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Cuatro grandes mentiras a desterrar
ОглавлениеHay una historia oficial de la génesis y el desarrollo de nuestra clase obrera. Es la que escribieron algunos voceros de la burguesía, la que imponen las patronales, la que difunden los gobiernos y transmite la burocracia sindical. Un verdadero fraude histórico que, así como niega la lucha de clases y educa en la conciliación, pretendiendo hacernos creer que hay patrones buenos y malos, también tergiversa los orígenes y el carácter de nuestra clase para hacerlos funcionales a los intereses de los de arriba.
Hay cuatro mentiras principales que se gestaron en los albores del peronismo y el desarrollo de la burocracia. Hay otras, pero queremos centrarnos muy sintéticamente en éstas, porque son las que hay que desterrar a la hora de abrir camino hacia el sindicalismo clasista.
1. “La clase obrera argentina es diferente a las demás del mundo”
Nos han querido explicar que nuestra clase no ha sido internacionalista, que es adherente a la doctrina social de la Iglesia Católica, que tiene un carácter exclusivamente nacional. La prueba sería que, a diferencia de otros países, aquí no se canta La Internacional en los actos de las centrales obreras.
La realidad es muy distinta. Nuestra clase en sus inicios, a fines del siglo XIX, ha sido internacionalista y de origen marxista. Justamente en su formación tiene la marca genética de las corrientes inmigratorias que le dieron origen, con una transmisión fundamental de la experiencia de la clase obrera europea, la más avanzada de aquella época, con un bagaje político y de organización de décadas. Del marxismo alemán, de los comuneros franceses y su tradición socialista, del anarquismo italiano. Nuestro sindicalismo nació internacionalista y bajo la influencia de la Iª y de la IIª Internacional. De la Iª Internacional (Asociación Internacional de los Trabajadores, AIT), que era un frente único de sindicatos, partidos y cooperativas obreras, recibimos el legado de La Internacional, el himno mundial de los trabajadores, que se cantaba habitualmente en nuestro país. Hay evidencias que, en la sede de la primera sociedad de resistencia en Río Gallegos, embrión de sindicato, flameó la bandera roja. Las primeras “secciones” referenciadas en la AIT estaban organizadas por su idioma de origen: francés, alemán, italiano. Raimundo Wilmart, un militante de origen belga, fue representante de las agrupaciones argentinas en el Congreso de La Haya de 1872.
En el seno de estas agrupaciones fundacionales se dieron los primeros debates entre los límites de la lucha económica y la necesidad de una lucha política para liberar a las y los trabajadores. Los primeros y célebres debates entre marxistas socialistas, propugnando la organización de los trabajadores, versus las concepciones anti-organizativas de los anarquistas. Estaba internalizada en los luchadores de esa época la convicción de que la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, la necesidad de la independencia de clase y de la solidaridad internacional. Un obrero alemán, por caso, era considerado un hermano de clase y enemigo de toda patronal incluso argentina.
Por supuesto, si algo quisieron borrar de esta memoria histórica fue que el proceso no se quedó en los debates y se pasó a la práctica. Hacia fines de siglo hubo acciones internacionalistas como las movilizaciones de oposición a la guerra con Chile, de solidaridad con la huelga de los obreros ingleses y la lucha obrera en Italia.
De la IIª Internacional y las organizaciones referenciadas nos queda la convocatoria a luchas y las primeras huelgas por la jornada de 8 horas. En 1890 se celebró por primera vez el 1º de Mayo: pese a las diferencias, hubo un acto unitario de socialistas y anarquistas. Asimismo fue masivo el acto de repudio a la ejecución en EE.UU. de los activistas italianos Sacco y Vanzetti en 1927, repudio que reflejó el arraigo del internacionalismo proletario.
