncios del Cristo Salvador, portador de la alianza nueva y definitiva. En el Evangelio, Jesús se refiere a Jeremías después de haber bendecido el pan eucarístico: «Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por vosotros”» (Lc 22, 20).
Gebhard Fugel, Sobre las aguas de Babilonia, Museo Diocesano, Freising.