Читать книгу El río de la herencia intergeneracional - Gustavo E. Jamut - Страница 8

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INTRODUCCIÓN

“Cada uno de nosotros está en la tierra para descubrir

su propio camino y ser feliz, pero jamás alcanzaremos la plenitud

si seguimos el sendero de los otros en lugar de recorrer

el que Dios nos tiene preparado a cada uno”.

Hace algunos años, aparecía en una revista dominical una publicidad de productos para niños que presentaba a todo color la foto de un hermoso bebé del cual partían varias flechas con pequeños carteles que señalaban las diversas partes de su cuerpo y decían: “los ojos de papá”, “la boquita de la mamá”, “la nariz de la abuela”, “la expresión del abuelo”… y, por último, una flecha que apuntando hacia el pecho decía: “la vida es tuya”; luego, finalmente, aparecía la promoción del producto en cuestión.

Esa publicidad representa un comportamiento que solemos tener todos los adultos con la llegada de un nuevo bebé a la familia. Esto sucede cuando, alrededor de la cuna en que se encuentra el recién nacido, todos asoman su cara y dan su parecer sobre –según el propio criterio– a quién se parece y de quién ha heredado tal o cual rasgo físico.

Con el pasar de los días, los meses y los años, también comenzarán a manifestarse en el niño características semejantes de carácter y temperamento, sobre el cual irán sumándose e influyendo, sobre esa matriz innata, diversas situaciones placenteras y otras no tanto que le tocarán vivir. Y cuando, como niño, joven o adulto, tenga que realizarse algún estudio médico, seguramente se lo interrogará sobre antecedentes familiares de enfermedades cardíacas, cancerígenas, respiratorias, psiquiátricas… u otras dolencias, ya que es de común conocimiento que hay enfermedades que se transmiten genéticamente de padres a hijos; o que, incluso, se manifiestan en generaciones posteriores.


El buen uso de la libertad y el equilibrio

Esta es la libertad que nos ha dado Cristo (Gál 5,1).

Sin embargo, la herencia no determina de modo absoluto lo que hemos de hacer con la propia vida, por eso me parecía interesante que la publicidad de la revista señalase el corazón del bebé de la fotografía y que recordase: “la vida es tuya”, ya que independientemente de lo que hayan vivido o hecho nuestros ancestros, siempre nos queda la capacidad de pensar, de tomar las propias decisiones y, lo más importante, la libertad que Dios nos ha concedido para construir cada día una vida y un mundo mejor.

Por lo tanto, al escribir y reflexionar sobre la temática de la herencia intergeneracional, no estamos abordando ningún argumento nuevo, sino que, por el contrario, estamos profundizando en una realidad personal, innata, con la que tanto nosotros como nuestro prójimo, convivimos cotidianamente.

En la temática de la herencia intergeneracional, al igual que en cualquier otro tema, es necesario tener equilibrio y evitar los abusos, pues en ocasiones cuando se predica o se escribe sobre la herencia intergeneracional, hay quienes absolutizan este tema y lo sacan fuera de contexto.

No podemos atribuir a nuestros familiares y antepasados todo lo que somos y todo lo que nos sucede, pues tal como veremos a lo largo de estas páginas, y como ya he escrito en otros libros(1), somos seres bio-psico-sociales-espirituales, y nuestra personalidad se ha ido forjando fundamentalmente por la influencia y las huellas que sobre ella ejercen, tanto los acontecimientos buenos como los dolorosos que han formado parte de nuestra vida.

Por lo tanto, durante la lectura de este libro tengamos siempre presente que la herencia familiar y las heridas personales nos afectan y nos condicionan, pero no nos determinan, pues siempre tenemos el libre albedrío. Somos responsables del modo en que reciclamos positivamente nuestra historia personal y nuestra historia familiar (prehistoria).


Clarificando ideas

Conocerán la verdad y la verdad los hará libres (Jn 8,32).