Por último, esta mentira de la clase obrera nacional se completa con la falsedad de su raigambre en la doctrina social de la Iglesia. Las raíces históricas demuestran lo contrario. El sindicalismo naciente fue clasista y se forjó combatiendo y derrotando los intentos de institucionalizar sindicatos cristianos que fomentaban la conciliación de clases, impulsados por el cura Federico Grote, también inmigrante. Vocero del socialcristianismo, enfrentó las huelgas activamente y se apoyó en la naciente Unión Industrial. Pero no pudo derrotar al movimiento obrero y su carácter clasista: la FORA1 y sus sindicatos se fortalecieron y terminaron reclutando a la base obrera que inicialmente se había organizado en los círculos de obreros católicos. Grote terminó colaborando en poner en pie al Partido Demócrata Cristiano. Luego, la Iglesia cambió de tácticas para combatir las “ideas foráneas y ateas”: empezó a actuar de manera encubierta y a través de la burocracia sindical.
2.“La clase obrera organizada nació con el peronismo”
Es la segunda gran mentira del fraude histórico. La clase no fue siempre peronista ni “los sindicatos son de Perón”. Ahora vemos un peronismo fragmentado, sin la base social orgánica de antaño, y una burocracia decadente. Son los efectos de la crisis histórica y estructural del peronismo. Pero el peronismo tuvo una fuerza tremenda y hegemónica en la dirección del movimiento obrero por más de cuatro décadas y su correa de transmisión dentro de la clase, la burocracia sindical, ha sido una losa que se fue resquebrajando pero que todavía controla los aparatos sindicales. Ella fue una de las principales divulgadoras de la falacia de que la clase nació con el peronismo y su estrategia fue cortar la memoria histórica.
Pero la historia real fue otra. Nuestra clase no nació con un pensamiento monolítico: había en su seno libertad de tendencias y opiniones, en las primeras federaciones interactuaban diferentes posiciones, pero siempre con un común denominador: la independencia de clase. Defendían el carácter clasista de la organización sindical.
El peronismo fue altamente contradictorio como fenómeno, sobre todo durante el primer gobierno en que había una economía superavitaria que permitió concesiones de todo tipo y con la lucha se arrancaron muchas e importantes conquistas, entre ellas organizativas como las comisiones internas. Pero a la vez, la contracara de esas conquistas fue la estatización de los sindicatos, la acelerada burocratización de sus dirigentes, con crecientes privilegios dirigidos a cortar esa experiencia clasista e internacionalista acumulada desde principios de siglo y mutarla por la colaboración de clases, el movimiento policlasista y el carácter nacional del movimiento obrero. Una muestra de ello es que el 1° de Mayo, de ser el día internacional de lucha de las y los trabajadores, pasó a llamarse la “fiesta del trabajo”: una oda a la colaboración de clases.
De la mano de la crisis del PJ y la burocracia hoy de nuevo se plantea volver a esas fuentes; a la libertad sindical, la independencia de clase, la democracia de base y también la recuperación de sus símbolos.
3.“Siempre imperó el actual modelo sindical”
Otro supuesto legado del peronismo fue que siempre imperó el modelo del unicato, verticalista y monolítico. La realidad se ha encargado de derribar la consigna que “hay una sola CGT”. Ella es una síntesis del modelo sindical burocrático que se transformó en un cáncer cultural a erradicar. La reforma de los estatutos de la CGT, el estatuto del Partido Justicialista, la ley de asociaciones sindicales y la reforma constitucional de 1949 fueron la expresión jurídica de la subordinación política de la central obrera al Estado capitalista, facultado así para regimentar la vida de la misma.
Hoy ese modelo está cuestionado. Los nuevos luchadores reivindican la autonomía, la democracia sindical y la unidad en la diversidad. Pero para poner en pie un nuevo modelo sindical, como luego ampliaremos en el Capítulo II, hay que combatir a la burocracia y también a sus doctrinas.
