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ОглавлениеPrólogo
Gabriel Careaga*
Gustavo Sainz es un novelista a quien le gusta retratarse a sí mismo y a sus lectores por medio del descubrimiento de su yo y sus implicaciones en la vida cotidiana. Desde Obsesivos días circulares hasta Salto de tigre blanco, sus narraciones son un triunfo del lenguaje, las ideas y el conocimiento literario. También del uso de la grabadora, el teléfono, los periódicos y las imágenes cinematográficas, que son parte del entramado literario de los escritores modernos mexicanos, en el que Gustavo Sainz abrió el camino a partir de Gazapo. Ahí se reveló como un novelista vigoroso e irreverente que integraba en su brillante narración la cultura popular. La mezcla es reelaborada por los personajes y sus situaciones. Las novelas de Gustavo Sainz no cuentan una anécdota en forma lineal, sino que los acontecimientos se dan fragmentados a partir de las relaciones sentimentales y sociales. Son como un continuo que sólo se interrumpe para contar otras historias y otras biografías de otros escritores y otros teóricos del lenguaje, en este caso de la teoría del yo. El yo como persona. El yo como narcisismo. El yo como máscara que da lugar a una personalidad o a varias personalidades.En Salto de tigre blanco, † el narrador cuenta sus aventuras y desdichas a lo largo de más treinta años con diferentes parejas, mujeres obsesionadas por la seguridad de su mundo burgués, mujeres obsesionadas por afirmar su yo, mujeres desdichadas en la competencia brutal del éxito literario y social, mujeres que odian a su pareja, mujeres que quieren suicidarse, mujeres que irrumpen en el mundo moderno a través del eros. Y mujeres, en una palabra, que tienen relaciones con el mundo masculino por medio del esposo, del amante o de los hijos, y luego del descubrimiento del yo como una forma de ser de su propio mundo sentimental y de trabajo. Son las diferentes representaciones del yo en un mundo carnavalesco donde sus personajes se llaman Armonía, o Ninguno. O Alguno. Y donde se multiplican los papeles masculinos y femeninos. Es la eterna lucha entre el eros y el tánatos. Es un teórico implacable del yo: “la conciencia de estas máscaras también se ha vuelto aguda, ya que desde el siglo pasado ella misma ha comenzado a presentarse como encubridora, disfraz y revelación a la vez”. El Yo como artista que está colocado fuera del orden burgués cotidiano. El yo artístico quiere recrear y contrastar el lenguaje del lugar común de los melodramas o de las historias de nota roja. “Ese yo que se encuentra ante la monstruosa necesidad de reconocer que también es lo que en absoluto cree ser”. El yo no es más que el sujeto en todos los papeles que tiene que representar a lo largo de su vida. En el caso de los personajes de Gustavo Sainz, ellos se rebelan en contra del conformismo y la simulación para descubrir a la persona, es decir al yo libertario, que sólo es feliz en el encuentro con la cultura literaria, cinematográfica, musical o pictórica, pero sobre todo en el encuentro con el otro a través del eros. Y el desencuentro permanente cuando el eros se vuelve vida cotidiana. La modernidad descubre al individuo frente a las instituciones que lo agobiaban: la Iglesia y el Estado. La sociedad de masas regresa a querer aplastar al yo y situarse en lo colectivo. Y pensar igual es un totalitarismo en todas sus variantes bajo los pretextos más utópicos que se expresaron en el estalinismo, en el nazismo y en el fascismo. Los personajes de Salto de tigre blanco quieren ser individuos dentro de la sociedad unidimensional. Gustavo Sainz escribe para exorcizar sus propios demonios y descubrir, a partir de sus experiencias literarias, a los demás en sus teorías del mundo y de la vida. Por eso a sus novelas él mismo las llama “textos, ensayos, pretextos, paratextos, mamotretos”. Y aparecen cientos de autores que integran una voz que es la voz de los demás; en este caso, en forma obsesiva están las tesis de Roland Barthes y Octavio Paz, de José Donoso y Ernesto Sabato, pero surge también la teoría del enmascaramiento de Nietzsche y la poesía de Pessoa y el hombre teatral de Antonio Delhumeau. Es el rostro y los mil rostros de lo moderno que trata de recrearse en el erotismo, el conocimiento de la sensualidad desbocada y el terror de ser apagado por el otro.La necesidad del yo hace que la lucha biológica de afirmación se transforme en lucha cultural, en un combate cotidiano donde el amor y la sensualidad no son más que disfraces para la afirmación de su persona. El eros sería el reencuentro con el otro cuando se ha dejado la biología. Pero este hecho visto como resultado de las relaciones cotidianas que se transforman en un proceso de degradación donde uno es el que triunfa y los demás sucumben. El matrimonio es la tumba de toda pasión, explican los clásicos. Relaciones sentimentales, amorosas e intelectuales se disfrazan para descubrir un yo verdadero, que para la mirada de los demás tiene que ocultar para no ser devorado por ellos. Salto de tigre blanco es el yo hasta sus excesos. Es la transformación de la biología en cultura literaria. Es otra vez el reto de Gustavo Sainz de querer romper el conformismo de la expresión literaria y tratar de hacer algo sólido y nuevo hoy, que lo insólito y la vanguardia están liquidadas por la cultura de la imagen que ha vuelto complacientes y conformistas a los lectores. Los que no quieren leer ni escuchar y menos acercarse a los otros y a su yo íntimo. Por eso esta novela ampulosa y barroca, desconcertante y frondosa, desmesurada y puntual, es otra vez un reto para que nos interese la literatura como el refinamiento de la narración por medio de un lenguaje en constante transformación.
* Gustavo Sainz, Salto de tigre blanco, México, Joaquín Mortiz (Novelistas Contemporáneos), 1996, 416 p.
† Publicado en la sección Cultural, de El Universal, el lunes 3 de junio de 1996.