Otro elemento a tener en cuenta, y que desde la misma introducción de este libro me parece importante aclarar,(2) es que al referirnos a la herencia intergeneracional no estamos hablando –como equivocadamente afirman algunos– de pecados que se transmiten en la familia, ya que como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, el pecado es un acto personal (con excepción del pecado original de Adán y Eva(3)) que es perdonado por Dios por medio del arrepentimiento y el sacramento de la reconciliación.

Lo que sí podemos afirmar, sin lugar a dudas, es que entre los seres humanos existe una comunicación sobrenatural o irradiación, tanto del bien que se realiza como del bien que se deja de hacer, así como también de todo mal que se comete.

Por lo cual, de algún modo todos somos receptores y también transmisores de bendiciones (referido a todo lo bueno que recibimos y comunicamos), así como también somos receptores pero también transmisores de las consecuencias negativas de los pecados y de todo mal que se realiza.(4)

A esto se refiere el papa Pablo VI cuando escribe:

Por arcanos y misericordiosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros. De esta suerte, los fieles se prestan ayuda mutua para conseguir el fin sobrenatural. Un testimonio de esta comunión se manifiesta ya en Adán, cuyo pecado se propaga a todos los hombres. Pero el mayor y más perfecto principio, fundamento y ejemplo de este vínculo sobrenatural es el mismo Cristo, a cuya unión con Él Dios nos ha llamado. Pues Cristo que “no cometió pecado”, “padeció su pasión por nosotros”, “fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes...; y sus cicatrices nos curaron.(5)

Y como también afirma el apóstol Pedro cuando dice: Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto (1Pe 1, 18-19).

Por lo tanto, de lo que se habla al referirnos a la herencia intergeneracional, es de actitudes, comportamientos o programación que las familias imponen consciente o inconscientemente a sus descendientes, y que también se generan como modelos sanos o enfermos –según sea cada caso–, en el ambiente familiar y sociocultural, tal como pueden ser la sobriedad o el alcoholismo, las actitudes pacíficas o la violencia doméstica, el valor de la fidelidad o el adulterio, etcétera. Mientras que muchas otras condiciones (también de salud o enfermedad física, psicológica y espiritual) también parecería que pueden ser transmitidas de modo genético y congénito.


Una herencia positiva

Y por haber escuchado la voz del Señor, tu Dios, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones…(Dt 28, 2).

También es conveniente tener presente que cuando vayas leyendo a lo largo de este libro sobre la herencia genética, no solo lo haremos reflexionando sobre los rasgos negativos de las deficiencias físicas, de carácter, o de otras áreas que en la familia se repiten de generación en generación, sino que también iremos acrecentando la conciencia de que hay toda una herencia positiva y de bendición, que nos acompaña de manera constitutiva a cada uno de nosotros, tal como es la buena salud que caracteriza a algunas personas, o ciertas capacidades deportivas, artísticas o rasgos amables de carácter que suelen sobresalir no solo en una persona, sino en varios miembros de la misma familia.

De este modo, por medio de una comprensión más profunda y con la ayuda del poder de la oración, no solo podremos abrirnos a la sanación interior y a la transformación personal y familiar que Dios puede y quiere realizar de muchos de los aspectos negativos de nuestra herencia que influyen en nuestra personalidad, sino que fundamentalmente podremos revalorizar lo positivo y saludable que en nuestras familias desciende desde las generaciones anteriores, así como el agua pura y cristalina desciende desde la cima de las montañas nevadas.


La imagen del río

El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna (Jn 4, 14).

Al comenzar a escribir este libro, evocaba en mi interior la imagen de algunos arroyos, vertientes y ríos de montaña que descienden de las altas cumbres montañosas y que surgen como efecto de las lluvias, de las surgentes subterráneas y de las nieves que –ante las caricias de los rayos de sol– se van derritiendo lentamente y produciendo vida a lo largo del camino que la corriente va recorriendo. Es lo que sucede con todo el caudal de bendiciones que se van multiplicando en los diversos miembros de nuestras familias a lo largo de todas las generaciones y que, como ondas expansivas, se irradian en diversos ámbitos de la sociedad.

