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CAPÍTULO 1 LAS BENDICIONES EN EL INSTINTO DE SOCIALIZACIÓN DESDE LA CREACIÓN DEL MUNDO.

Creados para vivir en armonía

Que la paz llene tu alma,

al centrarte en el amor de Dios.

Dios creó al ser humano, varón y mujer; nos bendijo con su amor trinitario y comunitario (afectividad, sexualidad, emociones) fecundando así nuestra sociabilidad. Por lo tanto, cuando las bendiciones sobre este instinto o tendencia de socialización fluyen normalmente, se produce en nosotros una sensación de paz mental y emocional, restauración psicológica, liberación de miedos, de soledad, de ansiedad, reconstrucción de vínculos y crecimiento en la unidad, entre otros efectos positivos.

La base bíblica de estas bendiciones que tocan la tendencia social del ser humano la encontramos arraigada en los siguientes textos:

Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó. Dios los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos y multiplíquense (Gn 1, 27-28).

Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida (Gn 2, 7).

Dijo Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude (Gn 2, 18).

No se encontró a ninguno (de los otros seres creados) que fuera a su altura y lo ayudara. Entonces Yahvé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Le sacó una de las costillas y rellenó el hueco con carne. De la costilla que Yahvé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada. Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne (Gn 2, 21-24).

A través de estos textos bíblicos podemos apreciar cómo Dios desde el principio del mundo, al crear al ser humano a su imagen y semejanza, instaura una necesidad primordial que le lleva a anhelar vivir en armonía consigo mismo y con sus prójimos; es decir, con sus próximos: aquellas personas que siendo cercanas, tienen mayor relevancia en su vida. Esto es porque, al habernos creado con lo que en psicología suele llamarse el instinto de socialización, experimentamos necesidad de comunicación, de complementación mutua, para vivir, trabajar, gozar. Esta es una necesidad básica de todo ser humano, de “sentirse amado y dar amor”.

De manera semejante a las tres personas de la Santísima Trinidad, que viven en una continua comunicación de amor entre sí, el ser humano ha sido creado por Dios, para crear y desarrollar vínculos de intercomunicación afectiva con sus prójimos, no para vivir en el aislamiento o en la confrontación fraterna.

Somos creaturas nacidas del Amor de Dios y para el amor. Él puso en nosotros un alma, chispa de su mismo fuego, reflejo de su misma esencia. Somos creaturas que experimentamos desde las fibras más hondas de nuestro ser, la acuciante necesidad de sentirnos “amables”, es decir, dignos de ser amados (1) y con una capacidad, en muchos casos insospechada, de dar amor a los demás.

Es que Dios es amor (1Jn 4, 8). Él crea en cada ser humano, la necesidad de comunión y comunicación profunda con los otros. Desde el comienzo del mundo, Dios bendijo todo lo que creó. Y de manera particular, bendijo al varón y a la mujer, poniendo en ellos la capacidad de ser comunicadores de sus bendiciones.


Nuestra vocación:

ser canales del amor de Dios

Nuestra vocación innata y genética, es la de haber sido creados para ser canales del Amor de Dios. Las tendencias con que Nuestro Padre nos creó son buenas y bienhechoras. Fluyen de su esencia de amor y bondad, por eso, a lo largo de toda nuestra vida, anhelamos esa integración con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

Como dice Anselm Grün:

Anhelamos algo que nos brinde nueva fuerza, frescura y claridad. El anhelo de una fuente clara, es el anhelo de que nuestra vida fluya. Fluir es siempre una señal de vida. La psicología habla actualmente de sentimiento de flujo. El sentimiento de flujo actúa en nosotros cuando nos entregamos al trabajo y a las personas, y durante el trabajo nos olvidamos de nosotros mismos. No es importante lo que los demás piensen de nosotros o cómo juzgan nuestro trabajo. Nos dedicamos por completo a lo que hacemos. Nuestra energía fluye hacia el trabajo. El que trabaja con tal sentimiento de flujo, trabaja de manera más eficiente que aquel que sólo quiere sacarse de encima la tarea. San Benito ya conocía la experiencia cuando en su Regla pidió a los artesanos en el convento que ejercieran su oficio con total humildad (RB 57, 1). Es un lenguaje extraño para nosotros, contemporáneos. Pero con ello Benito desea que los artesanos no vinculen ninguna intención secundaria a su trabajo. No deben querer colocarse sobre los otros o realizar su trabajo mirando hacia el éxito o el mérito. Humildad significa entrega al trabajo, estar totalmente en el trabajo, estar en contacto con las cosas que hago en ese preciso momento y olvidarme de mí mismo y de las demás intenciones secundarias que tenga.