El proceso de recambio sindical tiene dos caras: una fenomenal crisis de la burocracia y el surgimiento de nuevos activistas y dirigentes de base. El panorama comienza a parecerse al de inicios del siglo pasado, donde había libertad sindical, autoorganización democrática y autodeterminación de las y los trabajadores. La existencia actual de miles de nuevos delegados y delegadas, organismos sindicales recuperados, nuevos sindicatos fundados y hasta varias centrales obreras, hacen crujir al unicato y la autodeterminación cobra fuerza. Porque la historia de la organización de nuestra clase ha sido de fusiones y divisiones en la búsqueda de una dirección que la libere del yugo explotador. Hoy transitamos una nueva y favorable etapa en ese camino. Y postulamos un programa de transición para que se desarrolle esa nueva dirección clasista: el modelo democrático y combativo que proponemos en el capítulo siguiente.
4.“El sindicalismo y la política van por separado, la política es para los políticos”
La cuarta mentira es que el sindicalismo y la política van por separado. Se reedita un viejo debate de los primeros tiempos de la clase obrera que parecía superado: las y los trabajadores deben limitarse a la lucha económica en los sindicatos. Pero fue más allá que ese legítimo debate entre distintas tendencias obreras. El peronismo también colocó que habría “una sola ideología”. Incluso en los estatutos reformulados de los sindicatos “de Perón” explicitaban que no se hace política en los sindicatos.
El justicialismo, al ser una corriente policlasista, necesitó armar una división de estas dos esferas, creando una falsa conciencia a los fines de poder subordinar al movimiento obrero a direcciones políticas burguesas.
Esta división entre trabajadores que se organizan sindicalmente y políticos se dedicaran a la política “favoreciendo a las clase trabajadora” tenía, y tiene, el objetivo de contener a los trabajadores y trabajadoras en las demandas económicas para que no trasciendan el cerco del sindicalismo.
Esta política por parte del peronismo tuvo manifestaciones inequívocas en el estatuto del PJ, en la reforma de la Constitución de 1949, en la ley de asociaciones sindicales y en los ataques que recibieron los dirigentes sindicales que se aventuraron a saltar ese cerco.
Sin embargo, una vez más, la verdadera historia del movimiento obrero es otra. Todos los fenómenos sindicales siempre estuvieron signados por fenómenos políticos que fueron los que determinaron el rumbo histórico.
Y esto es así en todo el mundo. Como escribía Trotsky en 1930: “…los hechos demuestran que no existe en ningún lado sindicatos políticamente ‘independientes’. Nunca los hubo. La experiencia y la teoría nos dicen que nunca los habrá. En los Estados Unidos los aparatos sindicales están directamente ligados a la plana mayor de la industria y a los partidos burgueses. En Inglaterra antes apoyaban generalmente a los liberales, ahora forman la base material del partido Laborista. En Alemania marchan bajo la bandera de la socialdemocracia. En la República Soviética su dirección corresponde a los bolcheviques. En Francia una de las organizaciones sindicales sigue a los socialistas y otra a los comunistas. En Finlandia se dividieron hace muy poco, unos van hacia la socialdemocracia y otros hacia el comunismo. Así en todas partes.”2
Nuestro país no fue la excepción. La dirección sindical siempre estuvo ligada a los fenómenos políticos. Fue anarquista, socialista y anarco-sindicalista; luego comunista y socialista, y desde 1945 ligada al peronismo. Con el inicio de la crisis histórica del peronismo en los ’70 quedó planteada la posibilidad de un nuevo recambio. El proceso clasista y combativo de los ’70 abortó por ser dirigido por la guerrilla y el peronismo de izquierda y esa vanguardia terminó aplastada por la dictadura genocida.