Sin embargo, así como hay ríos de aguas puras y cristalinas, también hay ríos de aguas turbias y contaminadas. Son ríos que no siempre han sido así, pero que en algún punto de su recorrido se les ha arrojado desechos tóxicos y otras sustancias que contaminaron el curso de sus aguas. Así también pudo suceder que en algunos tramos del río de vida de nuestras familias se hayan dado diversos sucesos traumáticos, actitudes espiritualmente erradas, prejuicios, etc., que hayan contaminado a nuestras familias y generado comportamientos que están necesitando –desde los caudales más elevados de nuestro árbol genealógico– una purificación y transformación profunda.

La persona que carga con una herencia intergeneracional negativa experimenta como si su vida estuviese signada por una fuerza opresiva e indefinida que le impide desarrollar plenamente algunas áreas de su vida. Se puede tener todas las aptitudes para alcanzar la meta y, sin embargo, en el momento decisivo en que debe concretarse, siempre “sucede algo”, “algo falla”, “algo sale mal”, y así debe comenzar de nuevo… De esta forma, entonces –después de mucho bregar–, logra alcanzar el mismo nivel que había conseguido anteriormente, pero... nuevamente –y sin encontrar ninguna razón evidente para que esto suceda– algo sale mal. Y por lo que tanto se había trabajado y tanto se anhelaba nuevamente se esfuma y no logra concretarse, siendo este un patrón reiterativo en su vida.

Estos patrones pueden repetirse en los diversos miembros de la familia en diferentes dimensiones, como, por ejemplo, en las relaciones interpersonales: elección de una pareja inadecuada, frustración matrimonial, incomunicación, situaciones de abandono. También estas repeticiones pueden darse en el estudio, salud, trabajo, economía…, y la lista aún podría extenderse mucho más.

Entonces, ante estas situaciones repetitivas, la persona comienza a percibir como si existiese una barrera invisible que parece estar siempre allí, impidiendo que a nivel personal o familiar se dé esa integridad y salud en alguna de las áreas de su vida. También puede tener la sensación de que hay potencialidades que jamás se desarrollarán por completo, inhibiendo, reprimiendo o impidiendo la expresión plena de su identidad personal.

Por esta causa, la persona se siente como desunificada en sí misma, y su corazón se va llenando de desesperanza. Pero en definitiva hay una palabra con la cual podríamos sintetizar lo que experimentan las personas que cargan con una pesada herencia intergeneracional: frustración.

Entonces, al ver que hay situaciones conflictivas o fracasos que en la familia se repiten regularmente en sus diversos miembros, se comienza a dudar de que sean meras coincidencias o simples repeticiones casuales.

Ya Carl Gustav Jung habla de una de las corrientes que como un arroyo aporta su caudal de agua a esta herencia cuando menciona las dos esferas del inconsciente: el inconsciente personal y el inconsciente colectivo. Según su concepto: “El inconsciente colectivo está formado por ‘arquetipos’ que contienen las características arcaicas resultantes de las experiencias de nuestros ancestros”.(6) Y “a semejanza de los instintos, los modelos de pensamiento colectivo de la mente humana son innatos y hereditarios. Funcionan, cuando surge la ocasión, con la misma forma aproximada en todos nosotros”.(7)

Sin embargo, este libro no pretende abordar el tema de la herencia intergeneracional desde la psicología, ni tampoco enseñar procesos terapéuticos; sino que su humilde propósito es brindar –por medio de los testimonios de algunas personas y con la ayuda de la espiritualidad cristiana–, una herramienta de reflexión para crecer en el don de la gratitud por todo lo bueno que nos han legado nuestros padres, abuelos y demás antepasados. Al mismo tiempo, por medio de la oración nos abriremos al poder sanador de Dios, para llegar a ser así “embajadores de bendición” para los miembros de nuestras familias en particular, y para todos los miembros de la familia humana en general.