Cada cual ha recibido con su nacimiento fuentes de las cuales alimentarse. Y a través de su historia de vida, los padres y educadores, los amigos y familiares y algunas experiencias, le han obsequiado recursos que están disponibles en su cuerpo y en su alma. No sólo los ha recibido de sus padres, sino que también son un regalo de Dios. Están fundamentados en su carácter, en su esencia. (2)

Las consecuencias del pecado original, han producido una distorsión en la relación armoniosa que tendríamos que tener con nosotros, con nuestros semejantes y con la tarea que cada día realizamos. Podemos llegar a experimentar, cómo las relaciones humanas y las tareas cotidianas, no sólo no sacian la sed de integración y de realización del corazón humano, sino que, por causa de reiteradas decepciones, en ocasiones hasta se agudiza en nosotros la sensación de soledad; y la sed de amor y de sosiego, se vuelven más profundas.

A pesar de ello, el Espíritu de Dios tiene el poder de despejar los canales obstruidos abriendo conductos de bendición. De manera que, el amor restaurador que brota del Corazón de nuestro Creador, vuelva a fluir fresco y cristalino desde sus fuentes primordiales.

El haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es nuestra marca original de creatura de Dios. Ni los errores, ni los sufrimientos, pueden llegar a borrar en nosotros la huella indeleble del Amor del Creador: Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado (Sab 11, 24).


Ayudados por el Espíritu Creador

Envías tu Espíritu,

los creas y renuevas la faz de la tierra

(Sal 104, 30).

Para que la oración de bendición fluya a través de nosotros sin encontrar barreras que obstaculicen el proceso sanador, tenemos una gran necesidad de la ayuda del Espíritu Santo. Con nuestras solas fuerzas y buena voluntad no podremos obtener cambios profundos, reales y duraderos, ni en nosotros, ni en aquellos a quienes Dios nos envía a bendecir.

La oración de bendición, dirigida a la sanación interior, consiste en pedirle al Espíritu Santo que así como hizo al origen de la creación, transforme el caos (desorden, fealdad, oscuridad) (3) en cosmos (orden, luminosidad, belleza) (4). Que transforme nuestro caos emocional en un cosmos, donde cada uno de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones encuentren el correcto lugar y equilibrio. Que las situaciones de caos familiar y de relaciones interpersonales, sean renovadas y ordenadas con el Poder que viene de lo Alto.

En esta línea en la que la bendición está íntimamente unida a la acción del Espíritu Santo, es que el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, dice lo siguiente:

Verdaderamente, el Espíritu del Señor llena el universo, lo abarca todo, y tiene conocimiento de cuánto se dice (Sab 1, 7). Nadie puede sustraerse a su luz bienhechora (es decir: que bendice, otorgando toda clase de bienes), así como nadie puede sustraerse al calor del sol. ¿A dónde podré ir lejos de tu espíritu?, pregunta el salmista (Sal 139, 7).

De ello se deduce que los carismas sobrenaturales, los dones naturales y las actividades seculares y laicas derivan del Espíritu (5).

Es el Espíritu de Dios, que antes de la creación del ser humano se movía sobre el caos, quien quiere también ahora derramar esos rayos de bendición, en esas áreas caóticas y confusas de nuestro nivel emocional; para producir así, la sanación interior e interpersonal, de la cual todos nosotros de un modo u otro tenemos necesidad.

Esta actitud de clamar al Señor por su luz es de vital ayuda para poder seguir creciendo en el genuino amor hacia ti mismo y hacia los demás. Las expresiones del amor: la paciencia, el servicio, el desinterés, la comunicación, el perdón, la justicia, la solidaridad, vencen sobre los celos, la envidia, la vanidad, la ira, el rencor y todas las emociones negativas que impiden la comunión fraterna en los diversos ámbitos de la sociedad (1Cor 13, 4-7).


Para reflexionar

1. ¿En qué puntos de este capítulo te has sentido identificado o has reconocido situaciones familiares o comunitarias que necesitan de la bendición sanadora de Dios?

2. Puedes subrayar esas situaciones y pedirle a Jesús que las bendiga de un modo general, con una oración semejante a la que te propongo a continuación:

Señor Jesús, confío en tu amor y en tu fidelidad hacia mí y hacia las personas por quienes hoy me pides interceder. Por esto te pido que pongas tu bendita mano sobre esas situaciones, heridas o personas. Amén.

“La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2626).

1- Del latín amabilis. Adj.: digno de ser amado (Diccionario de la Real Academia Española).

2- A. Grün. Fuentes de fuerza interior. Para renovar la vida, Bonum, Bs. As., pp. 43-44.

3- Caos: Proviene del griego khaos, que significa “abismo”. En la mitología griega Khaos era un abismo desordenado y tenebroso, que existía desde antes de la creación del mundo.

4- Cosmos: Proviene del griego kosmos, que significaba “adorno” y también “universo”, “todo lo que existe”, que a su vez se deriva del verbo kosmein (arreglo, adorno). A partir de kosmein se formó kosmetikós, que llegaría a nuestra lengua como “cosmético”. Los griegos concebían el universo como un todo armónico y organizado, con la belleza que surgía de las relaciones misteriosas entre sus partes, como los vínculos matemáticos hallados por Pitágoras y por sus discípulos.

5- R. Cantalamessa, El canto del Espíritu, PPC, Madrid, p. 39.

Sanación de los recuerdos

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