Ese proceso de pelea por una nueva dirección se retomó en los ’80 con una nueva vanguardia que forjó fuertes oposiciones y ganó decenas de comisiones internas y hasta sindicatos. Pero todavía el peronismo era fuerte y opción de recambio frente al gobierno radical fuertemente antiobrero. Las nuevas conducciones eran acuerdos donde el peso mayor lo tenían sectores burocráticos desplazados y en una relación de fuerzas superior a la izquierda que las integró, sobre todo el remozado Partido Comunista de entonces y el viejo MAS3. No obstante, la izquierda había avanzado en muchas internas, cuerpos de delegados y algunas seccionales sindicales4. Hubo varios factores concurrentes por los cuales este proceso de los ’80 no terminó de cuajar en una nueva dirección de conjunto. Por un lado, esa relación de fuerzas dentro de las nuevas conducciones todavía favorable al peronismo -sobre todo en los sindicatos recuperados-, fue uno de los factores principales que empujó a que algunas de esas direcciones se burocratizaran. Otras conducciones se perdieron en las derrotas de los primeros años de Menem, otro factor importante que incidió.
A otro nivel, el estallido del viejo MAS5 también jugó un papel para que el proceso de los años ’80 no se desarrollara. Cuando se retoma el ascenso enfrentando al menemismo, en la segunda mitad de la década del ’90, el proceso de la nueva dirección resurge con una nueva camada de activistas, aunque aún prima la crisis de la vieja burocracia. Y gran parte de la nueva vanguardia luchadora y los sectores que rompen con el peronismo y la burocracia son atraídos en lo político por la centroizquierda en ascenso (Frente Grande) y en lo sindical, en parte, por el fenómeno de la CTA (Central de los Trabajadores de la Argentina); otra parte fue canalizada por la naciente corriente orientada por el camionero Hugo Moyano (Movimiento de los Trabajadores Argentinos, MTA).
La nueva etapa abierta con el proceso que desembocó en el Argentinazo de 2001 fue una bisagra y abrió una nueva etapa, planteando la nueva posibilidad de un recambio de la dirección del movimiento obrero. Es un nuevo proceso, una nueva oportunidad, pero en un plano superior. Porque la crisis de la burocracia es mayor y porque la izquierda avanza en su influencia sindical. Si bien el proceso se expresa en un numeroso activismo combativo y radicalizado, también se conquista terreno en la dirección de organismos obreros. Sobre todo en cuerpos de delegados e internas, pero también se recuperan sindicatos, en los gremios estatales, sobre todo docentes, salud, estatales, judiciales, sanidad privada, ferroviarios, colectiveros, subte, alimentación y algunos otros sectores industriales. Este proceso tuvo vaivenes, flujos y reflujos, se amesetó en el auge del kirchnerismo y se dinamizó cuando se inició el desgaste de este proyecto político.
Con Macri en el poder y su hoja de ruta de ataque al movimiento obrero, los aparatos burocráticos que recibieron cierto aire durante el gobierno kirchnerista entraron en un proceso de mayor decadencia:
La CGT se unificó por arriba en un plan totalmente defensivo, pero su desprestigio pegó un salto por la base por su tregua con el gobierno macrista. Y luego se volvió a fracturar, reflejando las presiones por abajo, la crisis del peronismo y los movimientos en los sectores patronales frente a un modelo económico que entró en crisis. Hoy hay dos sectores, uno con eje en los llamados gremios gordos y claramente oficialista, y otro que posa de opositor: el 21F (moyanismo y sectores transportistas, Corriente Federal encabezada por la Asociación Bancaria) que articulan con la CTA kirchnerista. Reflejan también los estertores de la crisis del PJ, que se transformó en un conglomerado de facciones en pugna.
La CTA ha sufrido nuevas divisiones, ligada al hundimiento de los proyectos políticos de centroizquierda. De hecho, hay tres CTA. La que surgió durante el gobierno de CFK: CTA de los trabajadores con eje en el gremio docente y la CTA Autónoma que luego a su vez sufrió una nueva y profunda división al compás de la crisis de su gremio madre: ATE.
Esta crisis en la superestructura burocrática libera fuerzas por abajo. Es hora de poner en pie algo nuevo. Hay una nueva oportunidad de avanzar en una nueva dirección, en una nueva central, en un nuevo modelo sindical. La identidad clasista, de lucha, democrática, autónoma, esa que le imprimió las verdaderas marcas genéticas a nuestra clase, está de regreso.