Orando por ti

En todo momento oramos por ustedes y damos gracias a Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor (Col 1, 3).

En el oratorio de mi comunidad, sobre el sagrario en el cual se encuentra día y noche Jesús eucaristía, descansa un hermoso corazón de cristal rojo.

Un corazón de cristal es algo extremadamente frágil, que si se cayese al suelo se quebraría en mil pedazos. Por eso trato de cuidarlo. De igual modo, cada uno de nosotros debemos cuidar nuestros corazones y el de nuestros hermanos, sumergiéndolos con frecuencia en el amor de Jesús eucaristía. Tal como nos enseñan las Sagradas Escrituras: Sobre toda cosa, guarda tu corazón; porque de él mana la vida (Prov 4, 23).

A nuestro alrededor podemos encontrar muchos corazones con grietas, e incluso algunos muy rotos. Pero lo más maravilloso del obrar de Dios es que Él puede restaurarlos y quiere hacerlo; y que cuando lo realiza, puede, incluso, dejarlos como nuevos, sin ninguna grieta o cicatriz, volviéndolos además aun más bellos de lo que eran antes.

Cuando Dios toca estos corazones, ellos se vuelven brillantes, iluminan a quienes los rodean y transmiten esa luminosidad a las siguientes generaciones.

Ese corazón de cristal sobre el sagrario de mi oratorio representa cada uno de los corazones de tantas miles de personas que leen mis libros, escuchan mis grabaciones o que participan de algunos de los retiros que suelo predicar.

A algunas de estas personas he tenido la gracia de conocerlas personalmente en el curso de los congresos de evangelización, en retiros y talleres; con otros pocos incluso he tenido la suerte de crear algún vínculo, pero con la mayoría no nos conocemos personalmente. Pero lo importante es que por todos ustedes, (a quienes el Señor sí conoce y ama profundamente) oro incesantemente y con gratitud, ya que confío profundamente en el poder que tiene la oración a distancia y cómo Dios por medio de esta puede cambiar vidas.


Por eso, quiero que sepas que a partir de hoy, también tú estarás presente en ese corazón de cristal sobre el sagrario, para que así mi oración de intercesión te alcance y le permita a Dios, llegar aún más a la vida de tu familia para bendecirla. A la vez que también yo, con mis intenciones, me encomiendo a tus oraciones.

Que Dios te bendiga.

P. Gustavo

“Cuando Jesús comenzó a abrazar conmigo mi árbol genealógico completo, supe que no solamente yo, sino también mis antepasados nos sentíamos seguros” (Matthew Linn)

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1- Dios quiere sanar las etapas de tu vida, Ed. San Pablo; Sanación de las heridas, Bonum; Sanación de los recuerdos, Edhasa.

2- Sea por desconocimiento o por una transmisión errada de lo que significa el tema de la herencia intergeneracional, hay quienes se equivocan al hablar de pecados que se transmiten de una generación a la otra, ya que el único pecado que es transmitido es el pecado original, y del cual somos liberados por Dios a través del sacramento del santo bautismo (cf. CIC 390 y siguientes).

3- CIC nº 403: “Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es ‘muerte del alma’ (Cc. de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento: DS 1514)”.

4- Nuestros hermanos protestantes llaman a esto transmisión de cargas negativas: maldiciones.

5- Constitución apostólica Indulgentiarum doctrina, de su santidad Pablo VI, sobre la revisión de las indulgencias (II. 4 y 5).

6- Las llaves del inconsciente, apuntes de Renate Jost de Moraes, pág. 20.

7- C. G. Jung. El hombre y sus símbolos. Acercamiento al inconsciente, pág.75.

El río de la herencia intergeneracional

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